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Editorial

La penúltima puñalada a Wilson

Por Linng Cardozo.

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Caras y Caretas Diario

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Entre pecho y espalda; una suerte de rencor metido ahí mismo en las entrañas. “Puedo superar todo, dar gobernabilidad, transar con los militares, pero con el Goyo ni esto”, dijo alguna vez Wilson Ferreira Aldunate en una salita del semanario La Democracia por aquellos días en que se negociaba la Ley de Caducidad.

El Goyo -eterno aspirante al sillón presidencial de la dictadura- era propietario de un enorme desprecio por Wilson, entre cosas persiguió a Wilson en el exilio y el punto más alto de esa rivalidad fue cuando el líder blanco volvió al Uruguay y fue detenido. Preso por el propio Goyo.

 

EL BOLSILLO CASTRENSE

El llamado «Operativo Conserva» fue una maniobra comercial urdida entre algunos militares y algunos civiles. La pata civil estaba directamente vinculada con la base social del golpe de Estado: el latifundio ganadero, la banca y frigoríficos. La operación se desarrolló entre los años 1981y 1982 en la que participaron los que luego fueron identificados como “la triple A uruguaya”: el empresario cárnico José María Alori, titular del Grupo Alori; un terraniente y ganadero de apellido Arigón, allegado a Álvarez cuando este estaba al frente del Regimiento de Caballería Nº 7, apostado en Santa Clara de Olimar, y la tercera “A” corresponde a Álvarez, el Goyo.

Fue una manganeta. El trío se enfundó 13 millones de dólares y el Estado -ese truhán despreciado por la casta empresarial del libre mercado- perdió 16 millones de dólares. (Además de operaciones bancarias que trajeron la compra de carteras por parte del Estado). Uruguay tenía un gran stock ganadero que nadie iba a comprar. Entonces se habilitó a exportar ganado en pie a Argentina para procesar allá, luego transformado en corned beef para que volviera enlatado a Uruguay. Posteriormente, el MGAP asumía la obligación de comprar el producto e intentar venderlo al exterior aunque el rédito oculto estaba en que la totalidad de las ganancias iba para los grupos económicos que intervenían en la maniobra. Hermoso.

Pero entre los militares no había unanimidades. Las pujas de poder -de las que no hablan los libros de las “Fuerzas Armadas al Pueblo Oriental”- estaban a la orden del día. En el Instituto Nacional de Carnes (INAC) estaba el mayor Armando Méndez. Este -ahora preso por torturador- se había pronunciado sobre el operativo. Dijo que la operación era “inconveniente” porque el precio final de adquisición del corned beef era superior al de su posible colocación internacional y que la conserva no procedía del ganado exportado. Tras esta afirmación, Méndez fue desplazado y el INAC pasó a estar comandado por un coronel. Se instaló un Tribunal de Honor, Méndez hizo sus descargos -prendió fuego a un pueblo- y ahora el ministro de Defensa se sentó arriba de las actas de aquel tribunal aduciendo que había temas “personales y comerciales” que no tenían nada que ver con los derechos humanos.

 

LOS DELITOS ECONÓMICOS AFUERA

 

En 1986 se aprueba la Ley de Caducidad, bajo fuerte presión de los militares que no querían que sus actos por la patria fuesen juzgados. Faltaba más; el honor estaba en juego.

En el artículo 1º de esa ley se establece que “ha caducado el ejercicio de la pretensión punitiva del Estado respecto a los delitos cometidos hasta el 1º de marzo de 1985 por funcionarios militares y policiales, equiparados y asimilados por móviles políticos o en ocasión del cumplimiento de sus funciones y en ocasión de acciones ordenadas por los mandos que actuaron durante el período de facto”.

Enseguida, en el articulo 2 y a pedido de Wilson Ferreira Aldunate -apuntando directo a la cabeza del Goyo– se estableció que quedaban exceptuados “los delitos que se hubieren cometido con el propósito de lograr, para su autor o para un tercero, un provecho económico”.

 

LAS GÁRGARAS WILSONISTAS

El semanario La Democracia apuntó sus baterías a Álvarez: lo querían preso por chorro. En ese marco, difundió amplia información sobre los entretelones del Operativo Conserva, detalles que revela el periodista Alfonso Lessa en su libro La Primera Orden. Por aquellos días, cuando Wilson estaba moribundo, el general Álvarez difundió una carta llena de calificativos pero sin responder los centros de las denuncias. La Justicia recibió las denuncias, pero -oh, cielos- no pudo probar irregularidades. (Seguro que el juez actuante no pudo ubicar al mayor Armando Méndez).

En el año 2008, el entonces senador emepepista Jorge Saravia (hoy devenido en herrerista) dijo al diario La República que “sería oportuno y razonable que la Justicia investigara las cuentas bancarias de Álvarez porque en ellas hay dinero obtenido de negocios turbios, como el caso conocido como Operativo Conserva, en el que el exdictador participó junto a un terrateniente de Cerro Largo y un empresario frigorífico”. El gritito saravista quedó en eso.

Ahora, el ministro de Defensa, Javier García -integrante de las generaciones wilsonistas de la salida de la dictadura- utiliza un artilugio de primera infancia para no dar a conocer las actas de aquel Tribunal de Honor a Méndez. Dijo, con aire de can distraído, que no se divulgarán porque contienen cuestiones “personales y comerciales”.

El semanario Brecha divulgó el viernes último todas las actas. Habían sido entregadas por el ministro frenteamplista de Defensa, Jorge Menéndez, a los investigadores del pasado reciente. Y allí aparece el testimonio de Armando Méndez. Surge con nitidez aquella triple A: Álvarez, Alori, Arigón. E incluso se menciona al ministro de Ganadería durante la dictadura, Mattos Moglia, tío del actual titular de la misma cartera. Lo que decía Wilson; lo que García quiso ocultar.

Ya en democracia, Armando Méndez -ahora preso por su actuación en la dictadura, en las noches de tortura “para salvar a la patria”- le suministró información a Wilson sobre el Operativo Conserva. Se reunió varias veces con él, incluso hubo una larga charla entre ambos en la estancia de Wilson. En diversas oportunidades, Méndez le dijo a Wilson: “Tengo las manos llenas de sangre, pero no de dinero sucio”. Eso quiso ocultar García.

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