Un problema general
Lo que a primera vista parece un síntoma individual, en realidad responde a un fenómeno más amplio. La psicóloga y sexóloga María Esclapez sostiene que esta “congelación afectiva” es similar a un burnout emocional: “No es que pierdas la capacidad de amar, es que estás tan saturado que el cerebro decide sentir un poco menos. Es una respuesta adaptativa” (El País, 20/09/2025).
Las causas son múltiples. Para algunos, como Julia, de 41 años, tiene que ver con priorizar la autonomía y el autocuidado: “He decidido centrarme en mí, en mi desarrollo. El amor no es mi prioridad”. Para otros, como Sergio, valenciano de la misma edad, el obstáculo es el miedo a repetir viejos patrones de dependencia: “Echo de menos enamorarme, pero me cuesta confiar en que no me vuelva a pasar lo de antes”.
Relaciones líquidas
La sociedad también juega su papel. Según Esclapez, la hiperconexión digital, el consumo acelerado y las relaciones “líquidas” alimentan esta saturación emocional. El tiempo, el dinero y la energía disponibles se reducen, lo que limita la construcción de vínculos profundos. “Todo lo consumimos muy rápido, también las parejas. Eso nos abruma y provoca el parón, consciente o inconsciente”, explica.
Aunque vivir con el corazón en pausa puede ser una forma de autoprotección, la especialista advierte que la cronificación del bloqueo puede derivar en aislamiento y desconfianza. No obstante, insiste en que no se trata de una pérdida definitiva: “El corazón no se desactiva para siempre”.
El desafío, señala, está en trabajar para generar vínculos seguros, buscar espacios de confianza y abrirse a nuevas experiencias. Mientras tanto, Susana se aferra a un ritual sencillo: “Me he propuesto hacer una lista de canciones de amor para ver si se me cura”.