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Cultura | Martín Buscaglia | canción | sagrado

"Una canción no tiene importancia"

Martín Buscaglia: la canción, lo sagrado y la ducha

Martín Buscaglia habló con Caras y Caretas de su próximo concierto en el Teatro Solís (sábado 10) y de sus conceptos sobre la canción y lo sagrado.

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¿Será su forma de restituir al arte el valor del misterio o de convertirlo en máquina de interrogación de esas razones primeras y últimas de la comunicación estética que no se develan a primera escucha?

Martín promete resolver algunas porciones de este enigma el sábado 10, a partir de las 20 horas, en el Teatro Solís. Su convocatoria vuelve, insiste, persiste en esa frase: “Una canción no tiene importancia”. Y enciende un cono luz sobre un asunto existencial con la potencia del lenguaje más llano: “Cualquiera puede hacer cualquier cosa, pero nadie puede ser lo que no es”. Lo demás, como el arte, coquetea con las zonas del misterio.

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Unos pocos datos, unos apuntes para la agenda

Es, entonces, un concierto del que hay que tomar algunos apuntes. Será, ya se dijo, este sábado, a las 20, en la sala principal del Teatro Solís, donde Martín ya se ha presentado en otras oportunidades.

Su obra cancionística, sus recorridos por el planeta conocido ya son conocidos, así como sus colaboraciones con otros artistas y sus proyectos con banda(s) y con banda de un hombre solo, y no necesita el aval burocrático de las reseñas de méritos. Por esa historia larga también se sabe que su musicalidad está generando siempre unos fueguitos de apasionada estética, esos que fascinan por sus sintaxis del swing, sus formas, sus timbres, la elección de esas imágenes -metáforas, sinécdoques, juegos de palabras- que bien podrían pasar desapercibidas en las tramas de lo cotidiano, pero que emergen de sus canciones con la velocidad y el rugido de un cohete hacia Marte, y que luego se incrusta en el oído para disparar los derroteros de la imaginación hasta un borde que siempre aparece (o se ofrenda) como inexplorado. De todo eso ya se ha escuchado y se conoce (o debería conocerse).

Embed - Martín Buscaglia "ME ENAMORÉ" (video oficial)

Otras pistas más

“Bueno, mira, lo que armé para este espectáculo en el Solís es algo que no hice nunca”. Primero, dice Martín, habrá una suerte de mixtura de canciones o, quizás mejor dicho, el repertorio será una suerte de mapa especialmente dibujado para este concierto, con estaciones en diferentes discos, diferentes canciones de su historia musical.

“Entonces voy a armar para eso un coro con músicos muy jóvenes. Le pedí a mis amigos, colegas, Gustavo Montemurro y Nacho Mateu, que dirigen el Conservatorio Sur, que convocaran a chicos jóvenes, con swing, musicales. Y así armamos un pequeño coro de cuatro cantantes, dos chicas y dos chicos. A ellos se van a sumar seis percusionistas y yo voy a alternar entre la guitarra y el piano. Quizás utilice algunos aparatos electrónicos, pero solo será en algún momento puntual de concierto, porque, reconozco, estos dispositivos me fascinan”.

Esta elección de timbres y texturas vocales y percusivas -explica-, tienen que ver “con que en mi música lo rítmico, lo percusivo, y lo coral están muy presentes, están siempre. Y esto también tiene que ver con una suerte de rescate emotivo, volver sobre la palabra casi desnuda, despojada de locuras, histerias, en contacto casi con lo más primario, el pulso, lo rítmico”.

Embed - Martín Buscaglia "PARA VENCER" (video oficial)

Lo sagrado y la ducha

“Una canción, entonces, sí, no tiene importancia”, dice Martín en una charla para iluminar un día nublado. La clave para entender esto es bastante simple, aunque difícil e inquietante resulta llevarla al territorio del entendimiento racional, allí donde la palabra está obligada a nombrar, a restringir, las nebulosas del sentido. Y esa “clave” es asumir el valor del misterio en la creación artística: ¿un lugar, un estado, un tiempo? en el que la materia (la materia y forma sonora) se completa en la interacción con los otros, apelando a inescrutables e inasibles mecanismos que habitan lo sagrado.

Hace unas horas -recuerda-, en una entrevista con otro medio le preguntaron qué era lo sagrado, y lo que atinó a decir “es que la canción es un vehículo para acceder a ese estado o dominio”. La canción “está a la mano de cualquiera, y no necesitas ser músico para lidiar con ella, y en ese sentido va lo de que una canción no tiene importancia, que no tiene importancia en sí misma sino que es un medio de locomoción en realidad, que te lleva a un lugar. Es como una película: en realidad la prueba de que estuvo buena viene después de que se acabó, cuando te quedaste pensando en ella, discutiendo al respecto, si a vos te gustó, si a tu amigo o a tu pareja no, y por qué. Eso me parece que pasa bastante con las canciones”.

En ellas “hay un misterio inherente, que si se agota en ella misma, si está todo a la vista, si está todo iluminado, como te decía hace un ratito, perdés el acceso a ese misterio, te volvés un inquisidor y entendés todo, pero te perdés todo al mismo tiempo. Entonces por ahí viene que una canción no tiene importancia en el sentido de que es una manufactura que está en todos nosotros”.

Y para acceder a esa condición, a ese estado cosas, hay una demanda de despojamiento: “Es un estado bastante ideal, como cuando cantás en la ducha. La verdad es que en los últimos años, y cada vez más adrede, tengo como meta intentar cantar como cuando canto en la ducha. Eso sería literal, por un lado, y simbólicamente también; es estar desnudo y limpio, un estado ideal. Todo esto lo intento desarrollar un poco en el espectáculo y viene de reflexiones que creo que el tiempo, los años, la vida te las permite”.

Embed - Martín Buscaglia "CHUZA" (video oficial)

Un fascinante dispositivo portátil

Puede durar dos, tres o cuatro minutos. Se la puede despreciar y arrumbar entre esos objetos de la liturgia de lo banal. Y solo en algunos casos, quizás, logre salvarse para quedar en el espacio reservado para lo sublime.

En cualquier caso, y pese a que no siempre logramos comprenderla, la canción opera como el arte-facto que mejor explica (y entiende) la contemporaneidad. No hay “obra maestra”, de esas en las que “renacen las fuerzas ocultas / de los antiguos maestros geniales (...) la música seria, la fina”, que “le pone a uno la piel de gallina” (Maslíah dixit), que logre construir con más eficacia el espacio que habitamos y significamos.

“Tal cual, loco. Porque también la canción tiene algo portátil, un libro portátil y comunitario también te diré. Pero un libro lo lees vos solo, no lo vas leyendo permanentemente, una y otra vez. Una canción, si te obsesionas, la escuchas una y otra vez. Si la ves en vivo, la cantás como en una iglesia, en comunión con otra gente. En ese sentido, no es como un cuadro que lo miras y estás solo contigo. Es eso, es la más portátil de todas las artes, me parece. La llevas adentro tuyo. Y de hecho en la canción se hace más evidente eso de que vos intervenís en la obra: toda obra se completa en el que la escucha”.

Tal condición convierte a la canción en pieza articulatoria de la cosa política. Dice, cuenta, construye el espacio-tiempo que se asume como propio: una cualidad que, como dice Martín, no solo gravita en torno a la canción de explícito contenido político (o incluso de explícito contenido político-partidario), sino también en las creaciones gestadas y destinadas a la danza, al movimiento, o a apreciación poética. “Fijate -dice Martín-, yo aprendí más políticamente con Luis Alberto Spinetta que con León Gieco, y eso que las canciones de Gieco me gustan”; y quizás sea por cómo Spinetta encarnó el tan manido asunto del “compromiso político” tanto en el vuelo de lo poético como en la factura de su lenguaje armónico, en su imaginación melódica, en la forma que trabajó (y resignificó) los recursos estilísticos del rock para decir algo nuevo, al completamente distinto y a la vez propio.

Por esta(s) razón(es), el espectáculo “Una canción no importa” no promete develar completamente lo sagrado. Su certeza es que este fascinante dispositivo portátil llamado ‘canción’ propondrá un juego múltiple: el del disfrute, donde cuerpo, sonido y palabra urden un pacto entre historias que vibran tanto en el escenario como las butacas; y después, el juego en el que la única regla es no practicar una autopsia de las últimas consecuencias del sentido, sino preservar en los territorios de lo sagrado ese misterio que se maquina, que se ficciona en dos, tres, cuatro minutos sonoros.

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