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China y los musulmanes

Marxismo-leninismo Islamismo

Por Daniel Barrios.

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Pocos meses después de firmados los acuerdos con la Iglesia Católica vaticana, el Partido Comunista de China (PCCh) se dispone a resolver otro gran contencioso religioso-político, en este caso con la segunda religión monoteísta más importante del mundo, el Islam.

 

La semana pasada, el  Departamento de Trabajo del Frente Unido -el órgano  del Comité Central del PCCh, responsable de las relaciones con los grupos religiosos, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil- presentó a ocho asociaciones islámicas locales, de otras tantas provincias y regiones chinas, un plan para “hacer compatible el Islam con el socialismo e implementar las medidas para la sinización de la religión”, instando a las comunidades islámicas a seguir el liderazgo del Partido Comunista y a defender sus conquistas.

 

Las medidas concretas del plan, que tendrá una duración de 5 años, no fueron hechas públicas aunque se supo que, en lo inmediato, se comenzará con la distribución de libros en las mezquitas “para ayudar a los creyentes a entender mejor” la asimilación del Islam a las políticas chinas.

 

Además del Injeel (evangelio islámico), se difundirán  las teorías socialistas como las «Cuatro Confianzas» del presidente Xi Jinping, confianza en el camino elegido, en el sistema político, las teorías rectoras y la cultura. Las mezquitas también deberán integrar los estilos arquitectónicos chinos.

 

“El Islam en China será guiado por el pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con características chinas para una Nueva Era”, consignó el comunicado de la Asociación Islámica China, organización creada por el propio PCCh poco después de la fundación de la República Popular. Para este propósito organizarán  “conferencias y cursos de capacitación sobre los valores socialistas fundamentales, las leyes y la cultura tradicional, así como formas de guiar a los musulmanes con un espíritu positivo”. En definitiva un “Islam con características chinas”.

 

La campaña del presidente Xi para sinizar las religiones comenzó oficialmente con un discurso de 2016 en la Conferencia Nacional sobre Religión cuando exhortó a los miembros del Partido a  «guiar activamente a aquellos (que son) religiosos para amar a su país, proteger la unificación de su patria y servir a los intereses generales de la nación china».

 

El plan sobre el Islam es la última de una serie de medidas tomadas por el gobierno central para reforzar su influencia sobre las principales confesiones en el país, en medio de un renacimiento religioso en particular entre los jóvenes. Existen planes similares para las otras cuatro religiones reconocidas por el Estado: el budismo, el taoísmo, el catolicismo y el cristianismo.

 

Las primeras comunidades de musulmanes en China datan de la época de la dinastía Tang (618-907) y descendían de antiguos comerciantes, soldados, diplomáticos y funcionarios y sus aportes al imperio fueron significativos en el campo de la astronomía, matemáticas, cartografía, agricultura. Sin duda el más famoso y emblemático ejemplo de sincretismo sino-musulmán fue el almirante Zheng He, que durante el siglo XIV realizó viajes de exploración por todo el océano Índico llegando hasta las costas de África Oriental, aún antes que los portugueses desembarcaran en el continente negro.

 

Ese proceso de asimilación e integración étnico-religioso fue bruscamente interrumpido durante la Revolución Cultural cuando, al igual que el budismo y el taoísmo, el Islam fue víctima de la persecución de las guardias rojas maoístas y miles de mezquitas fueron clausuradas o destruidas y el Corán prohibido por contrarrevolucionario e imperialista.

 

Fue recién con el comienzo de las reformas impulsadas por Deng Xiao Ping en el año 1978 cuando, de la mano de la apertura económica y transformación social, tuvo lugar una ola de rehabilitación y cambio de las relaciones entre el gobierno y el Islam en toda China que, entre otras cosas, decuplicaron  el numero de mezquitas (hoy son más de 40.000), aumentaron  sustancialmente los institutos y centros de estudio del Islam, las escuelas para clérigos, así como un intercambio fluido con los principales centros islámicos de Indonesia, Malasia, Arabia Saudita, Pakistán, entre otros.

 

Actualmente existen en la República Popular cerca de 25 millones de musulmanes practicantes de diferentes procedencias y etnias y su crecimiento es continuo debido principalmente a la demografía, dada la ausencia de restricciones a la natalidad que gozan las etnias minoritarias en el país.

 

Según la Administración del Estado para Asuntos Religiosos de China, “todas las religiones deben ser ‘achinadas’ o incorporar ‘características chinas’ y ningún miembro del Partido debe tener creencias religiosas. Los miembros del Partido Comunista Chino deben ser firmes creyentes en las teorías ateístas de Marx”.

 

En este contexto el plan para asimilar el Islam a la vida cotidiana y las tradiciones chinas demandará ingentes esfuerzos políticos, culturales e institucionales, en un país cuya ideología dominante es profundamente materialista y todo su ordenamiento jurídico marcadamente agnóstico.

 

La confirmación de esta complicada convivencia, y fundamentalmente las connotaciones políticas y sociales de este proceso de “normalización“ de las relaciones inter-étnicas y religiosas, la encarna la etnia Uigur, que habita en la nordoriental Región Autónoma de Xinjiang, cuya situación es uno de los principales factores de desestabilización interna y regional que enfrenta el gobierno desde hace más de 30 años. Sus alcances y consecuencias superan ampliamente el ámbito religioso, además de haber despertado una ola de críticas y reclamos por parte de la comunidad internacional y las organizaciones de derechos humanos.

 

No fue casualidad que, un día después de los anuncios del nuevo plan, Beijing haya autorizado el ingreso a Xinjiang de una delegación de las Naciones Unidas cuyo Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial ha expresado reiteradamente su “alarma” por los campos de reeducación política para miembros de la minoría musulmana Uigur, y han reclamado que se ponga en libertad a quienes han sido detenidos “bajo la excusa de luchar contra el terrorismo y el extremismo religioso”.

 

China, que los llama oficialmente “centros de instrucción vocacional”, rechaza rotundamente estas acusaciones y justifica estos campos para garantizar la seguridad y la estabilidad de la región.

 

Los Uigur -practicantes del Islam sunita, hablan su propia lengua de origen turco y usan el alfabeto árabe- integran la segunda etnia musulmana más importante de China y desde  la independencia de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, en 1991, desataron  una campaña étnica, religiosa y política, así como una serie de atentados terroristas en centros turísticos e industriales para lograr la independencia de Xinjiang.

 

Beijing ha respondido con un incremento espectacular de las medidas de control y también la  represión sobre la población y sus líderes “independentistas”,  en una región que se ha convertido en una importante cantera de jihadistas enviados a Afganistán, Siria y combatientes del Estado Islámico.

 

EL PCCh y el gobierno son conscientes de que una parte muy importante de su futuro en la región depende de sus relaciones con la comunidad musulmana de Xinjiang y, al tiempo que cauteriza sus fronteras contra la amenaza terrorista, las abre ofreciendo a sus vecinos desarrollo, conectividad, progreso e interdependencia comercial, financiera y cultural, a través de la red de infraestructuras e intercambios que inspiran el megaproyecto de la renovada  Ruta de la Seda.

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