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Burnout afectivo

El mal de quienes ya no quieren enamorarse luego de una decepción amorosa

Los expertos lo llaman “síndrome del corazón congelado” o incapacidad de enamorarse y aseguran que no implica una pérdida definitiva de la capacidad de amar.

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Decepción amorosa, ritmo de vida frenético y esta cultura de la inmediatez llevan a muchas personas a vivir una especie de “apagón afectivo”. Los expertos lo llaman “síndrome del corazón congelado” y aseguran que no implica una pérdida definitiva de la capacidad de enamorarse. “He decidido centrarme en mí, en mi desarrollo. El amor no es mi prioridad”, dice Julia, una mujer que "elige" no enamorarse.

Cada vez son más quienes confiesan no haber sentido un flechazo en años. No es falta de vínculos sexuales o de compañía, sino un bloqueo que los aleja del enamoramiento romántico.

Susana, madre de 44 años que vive en las afueras de Barcelona, lo describe para El País de España, con una metáfora elocuente: “Es como cuando tienes un accidente de coche muy grave y después ya no quieres volver a conducir. A mí me pasó eso con el amor”. Tras una relación marcada por la decepción, admite que su “wifi emocional” quedó apagado.

Un problema general

Lo que a primera vista parece un síntoma individual, en realidad responde a un fenómeno más amplio. La psicóloga y sexóloga María Esclapez sostiene que esta “congelación afectiva” es similar a un burnout emocional: “No es que pierdas la capacidad de amar, es que estás tan saturado que el cerebro decide sentir un poco menos. Es una respuesta adaptativa” (El País, 20/09/2025).

Las causas son múltiples. Para algunos, como Julia, de 41 años, tiene que ver con priorizar la autonomía y el autocuidado: “He decidido centrarme en mí, en mi desarrollo. El amor no es mi prioridad”. Para otros, como Sergio, valenciano de la misma edad, el obstáculo es el miedo a repetir viejos patrones de dependencia: “Echo de menos enamorarme, pero me cuesta confiar en que no me vuelva a pasar lo de antes”.

Relaciones líquidas

La sociedad también juega su papel. Según Esclapez, la hiperconexión digital, el consumo acelerado y las relaciones “líquidas” alimentan esta saturación emocional. El tiempo, el dinero y la energía disponibles se reducen, lo que limita la construcción de vínculos profundos. “Todo lo consumimos muy rápido, también las parejas. Eso nos abruma y provoca el parón, consciente o inconsciente”, explica.

Aunque vivir con el corazón en pausa puede ser una forma de autoprotección, la especialista advierte que la cronificación del bloqueo puede derivar en aislamiento y desconfianza. No obstante, insiste en que no se trata de una pérdida definitiva: “El corazón no se desactiva para siempre”.

El desafío, señala, está en trabajar para generar vínculos seguros, buscar espacios de confianza y abrirse a nuevas experiencias. Mientras tanto, Susana se aferra a un ritual sencillo: “Me he propuesto hacer una lista de canciones de amor para ver si se me cura”.

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