¿Puede el charlatanismo revestirse de la legitimidad de una plataforma política? La respuesta es sí. Basta con mirar la precampaña electoral francesa que avanza hacia las elecciones presidenciales de 2022 para ver, no creer y luego admitir, con ese estoicismo de lo inevitable, que el charlatanismo ejerce una atracción arrolladora.
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Algunos candidatos presidenciales, en particular el ultraderechista Eric Zemmour, hurgan las redes para propagar las frecuencias más altas que circulan.
Todo vale y todo se puede llegar a convertir en verosímil, incluso lo más irreverente. A la excandidata del partido demócrata de Estados Unidos, Hillary Clinton por ejemplo, le tocó el famoso “pizzagate”. Se trató de una teoría conspirativa que denunciaba la existencia de una red pedófila dirigida por el entorno de Clinton cuyo centro de operaciones se encontraba en los subsuelos de una pizzería de Washington.
Al presidente francés, Emmanuel Macron, le cayeron unas cuantas. La última teoría difundida a través de los circuitos de la extrema derecha –herencia de Donald Trump– alega que su esposa, Brigitte Macron, es en realidad un hombre llamado Jean-Michel Trogneux y que luego cambió de sexo y de nombre.
Resulta increíble creer que la gente crea en esas cosas, pero muchos las aceptan con una fe providencial. La misma convicción del crepúsculo de Francia lleva años atormentando a una franja mayoritaria de la sociedad (65%), porcentaje que, si se lo observa según las opciones de voto, es abrumador entre los electores de la derecha: 78% entre quienes votan a la derecha de Los Republicanos, 80% la extrema derecha y 39% de quienes adhieren a la candidatura y al movimiento de Macron, La República en Marcha. Los electores asocian la supuesta decadencia francesa con la inmigración.
En ese amplio hueco de pesadumbres por lo que fue y ya no sería se escurre un candidato como el ultraderechista Zemmour. El portavoz de la nostalgia, del pasado, de la desaparición de Francia, de la sustitución del país por los inmigrados musulmanes y del fin de un pasado grandioso cosechó en tierras labradas por otros sectores de la extrema derecha. Su narrativa electoral es un tango lastimoso que remite obsesivamente a tiempos marchitos.
La sociedad parece encerrada en dos sentimientos: el pesimismo social –toda transformación colectiva del presente es imposible), y el pesimismo cultural –malestar y sensación de ocaso, de pérdida, de dilución.