Este marco legal no tomó por sorpresa a quienes seguían desde hacía años los planes funerarios de Trump. Ya en 2012 se había reportado su intención de construir un mausoleo para sí mismo en Bedminster. Posteriormente, surgieron proyectos aún más amplios: primero un cementerio de más de mil tumbas, luego un diseño “familiar” con diez sepulturas, y finalmente un plan revisado que incluye 284 tumbas, algunas de ellas comercializables, según publicó The Washington Post en 2017.
La sepultura de Ivana, además de adquirir una fuerte carga simbólica como primera esposa y madre de tres de los hijos del expresidente, se convirtió en el primer paso visible de un proyecto mayor. Su presencia en el campo de golf permitió activar una categoría jurídica que, aplicada al negocio, habilita sustanciales beneficios tributarios.
¿Motivación personal o estrategia patrimonial?
La familia Trump no ha ofrecido explicaciones detalladas sobre la decisión, más allá de destacar que Bedminster era un lugar apreciado por Ivana. Sin embargo, los antecedentes documentales, sumados a la secuencia de proyectos funerarios planteados durante la última década, sostienen el debate sobre si la ubicación obedeció a una motivación estrictamente personal o si formó parte de una estrategia patrimonial de largo plazo.
Lo cierto es que la tumba de Ivana Trump hoy se encuentra en uno de los terrenos más importantes del conglomerado familiar. Su descanso final, en un espacio inicialmente concebido para el ocio y las operaciones comerciales del presidente, terminó entrelazado con la normativa fiscal y con los planes funerarios del propio magnate.