Hemos pegado una lectura rápida a las 77 o 78 páginas del programa del Frente Amplio que se ha puesto a consideración de la Mesa Política.
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El mismo fue elaborado durante mucho tiempo, fue discutido, incorporaron insumos generados en cientos de reuniones en los 19 departamentos del país y se desarrollaron intercambios con las organizaciones sociales, vecinales y no gubernamentales.
Con las modificaciones, correcciones y agregados que surjan de ese intercambio y de su análisis en coordinadoras, departamentales y comités de base, se considerará y eventualmente aprobará en el congreso de la fuerza política.
Por la importancia de su contenido, en los próximos meses se hablará mucho sobre este proyecto cuya lectura es compleja y extensa y sobre el que hoy escribiremos muy someramente.
Evidentemente es un programa exhaustivo, abierto a sugerencias y poco detallado en las acciones concretas que serán adoptadas en un futuro y probable gobierno y que deberán explicitarse en otras instancias más cercanas a la elección con el color que le aporte uno u otro candidato.
Sin embargo, nadie debe creer que se trata de un boniato prescindible hecho para llenar el ojo.
Por el contrario, es una enjundiosa guía para gobernar un país que necesita planes, sentido y estrategia.
En la mayoría de las cosas es penetrante, imaginativo, audaz, en algunas otras timorato, un poco insulso, evasivo.
Ni que hablar que en el debate de las bases surgirán las voces disonantes de quienes quieren tirar el bochín más lejos y a veces me temo que con mucha fuerza y buenas razones.
En realidad, el programa es una gran convocatoria a construir un país mejor, a hacerlo con todos los uruguayos sin exclusiones, a desenvolver un gran diálogo social y a superar divergencias para acceder a mayor bienestar para nuestra gente, a una sociedad más justa e igualitaria, más solidaria, democrática y libertaria, más inclusiva, más ecológica y respetuosa de los derechos humanos, particularmente los de las minorías raciales, religiosas, sexuales, los y las discapacitadas y las y los diferentes.
A veces parece escrito para agradar a todos los lectores (electores); en ese sentido no puede olvidarse que es un programa para ganar y constituye una mano tendida a todos los uruguayos, incluyendo a muchos adversarios.
La idea es generosa y atractiva, tal vez un poco sobreescrita para la digestión de analistas muy curiosos, periodistas inquietos, funcionarios aplicados o especialistas y académicos.
Como lo han promovido algunos relevantes columnistas en estas últimas semanas, sería muy deseable un compromiso democrático, progresista, integrador capaz de inyectarnos expectativas optimistas en una sociedad que, si no la podemos calificar como enferma, está, sin duda, sufriendo por la incapacidad de encontrar soluciones sostenibles a problemas sociales y económicos que afectan la convivencia y menoscaban las esperanzas.
El programa del Frente Amplio adhiere a esa propuesta que parece estar muy anclada en el sentir colectivo.
Una parte muy numerosa de nuestra gente está muy desencantada y le reprocha al sistema político su incapacidad de abordar con inteligencia y generosidad las soluciones que la sociedad demanda.
La ideología dominante en nuestro país es nacional reformista, no apuesta por grandes epopeyas ni gusta de aventuras conservadoras.
Este momento constituye una coyuntura crucial de nuestra historia. Hay mucha gente que ya no puede esperar y se hace evidente que hay que tomar decisiones impostergables.
Hace bien el programa en jerarquizar que el problema más impostergable es el de la pobreza infantil. Es la deuda social más dolorosa y alcanza al 20 por ciento de los menores de 16 años y a la mitad de los que nacen cada año. La pobreza infantil consolida el ciclo de la desigualdad.
Hay 160.000 niños que viven en la pobreza y aproximadamente se suman 10.000 cada año.
La inmensa mayoría vive en viviendas precarias, en asentamientos, en familias monoparentales, carecen de servicios públicos y sus padres son desocupados o con trabajos irregulares. Carecen realmente de derechos.
Quienes viven solo con su madre agregan más exclusión aun.
Las decenas de miles que tienen a sus padres o madres presos, aun peor.
La vivienda es otro problema que el nuevo gobierno no solo deberá encarar, sino resolver.
Hay medio millar de asentamientos irregulares para erradicar.
Hay que hacer una inversión de 3.000 millones de dólares para dar a esa gente vivienda digna con servicios públicos, saneamiento, escuelas, espacios recreativos, culturales y seguridad.
Tal vez no sea tarea para un solo período de gobierno, pero hay que dejar un rumbo cierto e irrenunciable. El programa parece asumir este compromiso.
El problema de las cárceles, la sobrepoblación carcelaria y los derechos humanos de los recluidos por infracciones a la ley penal es una herida que lejos de cicatrizar se profundiza hasta convertirse en una vergüenza nacional. No recuerdo si está debidamente jerarquizada en el programa o si son solo unas pocas líneas. Pero este problema nos interpela a todos y el Estado y la sociedad no tendrían perdón si no instrumentan una respuesta digna y humana a esta emergencia.
Tal vez en estos años, se presente la última oportunidad para impulsar e instrumentar cambios progresivos y pacíficos y de trabajar sin exclusiones por el bienestar de todos, particularmente por las clases y capas sociales más postergadas de la sociedad. No hay que olvidar que la exclusión y la desintegración social y territorial generan violencia.
La pobreza, el trabajo, la seguridad, la lucha contra el narcotráfico, la educación y la salud pública son capítulos que han merecido desarrollos extensos y creativos en el programa, que no elude tratar el tema de la política tributaria tendiendo a la reducción de los impuestos al consumo y fortaleciendo la imposición a la renta y el patrimonio con un criterio de progresividad de manera que quienes más tienen más contribuyan más al bienestar colectivo.
Es de destacar la reafirmación del compromiso de destinar el 6% del PIB a la educación pública y el 1% a investigación científica, fortaleciendo institucionalmente y rediseñando las políticas de innovación.
No quiero olvidar que el programa destaca que hay que procurar dar más oportunidades a los jóvenes y que hay que abordar la desigualdad laboral de las mujeres y particularmente la de las mujeres jóvenes solas, pobres y con hijos a su cargo.
Aunque pueda resultar una obviedad, se debe destacar la importancia que el programa da a la enseñanza pública, la Udelar y las empresas públicas. También al desarrollo de una política de cuidados que atienda la discapacidad, la tercera edad y, capítulo aparte, la salud mental.
Todos estamos orgullosos de nuestro país, del lugar en donde nacimos y que nos parece el mejor de todos.
Parecería que hemos aprendido a convivir en democracia y que esta convivencia ha llegado para quedarse.
No obstante, hay muchos problemas para resolver e intereses que procuran irresponsablemente perpetuar algunos de esos problemas que se arrastran a lo largo de las décadas y cada vez más ganan en explosividad.
La República, la Constitución y las leyes son los pilares fundamentales de nuestra sociedad junto al sistema de partidos y el respeto de las libertades públicas.
La separación de poderes y la ampliación de derechos nos ha permitido convivir en un ámbito donde presuntamente cada voz cuenta y cada opinión debería ser valorada, donde nadie tiene derecho a ser más que nadie y donde los intereses debieran compatibilizarse y los derechos disfrutarse con equilibrio e igualdad.
La democracia no es solo un sistema de gobierno, sino también un conjunto de valores que debieran mantenerse vivos.
Solidaridad, tolerancia con las disidencias, aceptación de las mayorías, justicia social. Igualdad de oportunidades, laicidad en la enseñanza y la gestión pública, libertad de cultos, igualdad de género y respeto por las minorías son valores constitutivos en una sociedad que se desea justa, laica e igualitaria.
Una visión progresista, nos imagina con un futuro en el que nuestra nación se destaque por su avance constante y su adaptación a los desafíos del siglo XXI.
Debemos invertir en infraestructura, educación, medioambiente, innovación y tecnología para construir una economía sólida y sostenible que brinde oportunidades para todos.
El programa señala que se impulsarán políticas que fomenten la creación de empleo, la defensa del salario, el respeto irrestricto de los derechos humanos, la igualdad de género, los derechos de las minorías y el respeto al medioambiente.
La integración social y territorial no debe ser ajena al propósito. No hay que olvidar que un núcleo grande de la pobreza se concentra en poblaciones de menos de 5.000 habitantes.
No podemos permitir que la división y el enfrentamiento sean fuerzas que no podamos controlar.
La desigualdad económica extrema crea una brecha de poder entre los ricos y los pobres.
Aquellos con más recursos financieros han tenido una influencia desproporcionada sobre las decisiones políticas y han utilizado su riqueza y su poder para manipular el sistema en su propio beneficio.
Esto socava los principios democráticos de igualdad y participación ciudadana, ya que las voces de los menos privilegiados quedan marginadas.
El Frente Amplio ha nacido para terminar con la injusticia social y para fortalecer la democracia.
Nunca hay que menospreciar estos poderes fácticos porque los buenos propósitos pueden quedar enterrados si no recordamos que los contrarios también juegan.