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Hong Kong: un país, dos sistemas

Por Daniel Barrios.

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Este domingo, en lo que fue el undécimo fin de semana consecutivo de protestas antigubernamentales, cientos de miles de manifestantes vestidos de negro volvieron a concentrarse, esta vez pacíficamente, en la céntrica Plaza de la Victoria de Hong Kong.

Las protestas comenzaron en junio, cuando más  de un millón de personas, en un territorio donde habitan siete millones y medio de habitantes, se lanzaron a las calles contra un proyecto de ley de extradición de delincuentes hacia China (y otros países), cuyos opositores temían pudiera ser utilizado para trasladar a los activistas políticos a territorio continental, donde muy seguramente serían condenados.

A pesar de la decisión de aplazar sine die el envío del proyecto al Poder Legislativo local, los opositores no abdicaron y fueron incorporando sucesivamente nuevas reivindicaciones (un verdadero sufragio universal, la amnistía para los manifestantes arrestados, la renuncia de Carrie Lamla, jefa del Ejecutivo local, una investigación independiente sobre la actuación policial, hasta la derogación del término “revueltas”), desatando la peor crisis política -y el mayor desafío popular jamás enfrentado por el líder chino, Xi Jinping-, desde que Hong Kong , después de 150 años,   dejó de ser colonia británica el 1º de julio de 1997 y volvió a ser parte de China.

A partir de esa fecha, el que hoy es uno los principales centros financieros y comerciales del mundo, pasó a ser -al igual que la excolonia portuguesa de Macao- una Región Administrativa Especial de la República Popular China, y según su constitución especial, la “Ley Básica”, cuenta con sus propios poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y mantiene un “alto nivel de autonomía, excepto en defensa y relaciones exteriores”, en poder del Estado central.

No obstante, solamente la mitad de la Asamblea Legislativa de 70 miembros es elegida por sufragio universal y el jefe del Ejecutivo, preseleccionado por el Partido Comunista de China (PCCh),  es elegido mediante votación secreta por un colegio de grandes electores de 1.200 personas, compuesto por representantes gremiales y empresarios.

Si bien es cierto que “a Hong Kong lo gobiernan los hongkoneses”, en realidad lo hacen, como dijera Deng Xiaoping, los “patriotas hongkoneses”, que, según la ley aprobada por la Asamblea Nacional del Pueblo de China, deberán demostrar el “amor a su país (China) y su amor a Hong Kong.

La isla es, desde entonces, un híbrido con autonomía administrativa, pero con muy escasa autonomía política y una dicotomía en lo económico, lo social y lo político.

Ni la virulencia de las actuales protestas ni la reacción de las autoridades locales y el gobierno central pueden ser entendidas sin tener en cuenta este sui generis ordenamiento institucional y administrativo.

Dicho de otra manera, el casus belli, el verdadero objeto de la contienda, no son las reivindicaciones reclamadas por los opositores al régimen, sino la fórmula “un país, dos sistemas” (yiguo liangzhi), el concepto propuesto (e impuesto) por Deng Xiaoping como base de las negociaciones con Reino Unido para la reincorporación de Hong Kong a la República Popular China, que culminaron en el acuerdo firmado en 1984 por los primeros ministros Margaret Thatcher y Zhao Ziyang (el mismo que siendo luego secretario general del partido fuera expulsado del PCCh en 1989 por su apoyo a las manifestaciones de la plaza de Tiananmen).

La fórmula sintetiza un doble concepto: por un lado, la unidad indivisible de China y, por otro, la aceptación que dentro de ese Estado chino unificado coexistan sistemas económicos y políticos diferentes: el socialismo de la república popular y el capitalismo en ciertas regiones del país.

“Estamos dispuestos, junto con varios sectores de la sociedad hongkonesa, a echar la vista atrás al transcurso inusual de Hong Kong en los últimos 20 años, sacar conclusiones de esta experiencia, mirar al futuro y asegurarnos de que ‘un país, dos sistemas’ es estable y tiene un futuro a largo plazo”, había  señalado Xi Jinping el 1º de julio de 2017 en su primera visita como presidente a Hong Kong para celebrar el 20º aniversario de su recuperación.

Es aquí, y en ningún otro lugar, que hay que buscar la clave del conflicto que hoy enfrenta al movimiento prodemocracia del Frente Civil de Derechos Humanos que brega por una democracia “estilo occidental” y a “los patriotas hongkoneses”, que, fieles a su presidente , custodian a fin que el principio de “un país, dos sistemas” sea “estable” y tenga “un futuro a largo plazo”.

Para Beijing, las protestas y movilizaciones de las últimas semanas -que desembocaron en la primera huelga general en 50 años, ocuparon el parlamento, ultrajaron la bandera y otros símbolos patrios, paralizaron por dos días el aeropuerto de la excolonia con casi 2.000 vuelos suspendidos y convirtieron la ciudad en una batalla campal- tienen un indisimulado objetivo secesionista y su verdadero enemigo no es el gobierno del territorio; es el principio “un país dos sistemas” o, lo que es lo mismo, la unidad territorial, política y administrativa del gigante asiático.

Solo en este contexto se entiende el durísimo aviso de la Oficina de Asuntos de Hong Kong y Macao del gobierno chino, advirtiendo a los manifestantes que “no jueguen con fuego”, y su decisión de llevar ante la justicia a los “criminales” que están detrás de las protestas en la ciudad.

“Me gustaría advertir a todos los criminales: nunca juzguen mal la situación y confundan nuestra moderación con la debilidad”, declaró la semana pasada el vocero del organismo que forma parte del Consejo de Estado.

A buen entendedor, pocas palabras, y dos días después -calificando de “terroristas” las acciones de los manifestantes-, el gobierno concentró miles de unidades militares del Ejército Popular de  Liberación en Shenzhen, la ciudad china al otro lado de la frontera, a menos de 40 kilómetros de la antigua colonia británica.

El gobierno y el partido aceptaron el reto y se preparan para un duelo a última sangre porque son precisamente el honor y el orgullo nacional los ofendidos y es el modelo de país el repudiado.

Son el orgullo y el honor por que la pérdida de Hong Kong a manos del Imperio Británico como consecuencia de la Guerra del Opio marca el inicio del tristemente recordado “siglo de humillación”, el período del “desmembramiento” de China imperial por las invasiones, guerras y trágicas derrotas a manos de los imperios británico, japonés, ruso y alemán.

China tuvo que esperar 100 años, hasta el establecimiento de la República Popular el 1º de octubre de 1949, para escuchar a Mao Zedong proclamar, desde lo alto de la plaza de Tiananmen, que finalmente “el pueblo chino se ha puesto de pie”. Es por eso que la devolución  de Hong Kong fue para China mucho más que la recuperación de un territorio que le pertenecía; fue el símbolo de la recuperación definitiva de su dignidad nacional.

Para las autoridades, lo que hoy está en juego es la unidad y continuidad del Estado, que, en el caso de China, más que un Estado nación es un Estado civilización, donde el modelo “un país, dos sistemas” es una de sus máximas síntesis y una expresión institucional, económica, política y cultural de un Estado que representa no solo un territorio histórico o una lengua o grupo étnico en particular, sino una entera civilización.

“La historia de China como Estado nación se remonta tan solo a 120-150 años: su historia como civilización se remonta a miles de años”, afirma el prestigioso sinólogo inglés Martin Jacques en su libro Cuando China gobierne el mundo.

A diferencia de los Estados naciones occidentales, durante más de 2.000 años, los chinos se consideraron a sí mismos como una civilización más que como una nación. Las características definitorias de China hoy en día, y que le dan su sentido de identidad, emanan no del siglo pasado, sino de los dos milenios anteriores que la moldearon como un Estado civilización, con su particular e intransferible relación entre el Estado y la sociedad, una noción muy propia de la familia, el culto ancestral, los valores confucianos, la red de relaciones personales, su lenguaje, con su relación inusual entre la forma escrita y la hablada.

El principio “un país, dos sistemas” nunca podrá ser entendido a la luz de los valores occidentales,  donde el principio rector es “un Estado nación, un sistema”, como quedó demostrado con la unificación de Alemania en 1990, que significó la imposición de la República Federal y la desaparición de la hasta entonces República Democrática.

Por el contrario, un Estado civilización puede y debe abarcar en su seno la diversidad: “Una civilización, muchos sistemas”. Esto es precisamente China y así debe ser interpretado el conflicto de Hong Kong. Todos esperamos que se restablezca el diálogo y se encuentre una solución consensuada a este conflicto, pero debemos ser conscientes de que, para las autoridades chinas, su identidad como nación no es negociable.

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