Antes, durante y después del festival Acá Estamos, que organizó la Intendencia de Montevideo, se levantaron al grito muchas críticas. Pero ninguna analizó el fenómeno en sus facetas más profundas. ¿Cuál es el análisis que faltó del evento? ¿Por qué se gastó tanta palabra en consignas de politiquería barata?
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A esta altura de la historia, cuestionar el valor y la efectividad simbólica de los llamados megaconciertos en la cultura occidental contemporánea ya es tan inútil como absurdo. Otro cantar sería si el análisis crítico se enfocara en desentrañar los funcionamientos de sus tramas semióticas, las dinámicas de los dispositivos musicales, visuales, tecnológicos, y sus formas de interacción con las formas de recepción, o la incidencia en el comportamiento de los mercados de la cultura. Pero en este caso estaríamos frente al desafío de una tesis de posgrado, algo que desborda por completo este espacio.
Aun así, el tópico de los megaconciertos parece reactivar nuestras facetas más reaccionarias cuando reaparece en la vidriera mediática e involucrando figuras políticas y de gobierno. Así ocurrió desde la pasada semana, primero con los anuncios del festival Acá Estamos, organizado por la Intendencia de Montevideo como parte de sus actividades por el Mes de la Mujer, luego, el domingo 19, durante su realización, y pasada esa fecha, con las cuentas sobre costos y beneficios.
Más de 50.000 personas asistieron al evento, pese a que las condiciones del tiempo no fueron las óptimas. Y todas las actuaciones fueron seguidas -y ovacionadas- con apasionado fervor. Subrayado: todas las actuaciones, y no solo las de Daniela Mercury y Lali Espósito, las dos artistas extranjeras invitadas.
Las críticas, muchas de ellas divulgadas a través de las fatídicas redes sociales, encendieron los titulares. Que se gastó una fortuna en los cachés de las artistas invitadas; que organizar este tipo de eventos no es un cometido del gobierno comunal; que se malgastan los dineros de los contribuyentes; por qué no se invirtió ese dinero en la recolección de basura o en otras obras estructurales de la ciudad; que fue un acto de campaña de Carolina Cosse; que el costo total del megaconcierto quedó empatado con lo recaudado. Y hay, sin duda, más.
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Si se repasan con atención estos planteos, queda claro que iban desde lo previsible hasta la consigna poco reflexiva. Había que “darle palos a Cosse”, más en este momento en el que vuelve al tapete el pedido de juicio político que se está tratando en el Parlamento.
¿Por qué se cae en estos lugares comunes, que ya están vaciados de contenido? ¿Por qué, mejor, no se ha reflexionado sobre la función que tienen este tipo de eventos en procesos de discusión sobre género, derechos y equidad? O ¿cómo devienen necesarios para enriquecer los sentidos de pertenencia?
Y habría más preguntas.
¿Acaso los derechos de la ciudadanía solo se pueden medir o correlacionar con obras estructurales? ¿La participación festiva es solo un lujo que pueden darse quienes tienen capital para pagar una entrada cara? ¿Lo festivo es meramente un elemento de la superficie más plástica de lo banal, o puede operar como articulador de redes de sentido (afectivos, corporales, estéticos, lógico-racionales) más profundos? ¿Estar ahí, en la rambla, con barro, amenaza de lluvia, rayos, truenos, agitando con quienes producen las canciones con las que bailamos a diario, las que cantamos en la cocina o con los amigos, las que tenemos en los primeros lugares de las listas de reproducción en el celular, no es parte de la construcción de ciudadanía, de la construcción de nuestras formas de ser y estar en el mundo? ¿Con esos repertorios tan diversos y contrastantes que se escucharon por el escenario de la rambla de Punta Carretas no se dijo “estamos acá”, luchando pero también celebrando los derechos conquistados, levantando nuevos reclamos por equidad en una sociedad que todavía sigue padeciendo los lastres del patriarcado y el control heteronormativo?
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Es cierto, se podría discutir hasta el hartazgo a partir de juicios estéticos y disparar todas las municiones disponibles contra el planteo artístico de Lali Espósito. Se podría decir que es un vistoso producto de la industria musical, concebido para llenar de hits de factura formal simple (¿simple?) la escucha cotidiana, con mucha explotación de recursos tecnológicos y poco trabajo con lo armónico, lo melódico, más allá de revisitar los esquemas más obvios del pop y, claro, sin ninguna jugada de riesgo en lo interpretativo.
No obstante, cabe interrogar si la canción popular solo debe jugarse por la innovación, y en función de esa respuesta, ¿el proyecto de Espósito es totalmente descartable? O, mejor dicho, ¿las nuevas corrientes del pop merecen ser descartadas de plano como mero producto plastificado?
Si esto fuera así, ¿por qué sus canciones tienen una eficacia simbólica y afectiva tan poderosa para tanta gente? ¿Con esta música no estará ocurriendo otro fenómeno que trasciende al juicio de valor estético y que merece (o merecería) una atención especial? Sin duda que sí.
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Los especialistas coinciden en reconocer que la música -y podríamos extender el concepto: cualquier música- tiene, al menos potencialmente, la capacidad para movilizar y organizar las memorias colectivas con un poder y una simplicidad que no tienen otras prácticas culturales. Sus estructuras sonoras y formales pueden insertarse en complejas redes de sentidos, como las que se activan en la construcción de la identidad de un grupo o las que definen las pertenencias a un lugar experimentado como territorio propio. Los ejemplos sobran. Así el singular sonido que produce la emisión vocal de un coro de murga funciona como signo y símbolo de este rincón en la costa rioplatense.
Lo mismo se aplica, más allá de diferencias o particularidades, a los lenguajes de cualquiera de las artistas que pasaron por el festival Acá Estamos. Sus voces, sus cuerpos, sus movimientos, sus canciones funcionaron en ese contexto como bandera, como articuladores de un proyecto, de las formas de entender y experimentar lo femenino y sus discursos.
Estas profundas dimensiones que sostienen a lo musical, a lo cultural, ¿deben ser ajenas a una gestión comunal comprometida con las cuestiones de género, que, además, garantizó la accesibilidad a colectivos de distintas extracciones económicas y sociales?
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La construcción de ciudadanía, aunque muchos se esmeren por reducirlo a consignas lanzadas al grito, está íntimamente conectada con el rescate de la complejidad humana. Y allí, lo corporal, lo emotivo, lo estético, lo festivo, juega un papel clave: dice cómo somos, cómo queremos ser; por lo que agotar el fenómeno a una cuestión presupuestaria no es más que empobrecer la discusión, es dejar de lado el sentido de una política pública y, como suele suceder, confundirla con las pautas que rigen en las acciones del sector comercial privado. Para una gestión pública, lo cultural no es un gasto, es una inversión en lo intangible, en lo simbólico, en lo que nos define.
«Un valor invaluable»
Para hablar de las verdaderas ganancias que dejó este festival, las que no se monetizan y por eso no fueron titular, Caras y Caretas dialogó con algunas de las voces protagonistas. “El festival Acá Estamos fue un evento histórico para nuestro país, a nivel cultural, artístico y social”. Así lo sintió Soledad Ramírez, una de las voces protagonistas. Aseguró que tanto para las artistas de la grilla, como para quienes trabajaron detrás del escenario, que en su mayoría fueron mujeres, “fue una experiencia 100 por ciento positiva”. Y añadió: “El percibirlo de esta forma tiene que ver con todas las ganancias y consecuencias positivas que deja un evento de este tipo, a todo nivel. El valor es invaluable, valga la redundancia. A nivel convocatoria, la respuesta está en las imágenes aéreas que vimos: 60.000 personas, juntas, conviviendo en paz, disfrutando y vibrando con todos los espectáculos. La gente acompañó del primer al último show”.
En tanto, la folclorista sanducera Catherine Vergnes destacó la importancia del evento para las artistas mujeres, especialmente teniendo en cuenta al género que se dedica. “Fue un hermoso festival, en un lugar muy agradable, con un gran despliegue; por primera vez vi a muchas mujeres trabajando en todos los rubros del arte. Fue muy lindo ser parte de esta grilla, llena de mujeres muy talentosas. Me encantó que me tengan en cuenta en Montevideo porque siento que una vez más se le dio lugar al folclore del interior”.
Ramírez también valoró la importancia de que un evento de este tipo, con artistas nacionales e internacionales, haya estado al alcance de los bolsillos de gran parte de la población, incluso de quienes no podían ni pensar en la posibilidad de asistir. “Las entradas estaban a un precio considerable para la mayoría de las situaciones económicas. Y quienes no podían pagarla tuvieron la oportunidad de ingresar de forma gratuita. Esa integración fue increíble y la convivencia entre todas las personas que asistieron también lo fue. No hubo problemas, y la organización fue espectacular a nivel médico, comodidad, ingreso, salida, hidratación. Todas las personas que asistieron no lo van a olvidar jamás, y para muchas personas fue el primer show en vivo grande que presenciaban. He escuchado varios testimonios de padres y madres contando que sus hijos quedaron fascinados por la experiencia que vivieron. Creo que no tiene precio”.
La importancia de este evento para las trayectorias de las artistas y para la industria cultural fue otro de los aspectos que destacaron. “Las artistas uruguayas que participamos, que tenemos nuestro público en Uruguay, no tenemos muchas oportunidades, o más bien casi ninguna, de participar en festivales de esta magnitud. Mostrarnos frente a tanta gente es muy importante porque nos hace crecer y hace crecer a toda la industria cultural, musical y artística del Uruguay. Eso también es invaluable”, opinó Ramírez. En tal sentido, la artista reconoció que “lógicamente” había mucha expectativa con los espectáculos internacionales, pero que las artistas uruguayas sorprendieron al público. “Por todos los comentarios que recibí y críticas que leí, el público quedó gratamente sorprendido del nivel de las artistas uruguayas. Se generó esa sensación de che, tenemos estas artistas acá en el país, son nuestras. Y me parece que eso es algo muy positivo y necesario, generar ese sentimiento de valorar lo nuestro, algo que a veces nos cuesta. Desde el primer show al último, el público respondió con energía, cantando, habilitando, aplaudiendo. Hubo disfrute de todas las propuestas, que fueron muy variadas musicalmente”.
“A nivel país, un evento de estas magnitudes, y con el éxito que tuvo, genera que el exterior ponga el ojo en Uruguay, en artistas de acá, y también sirve para que artistas internacionales tengan en cuenta pasar por acá”.
El festival también fue un aporte muy valioso en la lucha de género, que también se disputa en los escenarios. “Que toda esa convocatoria haya sido únicamente por shows de mujeres es de mucha ganancia, ya que todavía resuena la idea de que las mujeres no convocan tanto. Para una artista mujer, cuesta más hacerse lugar en una grilla importante y creo que esto nos abrió paso”. Además, prosiguió Ramírez, lo que se vivió detrás del escenario entre las artistas fue sumamente valioso. Estuvimos todas juntas, intercambiando experiencias, o cuando Daniela nos invitó a todas a cantar con ella su última canción, que fue algo improvisado y tuvimos que repasar la letra, pero fue muy enriquecedor. No hay instancias así para compartir y confraternizar de esta manera”.
Al momento de contar lo que representó en su carrera artística ser parte del festival Acá Estamos, Ramírez expresó: “No tengo palabras… fue el evento más grande en el que participé en mi carrera. Si bien vengo trabajando desde hace 10 años, mi proyecto solista es muy reciente, tiene un poco más de un año, y estoy en proceso de volver a instalarme y de que la gente conecte con lo que estoy haciendo. En este sentido, fue un impulso muy grande, una vidriera. Este show me potenció, fue una inyección de energía y una motivación para poner el horizonte bien alto y crecer con mi nuevo proyecto solista.
Sobre las críticas hacia los cachés de las cantantes internacionales, Vergnes opinó que “no corresponde opinar del valor de otras artistas”, pero que “estaría bueno que a las nacionales también se las valore, ya que a veces elevan su presupuesto y directamente no se las contrata”.
Para finalizar, Ramírez se refirió a la polémica que se generó en torno a la financiación del evento y lamentó “que muchas de esas opiniones estuvieran teñidas por el debate político, y que se pierda el foco de la importancia y riqueza invaluable que tuvo el festival”. No obstante, celebró la pluralidad de opiniones y la posibilidad de manifestarlos de forma libre, enfatizando que el éxito del evento fue “aturdidor”. “Me parece sano que haya debate y que se pongan ciertos temas sobre la mesa también, sirve para crecer. Mi visión sobre el festival, obviamente, no tiene nada que ver con números y costos, que es información que no manejo, sino con lo histórico y enriquecedor que fue. Ojalá se hagan cada vez más. Artistas hay de sobra para llenar días de grilla y público para participar, con sed de estos eventos, también hay de sobra”.
Por MP y AL