Uno. Para descifrar el título de esta nota usted tiene al menos dos opciones. Una, ir al concierto que este viernes (14 de julio), a las 21 horas, dará Rodrigo Vaccotti (guitarrista, cantante, compositor, productor) en la sala Blanca Podestá de Agadu (Canelones 1122), en el que presentará el repertorio del EP Después de lo real (2023), que es la última edición de su proyecto Milonga Indie.
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La otra opción, que no excluye a la anterior, es disponerse a escuchar este material, o su edición anterior, Lo que no se ve (2022), en las plataformas que ya conoce muy bien (Spotify o YouTube). También podría hurgar un poco más y ponerse al día con el muy interesante proyecto Eureka!, banda con la que Vaccotti editó dos discos: Conejos & Galeras (2011) y Vida Dietética (2013). O podría detenerse a escuchar la recuperación y digitalización que realizó de la grabaciones de su abuelo, Emilio Vaccotti, una de esas figuras del tango oriental que, quizás para las nuevas generaciones, sea de esos secretos que aguardan un merecido redescubrimiento.
Si cumple con todas, o algunas, de estas opciones, seguramente usted entenderá qué significa "milonga indie" y qué campos de sentidos se abren a partir del sugerente título Después de lo real. Después de esto, quizás valga la pena leer las siguientes líneas.
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Dos. Si bien es cierto que las etiquetas -nombres, categorías- nos ayudan a lidiar con la abrumadora diversidad de estímulos que nos rodea, sus usos restrictivos, disciplinantes -y obligantes-, suelen complicarnos la vida.
No cabe duda que el universo resulta más amable, y hasta "feliz", cuando se recorre el ordenado mapa de góndolas del supermercado. Las verduras están en los cajones que lucen el cartel "verduras"; para encontrar los artículos de limpieza alcanza con seguir las indicaciones de carteles y vistosas etiquetas.
En las viejas -y olvidadas disquerías- pasaba algo similar: las ediciones de Pugliese y Julio Sosa jamás se ubicaban en las bateas reservadas para Eduardo Mateo o para Radiohead.
Pero, por "obra y gracia" de ese misterio que llamamos arte, hay creadores, como el joven Rodrigo Vaccotti, que saben bien que ese orden etiquetado puede revolverse para explorar otros estados de la percepción y comprensión estética. Un plan que, en el caso de su proyecto Milonga Indie, no se sostiene con intrincadas especulaciones conceptuales sino con el juego sonoro, con el ensamble de elementos -gestos melódicos, armonías, timbres, texturas- que provienen de su personal mapa de escuchas (la vieja y querida musicósfera personal).
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Tres. Distendido y dispuesto a "colgarse" en una charla musiquera, Rodrigo cuenta que su idea es explorar las músicas sin prejuicios, abrir oídos y cabeza para el descubrimiento; en fin, hacer que lo que puede parecer imposible sea posible: "Juntar mundos que en principio no se juntarían, o que uno, a priori, pensaría que no funcionan juntos, pero que ahí, en la canción, funcionan muy bien".
Así llegan la(s) milonga(s), los sonidos más orgánicos, los sonidos generados y procesados por dispositivos electrónicos, a ensamblarse con fluidez en las composiciones y en las interpretaciones de Rodrigo.
Sus canciones, explica, no funcionan como recreaciones ajustadas -o disciplinadas- a los tipos estilísticos de la milonga o de cualquier otro género, entendidos como catálogo de correcciones custodiadas por la tradición, y cuya defensa deviene causa moral y patriótica. Son, sí, puntos de partida: materia sonora, expresiva, estética, que motoriza la búsqueda. Y los resultados (quizás) tienen estatus de ensayo: experimentar caminos para narrar una experiencia personal, poética con la música.
Y subraya: "Es una forma de buscar que algo que parecía imposible se vuelva posible, una experiencia concreta".
Para eso -dice- "no se requiere ninguna genialidad, ningún talento especial... simplemente se requiere de las ganas de experimentar".
Entonces, ¿de qué va este proyecto?, ¿es milonga, es indie, es electrónica, es rock, es...? No importa: que las etiquetas no nos compliquen la vida. Es eso: música. O, mejor dicho, música sin prejuicios, sin ajustes canónicos, sin gesto de pretencioso manifiesto estético. Es, también, música que juega con los mapas de las memorias sonoras, con dosis parejas -y también intensas- de Charly García, Eduardo Mateo (especialmente con aquel formidable disco La máquina del tiempo / La mosca, editado en 1990), Jaime Roos (y una de sus obras fundamentales: 7 y 3), algo de Jorge Drexler, también Radiohead, hasta su abuelo Emilio.
Resumiendo: música para descubrir; música para explotar las posibilidades de que se disfrutan en las zonas fronterizas, donde no se le exigen visa para el tránsito entre arpegios y bordoneos de milonga (con una, dos, tres guitarras acústicas), para el intencional trabajo con los sonidos mecánicos de una caja de ritmos, para los samples de Julio Sosa o de voces de una película rusa o de un tango de su abuelo.
Así las cosas, mejor que seguir acumulando palabras es disponerse a escuchar "Disfraz de piel", "En el epílogo", "Pierdo" (que es una nueva versión de una canción que Rodrigo grabó con la banda Eureka! en 2013); "Ojos de video tape", una personal y milonguera revisión de la bellísima balada compuesta por Charly García para su disco Clics modernos. Esto es, Después de lo real.
