Los actos criminales en el Caribe y la amenaza contra Venezuela —y ahora también contra Colombia— han despertado campañas en todas partes del continente, y pronunciamientos de los gobiernos del campo progresista. Uruguay brilla por su ausencia, extendiendo su política de complacencia a un punto completamente inaceptable e inesperado, haciéndose los nabos mientras EEUU perpetra crímenes en aguas internacionales de nuestro continente y amenaza con acciones de guerra en territorios de América del Sur. Cabe decir, además, que el silencio no se proyecta sólo a lo que atañe a Venezuela, país donde tenemos embajada pero no embajador, mientras el canciller Lubetkin insiste en la idea de abrir una embajada en Ucrania, donde el presidente Vladimir Zelenski tiene ilegalizados 19 partidos políticos, entre ellos todos los de izquierda, como el partido de la oposición de izquierda, el Partido Socialista, el Partido Progresista Socialista, sino que tampoco dice nada cuando EEUU agravia e insulta a Brasil, intentado influir en el juicio a Bolsonaro, recrudece sus prácticas de bloqueo a Cuba a extremos escandalosos, cambia el nombre de Golfo de México a Golfo de América, agrede a México, persigue y deporta inmigrantes sin ninguna prueba de nada, entre ellos, seguramente, también ciudadanos uruguayos.
Nobel de la intervención y la guerra
Cada semana que pasa, una conflagración trágica se acerca y ya conocemos el plan de la agente Nobel de la Paz, en caso de que Estados Unidos logre colocarla al mando de Venezuela: entregarle el petróleo a Donald Trump. No hay y nunca hubo otro objetivo ni otro plan, mal que les pese a nuestros politólogos de cabotaje, incluso los que se dicen de izquierda, que creen que algo del conflicto tiene que ver con las teorías sobre de democracia o la transparencia del sistema electoral venezolano, y no han sido capaces en veinte años de calibrar la trascendencia que han tenido las políticas de asedio y asfixia de los Estados Unidos en el conjunto de acontecimientos dramáticos y zozobras múltiples que ha atravesado ese país.
A la guerra que propone Trump contra Venezuela hay que añadir ahora la conducta cada vez más provocativa contra Colombia, porque es posible que allí también quieran promover una desestabilización en pleno tiempo de campaña electoral. Estados Unidos ha inaugurado una nueva etapa de monroísmo y el silencio de los que callan sólo contribuye a que se consolide una estrategia de dominación que va a traer más dolor, más violencia y más dependencia. Hay que advertirlo ahora, antes de que sea demasiado tarde.