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No pasarán

Por Marcia Collazo.

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El otro día puse esa frase en mi muro. Una amiga de toda la vida, de filiación blanca, se mostró ofendida ante lo que entendió era un exceso y un agravio dirigido no solamente a ella, sino a todo el departamento en el que reside. Me pareció exagerada la consideración, pero callé por educación. Mi amiga no se detuvo a analizar, me parece, a quiénes podía abarcar la frase. Y lo voy a explicar.

Siempre tuve y sigo teniendo -y espero mantenerlas- valiosas amistades de gente de bien, de gente honesta y trabajadora, de gente emprendedora, talentosa y humana, cuya filiación es blanca o colorada. Cuando digo “No pasarán” no me refiero a ellos, sino a esa coalición que se pretende orquestar en estos momentos por parte de la oposición. No me refiero a los votantes de a pie, sino a los políticos que con pleno conocimiento de causa no trepidan en establecer alianzas absolutamente infames. No transo ni transaré jamás con los torturadores, con los asesinos y con quienes pacten con ellos, sea de forma directa, sea de forma indirecta y pasiva.

No me creo superior a nadie. No enarbolo mis ideas como si fueran la verdad suprema. Por eso mismo, tampoco lanzo insultos y amenazas, ni digo que acá va a correr sangre -como posteó en algún momento algún miembro de Un Solo Uruguay-, ni profiero gravísimos agravios contra vivos y muertos -como lo hizo cierta señora de filiación blanca-, por el solo hecho de que esos vivos y muertos pertenezcan a otras tiendas ideológicas. Eso me parece no solamente bajo sino además irracional. Pero tengo un límite muy claro. Una línea en la tierra, una raya en el cielo, un muro de granito en los infiernos y una convicción alimentada durante años de ejercicio docente y de estudio y reflexión. Con asesinos y torturadores no comulgo, ni los propicio, ni los tolero ni establezco coaliciones con ellos. Y quien pretenda hacerlo, o quien lo permita por mera pasividad, por mera tradición o por acostumbramiento al autoritarismo, no puede ser mi amigo.

Hasta hace dos días me sentía muy mal por la gente que dice estar dolida por mi frase. Hoy me despierto con la maravillosa noticia de que las cosas están cambiando. Miles de personas -miles, repito- de todas las tiendas y de todos los colores partidarios se están juntando para establecer alianzas muy distintas de las que trazan las altas cúpulas de la oposición. Sé de lo que hablo. No es una sensación, sino una comprobación. Yo misma he recibido una cadena compuesta de cientos de docentes, y más tarde otra de muchos artistas, en las que hay de todo como en botica: frenteamplistas, blancos, colorados y demás sectores. Supongo que a todos los une una idea, un estupor, un estremecimiento. Uno muy parecido al que habrán sentido aquellos orientales cuando decidieron emprender el camino del éxodo detrás de José Artigas. Sólo que en este caso el éxodo no pasa por abandonar el lugar propio, sino por enarbolar las justas consignas de la gente honrada, que no tiene color ni bandera cuando se trata de cuestiones superiores. Supongo que estarán alarmados, pero en el buen sentido. Estarán asqueados de las apetencias cuasi carnívoras que ya están demostrando los que jamás estuvieron del lado de la gente. Estarán embargados, más que nunca, de una indignación que los mueve a la actitud responsable, veloz y contundente.

Quiero decir tres cosas más. La primera es que el año pasado, en una universidad francesa, un doctor costarricense se me acercó y me expresó que deseaba felicitarme por la democracia uruguaya, por sus logros en derechos humanos y por su legislación de avanzada, que era algo así como un milagro -esa palabra utilizó- en el panorama continental latinoamericano.

La segunda es la derrota del batllismo de don Pepe. Bastó el cambio de gobierno en 1915, con Feliciano Viera, para que las reformas sociales se vinieran al suelo. Eso se llamó el “alto de Viera”. El capital británico y el capital francés mandaron parar. También mandaron parar la Asociación Rural, la Cámara de Comercio, la Unión Industrial y la Cámara Mercantil de Frutos del País. ¿Y qué le dijo Feliciano Viera a la Convención Nacional del Partido Colorado? Escuche y compare: “Las avanzadas leyes económicas y sociales sancionadas durante los últimos períodos legislativos han alarmado a muchos correligionarios… Bien señores; no avancemos más en materia de legislación económica y social… Hemos marchado bastante a prisa; hagamos un alto en la jornada. No patrocinemos nuevas leyes de esa índole y aun paralicemos aquellas que están en tramitación en el Cuerpo Legislativo, o por lo menos, si se sancionan, que sea con el acuerdo de las partes interesadas” (El Día, 12 de agosto de 1916).

La tercera: tengo cuatro generaciones de blancos en mi familia, vinculadas a la mejor historia de Cerro Largo. El abuelo de mi tatarabuelo, Juan Collazo, fue secretario del caudillo Muniz. Mi bisabuelo Ulises Collazo fue diputado por el Partido Nacional, de manera que nadie me va a venir a enseñar nada y mucho menos venir a enmendar la plana. Pero con esa tradición a cuestas -que mucho me honra, cómo no- yo voy a votar al candidato Daniel Martínez. Y para hacerlo no me guía solamente mi propio sentido del bien, sino también esa hidalga comunidad de la gente decente, que pertenece a otras filiaciones políticas. Esa y no otra es la auténtica democracia, la que se necesita, la que nos enriquece en miradas, en enfoques, en renovaciones y en diversidades. Lo reafirmo, pues. Con esa gente de bien no solamente sostengo vínculos y amistades, sino que comulgo, trabajo, comparto y aprendo cada día de ellos. Con asesinos y torturadores, jamás. Por eso lo repito: no pasarán.

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