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El derecho internacional en tiempos de drones y gps

Por Rafael Bayce.

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El general Qadem Solameini, jefe de la élite paramilitar Quds del Cuerpo de Guardia Revolucionaria de la República Islámica de Irán (IRGS), fue asesinado en el interior de uno de dos autos bombardeados, en el aeropuerto de Baghdad, Iraq, por tres misiles lanzados desde un dron estadounidense no tripulado. Se dijo, en informaciones posteriores, que era uno de los 52 objetivos iraníes permanentemente enfocados por el ejército estadounidense, a lo que Irán respondió que ellos tenían más de 300.

¿Cuántos objetivos están siendo espiados en el mundo y esperando la orden de ejecución? ¿Cuántos tendrán Rusia, China, Gran Bretaña, Francia, Israel y Arabia Saudita? ¿A qué escombros quedan reducidos el Derecho Internacional, las soberanías nacionales, las seguridades individuales y los patrimonios actuales e históricos en este mundo de hoy, con las tecnologías disponibles de seguimiento satelital? ¿En qué medida los organismos internacionales son capaces de sustentar el orden y derecho internacionales? Max Weber dijo, hace más de 200 años, que si un orden jurídico, –legítimo, legal y vigente– no dispone de la fuerza necesaria como para obligar a todos sus miembros a cumplir con ese orden si este fuera transgredido, no debería ser llamado de esa forma. Y tiene toda la razón. Hoy no hay derecho internacional válido ni derechos nacionales que puedan defender de manera eficaz normas, territorios y fronteras.

Espiados desde fuera, y hasta digital/virtualmente aniquilables instantáneamente en cualquier momento, tropas y ciudadanos de todos los rincones del mundo parecemos cucarachas esperando el chancletazo represivo, o la fumigación preventiva, muy a menudo con inconsciencia sobre ese riesgo, y sin poder ver siquiera las sombras ominosas de chancletas y esprays para intentar escapar u ocultarse. Mientras todo esto sucede, los politólogos se afanan por calcular qué influencia pueden tener algunos votos de algunas estancias en Chamizo para la ocupación del diputado número 98.

 

Breve racconto petrolero

Los antiguos y magníficos persas homogeneizaron, hasta el año 1949, el ahora nuevo territorio de Irán, dentro de una moda hegemónica que imponía democracias del tipo liberal burguesas, idealmente laicas, para sustituir a monarquías de tipo feudal, más o menos aliadas con integrismos religiosos. En ese año, 1949, en el que llega la democracia a los nuevos persas internacionalizados, el nuevo presidente electo Mohammed Mossadey se encuentra con el disparate políticamente avalado de que los ingleses, desde 1908, se llevaban el petróleo iraní (hoy la tercera reserva mundial) dejando solo el 16% para Irán. Intenta un cambio en ese estado de cosas.

Aunque usted no lo crea son los pobres ingleses lo que ponen el grito en el cielo. Quieren más ganancias. Organizan una revuelta que no funciona y un complot contra el voraz presidente; ambos fracasan y los ingleses son expulsados. Recurren entonces a dos de los ya incipientes miembros de la trilogía del mal (Estados Unidos e Israel); la CIA y el Mossad triunfan en 1953 en la Operación Ajax que derriba a tales insolentes y pretenciosos petroleros. En 1954, el proyecto de nacionalización de Mossadey es sucedido por un convenio con Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Holanda, que llevan solo el 50%, e Irán otro tanto. En definitiva, el reparto de ganancias es mejor que antes, pero Irán queda con la sangre en el ojo por no haber podido nacionalizar totalmente el crudo.

El ahora ‘número 1’ iraní, religioso, Ayatolá Alí Khomeini, pretende más, es exilado en 1964 y comanda la oposición nacional-religiosa desde afuera. En 1973 se renueva el consorcio de 1953 pero sigue habiendo iraníes que quieren más, como Mossadey a principios de los 50. Finalmente, en 1979, una revolución chiíta islámica derriba al monarca (sha) que había sido repuesto en lugar del democrático electo, y se instaura un integrismo pseudorrepublicano chiíta, gran minoría islámica, un 15% del mundo musulmán.

 

El problema iraní

Desde 1949 (o mejor desde 1979) hasta hoy, Irán es un problema de difícil solución, tanto para la mayoría occidental como para la mayoría islámica, básicamente por cuatro razones.

  1. Razones culturales-religiosas. Irán es la primera y poderosa nación de la nueva minoría chiíta (reformista, digamos ‘protestante’) frente a la histórica mayoría islámica, la sunnita, que tendrá un renacimiento conservador y radical en las últimas décadas, derivando en la inmensa mayoría de los terrorismos islámicos Al Qaeda y Estado Islámico, ambos sunnitas, a diferencia de casos minoritarios y localizados como Hizbollah, Hamás y las diferentes milicias iraníes que operan en territorios extranjeros contra la hegemonía sunní.
  2. Razones geopolíticas. Irán es una potencia integrista, sí, efectivamente, pero no tan radical en su accionar como los sunníes. De tal modo que son las élites políticas más suavemente integristas y paradójicamente las más cuestionadas por aquellos más integristas (Iraq, Siria, Libia, Irán), por una mezcla específica de razones económicas, políticas y religiosas.
  3. Razones económicas. El petróleo, el gas, los minerales y las piedras preciosas, y también las rutas comerciales terrestres y marítimas a Occidente y al interior de todo el universo euroasiático que atraviesan o son muy controladas por países no sunnitas, menos integristas.
  4. Razones étnico-culturales. Irán es un exorgulloso imperio antiguo, lo que deja huellas y expectativas (como Rusia o China, por ejemplo). Pero también es una nación básicamente semita y no árabe, como la mayoría del medio oriente e islámico.

En Irán confluyen todas estas razones religiosas, étnicas, culturales, políticas, económicas. Irán muestra todas esas confluencias pero tiene más fuerza que Palestina, los kurdos, Libia, Siria, Iraq, Líbano. Por eso es apetecido y maldecido por los políticos dominantes y los medios de comunicación hegemónicos. A no comerse entonces los paquetes de pastillas que nos ofrecen, sonrientes. Aunque, atención, no son tampoco ángeles quienes ocupan, en definitiva, sus lugares en otros ejes del mal, alternativos al principal, comandado por Estados Unidos y secundado por Israel, Arabia Saudita y sus aliados tradicionales y noveles.

Solemaini era un maestro de la planificación, el espionaje, la unificación de los propios, y la difusión y eficacia en el exterior. Obviamente no era simpático para Estados Unidos, Israel y los sauditas, con sus adláteres. Porque, en este mundo hiperconectado, hiperarmado, hiperespiado, queda poco lugar para poner la otra mejilla utopía bíblica, cosa casi jamás realizada donde hay intereses individuales fuertes o colectivos agudos. La ley y la moral ceden, más que nunca, al poder y a los egoísmos individuales o colectivos. Los valores son segundos frente a los intereses, mientras que la paz se predica tanto como se violenta y secundariza, y la hipocresía se alterna con el cinismo.

 

El derecho internacional en crisis

La ocultación de la violencia y de la retaliación entra en auge mediático y societal en red. Estamos regresando muchos siglos al ‘ojo por ojo y diente por diente’ del Código de Hammurabi, de la moralidad de la retribución conmensurable y proporcionada de las respuestas individuales sociales ante ofensas y transgresiones; y hasta retrocediendo más atrás. Esto fue mejorando levemente con los siglos, pero fue violado y revertido por lógicas de venganza indígena, por lógicas imperiales y esclavistas, y por lógicas de mafias delictivas (piratas, bucaneros, omertás mafiosas). Las lógicas actuales, por ejemplo la de Trump, retroceden a antes del código del ojo por ojo muy claramente anterior a Cristo: anuncia no solo retribución sino anticipación, y retribución desproporcionada en su respuesta respecto de la ofensa recibida. Toda la moral internacional de 25 siglos pulverizada. Todos los derechos nacionales e internacionales destrozados con gesto fiero de justo ofendido, como toda la derecha religiosa de los tres monoteísmos neoconservadores y radicales, casi terroristas. No creo en una futura conflagración internacional multilateral. Pero creo, sí, en la multiplicación, profundización y retórica enriquecida y mediatizada  de horrores y terrores ubicuos. Algo nutritivo para prensa y redes sociales, horrorizadamente fascinados mientras no les toque, y mientras puedan generar adrenalina y serotonina diciendo “¡pobre gente!”, confortados por la mala suerte de otros, mientras toman un copetín. ¿Se puede esperar una reacción masiva ante todo lo dicho? Ojalá que sí, en este año nuevo y pese a los indicios contrarios.

 

 

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