Amanecí el domingo pasado con la noticia de que a “alguien” se le ocurrió tomar y replicar una foto en la que aparece disfrazada de combatiente la hija de Óscar Andrade. La motivación de esa persona residió en el deseo de hacer circular la versión de que la jovencita en cuestión estaba portando una ametralladora verdadera. El que busca con un objetivo claro algo encuentra porque así lo ha decidido. Si no lo encuentra naturalmente, fuerza el hallazgo, como en este caso, porque es claro que aquí hubo una planificación decidida. Esa persona estaba buscando “algo” con lo que atacar, “algo” con lo que preparar una hondonada descalificante hacia el precandidato.
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El filósofo y pedagogo argentino Carlos Skliar dice que “a cada época le corresponde un modo peculiar, plural y multiforme de decirse y desdecirse. Las épocas no son otra cosa, al fin y al cabo, que esfuerzos desmesurados por percibir la relación con el mundo y de vivir en este, como se pueda o como se quiera […] gozamos o padecemos una época que inventa o fabrica modos de hacernos gozar o padecer, pasamos el tiempo mientras el tiempo pasa”.
Nuestra época es la de las noticias falsas y la de la multiplicación masiva e incontrolable de las mismas a través de las diversas redes sociales. Es la época de la información irresponsable, y en esta “salsa”, padecer o gozar, como dice Skliar, como se pueda o como se quiera, aunque en general prevalece lo primero sobre lo segundo.
En esta ocasión, lo que impresiona como imperdonable es entrometerse en la vida de una jovencita solamente porque es hija de un precandidato a la presidencia de Uruguay
Desde la publicación de la foto en adelante se desencadenó una catarata de juicios y pareceres para todos los gustos. Diríamos que es posible, entonces, hacer una clasificación grosso modo de los que aparecen como comentaristas en el escenario de las redes sociales, la cual les presento a continuación. A los primeros les denominaré los “toscos”. Son todos aquellos que intentan hacer creer al desprevenido que lo que esta adolescente portaba en la foto es un arma verdadera. Si bien es cierto que es un verdadero disparate, no hay que despreciar su actitud porque hay mucha gente a la que le queda resonando ese primer titular que escucha; son personas que no problematizan sobre lo insólito y ciertamente falso de la situación y se quedan con la primera versión circulante. La estrategia rinde porque además de captar incautos hay un conjunto de personas que en estos tiempos de mentiras y posverdades consideran de mayor valor lo que ellos creen y desean que la búsqueda de la verdad para constatar lo que verdaderamente sucede.
El segundo grupo está conformado por los “seudopsicólogos”, aquellos con tono más atinado, que aun reconociendo que se trata de un disfraz, intentan explicar que la elección del mismo no es una casualidad pues expresa el adiestramiento especial que con respecto a la revolución y la guerra ha recibido desde que ha llegado al mundo esta jovencita. Son los que además culpan a los padres por haberla dejado “subir” esa foto, en definitiva son los que intentan desviar la atención haciéndose los prudentes a la hora de opinar, pero logrando con ese tono poner la responsabilidad en lo que hizo la víctima. De esa manera logran centrarse en la figura dañada, pero no para protegerla o defenderla, sino para fortalecer el discurso y la actitud de los agresores, pero siempre tratando de impresionar como que no es así. Es un juego que suele dar buenos frutos porque los humanos tenemos la tendencia a buscar una explicación a lo que ha ocurrido poniendo el acento en la víctima. Es el mismo razonamiento que se aplica por parte de muchas personas frente a las violaciones sexuales, instancias en las que nadie condena al victimario pues la conversación suele centrarse en la indumentaria de la víctima, en el lugar y la hora en la que estaba sola o acompañada, porque todas las circunstancias se acomodan para culparla. En este caso, hay que escuchar que algunos digan que esta adolescente no debería haber subido esa foto, que hay que cuidar lo que cada uno exhibe en las redes, que los padres no debieron permitírselo. Nadie recuerda que hubo personas que recorrieron impunemente el “muro” de una joven para “robarle” una imagen e interpretarla descontextualizadamente.
El tercer grupo, para mí, lo constituimos los “sencillos”, los que sabemos que se trata de una adolescente llevando adelante una de las acciones más naturales y reiteradas en cada generación: disfrazarse y hacerlo como una acción propia de ese tiempo de la vida con el único objetivo de la diversión y el disfrute.
Hay en esta situación muchas cuestiones preocupantes. ¿Qué esconde esta falsa “denuncia”? Además del odio a un representante político a través de lo que más nos duele a los humanos, que son nuestros hijos e hijas, también está presente el prejuicio con el que siempre cargan los jóvenes en esta sociedad ingrata, que los culpabiliza siempre, que tiene una actitud tan condenatoria y mentirosa en forma tan frecuente que se va naturalizando.
Vivimos en la sociedad de la mentira consentida. La sociedad que no sabe ver en sus niños y adolescentes su mayor tesoro. La sociedad que está, por tanto, hipotecando su propio desarrollo.