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Política

A 27 años del Filtro

Nace la teoría de bolsillo de los “dos demonios”

A pocos días de cumplirse otro aniversario de la masacre del Filtro el 24 de agosto, aparece información que confirma por qué el gobierno de Luis Lacalle fue el primer país de Sudamérica en extraditar a los etarras y un libro de quien fuera su ministro de Educación, Antonio Mercader, titulado El último golpe tupamaro.

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Caras y Caretas Diario

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En el Nº 1.028 del 12 de agosto de este año de Caras y Caretas compartíamos un artículo en que los documentos desclasificados por la Casa Blanca demostraban cómo el gobierno uruguayo de Luis Alberto Lacalle Herrera había permitido la injerencia a cambios de fondos financieros y donaciones del gobierno español en la detención de los ciudadanos vascos.

Uno de sus ministros, más precisamente el de Educación y Cultura, Antonio Mercader (también ministro de la misma cartera de Jorge Batlle), siguió con su saga literaria sobre los tupamaros (en 1969 había escrito Tupamaros: estrategia y acción) y en 2019 finalizaba el libro que hoy se presenta como su obra póstuma: El último golpe tupamaro. El MLN y los etarras en el filtro.

Sin desmerecer el trabajo de investigación y la cita a muchos protagonistas de aquellos sucesos casi 27 años después, las dos conclusiones a las que se puede arribar con la lectura del libro son la de un enfrentamiento entre un grupo de fanáticos radicales (los tupamaros) y unas fuerzas policiales actuantes sin la guía de un plan que debieron elaborar las autoridades, resultando en el asesinato a quemarropa del joven Fernando Morroni.

Una suerte de “teoría de bolsillo de los dos demonios”, que emula la del enfrentamiento entre militares y tupamaros como origen de todos los males, incluido el quiebre institucional.

Porque a nuestro juicio, Mercader con el que lamentablemente ya no se podrá debatir y confrontar opiniones, a partir de la “foto del 24 de agosto”, brinda cierta información y da por añadidura una suerte de explicación de aquellos hechos, no recurriendo a estudiar mucho mas atrás desde el momento de la detención de los primeros ciudadanos vascos vinculados a “País Vasco y Libertad” (ETA por su sigla en euskera).

El contexto Antonio

Cuando se producen los hechos del Filtro el 24 de agosto de 1994, Uruguay venía de nueve años del retorno a la democracia.

A pesar de que varios grupos de izquierda, incluidos los tupamaros habían denominado a esa democracia “avanzada” o “primaveral”, esta no tuvo ninguna de las dos características, y mas se asemejó al concepto de “democradura”, como la bautizó el músico Daniel Viglietti.

En 1989, seis años antes de los sucesos del filtro, el gobierno de Julio María Sanguinetti había puesto en práctica el decreto que habilitaba las razzias policiales, fundamentalmente contra los jóvenes, hasta que un multitudinario movimiento juvenil antirrazzias, bajo la consigna “Ser joven no es delito”, logró que el decreto se dejara de aplicar.

A aquellas detenciones masivas con el único argumento de “porte de cara”, se sumó la muerte en una comisaría del joven obrero de la construcción Guillermo Machado, y los detenidos en los procedimientos se contaban por decenas.

Desde el año 1985 hasta pasados los noventa, el cantante popular ya había inmortalizado la situación de los pegatineros “que pasaron varias noches en alguna seccional”, todos militantes de grupos políticos de izquierda.

No los vamos a aburrir con la larga lista de conflictos sindicales y del movimiento estudiantil tanto universitario como de secundaria, cuyas movilizaciones supieron más de alguna vez de la represión policial, pero aquella frase de Sanguinetti de que “nunca había perdido un huelga” también se basó en una matizada política de garrote.

Los integrantes del movimiento tupamaro demostraron ante la opinión pública el seguimiento permanente de los servicios de inteligencia y tuvo gran repercusión la granada que el extinto Eleuterio Fernández Huidobro puso encima de la mesa del periodista Néber Araújo en un programa en vivo.

El Partido Comunista denunció más de una vez atentados contra sus sedes y militantes por parte de grupos de extrema derecha.

En 1989, el electorado uruguayo consolidaba la impunidad sobre la denuncia a violaciones de los derechos humanos durante los años del terrorismo de estado, con una campaña constante del presidente Sanguinetti amenazando que de triunfar el voto verde para derogar la ley de impunidad, Uruguay se ponía al borde de un nuevo golpe de Estado.

La mayor parte de la izquierda uruguaya se definía como antiimperialista y celebraba los triunfos y las luchas de los pueblos en Centroamérica (Nicaragua, El Salvador, Guatemala), en Asia, en África y en buena parte del tercer mundo.

Los tupamaros encontraban en los movimientos separatistas de Europa una simpatía sobre grupos que portaban las banderas de la autonomía y la libertad.

El negro panorama de un gobierno blanco

En la primera elección sin tutela militar de 1989, la izquierda no las tuvo todas consigo a pesar del triunfo de la Intendencia Municipal de Montevideo.

A buena parte de la izquierda con una visión eurocentrista del socialismo, el llamado Socialismo Real se le había venido abajo.

Grupúsculos de extrema derecha hacían su aparición con acciones menores pero de repercusión pública, entre ellos la Alianza Libertadora Nacionalista, que para peor figuraba como una de las agrupaciones integrantes del Partido Nacional.

La “batalla” por los muros era contundente y en plena zafra electoral las disputas entre las tres fuerzas políticas con capacidad de movilización, frenteamplistas, blancos y colorados, cuerpeaban los conflictos, unos con varillas de hierro y otros con armas de fuego y apoyo policial o parapolicial.

El desplome del Uruguay Industrial en 1989 supo de la resistencia de varias organizaciones sindicales que enfrentaron el desmantelamiento de sus plantas, a costa de unos cuantos episodios de represión.

Lacalle Herrera tampoco la tenía todas consigo.

Firmaba la creación del Mercosur como una vuelta de tuerca en la aplicación de las políticas neoliberales que llegaban al sur del continente, planteando la desmonopolización y la privatización de las empresas públicas.

En 1990 el rechazo de los trabajadores a la presencia del presidente de Estados Unidos George Bush fue brutalmente reprimida en las calles.

En 1992, dos años antes del Filtro, Lacalle debió enfrentar una huelga policial que estuvo a punto de sofocar con las Fuerzas Armadas, según reconoció años más tarde.

Ese mismo año, militares uruguayos en combinación con militares chilenos secuestran al bioquímico Eugenio Berríos, quien apareció asesinado, recordando las sombra del Plan Cóndor.

En 1993 aparece ejecutado encapuchado, con unos tiros en la cabeza, el dirigente sindical y militante del MLN Ronald Scarcella en una playa del departamento de Rocha.

Las anillas de calamar y la inseguridad

Ese mismo año empezó el operativo que permitió la detención y el proceso de extradición de los ciudadanos vascos.

Si bien fueron los grupos de la izquierda política quienes se manifestaron en las calles, la cultura del derecho de asilo de Uruguay dividió a todas las fuerzas políticas en una discusión sobre conceder el asilo o no.

Pero en todo ese panorama no era solo la izquierda la que tenía motivos para desconfiar de la política institucional de seguridad del país.

En el contexto que venimos mencionando, conviene recordar lo que sentían los uruguayos que estaban menos preocupados por los asuntos políticos.

“Con el avance de la política de apertura comercial y flexibilización del mercado de trabajo, ciertas modalidades de criminalidad contra la propiedad tuvieron su punto de inflexión y ajustaron una correspondencia con el sentimiento de inseguridad que se mantiene hasta hoy. Durante el segundo semestre de 1994, en plena campaña electoral, la encuestadora Vox publicó que el principal problema para los montevideanos era la ‘delincuencia’. Al año siguiente, la empresa Cifra aseguró que el 80% de los uruguayos creía que el país era más violento que diez años atrás. El 53% de los montevideanos confiaba ‘poco y nada’ en la Justicia; al 71% le pasaba lo mismo con la Policía y el 42% declaró haber sido víctima de un acto violento durante los diez años anteriores”, recuerda un trabajo de Rafael Partenain y Álvaro Rico.

Otra síntesis

Hoy no sorprende la confirmación de la arenga recogida en el libro, cuando un oficial de Policía expresa a sus subalternos: “¡Prepárense que esta noche vamos a pelear contra los tupas!”.

Inteligencia tanto militar como policial venía desde 1985 estudiando un escenario de enfrentamientos en particular contra ese grupo de izquierda.

Pero la situación se agravó pues, como reconoció en una interpelación el expresidente Lacalle, al plan de extradición “le faltó planificación”.

La planificación omitió un detalle menor; en ese entonces la Policía no utilizaba ni poseía armas con munición no letal.

El resultado estuvo a la vista: un muerto que de pura casualidad no fueron más, y 90 heridos.

También el libro recoge el testimonio dado a otros medios de dirigentes tupamaros, entre ellos, Jorge Zabalza, que narra la anécdota del vehículo cargado con grapas miguelitos y bombas molotov, y haber desarmado a algunos militantes para evitar un enfrentamiento sangriento con la Policía, y se deja el foco en esa situación para deslindar las responsabilidades políticas de quienes en ese momento dirigían los destinos del país.

Es bueno recordar, además, que minutos antes de que la Policía lanzara el operativo, una de las ciudadanas vascas agradecía al pueblo uruguayo por su solidaridad, convocaba a desconcentrarse y los vascos en huelga de hambre salían del hospital Filtro cantando el himno nacional acompañados por los funcionarios del nosocomio.

La represión llegó a destiempo y en su forma más brutal, como venía creciendo desde hacia nueve años.

 

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