Paradójicamente la realpolitik que hoy caracteriza y seguirá identificando a la diplomacia china por las décadas por venir, se basa en un sueño, el “Sueño Chino”, el «gran renacimiento de la nación china” que, para 2049, el centenario de la fundación República Popular China, logre que el país sea nuevamente una verdadera potencia mundial.
Hacete socio para acceder a este contenido
Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.
ASOCIARMECaras y Caretas Diario
En tu email todos los días
El Sueño Chino de Rejuvenecimiento Nacional, junto con el concepto de la Nueva Era del Socialismo con características chinas, son los enclaves estratégicos e ideológicos del liderazgo de Xi Jinping.
El 29 de noviembre de 2012, en su primer acto público después de asumir la secretaría general del Partido Comunista de China (PCCh), Xi Jinping y los otros 6 miembros permanentes del Buró Político del Comité Central inauguraron en el Museo Nacional de China en Beijing la exposición «Camino a la revitalización». Fue precisamente allí, que por primera vez señaló que el «Sueño Chino es el sueño más grandioso abrigado por el pueblo chino desde la época moderna: la materialización de la gran revitalización de la nación china”.
El 14 de marzo de 2013, cuando la Asamblea Popular Nacional (APN) de China lo ungió como séptimo presidente de la República, Xi mencionó 9 veces el «sueño chino» en su discurso de aceptación de la máxima magistratura del Estado.
Desde entonces la concreción del sueño chino (¿de Xi?) y el tránsito hacia una Nueva Era (¿también de Xi?) se han convertido en el sustento conceptual de las políticas domésticas y de la diplomacia del gigante asiático. Ambas, como nunca desde los tiempos del gran emperador Qianlong de la dinastía manchu Ding -cuyo reinado está considerado como una edad de oro de la civilización china-, han contribuido a construir una imagen china tan influyente y determinante ante su opinión pública y ante el mundo entero.
Lejos, muy lejos, quedaron los tiempos cuando Deng Xiaoping, el protagonista absoluto de las reformas y aperturismo chino, recomendaba a China un perfil bajo en el escenario global, y promulgaba “esconder la fuerza y aguardar el momento” mientras el país luchaba por salir de la extrema pobreza producto del estrepitoso fracaso de sus políticas económicas, el Gran Salto Adelante de Mao Zedong y las atrocidades de la década de su Revolución Cultural.
En la Nueva Era, la “Xiplomacia” ostenta toda su fortaleza y está decidida a ocupar el papel primerísimo protagonista en el escenario mundial, colocarse como referente e interlocutor inevitable e ineludible, legitimar su sistema de gobierno y crear oportunidades estratégicas para sí y para sus empresas.
“Nuestro gran objetivo es convertir a nuestro país en un líder global en cuanto a fortaleza nacional e influencia internacional” para 2050, declaró Xi Jinping -el dirigente que ha concentrado más poder desde la fundación de la República Popular- ante los delegados al XIX Congreso Nacional del Partido Comunista en octubre de 2017, que le renovaron su mandato por otros 5 años como secretario general del partido más grande e influyente del mundo.
“La diplomacia es el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que uno desea que hagan”, sentenciaba Dale Carnegie, el empresario y escritor estadounidense el siglo pasado.
La “Xiplomacia”, particularmente en los últimos 5 años, ha sido el arte de interpretar esos deseos y ponerse sobre sus hombros la responsabilidad de implementarlos.
“Nunca el mundo ha tenido tanto interés en China ni la ha necesitado tanto”, declaraba hace poco más de dos años una suerte de manifiesto de la dirección del PCCh publicado en el Diario del Pueblo, el más oficial de los medios oficiales chinos. Se presenta una “oportunidad histórica” y se “nos abre un enorme espacio estratégico para mantener la paz y el desarrollo y ganar ventaja”, concluía el editorial.
Es precisamente la China de Xi Jinping la que -al tiempo que Estados Unidos, bajo la presidencia de Trump, abandona sus compromisos internacionales y su liderazgo mundial, la unidad de Europa se debilita en luchas intestinas y el mundo que aún no se recupera de las consecuencias de la crisis financiera de 2008- supo aprovechar esa “oportunidad histórica” y convertirse, por derecho adquirido, en el adalid de la globalización y el libre comercio, de la lucha contra el cambio climático, de los tratados y organismos internacionales y de las renovadas formas de multilateralismo del siglo XXI.
La “Xiplomacia” fundó hace 5 años el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, con sede en Shanghái, 93 países miembros de todos los continentes y préstamos concedidos por más de 10.000 millones de dólares.
Es hija de esa misma “Xiplomacia” la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto para construir una red de infraestructura física y digital a lo largo y ancho de todo el mundo (al que Uruguay también ha adherido oficialmente) y cuya segunda cumbre celebrada el pasado mes de abril en Beijing convocó a más de 150 países y 90 organizaciones internacionales.
Desde su lanzamiento en 2013 hasta el año pasado, el comercio entre China y los 126 países miembros de la Nueva Ruta de la Seda superó los 6 billones de dólares y las inversiones chinas en esos países los 90.000 millones de dólares.
Hasta 2005 no había banco chino alguno que otorgara préstamos a países latinoamericanos. Desde entonces instituciones financieras, como el Banco de Desarrollo de China (CDB, por sus siglas en inglés), el Banco de Exportaciones e Importaciones de China (EIBC) concedieron créditos a los países de la región por casi 150.000 millones de dólares y, a pesar de la baja registrada el año pasado, ambos aún superan el apoyo financiero combinados del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
La diplomacia de XI lleva firmados 17 acuerdos de libre comercio bilaterales y multilaterales y es el principal socio comercial de 128 países, contra los 56 que lo son de los Estados Unidos.
Gracias a la “Xiplomacia», la guerra comercial desatada por “el Donald” provocó mucho menos víctimas que las esperadas.
Si bien las exportaciones de Beijing a Washington disminuyeron un 3%, equivalentes a 18.000 millones de dólares, las de EEUU a China cayeron 15% por un total de 23.000 millones de dólares.
Al mismo tiempo las exportaciones e importaciones con Europa crecieron el 11,2% y con la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (Asean por sus siglas en inglés) un 10,5% y el total del intercambio comercial del “Imperio del Medio” con el resto del mundo aumentó casi un 4% por un total de 2,13 billones de dólares en los primeros seis meses de este año.
Y no solo. A pesar del fuego cruzado de Trump, las inversiones en China de la República de Corea, Singapur, Japón y Alemania aumentaron 63,8%, 10,5%, 13,1% y 81,3% respectivamente.
La “Xiplomacia”: el sueño chino de Xi Jinping, la pesadilla de Donald Trump.