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Mundo Prigozhin | grupo Wagner |

Medianoche en Moscú

El ocaso de Prigozhin, el señor de la guerra

A Prigozhin se le acabó este lucrativo negocio pero probablemente no esté destinado a comenzar una nueva vida vendiendo franckfurters en Minsk.

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El “motín” del grupo Wagner en Rusia no duró ni 48 horas. La prensa occidental pareció creer que Putin estaba frente a un cataclismo y que el inmenso territorio de esa gran potencia estaba por fragmentarse en mil pedazos, pero aparentemente fue poco más que un ruido. En verdad, los videos que documentaban los desplazamientos de tropas, tanques y blindados de las fuerzas comandadas por el multimillonario ruso Yevgueni Prigozhin, mostraban convoyes militares circulando por las calles de Rostov del Don esquivando a las bicicletas, monopatines y a peatones curiosos que sorbían helados y pedían fuego a los soldados armados para la guerra, necesitados de ayuda para encender los cigarrillos.

El mismo Prigozhin anunciaba haber tomado el Cuartel General del Estado Mayor del Distrito Militar del Sur, donde reside la comandancia de las fuerzas que luchan en Ucrania.

Otros combatientes apostados detrás de unos abetos, apuntaban sus modernas y sofisticadas armas a un edificio vacío o circulaban sin obstáculos por la carretera de más de 1000 km que separa Rostov de Moscú avanzando lentamente esperando que se organizara la resistencia.

***

En los albores de la Revolución cubana, cuando Fidel entraba con sus guerrilleros en La Habana, el entonces vicepresidente Richard Nixon aseguraba a Nikita Jruschov que lo mejor de la democracia en los Estados Unidos era que cualquiera podía llegar a Presidente.

Nikita Jrushov, un rústico campesino soviético, nacido en un Koljós de Kalinovzka en las profundidades de Rusia, quien en ese entonces ostentaba el imponente cargo de Primer Ministro de la Unión Soviética y que se había dado el lujo de calentar la guerra fría golpeando con un zapato el atril desde donde daba un discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, se encargó de abrirle los ojos a Nixon mostrándole hasta donde se podía llegar desde una cuna campesina en el comunismo de la vieja y denostada Rusia , en donde un gordito calvo de manos curtidas por trabajar la tierra de la madre patria, podía, si las circunstancias lo ameritaban, apretar el “botón rojo” y hacerle estallar 100 megatones nucleares en la Casa Blanca en menos que canta un gallo.

Sesenta años después Yivgheni Prigozin, el dueño de un ejército privado conocido como grupo Wagner, también es un personaje peculiar salido de un cuento de las estepas.

Estuvo preso nueve años por ladrón en el período soviético y cuando recuperó su libertad con la caída de la Unión Soviética se volvió “panchero” vendiendo con un carrito por las calles de Moscú los populares “Hot Dog” que pasaron a estar de moda en el amanecer del capitalismo moscovita, al igual que las hamburguesas en los MacDonalds , la Coca Cola y el pororó en los cines.

En 30 años, el capitalismo logró el milagro de convertir al “chorro prontuariado como agente de la camorra” en oligarca al mando de un ejército de 45.000 hombres que prestó servicios mercenarios en África y Medio Oriente, a quién pusiera en sus bolsillos oro y diamantes.

Pero para que ese milagro pudiera ocurrir, en ese lapso tuvo una lancha que hacía un paseo turístico por el Río Neva, el lanchón se transformó en “crucerito”, el crucerito en Crucero, el Crucero en Salón de Fiestas de lujo, desarrollando un imperio de las “comidas rápidas” y prestando servicios de catering para el Kremlin, los Ministerios, las Fuerzas Armadas y las escuelas públicas.

Prigozhin era bueno para los negocios.

Dicen los historiadores que en una de esas fiestas conoció a Putin y desde ahí, fue como verle la cara a Dios.

El Panchero se volvió oligarca ruso y de hacer bandejitas de comida para el ejército, pasó a tener ejército propio, pelear en guerras propias y ajenas y darle a los ucranianos una paliza que costó a uno y otro lados de la línea de fuego más de 80.000 bajas y 45.000 muertos.

Los norteamericanos que había declarado terrorista al Batallón nazi Azov en Ucrania y que cuando les vino bien lo rehabilitaron lo entrenaron y lo financiaron para pelear contra los rusos, no dudaron ni un minuto en demonizar al batallón Wagner que con ese nombre de mierda no era más que un ejército de retirados, ex presidiarios, bagayeros y “lumpen patriotas” que no cumplían los requerimientos para ingresar al ejército rojo pero no temían entrarle a chuza y bala a quién se pusiera adelante sean Marines, Tropas especiales, Drones, misiles, tanques blindados, Panthion, Leopard o cazas F16.

Hace 48 horas Prigozhin dio el batacazo, ya no era un criminal asesino, diabólico, oligarca y mercenario , sino un aspirante a héroe que procuraba poner a Putin los puntos sobre la íes y sacudirle sus ínfulas para que dejara de hacerse el “crack”. Que quiso hacer, aún no se sabe , pero Progozhin casi siempre calculaba bien.

La sombra del Golpe de Estado cubría el cielo de Moscú y aprovechando el verano el batallón Wagner recorrería el largo camino al Kremlin para meter preso al Ministro de Defensa, el General Sergueí Kuzhughétovich Shoigú que hace tiempo que le tiene ganas a Prigozhin y su banda de pistoleros.

Hace varias semanas que las declaraciones de Prigozhin, amplificadas por la prensa occidental evidenciaban cierto propósito chantajista, denunciando la falta de municiones para continuar las operaciones militares en el frente de guerra y amenazando rebelarse.

Si bien Prigozhin tenía fama de bocón, nadie podía ignorar su astucia y menos menospreciar sus intenciones. Sin embargo, era demasiado humo para que las CIA y la OTAN no estuvieran metiendo la cuchara.

El Ministro de Defensa de Rusia se la tenía jurada y proponiéndose parar con las demandas de Prigozhin, decidió desmantelar el grupo Wagner y contratar a todos sus integrantes de un plumazo.

Dos días después, todo hace creer que la montaña parió un ratón.

Gracias a la gestión del Presidente de Bielorrusia Alexánder Lukashenko ( más conocido por Sacha), Prigozhin bajó la belicosidad, devolvió a sus hombres a los cuarteles, anunció que se refugiaría en Bielorrusia y colorín colorado este cuento se ha acabado. Mientras Lukashenko hablaba y trataba de hacer entrar en razón a Prigozhin y evitar una baño de sangre “entre hermanos”, Putin obtenía el apoyo de Irán, Turquía, Serbia , sobre todo China y tal vez Israel que sumado a su prestigio y autoridad personal en Rusia lo volvían casi invulnerable.

A la vez, Putin elogió las hazañas de los combatientes de Wagner, anunció que contratará e integrará a las Fuerzas Armadas a quienes no participaron en el motín o fueron “engañados” y advirtió que los traidores y quiénes conspiren contra la unidad nacional, cosecharán el fracaso.

El episodio no debería banalizarse, no es menospreciable un motín de las características del ocurrido en estos días, aunque no haya habido muchos muertos ni enfrentamientos militares más o menos violentos.

La sola posibilidad de que se produjera una guerra civil en Rusia, tiene suficiente magnitud para tomarlo como una advertencia que merece la preocupación no sólo de las autoridades de Rusia sino de todo el mundo.

Mientras tanto la guerra continúa, a Prigozhin se le acabó este lucrativo negocio pero probablemente no esté destinado a comenzar una nueva vida vendiendo franckfurters en Minsk.

Mientras rusos y ucranianos mueren en las trincheras en la línea de fuego, el complejo militar multiplica sus ganancias y algunos señores de la guerra se llenan los bolsillos en el más cruel de los negocios de la época actual.

Tal vez el episodio sirva para que la ilusión de una derrota rápida de Rusia en esta guerra se disipe, tal vez la guerra se detenga antes de que caiga el último ucraniano, tal vez Europa haga a un lado su fanatismo belicista y desista de ser peón de los Estados Unidos.

La defección de Prigozhin parece no haber cambiado nada, al menos no parecen haberse detenido los disparos, ni beneficiado la contraofensiva ucraniana, ni haberse debilitado las defensas rusas.

Por ahora, el ritmo parece imponerlo Rusia que puede que tenga más espalda que el gobierno de Ucrania, cada vez más convertido en un títere de los Estado Unidos y la OTAN.

Del otro lado del Atlántico, bien lejos del fuego de la artillería, Biden se sigue perdiendo en el escenario sin atinar a encontrar donde está la salida.

Desorientado en tiempo y espacio se despide con una sonrisa pícara, saludando a la reina.

¡God save the queen! Exclama ante el estupor de millones de telespectadores que perciben en qué manos estamos.

Por Paul Rivero

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