Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Mundo Venezuela |

Episodios del asedio

Leandro Grille, Desde Caracas, Venezuela.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

Mientras Estados Unidos continúa con su retórica amenazante y ultima preparativos para una incursión armada con el propósito de derrocar al presidente Nicolás Maduro, en Venezuela se respira calma. En Caracas nada sugiere que una guerra pudiese estallar en los próximos días. La gente hace vida normal, las calles céntricas lucen abarrotadas, los niños y los jóvenes concurren a sus lugares de estudio, el espacio público está tranquilo. En el valle de Caracas -que se extiende de este a oeste, siempre al sur de El Ávila, la imponente montaña que separa la capital venezolana del mar Caribe-, es difícil percibir la crisis humanitaria que inunda la matriz informativa mundial. Las dificultades económicas son notorias a poco de comparar los precios de los productos en los comercios con el salario medio, pero incluso en los barrios populares que se proyectan acompañando la silueta de los cerros, como una multitud de viviendas montadas unas arriba de la otra en sucesiones coloridas e interminables, la vida cotidiana de sus habitantes no se ajusta al relato dramático que se difunde en el mundo en el marco de ostensible campaña de propaganda para justificar una intervención.

El pasado sábado 23 de febrero el guion diseñado en el Departamento de Estado de Estados Unidos se cumplió parcialmente por la impresionante magnitud de los errores de ejecución que dejaron al descubierto el montaje de un incidente de bandera falsa en el puente Francisco Paula de Santander, que comunica la localidad fronteriza colombiana de Cúcuta con Ureña, en territorio venezolano. Allí fue donde, en una secuencia cinematográfica, una turba de encapuchados opositores avanzó junto a los camiones que llevaban la supuesta ayuda humanitaria, lanzando proyectiles y cócteles molotov hacia las vallas custodiadas por la Guardia Nacional Bolivariana en la cabecera venezolana del puente, impactando contra todo lo que estuviera en frente y también en los propios camiones que encabezaban el convoy, cuyo contenido ardió. Múltiples testimonios gráficos de la gente presente demostraron en tiempo real que el incendio de los camiones se produjo por acción de los manifestantes que se encontraban del lado colombiano, pese a lo cual la prensa internacional difundió la especie falsa que situaba las responsabilidad en las fuerzas venezolanas.

El resultado no pudo ser peor a los ojos de Estados Unidos y del gobierno colombiano, que dispuso que su policía nacional cubriera el avance de los encapuchados. Ni los camiones ingresaron en territorio de Venezuela ni pudieron constituir una puesta en escena creíble en condiciones de brindar legitimidad política a una acción de envergadura militar. Por el contrario, hasta sus aliados más estrechos en el Grupo de Lima se pronunciaron el siguiente lunes 25 de febrero en Bogotá, en presencia del secretario de Estado, Mike Pence, y el secretario de la OEA, Luis Almagro, contrarios a una “aventura” militar, término especialmente elocuente utilizado por el general Mourao, vicepresidente de Brasil, para calificar un acto de intervención bélica iniciado desde el exterior.

La magnitud del fracaso de la operación del 23F se profundizó en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, donde Estados Unidos intentó por segunda vez promover una declaración y se enfrentó cara a cara con la posición férrea de Rusia y China, dos de las naciones con poder de veto. El discurso del embajador ruso fue lapidario: catalogó de impostor al diputado Juan Guaidó, autoproclamado presidente el 23 de enero, fecha aniversario de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, reconocido por Estados Unidos y sus aliados de América Latina y Europa, y cruzó al gobierno de Donald Trump por fabricar una provocación contraria al derecho internacional en la fronteras venezolanas bajo el pretexto de ingresar ayuda humanitaria en convoyes, cuyo contenido, aun en el caso de coincidir con el declarado, no alcanza ni a una mínima fracción de lo que sería necesario para una población del tamaño de la venezolana.

Mientras tanto, en Venezuela el chavismo siguió ganando la calle y convocando actos multitudinarios en todos los Estados del país. El propio sábado 23 de febrero, en Caracas, se realizó una manifestación gigante en la avenida Urdaneta, en la que el presidente Maduro desafió por segunda vez a Guaidó a cumplir con lo establecido por el artículo 233, que el diputado invocó para autoproclamarse, en el que se establece de forma taxativa e impostergable que el presidente que asume el interinato en el contexto de esa norma debe convocar a elecciones antes de los 30 días siguientes. Guaidó ignoró el desafío de Maduro y apenas atinó a postear en las redes sociales que era tiempo de echar la carta de la intervención. A la vez, diversos trascendidos de la prensa internacional revelaron la desazón del gobierno de Estados Unidos y el reproche de Pence a Guaidó en Bogotá porque no se había cumplido el pronóstico de la oposición de una fractura en las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas, que de 300.000 efectivos apenas mostró una deserción de 300 hombres, entre los que hay que contar cocineros, agentes de bajo rango y agregados militares en el exterior. En suma, un escisión minúscula e insignificante, próxima a la nada.

El raid de movilizaciones del chavismo no terminó y el miércoles 28, en conmemoración del 30º aniversario del Caracazo de 1989, una nueva multitud impresionante se concentró frente a Petare, la barriada popular más grande de América Latina, en un acto de características particulares porque se desarrolló en el este de la ciudad de Caracas, lugar poco elegido por los chavistas para realizar sus demostraciones, porque implica atravesar las zonas residenciales del este, donde se concentran las clases más acomodadas y, por ende, más proclives a la oposición. Ni una sola manifestación opositora se produjo en los últimos días. La mayoría de la oposición más radical se encomienda a la voluntad de Trump, no ocultan su deseo de ser invadidos por la potencia y subestiman la debacle humanitaria que causaría una guerra. Pero, del otro lado, la mayoría de la sociedad venezolana aspira a una solución pacífica, dialogada y el chavismo ha recobrado fuerza, capacidad de movilización de masas y, haciendo a un lado sus propias diferencias internas, expone un grado de abroquelamiento que parece inquebrantable ahora que el enemigo, el verdadero enemigo que constituye Estados Unidos, muestra los dientes. No parece haber condiciones para una guerra a corto plazo, pero si hay una invasión, Venezuela está en condiciones de ofrecer una resistencia majestuosa desde las fuerzas armadas hasta el territorio más recóndito de los barrios, donde las fuerzas sociales del chavismo se aprestan para dar batalla.

Temas

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO