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Mundo Ian Moche | Milei | Discapacidad

Sin empatía

El Estado del mal: cuando el presidente ataca a un niño autista

Mientras las familias de personas con discapacidad reclaman por recortes brutales en salud y asistencia, el presidente Javier Milei eligió atacar públicamente a un niño autista de 12 años.

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Un niño de 12 años, diagnosticado con autismo, es el nuevo blanco de un ataque digital amplificado desde el mismísimo sillón presidencial. No es una distopía, es Argentina bajo el gobierno del presidente Javier Milei. Ian Moche, activista precoz con más de 440.000 seguidores en redes sociales, fue hostigado por cuentas oficialistas luego de expresar públicamente su preocupación —y la de miles de familias— por el brutal ajuste que sufren las personas con discapacidad.

El episodio revela, más allá de la anécdota, un clima político tóxico, violento y deshumanizante, donde la crueldad ya no es un accidente del poder, sino una herramienta de gobierno. Lejos de llamar al respeto, el propio presidente se sumó a la ola de agresiones: republicó los ataques, ironizó sobre el periodista que entrevistó al niño y sentenció que Ian y su madre están "del lado del mal". Una frase con resonancias más propias de un fanático religioso que de un jefe de Estado.

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¿Qué hay detrás del discurso de Milei?

Pero ¿qué hay detrás del ensañamiento con un niño? Lo que se esconde es la incomodidad de un discurso oficial que no tolera el disenso. Y más aún, que desprecia la vulnerabilidad. En marzo, Ian y su madre se reunieron con Diego Spagnuolo, director de la Agencia Nacional de Discapacidad y exabogado personal de Milei. Según contaron, el funcionario cuestionó los beneficios estatales para las personas con discapacidad y llegó a decir: "Si tuviste un hijo con discapacidad, ese es problema de la familia, no del Estado".

Esa frase —negada luego por Spagnuolo— condensa el corazón ideológico del mileísmo: el desmantelamiento del Estado como garante de derechos. En su lugar, una meritocracia ciega donde el que no puede, que se joda. La política como guerra cultural, y el otro como enemigo a destruir.

La respuesta no se hizo esperar. Amnistía Internacional, dirigentes del oficialismo y la oposición, comunicadores y usuarios comunes rechazaron el ataque. Incluso María Eugenia Vidal, figura del PRO, partido cercano al gobierno, defendió a Ian con claridad: “Tiene 12 años. No grita, no insulta, no señala. Solo habla con respeto. Hay adultos que podrían aprender mucho de él”.

Pero el daño está hecho. No solo contra Ian y su familia, sino contra una comunidad entera que hoy ve cómo se reducen sus derechos en nombre de un ajuste salvaje. La Agencia que debería protegerlos, en manos de un operador judicial sin formación en discapacidad, ha promovido decretos que retoman términos como “idiota” o “débil mental” para clasificar personas. A esta altura, la pregunta no es si Milei tiene empatía, sino si su gobierno tiene límites.

El Congreso debatirá esta semana una ley de emergencia en discapacidad. Las familias exigen que se garanticen las pensiones, los medicamentos, los traslados. No piden privilegios, sino derechos básicos. Mientras tanto, el presidente, que debería representar a toda la sociedad, actúa como un tuitero rabioso, dispuesto a vilipendiar a un niño para alimentar su narrativa de enemigos imaginarios.

Y es que para Javier Milei, hay buenos y malos, héroes y traidores, casta y antisistema. En ese mundo binario, la ternura, la diversidad y la fragilidad no tienen lugar. Y sin embargo, Ian, con apenas 12 años, demuestra que hay otras formas de hacer política: desde la empatía, la palabra y la verdad.

En tiempos de gritos, escuchar a un niño puede ser el acto más revolucionario.

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