Textos: Afredo Percovich
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Producción: Viviana Rumbo
En un tiempo caníbal y despiadado, todo gesto de calidez y humanidad es señal de esperanza. Federico Bavosi eligió charlar entre libros, en un espacio que adora, como también eligió dedicar buena y preciosa parte de su tiempo a jugar básquetbol con niños y niñas en escuelas públicas. Su ONG Basketfolk es una realidad que le encanta, cuida y construye casi a modo de retribución porque la vida no lo ha tratado mal y porque desde chico en su casa le enseñaron a mirar hacia todos los costados posibles, con párpados abiertos y poros sensibles, tratando de no olvidar a los olvidados de casi siempre. Es defensor acérrimo del sindicalismo y sostiene que en buena medida, la gente en el Uruguay se fortaleció económica y humanamente en los últimos años como consecuencia de las conquistas de los sindicatos. Tiene un solo vinilo -que cuida como un tesoro- de Eté & Los Problems, banda de culto que admira desde que conoció a Ernesto Tabárez. Es lector voraz de novelas negras, adora viajar porque eso «ayuda a conocer otras culturas», ama a Daniela, su pareja, a sus tres hijos, Iago que vive en España y viene todos los inviernos y veranos, y los mellizos Manuel y Paz, de un año y medio, con quienes baila canciones de Juan Luis Guerra y María Elena Walsh antes de dormir. Se considera «un tipo común, familiar, muy parecido al que se ve en la cancha».
Nació en Argentina, el 1° de marzo de 1981, bajo la dictadura de Jorge Rafael Videla, pero a los pocos días sus padres decidieron retornar a Uruguay. Creció con ese «casi bullying» de sus compañeros de la escuela Experimental de Malvín y del liceo 31, de no permitirle opinar de algunos temas «porque era argentino». Pero en realidad, eso ahora en perspectiva lo recuerda casi con cariño y no como algo demasiado doloroso.
«Mi bisabuelo tenía una fábrica de muebles en La Comercial y en la década del 40, con mi bisabuela, compraron un terreno y se mudaron para Malvín. Después mis abuelos continuaron el camino y por eso en el barrio los Bavosi están asociados a la fabricación de muebles. Yo crecí ahí en Malvín y desde niño supe que quería ser jugador profesional de básquetbol. Al principio con esa inconsciencia de no saber bien lo que eso significaba en Uruguay porque a diferencia del fútbol, acá siempre fue muy difícil proyectar ser jugador de profesional de básquetbol.
¿En tu casa te apoyaron?
Siempre. Mis padres fueron determinantes con su apoyo. Mi padre siempre le gustó el básquetbol y ser jugador profesional fue su sueño que no pudo cumplir. Mi hermano jugó en la UA (Unión Atlética) y por eso creo que en mi casa me entendieron. Capaz que en otros casos te decían que tenías que estudiar y solo estudiar. Pero mi viejo y mi madre me apoyaron en todo, en el día a día, en la ayuda constante, en ir a los partidos; siempre me sentí respaldado. Cuando terminé el liceo empecé la carrera de CCEE y claramente no me gustaba y supe que no era lo mío. Si bien fui dando los exámenes libres, no fui cursando. Dejé de ir a las clases teóricas que eran larguísimas y justo empecé a entrenar en la selección de formativas. Entonces casi de manera natural fui colocando el foco en el deporte, dejando el estudio y mis viejos no me lo limitaron.
No es muy frecuente encontrar ese respaldo familiar a la hora de decidir dedicarte al deporte y dejar los estudios, ¿no?
No, yo tuve esa suerte. Caso raro, poder vivir del básquetbol y hace más de 20 años que tengo una carrera profesional, pero creo que sin el apoyo familiar eso es casi imposible. Porque en mi caso, tuve la posibilidad de no trabajar para ir a entrenar. No tuve una responsabilidad económica en mi casa, y rápidamente logré un resultado exitoso en el inicio de la carrera. A los 17 años empecé a cobrar un viático, con 18 ya tenía un sueldo y con 19, antes de irme a España, ya ganaba bastante bien. Ahí ya se vislumbraba que podía tener una carrera como profesional.
Eras muy joven cuando llegaste a España y te fue muy bien.
Sí, en España me fue muy bien. Llegué como se suele decir ‘con una mano atrás y otra adelante’, tal cual como cuando la gente va a trabajar. Lo mío fue igual pero con el básquetbol. Si bien tenía pasaporte italiano y algunos contactos con equipos y representantes, yo era un base de 1,86, venía de Uruguay, que no era alto ni especialmente rápido, es decir, no tenía ningún atributo que en el mercado español dijeran ‘quiero a este jugador’. Tuve que remarla. Empecé bien de abajo y llegué a jugar 11 temporadas. Pero allá aprendí y entendí algunas cosas. Porque llegás después de haber jugado acá en primera división y en la selección de formativas, pensando que podía jugar en tal categoría. Pero no es así. Uno de los representantes me dijo que jugadores como yo, había miles y que los equipos iban a elegir los jugadores que ellos forman a niveles similares o con capacidades similares.
¿Extrañabas el barrio?
Sí, extrañé muchísimo. Pero tuve otra vez la contención familiar, nos encontramos con mis hermanos y mis viejos allá y pasábamos juntos los veranos. Viví en lugares muy lindos, tuve a la familia cerca, pero se extraña el barrio. A mis amigos los veía cada año o cada dos años. Me fui en el 2002, año en el que de acá se iban miles por absoluta necesidad y en mi caso no era así, no tenía la necesidad de mantener a mi familia, en cambio mucha gente se fue en situación extrema, muy desesperante.
¿Te discriminaron por ser sudamericano?
No, nunca. Jamás tuve ningún tipo de problema, todo lo contrario, la integración fue absoluta. Entiendo que en mi caso por el deporte es atípico. Son pocos los deportistas que llegan allá y en esos casos, los equipos que te contratan te brindan todo para que no te falte nada y te sientas cómodo. Y mis hermanas, que trabajaban en otros rubros, tampoco sufrieron discriminación, todo lo contrario. A los uruguayos nos confundían con los argentinos y viceversa y siempre caíamos muy bien. Se notaba la sintonía cultural que existe con España.
¿Cómo surgió y por qué te decidiste a crear la ONG?
Todo lo que aprendí en España y mi propia historia familiar, esa contención de la que te hablaba. Allá los clubes ‘le devuelven’ a la comunidad, le retribuyen los apoyos económicos y hacen una obra muy valiosa. Allá los equipos reciben el apoyo financiero del ayuntamiento y vos te transformas en una especie de representante de la ciudad. Por eso íbamos a escuelas, a liceos y hogares de ancianos. Y también el hecho que yo tuve la contención familiar y acá hay muchos niños que no tienen esa contención familiar y tampoco acceden al deporte. Así fue que pensé que desde el básquetbol podía hacer algo por los demás. Así nació la ONG Basketfolk, que es un término creado por Tato López y que lo suele utilizar Carlos Tanco, con su personaje Darwin Desbocatti. Es una síntesis que define nuestro básquetbol y nuestra cultura del deporte. El básquetbol uruguayo vive básicamente por la pasión de la gente que siente por el club de su barrio y por los mecenazgos del que quiere que su equipo salga campeón. La ONG lo que busca es llevar el básquetbol a barrios donde no hay clubes para que los niños puedan jugar y correr en una cancha. En muchos barrios los niños no tienen un espacio físico donde jugar y el básquetbol es un deporte popular, no como el fútbol pero tiene su público. De a poco nos fueron abriendo puertas en distintas escuelas y allí vamos con otros jugadores a pasar unas horas con los niños, para generar encuentros con la excusa de jugar al básquetbol. Y digo excusa porque el básquetbol es un medio, nosotros queremos que los niños usen el deporte -en este caso el básquetbol- como una herramienta formadora de personas, trasmisora de valores como la importancia de respetar al otro, valorar el esfuerzo colectivo, el hecho de compartir, educar con valores de igualdad de géneros, por ejemplo. Los niños pueden aprender mediante el juego, no buscamos que se formen jugadores profesionales sino un espacio formativo desde un aspecto lúdico.
En el básquetbol tal vez la familia o el adulto responsable lo puede llegar a entender, pero en el mundo del baby fútbol eso suena casi imposible, cuando hay tanta expectativa de salvación económica de la familia depositada en niños de 6 o 7 años en adelante.
Exacto. Al menos es la sensación que yo percibo, que en el baby fútbol hay una expectativa desmesurada en sus hijos desde ese lugar de salvación. Acá buscamos que sea lúdico, que los niños primero conozcan el deporte y por eso a través de la escuela. Pero no se trata de ir y colocar 10 tableros y donar 100 pelotas. Porque tal vez, cuando los materiales se vayan rompiendo el proyecto quede trunco. Se trata de construir algo más. Pensar más y mejor. Vamos pisando firme pero de a poco para que no se nos caiga el proyecto porque somos tres que estamos al frente y si bien ya venimos trabajando, considera que aún está un poco verde de acuerdo a lo que nosotros queremos alcanzar. El equipo está conformado con el profesor de Educación Física que trabaja en Primaria, Héctor Cirio y Gabriela Freire, que es hermana de un amigo mío, pertenece a una familia muy vinculada al básquetbol de toda la vida, ella trabaja con la directiva del Club Tabaré y ya terminó la Licenciatura de Gestión Cultural en el CLAEH. Ella tiene una mirada muy afinada de cómo tendría que ser el básquetbol en Uruguay y del aporte socio cultural que puede generar el básquetbol en el entorno. Su tesis final de carrera fue un proyecto que tenía muchos puntos en común con el mío, aunque no se trataba de una ONG, y luego de unas charlas se incorporó al proyecto. Y el último que se incorporó fue Bruno Fitipaldo, que en cierta medida fue quien reactivó el proyecto cuando le expliqué de qué se trataba. Para nosotros es muy importante tener el apoyo y liderazgo del capitán de la Selección Uruguaya de Básquetbol, que además es una referencia humana y profesional. Entonces, lo que hacemos es pensar en una escuela, tramitarla autorización, invitar a jugadores y luego vamos a jugar con los niños y a charlar con ellos. A veces elegimos una escuela y llegan de dos o tres más de la zona. Por ahora buscamos que sea en la zona de Maroñas a Villa García. Ahí es donde queremos enfocar nuestro trabajo y tratar de lograr cierto impacto.
¿Cuánto incide la masividad de Aguada para que la ONG tenga buena difusión y repercusión?
La idea es aprovechar esa masividad y popularidad del club. Los dirigentes de Aguada, especialmente los de formativas cuando les expliqué el proyecto se pusieron a disposición. Me dijeron que el club y la cancha estaban a las órdenes. La pandemia nos frenó un poco pero tenemos mucho por delante y para crecer.
Es casi un sueño para muchos adultos; imagino lo que será para los niños poder entrar a jugar contigo y tus compañeros de proyecto en la cancha de Aguada una vez en la vida.
Me encantaría que los niños disfrutaran con esa intensidad esto. Que tuvieran la posibilidad de jugar, de ir a la cancha y ver incluso partidos clásicos como Aguada-Goes y que vean en el Palacio Peñarol o en donde sea, cómo viven las hinchadas esa pasión de un partido. Eso sería divino. El niño tiene cierta ingenuidad positiva. Y sé que para ellos cada visita de un jugador es muchísimo. Una vez fuimos con Hatila Passos a la escuela 382, que está cerquita de la cancha de Villa Española y los niños hoy siguen hablando de él. Nunca habían visto nadie tan enorme, tan grande. En esa época yo jugaba con él en Malvín y pensaba que mis compañeros me iban a matar si les pedía para madrugar para ir a las escuelas. Y todo lo contrario, iban felices de ser parte. «Mono, cuando quieras estoy» me han dicho todos. La disposición es tremenda porque lo que te devuelven los niños es mucho más de lo que uno les puede dar en tiempo. Es impresionante. Eso que yo viví en España es lo que supe tenía que poder replicar acá en Uruguay. No inventé nada, solamente tomé modelos de cosas que creo son muy constructivas y las traté de impulsar acá.
¿Coincidís que Tato López es leyenda para generaciones que lo vieron e incluso para quienes tal vez casi ni lo llegaron a ver dentro de una cancha?
Absolutamente. Tato es una leyenda. Encima tiene ese lado humano, está a otro nivel, trasciende su capacidad y lo que generó como jugador de básquetbol, en una época donde los jugadores no iban al exterior. Él fue figura en Italia, Brasil, Argentina, Uruguay, fue goleador en los Juegos Olímpicos. Todo eso que hizo dentro del básquetbol, durante casi 20 años de trayectoria, para mí -que lo idolatro deportivamente- lo potencia con su forma de escribir. Me encanta lo que escribe y cómo lo dice, lo que cuenta y cómo lo cuenta. Tato es una referencia. Ahora compartimos una barra de amigos con la que nos juntamos a comer asados y mirar la NBA, pero la primera vez que estuve mano a mano con Tato, él llegó a uno de los asados y yo me quedé parado. No sabía qué decir (risas). Fue encontrarme ahí con mi ídolo. Lo tremendo es que con el paso del tiempo lo fui conociendo personalmente y toda esa admiración se acentuó. Para mí es un placer leerlo, escucharlo, aprendo todo el tiempo con sus historias de vida, de lo que vivió en sus viajes, son cosas que uno tiene que saber escuchar y agradecerle a la vida poder estar compartiendo eso con alguien así.
¿Crees que el maestro Tabárez provocó un cambio cultural en nuestra forma de entender el deporte y ya no es ganar o ganar y a cualquier precio?
Bueno, estamos hablando de otra referencia gigante. También tuve la suerte o el privilegio de charlar varias veces con él y tener un vínculo más cercano. Tuvo que ganar para que la gente entendiera que el camino es la recompensa. Muchas veces ganar no te hace mejor, sino que te da más felicidad. Pero ganar o perder muchas veces depende si una pelota entró o no, aunque el trabajo, el esfuerzo, el compromiso sea el mismo. Hay veces que ganar o perder es un detalle, una pelota. El camino es la recompensa es una frase que define perfectamente esto que estamos hablando. Tato y el maestro son personas que están en esa línea de altura y excelencia. Son personas que te hacen mejor deportista y persona. El maestro es un exponente claro de esa evolución del deportista uruguayo, especialmente en el fútbol, que es donde nosotros tenemos más exposición. Creo que esta generación va a ser recordada más allá de un empate o si están tres partidos sin hacer un gol. Tenemos la obligación de ver más allá de eso. La transformación que hizo el maestro Tabárez, desde hace 15 años a esta parte, es exitosa. Ganemos o no la Copa América, clasifiquemos o no al próximo mundial. El éxito está. Al menos así lo vivo y lo entiendo yo como parte de esta sociedad.
¿Qué pensás de este tiempo presente con tantos cuestionamientos a la agenda de derechos, al feminismo, a la causa de Madres y Familiares?
Es indignante y triste, porque no se puede cuestionar la justicia de la causa feminista, no se puede poner en la vereda de enfrente al feminismo. Como tampoco nadie se debería parar en la vereda de enfrente del reclamo de gente que está pidiendo saber dónde están sus familiares desaparecidos. Podemos tener diferentes opiniones y nos podemos parar en distintos lugares sobre opiniones políticas o ideológicas, pero hay aspectos que están por encima de todo. Yo no respeto a quienes enfrentan al feminismo, a quienes se oponen a que exista un movimiento que luche por algo tan básico como es la igualdad de los derechos y de oportunidades. Ni respeto a quienes se oponen a que haya gente que luche por algo humanamente tan elemental como saber qué pasó con sus familiares. Eso debería ser indiscutible como sociedad, no deberíamos tener que dar esos debates. Ni siquiera deberían existir esas problemáticas pendientes. Cuando aquí se habla de la brecha, yo ya la viví en la sociedad española, y fue muy visible en EEUU o en países de Europa. La brecha o grieta es una forma que se fomenta para tratar de mantener privilegios e inequidades que ya no deberían existir. Es algo nocivo porque todos deberíamos tener los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Cuando en la campaña Imágenes del Silencio abrazaste el cartel de Jorge Zaffaroni, ¿recibiste mensajes con ataques o insultos desde las redes sociales?
Por suerte no. Todos los mensajes fueron constructivos, de apoyo y agradecimiento. Siempre digo que el agradecido soy yo. Que hayan pensado en mí para salir abrazado de una imagen que es algo que marcó la historia de este país y que lamentablemente lo sigue marcando -porque no pudimos hablar de lo que pasó hace tan poco tiempo- para mí es un orgullo muy grande y una responsabilidad todavía más grande. Fue muy conmovedor poder participar en algo tan emocionante, hasta las lágrimas.
Tato quedó absolutamente conmovido, devastado.
Porque uno es consciente de lo que eso representa para las familias. Por mi edad, no viví cuando sucedió. Pero me puedo llegar a imaginar lo que debe haber sido vivir esa época pero es imposible ponerse en el lugar de las familias y sentir que un día tu hijo, tu hermano, ya no está y no sabés dónde lo tienen y qué pasó con él. Es devastador. Cuando te explican la historia del joven que estás abrazando, es muy fuerte, muy emocionante. Lo haría un millón de veces más y cada vez que me necesiten estaré. La sociedad se merece poder sanar el dolor de estas familias con verdad y justicia. No puede haber vereda de enfrente en este tema. Si hay gente que se para en ese lugar, estamos hablando de gente muy peligrosa para la sociedad.
¿Cómo te gustaría que fuera el Uruguay en el que crecerán tus hijos?
Solidario, de gente generosa, trabajadora, de gente que no solo quiera su bienestar personal sino de todos los que le rodean, de su comunidad. Creo que acá tenemos un montón de valores que son característicos del Uruguay. Claro que con la pandemia afloró lo peor y lo mejor de nosotros. Por un lado, la solidaridad y generosidad del uruguayo -algo que también se vio en el mundo por lo que no creo que seamos tan especiales- y por otro, el egoísmo y las inequidades. Y esto está muy vinculado a la grieta que busca confundir. Hay gente que alimenta esa grieta y quiere que se agrande para que no nos demos cuenta que los procesos son colectivos y que ayudando al otro también te ayudás vos.
Han surgido cientos de ollas y merenderos a los que concurren miles de personas porque no tienen otra chance de comer. ¿Qué sentís cuando ves ese Uruguay?
El contacto con el hambre, con la realidad, es tremendo. Me pasó visitando las escuelas donde ves cosas que te duelen. Yo tuve todo, vengo de una familia de clase media, nunca nos sobró pero no nos faltó nada. Pero la realidad no es esa que yo viví ni la que se ve en la rambla de Montevideo. En zonas alejadas de la costa, hay otra realidad. En las escuelas ves cosas que te impactan. Hay niños que tienen que pasan 8 horas en las escuelas y si pudieran estar más horas sería mejor para ellos porque la realidad en sus hogares es terrible. Hay muchos niños que allí reciben su único plato de comida. Y de pronto te encontrás que a la entrada de una escuela llena de niños para un camión y descarga su basura en la calle. Son cosas que no deberían pasar y pasan. El hambre pasa, el camión que descarga aguas servidas al costado de la escuela también. Ves cosas terribles. Está claro que nosotros no vamos a poder corregir todo lo que está mal pero tenemos que hacer un esfuerzo y cada uno cambiar lo que está en sus manos o dentro de sus posibilidades. Hay mucha gente que está inmersa en su propio mundo y les da la espalda a los demás. Y a veces con muy poco se puede ayudar mucho a mucha gente que lo necesita.
¿Qué logros han obtenido como Basquetbolistas Uruguayos Asociados (BUA)?
Estamos en una etapa muy verde aún. Si bien ahora tenemos una nueva directiva, hay una idea de darle al jugador las herramientas necesarias más allá de lo deportivo, vincularlo a cursos de formación, pensando en el día después. Se trata de convenios con mutualistas, academias de inglés o de formación profesional. Son cosas básicas pero que son imprescindibles. Por ejemplo, que si te tenés que hacer una resonancia en lugar de esperar tres meses te la realicen a los tres días, es muy importante. Como lo es tener la posibilidad de estudiar inglés o de formarte técnicamente en computación. Todo eso para el basquetbolista es un montón.
El problema que tienen el sindicalismo del básquetbol uruguayo es que el básquetbol todavía es casi amateur, es semi profesional o semi amateur, dependiendo de cómo lo quieras ver. Esa estructura hace que sea muy difícil tener la fuerza que puede tener la mutual de fútbol, porque si hay una medida o un paro en el fútbol la gente reacciona porque no están jugando Peñarol o Nacional. En cambio si se para el básquetbol, para la gente no es tan importante. Hasta que no tengamos un básquetbol profesional con una estructura realmente profesional, que implique que los dirigentes sean profesionales y que todos los jugadores -y no un pequeño grupo de privilegiados- podamos vivir del básquetbol, entonces tendremos un sindicato verdaderamente fuerte que obviamente es sumamente necesario. Hoy, los dirigentes ponen mucha plata y mucho tiempo, y lo hacen por pura pasión. Y la Federación también funciona así.
No estamos en un tiempo fácil para los sindicatos. Hay ataques por su sola existencia y razón de ser, algunos muy violentos en las redes.
Sí, es verdad. Hace 20 años no se los cuestionaba. Es parte de esa grieta de la que hablábamos. Pero negar la importancia del sindicato es incomprensible. Obviamente al sindicato le vamos a exigir una buena gestión, un tipo de conducta ejemplar. Y también hay que decirlo, quienes dirigen sindicatos tienen derecho a equivocarse como todo el mundo. Pero la importancia de los sindicatos en la mejora económica y salarial de la gente que tuvo nuestro país en los últimos años, es incuestionable. La fuerza que hacen los sindicatos para que tengamos un país más fuerte y sano económica y socialmente hablando, es incuestionable y sobre todo, insustituible.
Se pueden equivocar, pero no apartar de la ética ¿no?
Pero eso no es un problema del sindicato. Ese es un problema de las personas si se apartan de la ética, no son los sindicatos. En todos los órdenes de la vida eso es así, en los sindicatos y en las empresas. Pero para decirlo más claro: creo que el sindicalismo es imprescindible y nos fortalece.
Aparte de todo lo que ya sabemos, ¿cómo es tu vida?
Tranquila, soy un tipo común, familiar, muy parecido al que se ve en la cancha. Musicalmente escucho de todo, Zitarrosa, Sumo, me encanta el rock en inglés y en español, argentino, uruguayo, británico, Led Zeppelin, los Stones o Creedence, escucho Sabina, Serrat -Ismael Serrano no- y Los Delincuentes que son una banda de Jerez (España); a veces escucho algo de cumbia y en el vestuario o el ómnibus como los pibes son los que ponen la música tengo que escuchar reggaeton. Me gusta el teatro, pero por mis horarios y porque los mellizos son chicos, no voy mucho. De lo último que vi fueron dos obras de Gabriel Calderón y trato de leer mucho. Me encantan las novelas negras y la literatura de viaje. La literatura -claramente- por influencia de mi tía Ana María Bavosi, que fue bibliotecóloga de la Biblioteca Nacional. Mi vieja también leía mucho y sus hijos -Pablo y Alejandro- me recomendaban distintos autores. Soy fanático de Andrea Camilleri y obviamente de Salvo Montalbano. Tan así, que desde España me fui a Sicilia a conocer los lugares en los que se inspiró Camilleri.
El día después cuando te retires de las canchas, podrías dedicarte a escribir.
Me encantaría, no creo que tenga la capacidad, pero me encantaría escribir.
No estuvo tan mal, como dicen Los Problems.
Para nada. Soy un tipo feliz y agradecido por compartir la vida con Daniela, poder disfrutar ver crecer y acompañar ese proceso de los mellizos y todo el tiempo que pasamos juntos con Iago cuando él viene o nosotros vamos. Eso para mi es lo más hermoso de mis días, comenzar cada día con ellos, antes que Daniela se vaya a su trabajo como deportóloga y yo me vaya a entrenar. Esas primeras dos horas del día marcan nuestra felicidad de poder disfrutar el ver crecer a nuestros hijos. Más allá que tenemos rutinas cotidianas muy exigentes por nuestros trabajos, nuestra mayor felicidad pasa por esos momentos en familia.