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Juicio a Trump: una farsa ejemplar

Por Rafael Bayce

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Lo que sucedió en los últimos días con el «juicio a Trump» debe ser catalogado de farsa jurídica, de simulación de una racionalidad y normatividad legal que rige las decisiones en naciones con democracias republicanas. En definitiva, lo que se vio fue un carnaval legislativo, en medio de la némesis de la política y de la democracia republicana representativa en que nos estamos sumergiendo aceleradamente. Todo esto demuestra que la fuerza, el poder y los intereses comandan las grandes decisiones, y no la razón, ni la ley ni los valores, tan secundarizados como invocados como rectores en continuas gárgaras tragicómicas durante todo el proceso.

Tan anunciado estaba el veredicto de su inocencia por el Senado (el definitivo), como el de su culpabilidad por los representantes (provisorio). Porque lo que importaba era la mayoría partidaria de la cámara en que se tratase -demócrata en Representantes; republicana en el Senado- y no los alegatos demócratas de culpabilidad ni los republicanos de inocencia. Los encendidos y leguleyos argumentos con los que muy bien pagados juristas y representantes fatigaron a legisladores, periodistas y teleaudiencia fueron absolutamente irrelevantes. Y el resultado mediático fue lapidario, configurando un gran fracaso de rating, pese a que los canales y cadenas trataban de fingir expectativa por el resultado, como si fuera la final del Super Bowl.

Una farsa obscena

Antes que nada, que no se crea que estábamos o estamos a favor de la conducta política y el modus operandi de uno de los más repugnantes seres humanos de una especie en la que por cierto abundan casos como el suyo. Las faltas de las que fue acusado e inocentado, simplemente por mayoría política, independientemente de su imputación legal, merecen amplias dudas morales, más aun viniendo de quien vienen: de un mentiroso y amoral personaje, trágicamente apoyado por casi 50% del electorado y más de 50% de los legisladores del mayor país del mundo, líder y faro de las supuestamente libres naciones del orbe. Bullshit, nada de eso.

El neoimperio estadounidense, que vocingleramente corea su liderazgo en la defensa de la razón, la ley y los valores, ha dado una obscena muestra de que la fuerza, el poder y los intereses pueden más, de que si la fuerza y los intereses siempre comandaron la jerarquía cibernética de control de sus conductas como sistema de dominación y de hegemonía, el nudo del poder las comanda en lo interno, desde lo que es un fenómeno central de las sociedades, la política y las democracias: la multirreificación de los indicadores de evaluación del sistema.

Control de democracias y métodos de decisión

Permítasenos una breve digresión aclaratoria. El concepto de Talcott Parsons de ‘jerarquía cibernética de control en sistemas abiertos vivos’ es una genial y precoz aplicación de la teoría general de sistemas a los sistemas abiertos (en intercambio con sus entornos) y vivos (biológicamente comandados por su funcionalidad sistémica más que por su determinismo como objetos físico-químicos materiales).

En el caso de los sistemas sociales, son, además, sistemas de acción metafuncionales, simbólica y teleológicamente orientados. O sea que los criterios y prioridades que los sistemas sociales adoptan para tomar sus decisiones de respuesta a los estímulos de sus entornos -externos e internos- son simbólicos y finalistas, metadeterministas y metafuncionales: del orden de los fines a perseguir, de los valores morales y estéticos a encarnar.

En la jerarquía cibernética de los criterios en base a los cuales orientan preferencialmente su conducta, los sistemas abiertos y vivos sociohumanos, la fuerza, el poder y los intereses se sobrepondrían a la razón, la ley moral y sustantiva y a los valores desinteresados. Y esto es una comprobación de decadencia y némesis de los criterios de acción y retroacción de los sistemas sociohumanos, de los cuales ‘la multirreificación de los indicadores de funcionamiento de los sistemas humanos’ (por ejemplo: política, democracia) es un ejemplo conspicuo.

Las mayorías como criterio para adoptar decisiones en caso de que no se obtuviera consenso sustantivo después de un tiempo de deliberación fue un requisito para adoptar decisiones sobre temas urgentes o que necesitaban de un tiempo de respuesta que debía ser menor que el que llevaría la convicción sobre consensos argumentales. Entonces, sin llegarse a consenso sobre algo que exigía decisión, el criterio práctico de la ‘mayoría’ llenaba esa necesidad de urgencia que el consenso argumental parecía no augurar.

Pues bien, con el tiempo, este criterio práctico y secundario de resolución de debates y de toma de decisiones fue dibujando una inmoral o más bien amoral- voltereta: ¿para qué debatir, si al final se recurrirá al voto mayoritario? ¿No será más expeditivo, eficaz y eficiente conseguir mayorías -por los medios que fuese, comprando voluntades, etc.- que construir argumentos para debatir? El criterio secundario de decisión, que era la mayoría votante, se vuelve el inmoral método primario y básico de decisión que subordina el sano estudio del tema, la elaboración de argumentos técnicos, morales y sustantivos para su debate y decisión. Se ha reificado un recurso práctico secundario de decisión en modus operandi básico de hacerlo.

El caso Trump

Las mayorías acusatoria en Representantes y absolutoria en el Senado, en el ejemplo del juicio a Trump, se construyeron independientemente de argumentos jurídicos y morales; solo por interés político electoral.

Lo mismo sucede con el voto del demos; ya interesa cada vez menos informarlo y darle argumentos técnicos, morales y sustantivos para que decida su voto. Todo se reduce en el juego democrático a convencer para que el votante haga x y que no haga z, recurriendo más a emociones y sentimientos hasta de la profundidad psíquica inconsciente que a argumentos de retórica racional (aquí la judicialización mediática de la política, de la cual la farsa contra Trump es ejemplo fuerte); memes virales en las redes sociales, y flashes en Twitter construyen las mayorías hoy. Por eso merece admiración el profético temor de Max Weber de 1917, cuando veía que las democracias que parecían tender a convertirse en “populismos carismáticos”, en los que la decisión mayoritaria se busca por sí misma, más alcahueteándola que ilustrándola, y no como resultado de una deliberación con argumentación técnica, sustantiva y moral, por convicción racional moral, sino realmente por medio de una mera atracción por seducción carismática e introyección de intereses (aquí el terrible papel del marketing, la propaganda y la moda).

La jerarquía cibernética de control de los sistemas abiertos y vivos sociohumanos retrocede, la política y la democracia sufren decadencia y némesis, de los cuales la elección de Trump y su farsesco y derrotado intento de impeachment son vívidos y tragicómicos ejemplos que deberían leerse en esa clave. La reificación de los indicadores sociopolíticos, concomitante de esa decadencia y némesis, eleva el criterio de la obtención de mayorías, de mecanismo secundario urgente de decisión en fin primario de la práctica político electoral; la fuerza, el poder y el interés ascienden en la jerarquía cibernética de control de las acciones sistémicas sociohumanas.

Goles demócratas en contra

Estados Unidos lidera la destrucción de democracias que no sean amigas sumisas en el mundo; y también lidera el deterioro de la suya interna. Pero vociferando lo contrario, montando un tinglado de debate jurídico y moral donde solo había intereses político electorales. Algunos senadores, más cínicos que la hipócrita mayoría, declararon que tenían todo decidido antes de oír los argumentos en el proceso. Y lo peor, haciéndose un gigantesco gol en contra: difamando a Trump dentro de las mejores técnicas de juridización mediática de la política, y acusándolo frondosamente, para terminar absolviéndolo y alimentando su candidatura a la reelección, ya que puede ahora potenciar su inocencia final, complementaria a su carácter de víctima sacrificial en moderna caza de brujas.

Los demócratas han actuado (y protagonizado) un nuevo y progresivo capítulo de la némesis y decadencia de la política y la democracia, afirmando querer defenderlas, mediante la difusión global de una farsa que no tuvo rating ni siquiera en Estados Unidos. Además de haber contribuido, con ello, a la reelección de aquel a quien querían perjudicar político electoralmente. Negocio redondo. Felicitaciones.

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