El mundo asiste a la reivindicación del salvajismo depredador por sobre la política. Los forajidos que asaltaron el Capitolio instigados por Donald Trump, ahora son liberados y recibidos como héroes que recuperan las calles y redes en busca de venganza.
Elon Musk, el confeso propagador de veneno de la ultraderecha en el mundo, en escena desafiante y temeraria, homenajeó la muerte con un saludo nazi y, por las dudas, el presidente argentino Javier Milei salió a cuidarle las espaldas: "Zurdos hijos de puta, tiemblen: los vamos a ir a buscar hasta el último rincón del planeta". Los dueños del mundo, los magnates de la tecnología, se alinearon obedientes detrás de Trump y su discurso de odio desenfrenado, pero, al parecer, los milmillonarios aún quieren más.
En este contexto, resulta imprescindible pensar y generar cierta esperanza colectiva de futuro como alternativa progresista al plan de exterminio que parecen dispuestos a desarrollar los programadores del sistema.
Según la visión de Fernando Gambera, secretario general de AEBU, es hora de enfrentar la retórica del odio, ya que no se puede «normalizar» la escalada fascista. «El miedo paraliza y por tanto, debemos estar preocupados pero tenemos que actuar». Dice que hay mucho por hacer y propone construir espacios de pensamiento crítico para idear una alternativa progresista. Esto necesariamente —sostiene Gambera— deberá ser en clave de integración regional y en este sentido, está convencido que Uruguay tendrá que desempeñar un «rol ético» determinante en el progresismo del continente. Sobre estos asuntos, Gambera lleva meses conversando con José Mujica, con Álvaro Padrón, escucha con atención a Enrique Iglesias y confía en que el movimiento sindical, diversas organizaciones sociales y, particularmente, el Centro de Formación para la Integración Regional (CEFIR), serán actores determinantes para pensar y construir un nuevo paradigma de «sociedades y democracias más plenas», con mayor «equidad y justicia», «más amor y menos odio».
¿Cómo está observando la transición en Uruguay?
Fueron años complejos y creo que el resultado electoral de 2019 ya nos avizoraba un período duro para los trabajadores y los más débiles. El movimiento sindical se paró para resistir y actuó en consecuencia. Tuvimos que defender toda una serie de avances y conquistas obtenidas en los años anteriores y particularmente nos planteamos defender el poder adquisitivo y los salarios que habían crecido sostenidamente durante 15 años. Y todos nosotros teníamos la sensación clara de que comenzaba un tiempo duro. Y eso quedó comprobado rápida y explícitamente con las primeras medidas del Gobierno de Lacalle Pou, cuando, antes de la pandemia, decidió un aumento impositivo. Incluso el propio Gobierno manifestó de manera explícita y confesa que iba a priorizar a los ricos, a los malla oro, errándole a la metáfora porque ni siquiera en ciclismo los malla oro son quienes más se esfuerzan. Está claro que la pandemia fue de lo peor que nos tocó vivir, pero al mismo tiempo además fue la plataforma ideal para que el Gobierno aplicara su mandato en defensa de los intereses de las minorías más poderosas de este país. Con el paso del tiempo se fue confirmando que teníamos un gobierno con una extraordinaria capacidad para vender humo y señalar en los medios que cualquier acción cotidiana por insignificante que fuera, era la primera vez en la historia que sucedía. Relato y humo. Pero, al mismo tiempo, aplicaron su programa y modelo excluyente de las grandes mayorías. Los datos que estudiamos en AEBU exhibieron que en este período creció la acumulación de riqueza en las cuentas bancarias más grandes de este país. La políticas de este Gobierno que se está yendo efectivamente favoreció a la banca internacional en detrimento de nuestro banco país, el banco de todos, el Banco República. Se termina, además, un Gobierno que se las ingenió para no explicar los escándalos groseros, como todo lo que sucedió en la Torre Ejecutiva con Astesiano ni lo del pasaporte a Marset, ni el nepotismo, ni el acomodo de militantes en Salto Grande, ni tantas otras cosas.
Punto a favor del Gobierno, entonces...
Bueno, no sé si es un gran mérito. Pero está claro que lograron eludir consecuencias más contundentes que todos pensábamos que deberían haber pasado. Tal vez algún día debamos discutir si nosotros no logramos generar un escenario más claro, para que el humo no tapara tantas cosas. El buen desempeño que tuvo el Gobierno en construir el relato a su favor también logró que eludieran algunas facturas o no tuvieran que dar mayores explicaciones. El Gobierno no percibe una actitud autocrítica en el oficialismo que se va.
¿Cuál es la actitud que debe tomar el movimiento sindical en este tiempo de transición?
Creo que ahora es clave para el movimiento sindical y para el movimiento popular, para todas las organizaciones sociales, tomar una actitud proactiva hacia adelante. Los momentos de transición suponen ciertos créditos y compases de espera que pueden ser razonables, pero me parece que, como nunca ahora, nos hace falta en esa actitud proactiva, de discusión y debate con mucha profundidad, buscando aportes múltiples, de la academia, del resto de las fuerzas sociales y de toda la actividad de la sociedad en Uruguay, sobre la transición que hay a nivel mundial, y cómo eso inevitablemente influye sobre Uruguay.
¿El Congreso del Pit-Cnt aparece como uno de esos espacios de discusión?
Terminado el tiempo de descanso lógico de los días de enero, creo que inmediatamente debemos abocarnos a esta discusión, con elaboración de pensamiento crítico, y analizar la realidad. Sin perjuicio que el 1 de marzo se instala un nuevo gobierno, con una fuerza política que tiene algunas líneas programáticas que son auspiciosas, con la instalación de un espacio de diálogo social sobre la seguridad social —un tema al que rápidamente hay que encontrarle la vuelta— tenemos que sentarnos a dialogar. En relación a la seguridad social habrá que discutir quién paga, que es algo que se discute en el mundo, es casi de diseño lo que está en cuestión a nivel global. Si somos tres partes, trabajadores, empleadores y Estados, habrá que hacer un esfuerzo compartido, y no como decidió acá el Gobierno saliente. Creo que el movimiento sindical deberá ponerse a la cabeza de incentivar al nuevo Gobierno para generar las condiciones de un gran acuerdo nacional, se llame como se llame. Y aquí me detengo en algo fundamental: en la peor crisis social, económica y política que tuvo este país, la del 2002, el movimiento sindical fue un actor fundamental, activo, generoso, responsable, para encontrar los caminos de salida. No pateamos el tablero ni incendiamos la pradera. Fuimos determinantes en el diálogo y la búsqueda de soluciones. Ahora la situación no es la misma pero perfectamente podemos ser capaces de generar el mismo concepto —sin aquellas urgencias— pensando en una perspectiva de crecimiento y de bienestar para todos y por un tiempo prolongado, en clave de décadas de bienestar. Para mí sería clave incentivar a otros actores a que se sumen a pensar ese futuro. Nosotros somos capaces y estamos dispuestos a ser motores de ese objetivo.
Con la asunción de Donald Trump, con sus primeras medidas y señales, parece claro que el mundo asiste a una revancha de la ultraderecha más violenta y hay un reposicionamiento público, casi un elogio del fascismo. ¿Preocupa este nuevo escenario?
Trato de evitar hablar de miedo, porque paraliza. Pero no sentir un poco de miedo ante todo esto sería una irresponsabilidad. Preocupa, sí, claro que preocupa y mucho por las democracias, por la estabilidad, por los más débiles en el mundo, por los pobres, los migrantes, las mujeres, las disidencias, los trabajadores. Trump llegó y el primer día firmó más de cien decretos, casi todos ellos espantosos. A su vez, los anuncios de la salida de los EEUU de la OMS y del Acuerdo de París son señales lamentables de retroceso para el planeta. Pero además esa embestida pretende cambiar cosas de manera unipersonal. El Golfo de México se llama así y por un envalentonamiento determinado de alguien no se puede modificar. Hemos visto que los millonarios más poderosos tendrán un lugar preponderante en la administración Trump. ¿Quiénes pierden? Las grandes mayorías, que son los más débiles. La riqueza está concentrada en el 1 % y eso, lejos de revertirse, parece que se agravará. No sé si eso generará estallidos sociales, pero son interrogantes que el tiempo responderá.
Pero millones de trabajadores, migrantes, mujeres, negros e indocumentados votaron a Trump. En distintas partes del mundo los trabajadores están votando a Milei, Bolsonaro, Bukele, Orban, Le Pen, Meloni y tantos más.
En la asunción de Trump hubo una imagen que —en parte— explica o da una pista. La foto de los dueños de las compañías tecnológicas, dueños de las redes sociales y de Google. Son quienes tienen el control de la información y del discurso de odio. Con sus decisiones nos van erosionando nuestras democracias, nuestra forma de pensar, nos empujan a ciertas ideas, a tomar partido. A ninguno de ellos les interesa disimular de qué lado están.
Por ejemplo, en las cadenas internacionales y en todos los grandes medios de Uruguay, recientemente hemos visto exclusivamente entrevistas a un oficial del Ejército israelí —que es uruguayo— diciendo que ellos apuestan a la paz y a la vida y que solo se defienden. No pudimos ver ni una sola repregunta ni imagen ni testimonio de la masacre en Gaza. No vimos los hospitales arrasados, los casi 20 mil niños asesinados ni los ataques del Ejército israelí a los campamentos de la ONU. Se escucha, se ve y se recibe una voz oficial, con determinados intereses. Yo no sé si eso responde tu pregunta. Pero la manipulación es clara, cada día más las redes y los relatos de los poderosos se imponen sobre lo que viven los trabajadores, los pobres, los excluidos de siempre. Milei ganó, es cierto, pero la pobreza trepó a más del 50 %. De eso casi no se habla. Entonces hay que construir otro relato y otra política internacional. Creo que en Uruguay el rol es de los progresismos y las organizaciones sociales, en particular a la que pertenezco y perteneceré hasta que me muera, que es el movimiento sindical. No sé desde qué lugar, pero aunque no tenga ningún cargo, voy a ser militante del Pit-Cnt la vida entera, hasta el último de mis días. Y en el contexto actual, deberemos ser capaces de generar las condiciones para que Uruguay sea una plataforma de diálogo de calidad, y podamos alcanzar algunos acuerdos a mediano y largo plazo como, por ejemplo, en materia de seguridad social. Pero no solo eso, sino que esa plataforma de diálogo sea aprovechada por otros pueblos que se encuentran en conflictos. Que podamos abrir las puertas y generar ámbitos de diálogo para quienes están atravesando conflictos en Europa, Asia o nuestro continente. Que Uruguay sea el espacio para venir a conversar, para buscar acercamientos, soluciones y reducir grietas.
¿Ese espacio de diálogo político y social mayor ya se está diseñando, pensando o construyendo?
Sí, acá en Uruguay hay referencias éticas, políticas y humanas muy potentes. Es muy fuerte el peso mundial de la palabra de José Mujica o de Enrique Iglesias, por nombrar tan solo algunas referencias. Dialogamos mucho con Álvaro Padrón y se ha logrado construir mucha empatía con Lula y su equipo de gente. El Uruguay tiene espacios como el Centro de Formación para la Integración Regional (CEFIR), que es un lugar que hay que aprovechar. Y hay quienes tenemos la intención de que eso se concrete con cierto apoyo institucional desde la diplomacia del próximo gobierno. Yo no puedo hablar más que por mí, pero creo que Uruguay tiene fortalezas para exhibirlas. Y además, tiene líderes y referentes con un gran prestigio internacional. Uruguay tiene además una institucionalidad muy prestigiosa para eso. Habrá que perfeccionarla y actualizarla, pero hay experiencia en la construcción del Mercosur, hay una actitud inequívoca de integración regional y de política de inserción internacional, que no es lo mismo que política comercial ni tampoco es la diplomática profesional que debe necesariamente encaminarse desde el Ministerio de Relaciones Exteriores. Hablo de una política internacional con mayúscula, desde un ámbito claramente inclusivo de toda la sociedad.
Elevar la mirada y pensar con otra altura.
Claramente. Enrique Iglesias dice que estamos en un cambio de época. Y eso se observa incluso hasta en el cambio climático. Personalmente siento que estamos en una etapa oscurantista. Cuando escuchás a Trump o a Milei insultar y despreciar la justicia social, me reafirma que estamos en una etapa oscura. Pero la humanidad siempre supo levantarse y encontrar la forma de renacer. En el Festival de Jazz a la calle que se realiza en Mercedes, unos artistas rusos decían que Uruguay era un lugar privilegiado para estudiar y desarrollarse. El arte nos ayuda a pensar mejor. Y si nuestro país tiene cierta estabilidad económica, institucional, política, y tiene arte, tiene cultura, tiene a su gente, debemos ser capaces de lograr una mejor calidad de vida para la gente y ofrecer este espacio para quienes necesitan un entorno de diálogo y escucha. Tanto Pepe Mujica como Iglesias hablan de un nuevo paradigma para construir una sociedad mejor. Deberemos hacerlo. Pelear por el salario, por el trabajo de calidad, por la industria, las fuentes de trabajo, por la cultura, es también en defensa del amor, como dice Pepe.
¿Alguna vez imaginó este resurgir del fascismo en todo el planeta?
Nunca, imposible haberlo imaginado. Pertenezco a la generación 83 y cuando militábamos a nivel estudiantil le fuimos a patear la puerta al despacho del interventor de la Facultad de Ingeniería. En sus cajones encontramos listas de estudiantes que estábamos bajo sospecha y otros que eran directamente señalados para su captura. Las dictaduras fueron despiadadas pero no había una legitimación política pública del fascismo ni de las ideas de Mussolini o Hitler.
Hace poco conversé con un dirigente sindical alemán en Berlín y se le llenaban los ojos de lágrimas cuando veía el resurgir de las cabezas rapadas. Por todo ello creo que debemos reivindicar la política, debemos interactuar con las nuevas generaciones y esforzarnos por construir mejores sociedades. La pandemia dejó lecciones y, personalmente, me permitió ver cómo la gente se organiza y resiste. Me emociona hasta el día de hoy recordar que las ollas y merenderos en los que nuestros compatriotas iban a comer en momentos terribles tuvieron toda una primera línea de atención de gurisas y gurises veinteañeros. Algo similar sucede cada 20 de mayo, cuando son las nuevas generaciones de jóvenes quienes levantan los carteles de los desaparecidos y marchan en silencio cada año. Hay que hablar con las y los jóvenes y, si tengo chance, les diría que no les crean a los fascistas, que no hay democracia con odio, y que el odio se contrarresta construyendo amor. No les crean a las ultraderechas del odio; no va a haber ni más desarrollo personal, ni tendrán más oportunidades. Los fascistas arrasan las libertades y la posibilidad expresiva. Pero les vamos a ganar.