Si algo hay que reconocer a la gestión del Gobierno de Lacalle Herrera es el haber logrado que los crímenes cometidos durante su mandato fueran absorbidos por el sistema político.
El asesinato del químico chileno Eugenio Berríos por parte de tres militares uruguayos y ante la demostración de la autonomía y el poder militar, se resolvió con la destitución del ministro de Defensa del momento (Mariano Brito), pero no actuó la Justicia uruguaya.
El asesinato de Fernando Morroni y Roberto Facal producto de la represión a una movilización masiva que no se vivía desde antes y durante la dictadura militar, en la antesala de una campaña electoral, por lo que el sistema político dio el tema por medianamente resuelto con la interpelación al ministro del Interior, Ángel María Gianola, y el procesamiento de cuatro funcionarios policiales que estaban al mando del operativo.
Las pistas del asesino
En el 2016 publicamos el artículo que dio pistas sobre el asesino de Morroni, pero que la prescripción del delito hoy nos obliga a dar solo sus iniciales. Un paciente trabajo de años permitió reconstruir el relato de quien en círculos muy íntimos se ufanó de asesinar a Fernando Morroni. Ese trabajo permitió, además, establecer los vínculos del ex agente policial en la actualidad con grupos activos políticamente. A más de 20 años de la masacre del Filtro, no todo es impunidad. Esa noche Waldemar era “chofer de un comisario”. Tarea sencilla aunque él pensara que era un desperdicio haberlo asignado, con su capacidad y experiencia, a satisfacer las razones de servicios del jerarca policial. Cierto es que estar de particular en un Fiat Duna blanco, con la “pajera” a disposición, le daba el agradable éxtasis de “poder”, como cuando andaban en procedimiento de civil exhibiendo el carné de la Dirección de Investigaciones, aquella barra de agentes “con tres huevos”. También es cierto que el clima en la fuerza era otro desde que hace una semana se viene produciendo el acontecimiento de la huelga de hambre de los vascos y su posible extradición. Aunque a Waldemar la política le importa un bledo, no podía escapar a los comentarios que circulaban en todo el país, en boliches, peluquerías y mesas familiares.
En la “fuerza” tampoco podían sustraerse al tema; los oficiales alertaban sobre el proceder de “los enemigos de la patria”, que solidarizados con los terroristas vascos movilizaban gente hacia el hospital Filtro, convocando desde dos emisoras radiales. Ver aquella cantidad de gente intentando violentar la decisión judicial de la extradición lo hacía sentirse más desaprovechado; Waldemar R. fue de los que resistió los embates de aquellos ministros, Forteza y Juan Andrés Ramírez, reorganizando la fuerza; se plantó en huelga y levantó carpa con los demás en el Prado y aquellos ministros no pudieron llevar adelante sus planteos de reforma. Ahora, por suerte, está Ángel María Gianola al frente del Ministerio, hombre de mano dura de los que se venían necesitando y el político adecuado para sobrellevar esta delicada situación. Pero, estando al tanto de lo que ocurría, Waldemar no estaba asignado a aquel operativo ni como apoyo de las unidades designadas; estaba de chofer de un comisario al que, por los informes que le llegaban por la radio, como mucho le picaba la curiosidad.
Ese 24 de agosto de 1994 Fernando Morroni concurriría, como muchos jóvenes de su edad, a aquella movilización de solidaridad, donde hasta el mismo candidato Tabaré Vázquez y el general Líber Seregni se hacían presentes. Estar allí, en ese clima de solidaridad con los refugiados políticos extranjeros, que era una tradición del país, parecía ser lo más natural. Los primeros comunicados de radio picaban la curiosidad dentro del Fiat. Incidentes y pequeñas escaramuzas se venían dando con los manifestantes y había una alerta radial por la presencia de civiles armados y comunicados con handy.
“Alguno nuestro no identificado”, pensó Waldemar riéndose. Lo cierto es que sobre la tardecita, cuando aquellos incidentes seguían, el comisario sugirió ir hasta el lugar; por la radio llegaban noticias de la lluvia de piedras y alguna bomba incendiaria contra los efectivos policiales. Waldemar y el comisario empezaban a intercambiar opiniones al tiempo que sentían que la “sangre les hervía”. Waldemar recordaba con el comisario: “La escuela de Policía… Setiembre del 86… Bogia me revoleó para 630… ahí de pechito me atajó Ribeiro… de volea pateó fuerte y caí atrás del 46 con Teperino y Damiano… 14.15 h… salimos de base…14.40 h… Damiano con medio cuerpo para afuera por General Flores, con la escopeta en Clave 32… C.47…”. (Comentario extraído de un pie de foto del grupo 630 de Radio Patrulla del perfil de Facebook de Waldemar R). Al ritmo de los recuerdos, se imaginaba llegando y, como en su mejor época, agarrar a esos pichis de los pelos y meterlos en el vehículo, aunque ahora de civil no había necesidad de tal esfuerzo y bastaba con reducirlos para entregarlos al personal uniformado.
A medida que se acercaba la vieja adrenalina de los procedimientos, va ganando el espíritu; Waldemar tiene “licencia política” para usar su arma de reglamento y que las salvas sean de plomo, que nadie haya previsto darle munición de goma para dispersar no es su problema; además, él no tiene nada que hacer ahí. Pero la Clave 52, el anuncio de policía caído en el preciso momento que se sumergían en la muchedumbre de gente y policías en una suerte de batalla campal, fue el “cheque en blanco”. Frenó como pudo y, sin meditarlo demasiado, confiado en su coraje y experiencia, bajó “pajera” en mano; alguno de aquellos pichis había disparado contra un compañero, así que al primero que vio y le quedó en la diana le descargó el arma hasta verlo caer y asegurar su reducción; en esta batalla campal no hay códigos y dispararle por la espalda era una manera de asegurar que no se daría vuelta posiblemente con un arma en la mano y, ante todo, “es la vida nuestra o la de ellos”, y ya había un camarada caído. No obstante, percatado de que había dejado tirado a un manifestante, subió rápido al auto y aconsejó al comisario irse de ahí y apoyar en lo posible al resto del personal de particular que estaba operando en el “trampero” en las inmediaciones del bulevar, esperando la retirada de los manifestantes. Esa noche, Waldemar R., al igual que Fernando Morroni, no regresó a su casa. Recién lo hizo al otro día cuando, enterado del nombre del muchacho que ejecutó, revisó en las imágenes de la televisión si él había quedado registrado y, si bien aparecía en muchas de las tomas, ninguna lo podía relacionar con el homicidio, al menos vistas sin mucho detalle; y si alguien lo hacía, esos videos podían desaparecer. En todo caso, la “fuerza” cerraría filas. En el transcurso de esos seis años apareció un elemento nada menor que obligó a trabajar con mayor cautela.
Camuflado entre iguales
Waldemar R. ingresó a Argentina en el año 2007 y consiguió la residencia definitiva en 2010. Fue miembro activo de colectivos de uruguayos residentes en La Plata e ingresó varias veces a Uruguay. Desde varios de esos colectivos también nos llegó información. Vale recordar la reforma policial en la que se transformó la vieja base de Radio Patrulla; un grupo importante de la misma conocida, como la 630, la “pesada” en la jerga interna, empezó a operar políticamente. Primero, generando y alimentando, con base en los vínculos de las redes, un núcleo duro del cual forma parte el ex agente que veníamos siguiendo. Empieza a construirse una relación de solidaridad entre los afectados por alguna de las medidas administrativas del Ministerio del Interior y lo que podríamos denominar la “generación Lacalle”.
En las elecciones del 2014, esos malestares, nostalgias y deseos de combate toman cuerpo: se crea la Agrupación Dignidad Policial dentro del Partido Nacional, acaudillada por un ex comisario, Ernesto Carrera, integrada por varios miembros de la 630 y otros desmovilizados y sancionados exfuncionarios policiales y algunos en actividad. Waldemar R. fue uno de los responsables, en las canteras de Kibón, de organizar la llegada y despedida de blancos que venían desde Argentina a participar en las elecciones.
Carrera contrarreloj
A fines de 2015 llega la novedad de una situación de depresión vinculada a un infarto y a un posible viaje a España por parte del acusado. El triunfo de la izquierda nuevamente había sido un golpe severo para quien, mediante el seguimiento de los actos del 14 de abril y los informes de la Agrupación Dignidad Policial, sentía lejanas sus posibilidades de volver a vivir en el país. El segundero del reloj se transformaba en un verdugo implacable en esta carrera contra el tiempo. Norma, la mamá de Fernando, vive en unas condiciones muy humildes y mantiene con entereza la necesidad de saber la verdad; tiene cierta firme tristeza en la mirada, habla pausado, intenta comprender, está algo desconfiada de tanto dato falso que le ha llegado. Por encima de las cuestiones legales hay una decisión que sólo le corresponde a ella en todo este asunto; decisión que debe tomar en su fuero íntimo por encima de cualquier tipo de valoración política. Pusimos toda la información, lo actuado, lo sabido, las voces que denuncian en sus manos. Empezaron algunas trabas legales; distintos expertos jurídicos valoraban los años del delito y la posibilidad de la prescripción, lo dificultoso de los exhortos para una declaración fuera de fronteras, la posibilidad de comprobarlo a partir sólo de una declaración. Había una tenue luz de esperanza de que algún fiscal asumiera nuevamente el caso de oficio ante las nuevas pruebas. Norma nos planteó que a, esta altura, que el acusado pudiese decir por qué hizo lo que hizo permitiría resarcir parte de la herida; un gesto de bondad y necesidad humana de cerrar heridas.
Marcha del filtro. (Foto Dante Fernández)
Un durazno nada dulce
Nuestras pistas de su ubicación terminaron en el departamento de Durazno; decíamos en aquel artículo: “A partir del acto del 24 de agosto de 2016, en el que se hace pública la acusación, el Facebook con el que teníamos contacto cierra y, al abrirlo nuevamente, desaparecen todos los datos que hacían mención a su pasado, así como la mayoría de las amistades, dejando un grupo selecto. Sí, claro, buena parte de la barra 630 y aquella que le permite mantener cierta nostálgica orientalidad, como la barra de la Aparcería Blanca del departamento de Durazno, la Cacho Barrios”.
La periodista Victoria Camboni realizó una crónica de una movilización con Norma, la mamá de Fernando Morroni, en la que se apersonaron en la vivienda del responsable del asesinato en el año 2021, y este es un extracto de aquella crónica:
“En Santa Bernardina, un pueblo cercano a la capital duraznense, una multitud de personas se desplegó en las calles y se dirigió a lo largo de varias cuadras hasta la casa del policía, sacando de la siesta a los vecinos que, totalmente ajenos a la situación, se fueron acercando, primero desde las ventanas, luego asomando la cabeza sobre los muros y cercos de patios y jardines, para finalmente apostarse en la vereda, sin salir de su asombro y consternación.
Una vecina se acercó a preguntar qué estaba pasando, y al enterarse de la acusación, dijo que no tenía idea, y que R. R. ‘parecía un buen vecino’. Otra familia, que vive en la casa de al lado del agente, también se sorprendió, ya que ni sabía ‘ni se imaginaba’ algo así.
Waldemar R. R., que, según fuentes cercanas, era director de Salubridad de la Intendencia de Durazno, habría dejado el cargo en las últimas semanas. Incluso corre el rumor de que habría sido echado de su hogar; pero los vecinos afirmaron que el hombre aún vive allí con su esposa Caterina Barrios, secretaria de la Junta Departamental”.
Muerte Blanca
El asesino de Fernando Morroni era un funcionario policial, militante del Partido Nacional, actuando durante un gobierno del Partido Nacional; una muerte llevada a cabo por un blanco bajo un gobierno blanco, suerte de la que aún sigue en lo negro de la historia.