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Mundo

Haití, la intranquilidad permanente

La pandemia ha agravado aun más la crisis en que vive sumido el país que ocupa un tercio de la isla La Española. Desde setiembre de 2019 se han desarrollado con mucha fuerza una serie de protestas en contra del gobierno de Juvenal Moïse, presidente que se niega a abandonar el cargo e insiste en que debe ocuparlo hasta 2022, mientras que los sectores sociales lo instan a que abandone de inmediato.

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Febrero inició con una nueva agitación social en Puerto Príncipe. Sindicatos, organizaciones sociales y sectores no agremiados han paralizado la principal ciudad de Haití, además de varias regiones hacia el interior. Las demandas de los manifestantes confluyen desde 2019 en una sola exigencia: Juvenal Moïse debe renunciar.

Existe un debate jurídico sobre el tiempo de vigencia de la presidencia de Juvenal Moïse, pues su nombramiento se dio a partir de la anulación de las elecciones de 2015, que fueron repetidas en 2016, iniciando su período presidencial en 2017. De acuerdo con los sectores sociales, el período de Moïse debe terminar este 7 de febrero según el calendario electoral de 2015. Por su parte, el presidente en ejercicio dice que, según la constitución, el período presidencial en Haití es de cinco años, por lo que, si inició funciones en 2017, debe permanecer en la presidencia hasta 2022.

Pero la razón de las protestas no tiene como piso un debate meramente jurídico sobre tiempos de gobierno. Las ya difíciles condiciones de Haití bajo el mandato de Juvenal Moïse se han pauperizado de una manera vertiginosa. Desde antes de la pandemia las condiciones de vida en Haití han sido muy complicadas; ha sido catalogado como el país más desigual del mundo en diferentes oportunidades, y aunque a veces es superado por lugares como Sudáfrica o Colombia, nunca ha bajado de ese triste top 3.

Aunque las condiciones de vida de esa parte de la isla han sido casi siempre muy complicadas, la última etapa ha sido especialmente tensa, ya que a la pobreza característica se le han sumado fenómenos como la delincuencia común desbordada, la delincuencia organizada que ha hecho del secuestro un mal endémico, y como si esto fuera poco, bandas de paramilitares que atacan a sindicatos y manifestantes han terminado de llenar la copa de la ciudadanía.

El índice de respaldo de Juvenal Moïse no llega al 20% y los únicos que apoyan su permanencia en la presidencia son la tristemente célebre OEA y el gobierno de Estados Unidos, que han buscado la manera de presionar su permanencia al mando del país.

Es importante tener en cuenta que uno de los factores que profundizó la crisis en que vive el país fue el terremoto de 2010, cuando en 38 segundos, el 70% de la infraestructura se vio afectada y cerca de 300.000 personas quedaron sepultadas bajo los escombros. El mundo entero se volcó en solidaridad con el país que siempre se supo en estado de abandono y heredero de los habitantes descendientes de aquellos que fueron secuestrados de su África natal y esclavizados durante la colonia.

Las ayudas se apilaron en el aeropuerto y los eventos en solidaridad tuvieron diferentes dimensiones. Millones de dólares producto de la solidaridad se dirigieron hacia la maltrecha Haití, pero según Ricardo Seitenfus, diplomático brasilero en ese país, solo el 1% de esa solidaridad llegó a efectivamente a la población de la isla.

El terremoto mostró el descarnado rostro de fenómenos como el turismo de solidaridad o turismo ONG, donde organizaciones de papel fueron a la isla por algunos días (horas incluso) a tomarse fotos y videos haciendo tareas de rescate y solidaridad, incluso en lugares donde no eran necesarias y regresarse a sus lugares de origen con una buena cantidad de recursos en los bolsillos.

Se reportaron casos como los de varios médicos residentes en Miami que viajaron en sus aviones privados, hicieron intervenciones clínicas sin plantear seguimiento alguno y se regresaron algunas horas después. Durante semanas, Haití fue tierra de nadie, no había representantes del estado por ninguna parte y no había interlocutores válidos para las entidades que sí estaban cumpliendo con su tarea solidaria.

El desastre generado por el terremoto fue poco comparado con el desastre de la corrupción generado después. Todo esto bajo el interesado y vigilante ojo de Estados Unidos, que ha preferido presionar para que ese país permanezca sumido en la miseria, que permitir el surgimiento y avance de propuestas alternativas.

La pandemia agravó esta situación, porque además de la parálisis de la ya paralizada economía, han venido creciendo las manifestaciones de delincuencia organizada y común en un país cuya expectativa de vida casi no llega ni a los 50 años. Entre otras cosas porque debido a la falta de educación, una gran parte de la población cayó en la trampa de considerar la pandemia como una farsa y no tomaron medidas adecuadas. En este caso el aislamiento y bajo nivel de turismo que ha experimentado la isla durante décadas ayudó a que la pandemia no llegara con la misma agresividad que en otros lugares.

El 7 de febrero, día en que Juvenal Moïse debería dejar la presidencia, seguramente estará marcado por las protestas y la agitación social, que poco a poco ha logrado generar escenarios de encuentro en un movimiento social que también ha sufrido las consecuencias de una realidad tan cruda como la que ha heredado el primer país libre de las colonias al sur del río Bravo.

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