Casi 5 siglos, el tiempo que hubo que esperar para que el país más poblado del mundo y la religión monoteísta más grande del planeta retomaran la armonía espiritual y secular y el marco institucional que caracterizaron las relaciones entre China y la iglesia católica.
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Fue precisamente en 1582, durante la dinastía Ming, cuando Matteo Ricci, sacerdote jesuita, matemático y geógrafo, llegó a la “Catay” de Marco Polo y durante casi 30 años, hasta su muerte en Beijing, además de la ciencia y la cultura europea, introdujo el cristianismo y, con el apoyo del emperador Wanli , divulgó libremente el catolicismo, fundó decenas de iglesias, y, junto a otros doscientos misioneros jesuitas evangelizaron China.
Hoy es otro jesuita, el papa Jorge Bergoglio, el primero de esa Orden religiosa en la historia de la iglesia, quien anuncia la firma de un acuerdo que pone punto final al sinnúmero de desencuentros, controversias, excomuniones (religiosas y políticas) que contaminaron las relaciones entre el Dragón y la Iglesia, interrumpidas definitivamente desde 1951 cuando Mao Zedong -para quien el Vaticano era “una fuerza extranjera, occidental e imperialista”- expulsó del país al nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos.
Hasta ahora el casus belli religioso-politico de la confrontación cato-comunista ha sido el nombramiento de los obispos. China no reconocía la autoridad del papa como jefe de la iglesia católica y consideraba una injerencia política inaceptable que fuera Roma quien nombrase a los prelados en su territorio. Por su parte, la Santa Sede se negaba a que estos viniesen impuestos por el régimen chino, algo que no sucede en ningún país del mundo, cuando en América Latina eran los reyes de España y Portugal quienes designaban a los obispos de sus colonias.
Fue el propio Mao quien en 1958 impulsó la creación de la Asociación Patriótica Católica para organizar a los creyentes en el marco político institucional de la “Nueva China”. Así nacía la llamada ‘iglesia patriótica’ y fue esta y solo esta quien, en acuerdo con el Partido Comunista, nombraba a los obispos, reglamentaba el culto religioso , establecía su propia jerarquía y clero en total autonomía de la curia romana y el sumo pontífice.
A partir de entonces, la Santa Sede no reconoció y excomulgó a los obispos “patrióticos” y en cambio reconoció y apoyó a aquellos que, resistiendo los controles gubernamentales crearon su propia Iglesia clandestina, legitimada por el sucesor de Pedro con una treintena de obispos.
“Por primera vez, hoy, todos los obispos en China están en comunión con el Santo Padre, con el papa, con el sucesor de Pedro. […]Se necesita unidad, se necesita confianza, como también se necesita tener buenos obispos que sean reconocidos por el papa, por el sucesor de Pedro, y por las legítimas autoridades civiles de su país”, declaró con legítimo orgullo el cardenal Pietro Parolin, secretario de estado de la Santa Sede y artífice del acuerdo.
De ahora en más China -donde hay 12 millones de católicos oficiales y unos 40 millones de cristianos, (aunque hay quien calcula que la cifra real supera a la de los 88 millones de militantes del Partido Comunista de China)- tendrá una sola iglesia, reconocerá al Santo Padre como única guía espiritual de la iglesia católica, y por su parte, el Vaticano reconoce con efecto inmediato a los obispos excomulgados y acepta que los futuros sean nombrados de forma conjunta, seguramente propuestos por Beijing y reservando el derecho de veto al papa.
El histórico acuerdo, quizás el más importante de lo que va del tercer milenio, cuyo contenido no se ha publicado, fue suscrito por el subsecretario para las relaciones internacionales del Vaticano, Antoine Camilleri, y el viceministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Chao, y se anunció a pocas horas que el papa Francisco aterrizaba en Lituania, donde, paradójicamente, criticó las “atrocidades del régimen comunista” en los países bálticos y recordó a los sacerdotes víctimas de la persecución religiosa soviética.
La Entente con China que según Francisco es fruto de «un largo y complejo diálogo institucional entre la Santa Sede y las Autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por el papa Benedicto XVI´´, le abre a la Santa Sede las puertas de Asia, el continente, después de África, donde más crecen los fieles y las vocaciones y de la propia China que podría convertirse en 2030 en el país de mayor población cristiana del mundo, con 250 millones de creyentes.
No obstante, la reconciliación entre el catolicismo y el comunismo ha sido altamente criticada desde dentro de la misma iglesia, especialmente por las decenas de obispos que durante años han vivido en la clandestinidad y perseguidos, algunos encarcelados) por el régimen, quienes, encabezados por el exarzobispo de Hong Kong, el cardenal Joseph Zen, han atacado duramente a Bergoglio y pedido la renuncia del secretario de Estado, Pietro Parolin, al considerar una “traición inconcebible” las negociaciones.
Precisamente esos obispos y fieles chinos son los principales destinatarios de una larga carta donde el papa Francisco fundamenta los motivos que llevaron a la firma del acuerdo.
“En algunos, surgen dudas y perplejidad; otros, tienen la sensación de que han sido abandonados por la Santa Sede y, al mismo tiempo, se preguntan inquietos sobre el valor del sufrimiento vivido en fidelidad al sucesor de Pedro”, señala. «Invito en consecuencia a todos los católicos chinos a ser los artífices de la reconciliación», agregó.
Las connotaciones políticas del acuerdo entre la República Popular y la Santa Sede son tan importantes como las religiosas, especialmente para Beijing en plena guerra comercial con Washington. Mientras los EE UU de Donald Trump se empeñan en un unilateralismo a ultranza y renuncian paulatinamente a un espacio de hegemonía cultural y comercial, la China de Xi Jinping demuestra una vez más su vocación global y vuelve a presentarse con todo su “poder blando” para conquistar la escena mundial.
“Por mi parte, siempre he considerado a China como una tierra llena de grandes oportunidades, y al pueblo chino como artífice y protector de un patrimonio inestimable de cultura y sabiduría, que se ha ido acrisolando resistiendo a las adversidades e integrando las diferencias, y que tomó contacto, no por casualidad, desde tiempos remotos con el mensaje cristiano”, enfatiza el mensaje papal.
“María, auxilio de los cristianos, te pedimos para China días de bendición y de paz. Amén”, concluye Francisco su misiva.
«China está dispuesta a seguir encontrando el Vaticano para llevar a cabo diálogos constructivos, fortalecer el entendimiento y construir la confianza mutua, así como fomentar el proceso de mejora de los vínculos bilaterales”, señaló un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Caminando a Damasco el judío Pablo de Tarso se convirtió al cristianismo. Caminando por la nueva Ruta de la Seda, la Iglesia católica y el “Reino del Medio” vuelven a encontrarse. Que así sea.