Dedica un capítulo al presidente Yamandú Orsi, a quien define como “paramasón”. Cuenta que en sus épocas de intendente se reunía a comer asado algunos integrantes de la masonería, quienes lo ven como “un gaucho bárbaro” que “perfectamente podría estar en la institución”. Relata también que incluso evaluaron su ingreso, aunque finalmente entendieron que era “mucho más útil” mantener una “capacidad de incidencia a través de él sin que este ingresara a la hermandad”.
Otro de los ejes del libro es la presencia de masones en cargos estratégicos del Estado, desde las Fuerzas Armadas y la Suprema Corte de Justicia hasta la cúpula policial actual.
Amado también documenta el crecimiento de la masonería en las últimas décadas. Identifica el “boom masónico” a partir del 2005, cuando existían 71 logias, alcanzando las 118 en 2025, y con una expansión marcada hacia Canelones, Maldonado, Cerro Largo y otras zonas del interior. Señala, además, el ingreso de generaciones más jóvenes —con un promedio de 45 años— y la consolidación internacional de la masonería femenina que pasó de tres logias en 2020 a 34 logias en 2025.
Lo que generó mayor repercusión mediática fueron los nombres que revela el libro, muchos de ellos figuras públicas que mantenían su pertenencia en reserva. Allí aparecen integrantes de la clase política, juristas, académicos, magistrados, empresarios, figuras del fútbol, de la cultura, entre otros. Algunos de estos nombres son Carlos Albisu, Beatriz Argimón, Sergio Botana, Alberto Cid, Jorge Díaz, Gerardo Sotelo, Tabaré Viera, Carlos Bustin, Felisberto Carámbula, Ignacio Ruglio, Sebastián Giovanelli, Alejandro Camino, Alfredo Etchandy, Claudio Paolillo, Diego Vázquez Melo, Nubel Cisneros, Enrique Moller, Francisco Faig, Antonio Cardarello, Hoenir Sarthou, Lucas Sugo y Carlos “Chacho” Ramos.
Las críticas no tardaron en aparecer, aunque Amado aclaró sus intenciones: “Nunca fue el objetivo quemar masones”, sino mostrar “de qué está hecha” la institución, dijo en una entrevista con Caras y Caretas.
¿Cómo definís la masonería?
Es una institución que se ha ido adaptando a distintos tiempos. La masonería moderna nace formalmente en Inglaterra en 1717 y, más tarde, en Francia hacia 1770. En sus inicios combinaba rituales, secretos, simbología, saludos y signos, pero también tenía un plan político claro: desplazar a las monarquías religiosas —fundamentalmente católicas— y sustituirlas por un modelo basado en los valores históricos de las logias y de otras corrientes afines: libertad, igualdad y fraternidad. Ese tríptico, heredado de la Revolución francesa, se articulaba con una visión política alternativa que incluía ciudadanía, derechos, obligaciones y un Estado con división de poderes. Ahí aparecen Rousseau, Montesquieu y las nuevas ideas republicanas que inspiraron a la masonería que se expandió desde Europa hacia Norteamérica y Sudamérica, impulsando procesos revolucionarios con un hilo conductor común: derrotar el régimen imperante.
Un siglo después, el papel de la masonería en Uruguay ya era otro. Existía una democracia republicana consolidada, con división de poderes, derechos, obligaciones y Constitución. Lo que faltaba era la separación entre el Estado y la Iglesia Católica. Esa etapa ya no se define por la acción en los campos de batalla, como antes de 1830, sino por su actuación dentro de la República, con otro formato y otras herramientas.
En el siglo XXI, Uruguay se destaca en el continente por haber institucionalizado tempranamente la laicidad. En Uruguay, esa separación cristalizó en la Asamblea Constituyente de 1917 y se coronó en 1918. Desde entonces, la máquina de hacer ciudadanos es la máquina de hacer ciudadanos laicos. Ese es el cambio superlativo de nuestro ADN, a diferencia de muchos países de la región que tenían incorporada otra forma de vivir y sentir, con la religión muy impregnada en la formación de la gente, desde las escuelas, liceos, universidades, y también desde las costumbres.
Hoy la masonería ya no tiene un plan político. Su objetivo es mantener esas conquistas —como la laicidad— y cultivar los valores republicanos. La mayoría de sus integrantes centra su trabajo en el viaje iniciático personal, esa búsqueda espiritual que apunta a mejorar las propias carencias, comprender virtudes y defectos, y trabajar sobre el bien y el mal a través de rituales y símbolos en las tenidas masónicas. Antes la institución impulsaba ideas para instalarlas en la sociedad; pero eso ahora no pasa porque ya pasó.
¿Es una élite?
Que es un ecosistema de privilegio si puede ser, en un Uruguay donde hay 25,000 pesistas en donde hay una cantidad de realidades vinculadas a la pobreza, pero no es una elite económica. En todo caso es una élite intelectual y de contactos de clase media y media alta. Hay diversidad de profesiones, edades, lugares de residencia. En ese sentido ha habido un una un gran florecimiento aparejado con el crecimiento de la masonería al interior del país y la llegada de la masonería a lugares en donde no estaba presente.
¿Qué quedó de los valores progresistas que promovía?
La masonería uruguaya no es una institución progresista. Esa confusión se debe a su gran influencia durante el batllismo histórico, el de Pepe Batlle, la etapa más transformadora en términos sociales, laborales y civiles en Uruguay. Ese período, en clave progresista, coincidió con el auge de la masonería, pero la institución, en términos ideológicos, podría definirse como históricamente liberal clásica o liberal conservadora. Hay masones progresistas y no progresistas, pero no es la ideología de la institución. Su apoyo explícito a un candidato ocurrió una sola vez, en 1914, cuando la masonería uruguaya calculó fríamente que era el momento fértil para impulsar un presidente masón que acompasara la necesidad de ir hacia una asamblea constituyente, modificar la Constitución y clavar la bandera de la laicidad para siempre. Eso nace desde adentro de los templos. Fue la única vez en la historia de la masonería que todas las logias, con integrantes de distintos partidos políticos y otros sin origen partidario, se encolumnaron detrás de un candidato. Sucedió porque se entendió que en el plan político faltaba esa pincelada final tan importante que era la laicidad. Entonces, la masonería planteó el término de la exteriorización: salir de los templos y dar esa batalla cívica en la calle, militando por Feliciano Viera, el que pone en el freezer las reformas sociales de Batlle y Ordóñez, pero no todo lo que el batllismo venía construyendo. Entonces, confluye el liberalismo conservador pero laico, con el liberalismo progresista laico del batllismo en el que era fundamental lograr el paso superador de la laicidad. En eso estaban espalda con espalda. La laicidad fue el gran unificador de grupos de diversa índole.
¿Qué pesa más para un masón, la institución o el partido político?
Los partidos pertenecen al mundo profano. En la masonería se comparte un marco de principios. La institución es, en términos generales, liberal. Para integrarla, hay mínimos innegociables: defensa de la democracia republicana y de la laicidad. Sobre esa base conviven sensibilidades diversas. Hay tensiones internas y, como en cualquier institución, errores de reclutamiento. La invitación depende de la evaluación de un maestro masón, que puede equivocarse. También ocurre que algunos evolucionan espiritualmente y otros involucionan. Los enfrentamientos entre masones en el mundo profano existen y son notorios.
Decís en el libro que sos el único que escribe sobre masonería sin ser masón. ¿Por qué crees que nadie la investiga desde afuera?
No sé por qué no existen más profanos que investiguen a la masonería. Lo que sí puedo afirmar es que no es fácil abrir puertas. Para mí fue un camino complejo. En mi caso, tuve algunos privilegios: cuando comencé a militar, mis entornos políticos estaban llenos de masones, el Partido Colorado es históricamente un partido con fuerte presencia masónica. El siglo XIX fue más de blancos masones y el siglo XX está absolutamente copado por colorados masones.
Cuando observé el ascenso de varios masones en las Fuerzas Armadas durante el gobierno de Tabaré Vázquez, me generó mucha intriga y quise entender los motivos. También hubo una parte de interés propio de ir tras documentos y así fue que encontré algunos muy valiosos en librerías de Tristán Narvaja, provenientes de familias de masones fallecidos que no sabían qué hacer con ese material. Gran parte de la información la obtuve de esa manera, no me la traficó un masón incumpliendo y traicionando a sus hermanos.
En el proceso descubrí que gran parte de la bibliografía sobre masonería histórica en Uruguay fue escrita por masones, muchos de ellos figuras destacadas de la institución, aunque sin declarar públicamente su pertenencia. Me di cuenta que estoy bastante solo en cuanto a escribir de masonería no siendo masón.
¿Cuál fue el objetivo de incluir nombres?
En ninguno de mis libros hubo un objetivo de quemar masones. Cuando se hace una investigación periodística hay cosas que tienen relevancia. Y por supuesto que es relevante mostrar las figuras históricas que enaltecieron la masonería en distintas épocas y así mostrar de qué estaba hecha, quiénes la integraban, qué profesiones tenían. Mi trabajo con la masonería siempre fue respetuoso y riguroso, buscando desmontar mitos, fantasías y prejuicios, y ofrecer una mirada histórica realista de su influencia en el país. No es posible entender la historia uruguaya sin la masonería.
Creo que mencionar figuras públicas ayuda a mostrar, por ejemplo, la vigencia y vitalidad desde el interés de personas con prestigio profesional que decidieron ingresar. No son personas que se inician para que la masonería los ayude a lograr el prestigio o el éxito porque ya lo tienen, es gente que ya está consolidada en determinados lugares y, sin embargo, encuentra atractivo en la institución, quizás para buscar un camino espiritual.
Contaste que te intentaron disuadir para que no publicaras nombres. ¿Qué perfiles tienen esas personas que pidieron no ser mencionadas?
Este libro se publicó en un momento de mayor apertura de la masonería y, paradójicamente, fue cuando más resistencia sentí de parte de integrantes que no querían quedar expuestos. Varios me transmitieron una profunda sensación de vulnerabilidad.
Son personalidades de alto nivel de exposición pública. No se trata de masones recién iniciados, sino de integrantes que tienen una década, que han ocupado cargos en la logia, pero que por alguna razón lograron sortear todos esos años sin que nadie tuviera una suspicacia de su condición de masones. De pronto se encontraron con que yo tenía documentos y fuentes irrefutables. Percibí que la sensación fue la de “me atraparon”. Algunos me confesaron que sabían que en algún momento podía ocurrir.
¿Por qué crees que lo ocultan?
Realmente me hizo reflexionar mucho, porque uno puede entender algunos casos, por razones personales muy concretas, pero me llama la atención ese patrón de conducta porque no tiene nada de malo ser masón. No es otra cosa que una institución que en el MEC figura como una organización civil que tiene sus estatutos, que su palacio masónico es un monumento histórico nacional. Habrá gente que no le guste, y habrá buenos masones y malos masones, como pasa en cualquier institución, pero eso es otra historia.
Creo que la masonería todavía no terminó de procesar cómo convivir con la mirada de una sociedad en la que más del 90 % no pertenece a la institución. Y como cualquier organización civil, debe entender que el periodismo no hace excepciones. En definitiva, creo que el libro desnuda cierta falta de fluidez entre cómo vive la masonería el trato desde el mundo profano, pensando que habría que respetar su organización y funcionamiento, cuando quienes estamos afuera de la masonería no tenemos un compromiso de ese tipo con esa institución.
Artigas es señalado como “un hermano sin mandil”. ¿Cómo se explica su influencia ideológica sin afiliación formal?
Artigas es homenajeado permanentemente dentro de la Gran Logia del Uruguay. Siempre hay instancias de recordación y evocación hacia su figura, que pude comprobar en documentos. El término “hermano sin mandil” se aplica a quienes, sin haber sido iniciados, comparten los principios y valores masónicos. Lo mismo ocurre con figuras como José Pedro Varela o, en parte, con Batlle y Ordóñez.
El ideario artiguista está claramente influido por las nuevas corrientes que circulaban en el mundo, vinculadas a la Revolución Francesa —libertad, igualdad, fraternidad— y, en general, al paradigma de ideas que emergía en aquel contexto histórico. Es muy fácil trazar esa influencia cuando uno lee las Instrucciones del Año XIII: allí aparecen sentencias, frases y párrafos casi textuales de la Constitución y de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. También hay elementos inspirados en códigos y constituciones de algunos estados norteamericanos. Y, por supuesto, lo marcó la corriente de pensamiento de los libertadores de América. Artigas tuvo una relación fluida con Sarmiento y abreva en ese conjunto de ideas.
Si salimos de lo estrictamente ideológico, las Instrucciones del Año XIII muestran una visión muy clara de libertad, república, sistema democrático, separación de poderes con límites —el fundamento lógico de la democracia republicana—, noción de ciudadanía y una idea muy temprana de laicidad. Cuando plantea la libertad religiosa “en toda su extensión imaginable”, está anticipando, cien años antes, la separación entre la Iglesia y el Estado. No repite la dogmática de la religión católica: promueve el pluralismo y la libertad religiosa, antecedentes evidentes de una concepción prematura de laicidad.
El federalismo, en cambio, responde más a la realidad del Río de la Plata y a las disputas sobre cómo organizar esas nuevas sociedades, no necesariamente a la masonería. Aunque Artigas no fue iniciado, estuvo rodeado de masones, como muchas personalidades que influyeron decisivamente en la identidad nacional.
Mencionaste antes que la masonería no tiene hoy un plan político, pero el libro refiere al caso de Orsi como “una fuerza amiga” que no invitaron a participar porque “serviría más afuera”, lo que podría sonar a una estrategia.
En el caso de Orsi, la discusión no tuvo que ver con estrategia maquiavélica, sino con algo mucho más terrenal. Orsi ya era considerado una fuerza amiga —igual que en su momento Tabaré Vázquez o Julio Sanguinetti— por lo que no había necesidad que estuviera adentro. Entendieron que servía más afuera porque la masonería es vivencial: exige presencia semanal en las tenidas, requiere un trabajo rutinario, que es lo que va mejorando los aspectos que las personas van a trabajar. Un intendente con proyección presidencial tiene una agenda incompatible con esa práctica. Invitarlo sería ponerlo en un compromiso y entreverarlo.
Dice en el libro que los masones celebraron el discurso de Orsi, del 24 de noviembre, “como un gol”. ¿Por qué?
Lo vivencié. Ese discurso se decodificó como un guiño hacia la institución, pero eso lo hicieron muchos presidentes como Tabaré Vázquez —que era masón— o Julio Sanguinetti, que debe ser de los tipos que en estos últimos 40 años ha defendido más el valor de la laicidad. Forma parte de ciertas dinámicas de relacionamiento. Decir “lobby” suena peyorativo, pero todas las instituciones buscan tener una relación fluida con el poder político para incidir cuando alguna situación les afecta. Después el poder político hará lo que quiera. Pero sería una hipocresía decir que las instituciones del país no intentan estar cerca del poder de turno para tratar de influir en sus intereses. Y la masonería no está ajena a eso.
¿Qué implica la presencia de masones en mandos militares, judiciales o policiales?
Ocurrió con Tabaré Vázquez, cuando la cúpula militar eran todos masones. Desde el punto de vista de la influencia, yo soy muy escéptico. No creo que eso determine grandes decisiones. Las dinámicas reales suelen ser más terrenales, que tienen que ver con las cercanías personales, trayectorias. Creo que, para la institución, las designaciones se viven con alegría y orgullo, como una cosa más de regocijo personal que nada tiene que ver con una trazabilidad de influencias. Eso es para los conspiranoicos que tenemos en Uruguay.
Hay un capítulo que habla sobre el crecimiento y expansión que tuvieron en los últimos 20 años las logias femeninas. ¿A qué crees que se debe?
Quienes tienen todos los méritos son las mujeres masonas, que se pusieron al hombro la tarea de levantar las logias femeninas en Uruguay. Fue un proceso dificilísimo, a contracorriente, en un momento en que los integrantes de la Gran Logia masculina no estaban de acuerdo. No les importó: contaron con la ayuda de algunos masones uruguayos que se insubordinaron, las apadrinaron y apoyaron todo lo posible a Alicia Toyos, quien impulsó la conformación de las tres primeras logias que hicieron posible la creación de la Gran Logia Femenina.
Toda logia nace de la “costilla” de otra masonería. En el caso de la femenina, el acompañamiento vino de la Gran Logia Femenina de Chile, porque se trata de un proceso en el que todavía no hay masonas formadas y tienen que prepararlas en otra masonería para que adquieran las aptitudes y conocimientos, y luego vuelvan a su territorio a construir logias autóctonas.
A partir de 2008 hubo un avance fermental en términos de consolidación institucional e identitaria. La masonería femenina uruguaya logró construir una identidad propia, fuerte e independiente, y crecer en cantidad de logias. También pudo contar con su propio palacio masónico y así disponer de instalaciones adecuadas para trabajar masónicamente “con todas las de la ley” y no depender de un templo prestado. Además, ha logrado una presencia potente en el interior y tiene como objetivo llegar a todo el país. Además, la designación de la serenísima gran maestra Estela Vieras como autoridad máxima de la federación americana de masonería femenina, habla de un crecimiento integral en muy poco tiempo y le ha dado prestigio internacional.
¿Qué rasgos diferencian a la masonería femenina de la tradicional?
Lo que noto muy a flor de piel en la masonería femenina es que cuando las mujeres se toman algo en serio son muy metódicas, trabajan con mucho tesón, y eso se percibe de inmediato: se nota el compromiso militante que tienen. Por otro lado, en la masonería femenina hay un componente espiritual muy marcado, que viene de su serenísima gran maestra y se refleja, en general, en todas las integrantes con las que he conversado. Ese vínculo con una fuerza superior está mucho más presente. La masonería le pone un nombre —Gran Arquitecto del Universo—, pero es una entelequia en la que cada persona deposita aquello en lo que cree: energía, un dios, lo que sea.
Otra característica interesante es que, cuando alguien quiere ingresar, no tienen demasiados requisitos. No es para reclutar más, sino por una convicción filosófica: no se le puede negar a ninguna mujer la posibilidad de recorrer el camino, porque la masonería se depura sola. Entonces, no darles la oportunidad de transitarlo y ver si encuentran allí un espacio que las contenga y les haga bien va contra ese principio. No funciona como en la masonería masculina, donde el proceso de selección es mucho más complejo.
Además, hay una condición sine qua non: que la familia directa esté de acuerdo con el ingreso. En la masculina, a veces ni siquiera la familia sabe que alguien es masón. En la femenina no solo tienen que saberlo, sino estar de acuerdo, porque entienden que, por el rol de la mujer en la sociedad, la familia debe acompañar ese proceso. Debe ser consciente de que la mujer va a recorrer un camino que implica muchas ausencias, no solo el día de la tenida. La masonería femenina hace un gran esfuerzo por crecer en el interior, y eso significa que muchos sábados maestras de Montevideo viajan para que funcionen logias allí, porque todavía no hay suficiente número de maestras en cada localidad para trabajar en el ritual.
¿Son feministas?
Me costaría responder esa pregunta porque no soy yo quien debería hacerlo, sino ellas. Lo que sí tengo claro es que el camino que han transitado demuestra un gran empoderamiento, muchas veces a contracorriente de los propios masones de la Gran Logia y, en varios casos, incluso de sus familiares masones. En 2008, cuando escribí el primer libro, no querían saber nada de la masonería femenina. Había circulares y comunicaciones internas que insistían, con mucha preocupación, en no mantener relaciones masónicas con las masonerías consideradas irregulares, y dentro de ellas estaba la femenina.
Hoy la masonería masculina mantiene una relación institucional fluida con la femenina; realizan actividades conjuntas —no masónicas— como conferencias y coloquios. Eso sí, masónicamente trabajan por separado, cada cual en su te