Es sabido que el Partido Colorado es, como bien dijo la compañera Soledad Platero, un partido político casi póstumo.
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Hace veinte años que no supera el 15 % del electorado y elección tras elección disminuye el número de votos.
A excepción del departamento de Rivera, donde ha conservado la Intendencia departamental, su representación local y municipal es muy poco significativa.
Rastrillando los diarios se pude constatar que es el partido que tiene más candidatos a presidente y menos posibilidades de ganar.
Decepcionados por haber quedado en evidencia que en la coalición de gobierno que integra y de la que se considera autor intelectual, es poco más que decorativo, no le queda otra que aceptar que el Partido Nacional le ganó por goleada y que Cabildo Abierto lo dejó parado en la largada.
Está claro que los líderes de la coalición, y especialmente Julio María Sanguinetti, habían creído obtener un compromiso unánime de votar la reforma jubilatoria que propusiera el Poder Ejecutivo, casi a tapas cerradas.
Por esos días defendieron el proyecto como si su redacción fuera la posible, la más generosa y la única sustentable.
A la fatuidad de Sanguinetti no se le podía escapar una jopeada de un general de artillería casi sin experiencia política que presumía de dominar la alta estrategia.
Pero el Senador Guido Manini ya sabía que haciendo algunas concesiones mínimas se reservaba algunas municiones para la batalla final, que se precipitaría en la Cámara de Diputados en este mes de abril.
En esta oportunidad, que Manini esperó pacientemente, sabía que iba a encontrar a sus aliados acorralados entre concederle lo que pedía o un fracaso ostentoso con una muy esperable consecuencia electoral, en donde blancos y colorados eran los que más tenían para perder.
Desde hace unas semanas atrás, Manini puso sus condiciones, las que resultaron lo suficientemente potentes para recibir la atención preferencial del presidente Luis Lacalle Pou y lo suficientemente insustanciales para no rebajar el impacto político que buscaba el gobierno para no quedar patas para arriba en una reforma que constituía uno de sus proyectos emblemáticos.
Proponiendo demandas que fortalecieran el apoyo de los grupos de interés que constituyen el núcleo fuerte de su fuerza política, particularmente las altas jubilaciones militares y la ley que otorga prisión domiciliaria a los condenados por crímenes y violaciones a los derechos humanos en la dictadura, dejó bien plantada la bandera de que si se aceptaban sus reclamos votaría la reforma y si no se aceptaban no la votaría.
El chantaje de Cabildo Abierto convirtió la negociación en un mercado de vanidades en que sus tres patas, el herrerismo, los colorados y el maninismo, pusieron en el mostrador todo lo que tenían para poner, con el propósito de conseguir lo poco que se proponían obtener.
El rol del Ministro de Trabajo y su Partido Independiente es menos que poquísimo, aunque Mieres es tan pretencioso que levanta la mano para recordar que todavía existe.
La amenaza de Alvaro Delgado de dejar a Cabildo Abierto afuera del gobierno si no apoyaba el proyecto en diputados y la eventual pérdida de los dos ministros y los doscientos cargos que tienen en la administración, ni le movió un pelo al General Manini: la advertencia le entró por un oído y le salió por el otro.
Muy seguro de que el Presidente le diría que sí a sus demandas, tiró el bochín bien lejos y obtuvo todo lo que quiso, poniendo en riesgo la sostenibilidad de la tan mentada reforma y dejando un margen estrechísimo para el pataleo del Partido Colorado, que, ofendido y sobre todo empequeñecido, terminará fatalmente acompañando con sus votos cualquier feto que sea lo que termine naciendo.
Sustancialmente jugará el mismo papel mendicante que el Partido de Mieres aunque con más volumen mediático.
Si el pequeño berrinche de los parlamentarios colorados no eran suficientes para transformar esta tragedia en una reverenda payasada, el editorial de Pedro Bordaberry, proponiendo que los representantes colorados no levanten su mano en la Cámara de Diputado para votar lo que va quedando de Frankestein, no hace más que acentuar los rasgos de la impotencia hasta convertirlos en una caricatura de lo que fue el partido de Batlle y en lo que lo ha transformado la estrategia liquidacionista de Sanguinetti, que se pavonea obsesionado por evitar el triunfo del Frente Amplio, barriendo los votos que pueda rescatar de la derecha y disputando con Manini el apoyo de la mal llamada “familia militar”.
Aún es prematuro para poder vaticinar los más probables resultados de la próxima contienda electoral, pero lo que ya se puede prever es que estamos asistiendo a los estertores finales del Partido Colorado.
Percibiendo que les está sobrevolando “la mosca”, sus dirigentes deberían tratar de evitar un final tan deplorable, tan distante de sus orígenes batllistas y tan subordinado a opciones conservadoras herreroruralistas que el batllismo con tanta dignidad y energía combatió.