La nueva vida del Taranco con la impronta de Laura Malosetti
El Museo de Artes Decorativas tiene una propuesta renovada que pone en valor su patrimonio arquitectónico y artístico. El Palacio Taranco invita a recorrer sus salones, descubrir nuevas muestras y reconectar al público con uno de los íconos culturales de Montevideo.
Laura Malosetti, directora del Museo de Artes Decorativas/Palacio Taranco.
Meri Parrado
Laura Malosetti, directora del Museo de Artes Decorativas/Palacio Taranco.
En la Ciudad Vieja de Montevideo, donde la historia resuena entre adoquines y fachadas centenarias, el Palacio Taranco se eleva como un fragmento de París trasladado al Río de la Plata. Durante mucho tiempo, su belleza quedó semioculta entre rutinas, horarios inhóspitos y una colección majestuosa pero casi silenciada, esperando un impulso que la devolviera al centro de la vida cultural. Ese impulso llegó con Laura Malosetti, una mujer que también, de algún modo, volvía a casa, historiadora de arte, investigadora, académica y, desde mayo, directora del Museo de Artes Decorativas.
El Taranco, que alguna vez fue la residencia de una familia poderosa y numerosa, hoy se reactiva como nunca, convoca nuevos públicos, recupera espacios, incorpora música, investigación y recorridos. Y lo hace sin perder la esencia que lo convierte en una pieza única del patrimonio uruguayo, ese carácter de “casa viva”, intacta en su mobiliario y en sus ecos, capaz de contar la historia de una élite, de un país y de una época.
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Lo que sigue es un recorrido por el palacio y por la visión de su nueva directora, una impronta que resalta arquitectura, memoria, investigación y un futuro lleno de entusiasmo.
Taranco
Museo de Artes Decorativas/Palacio Taranco
Meri Parrado
Un edificio excepcional
Antes de hablar de la revitalización actual del museo, conviene detenerse en aquello que lo sostiene. El Palacio Taranco es una obra maestra casi sin equivalentes en Uruguay. Construido entre 1907 y 1910, es un “hôtel particulier” francés diseñado desde París por Charles Louis Girault y Jules León Chifflot, dos arquitectos que jamás pisaron Montevideo, pero enviaron más de setenta planos y acuarelas minuciosas para asegurar que la residencia replicara los cánones del estilo Luis XVI.
Girault, célebre por el Petit Palais de París, estaba en su apogeo creativo. Que una familia montevideana le solicitara un palacio habla de la ambición social de la época y de la riqueza de los Ortiz de Taranco. El resultado fue una casa que encarnaba París.
El jardín del edificio crea una fluida transición visual que continúa la geometría de la Plaza Zabala, la más antigua de Montevideo. En la esquina, una rotonda diseñada como entrada de carruajes suavizó la volumetría y definió un estilo que combina sobriedad exterior con exuberancia interior.
Dentro, los pisos de roble de Eslavonia, las boiseries, los mármoles italianos y los muebles originales traídos en barco transformaron el espacio en un escenario detenido en el tiempo. Casi nada ha desaparecido, los veladores, los pianos, los sillones, los tapices, las pinturas de Sorolla, Ribera o Verazzi, las vajillas, los biombos, las lámparas. Todo permanece como si la familia Ortiz de Taranco estuviera a punto de bajar las escaleras para recibir a sus invitados.
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Museo de Artes Decorativas/Palacio Taranco
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Pero esta inmovilidad aparente contrasta con una paradoja en la que insistirá Malosetti porque era un palacio precioso, pero silencioso. Bien conservado, pero inerte. Un tesoro poco visitado, casi escondido.
Los Ortiz de Taranco
La historia de los Ortiz de Taranco parece salida de una novela del siglo XIX. Tres hermanos españoles, José, Félix y Hermenegildo, llegaron desde el Valle de Mena buscando escapar de la pobreza, trabajaron como empleados de almacén y, a fuerza de disciplina y visión comercial, construyeron una de las mayores fortunas del país.
Comenzaron vendiendo desde un pequeño almacén, durmiendo en los mostradores para ahorrar cada moneda. Luego se dedicaron a la importación, trayendo desde Europa todo aquello que la burguesía local demandaba. Más tarde, invirtieron en tierras y banca, y su apellido pasó a figurar entre los nombres de referencia de la élite financiera.
El palacio fue concebido principalmente para Félix Ortiz de Taranco y su esposa, Elisa García de Zúñiga, descendiente del patriciado uruguayo. Esa alianza entre “dinero nuevo” y “apellido antiguo” consolidó el estatus social de la familia, que llegó a tener once hijos, nueve de los cuales sobrevivieron y crecieron dentro de la fastuosa residencia.
Mientras la planta baja se destinaba a recepciones, bailes y visitas oficiales, la planta alta era un mundo aparte, un hervidero de niños, institutrices, juegos y rutinas. La casa, con su estricto orden social, funcionaba como un microcosmos de la vida aristocrática rioplatense de principios del siglo XX.
Cuando Félix murió en 1940, los descendientes decidieron vender la residencia al Estado con la condición de que el mobiliario permaneciera unido al edificio y que se destinara a museo. Fue cedido en 1943 junto con la colección de arte creada por sus propietarios y el museo se creó en 1972. En 1975 el edificio fue declarado monumento histórico.
El museo dormido
Cuando Laura Malosetti regresó al país en mayo, lo hizo, según nos explica, bajo una iniciativa del gobierno para repatriar a especialistas de la diáspora. Para ella, el regreso fue emocional. Volvía a su ciudad natal después de décadas de vida intelectual y profesional en Buenos Aires, donde fue docente, investigadora, decana y referente en estudios de arte latinoamericano.
Su especialidad en arte europeo del siglo XIX calzaba perfectamente con la colección del museo, la mayor del país en ese período. La propuesta, dice, fue “un regalo”.
Pero el regalo venía envuelto en desafíos. “El museo es un edificio patrimonial de extraordinario valor, que está muy deteriorado, estamos en plena campaña de restauro, y tiene una colección de arte europeo que ha sido muy poco investigada”, explica. “A esto se sumaba un factor crítico, un horario incompatible con las dinámicas actuales. Abría solamente de lunes a viernes, de 12:30 a 17:30”. La Ciudad Vieja, aunque saturada de turismo y una rica vida cultural, no encontraba al Taranco disponible en los momentos de mayor circulación.
“Lo primero que hice fue cambiar el horario, ahora es de martes a sábado, de 11 a 18 horas.”, afirmó. “Y la medida dio resultados inmediatos, los sábados ingresan cerca de 500 personas, una cifra inédita. Porque además el museo está en una plaza, la plaza más antigua de Montevideo y la más bella. Hay todo un circuito de museos, el Museo del Carnaval, el Museo del Cabildo, las sedes del Museo Histórico Nacional, entre otros. Bastaba abrir las puertas en el momento adecuado para que la gente regresara”.
Con el horario ajustado, el siguiente paso era aún más profundo, había que devolverle vida al museo.
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El palacio se llenó de vida
La reconstrucción comenzó con la formación de un equipo sólido, integrado por investigadoras y profesionales con experiencia. “Tengo a Mercedes Bustelo, a Cecilia Tello, Daniela Tomeo, colabora mucho también Carolina Porley y en redes, una licenciada en Comunicación, que es Cecilia Cabrera quien ha puesto al museo en escena”, dice Malosetti. Hoy el Taranco está activo en Instagram, Facebook y plataformas digitales donde compite por atención con otros espacios culturales. En un tiempo en el que la primera visita ocurre desde la pantalla, esa presencia es decisiva.
La estrategia funcionó. Las actividades se difunden y convocan a un gran número de asistentes. Las fotos del palacio, de su luz, de sus pianos, de sus pinturas, circulan constantemente, para generar interés en gente que quizás nunca había considerado el museo como un destino.
Uno de los proyectos más lindos de la nueva gestión es La Obra del Mes, una iniciativa de investigación académica y divulgación. “Cada mes, una obra del museo —un cuadro, un mueble, un objeto— se convierte en protagonista. Se invita al investigador que realizó la ficha razonada a ofrecer una conferencia, y la actividad culmina con un brindis que fomenta el encuentro entre especialistas y público general”.
“La primera pieza fue Al agua, de Joaquín Sorolla y Bastida, un verdadero ‘bestseller’ de la colección. Le siguieron los Baldassare Verazzi, artista italiano que tuvo una presencia muy importante en el Río de la Plata. Además de investigaciones sobre el mobiliario que reafirman que los objetos decorativos, en un palacio como el Taranco, pueden ser tan significativos como los óleos”, nos cuenta entusiasmada Malosetti.
Con estas actividades, la investigación dejó de ser un trabajo oculto y se volvió experiencia colectiva.
Si el Taranco siempre fue una casa viva, la música tenía que volver a ser parte de esa vida. El museo posee cuatro pianos, tres de los cuales están en condiciones de ser tocados. Cuando Malosetti consultó al afinador si era seguro usarlos, él respondió con una afirmación que se convertiría en política institucional: “Les hace bien que los toquen”. La idea habilitó el ciclo Música en el Taranco.
“El primer concierto fue un homenaje a Felisberto Hernández. Tocó su nieto, Sergio Elena. Luego vinieron Julio César Huertas con un homenaje a María Eugenia Vaz Ferreira, Leo Maslíah, un grupo franco-suizo convocado por Cristina García Banegas, entre otros”.
Pero lo más conmovedor es, según Malosetti, el ciclo de "Jóvenes Clásicos", talentos de entre 12 y 18 años descubiertos por casualidad. Se les invita a dar conciertos formales los sábados a las 3 de la tarde. No hay pago, pero sí algo invaluable, una primera experiencia frente al público, en un escenario espléndido, con familia y amigos acompañando.
“También están habilitadas las visitas guiadas para niños, tenemos a Daniela Tomeo al frente de esta actividad en días especiales... por ejemplo el Día del Patrimonio. Ese fin de semana asistieron 5.500 visitantes, había una cola de dos cuadras bajo la lluvia... Cobró vida el Palacio. Mucha vida joven”, resumió la directora.
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Museo de Artes Decorativas/Palacio Taranco
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La cocina y nuevos espacios habilitados
Uno de los cambios más significativos fue la apertura al público de las áreas de servicio, la cocina y la sala de criadas. Durante años, esos espacios permanecieron cerrados. Ahora forman parte del recorrido.
La idea nació de una observación de Malosetti. “En los palacios europeos, lo primero que quiere ver la gente es el ‘detrás de escena’. Las cocinas, donde se mataba el jabalí, los subsuelos, los pasillos donde se cocinaba, limpiaba, servía y organizaba la vida cotidiana”.
“Entonces con la colaboración de Andrés Azpiroz, director del Museo Histórico Nacional, se equipó la cocina, se recreó la sala de criadas y se diseñó un circuito que conecta esos espacios con el comedor. Él hizo una exposición divina sobre la historia de la cocina en Uruguay, que creo que todavía está y vale la pena visitar, en la Casa de Lavalleja: El mantel como bandera”, explicó nuestra entrevistada.
“Él me ayudó e hicimos el guion. En la Biblioteca Nacional nos permitieron acceder y extraer avisos de diario de los años en que el palacio estuvo habitado, que son muy conmovedores. Elegimos cuáles incluir. Mucha gente nos donó objetos para equipar la cocina, y ese también fue un proceso hermoso, porque puso en escena a los trabajadores del palacio, incluidos los actuales. Ellos donaron cosas; fue muy bonito el proceso y están muy orgullosos, porque es poner su trabajo en escena”.
Por otro lado, hace pocos días también se inauguró un nuevo proyecto, actividad a la que el equipo de Caras y Caretas tuvo el placer de asistir. La apertura de la “Sala dormitorio íntimo y público”, que recrea la habitación principal de Félix y Elisa. Se basa en fotografías tomadas durante la visita del príncipe de Gales en 1925, donde se retrata el ambiente con su ornamentación original.
Esta reconstrucción es una reapertura simbólica del espacio que definió la vida privada del palacio. Incluye retratos de los esposos, mobiliario, textiles y objetos personales que revelan la sensibilidad estética de la familia y la influencia europea en sus costumbres. El dormitorio funciona como contracara de la planta baja, más formal y pública, y complementa la narrativa histórica del museo.
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Museo de Artes Decorativas/Palacio Taranco
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Mirando al futuro
“En estos años que tengo por delante, por lo menos cuatro más, lo primero es inaugurar el subsuelo, que estamos reformando. Estaba muy deteriorado y la museografía era muy antigua. Este día 11 inauguramos una muestra de faros, hermanando los faros del Uruguay y la Argentina. Es muy simbólico, el Palacio Barolo y el Salvo mirándose… El día 12, en la Noche de los Museos, tendremos la inauguración para todo público de Farus junto a Fattoruso… El resto del subsuelo esperamos abrirlo en abril”.
“Vamos a inaugurar otra muestra que trae el Instituto Goethe a tres museos, una exhibición de arte alemán que se presentará junto con el Museo de Artes Visuales y el Espacio de Arte Contemporáneo. Luego tenemos planificada una muestra preciosa de historia del cine y la fotografía”, nos va detallando nuestra entrevistada.
“En el subsuelo habrá también un área dedicada a la colección de Luis Andreoni de arqueología, una de las más antiguas. Estamos realizando toda la investigación sobre cómo el Estado la adquirió en 1900; encontramos el documento. Esa zona esperamos inaugurarla en marzo o abril… Luego habrá otra área de mediateca, que funcionará como una biblioteca y espacio para que los niños de las escuelas puedan sentarse, como existe en otros museos, además de una pantalla para proyecciones de cine. Y otra zona dedicada a la historia del palacio, la historia del edificio y de la familia Taranco”, nos adelantó Malosetti.
Restaurar, modernizar, sostener
Pese al entusiasmo, la directora es objetiva en un punto, los museos uruguayos trabajan con presupuestos muy bajos. El Taranco requiere intervenciones de restauración costosas y permanentes. Hay una licitación en marcha para reparar parte del subsuelo y una fachada, pero las obras patrimoniales siempre demandan más recursos de los disponibles.
Por eso se creó la Asociación de Amigos del Museo, que permitirá recibir donaciones privadas con un modelo de cooperación público-privada similar al de museos internacionales. “Soy optimista”, aseguró Malosetti. “Creo que vamos a lograr colaboraciones”.
El Taranco es una joya que va recuperando su esplendor, eso se percibe en la energía que recorre los pasillos, en el sonido de un piano que se despierta al tacto de un visitante, en la curiosidad de quienes descubren que la cocina también cuenta una historia, en los investigadores que devuelven luz a obras olvidadas y en los guardias que escuchan y acompañan.
Los museos no son depósitos, son experiencias; el patrimonio no se conserva encerrado, sino compartido; la belleza se multiplica cuando se abre. Esa visión impregna la gestión de Malosetti, cada decisión, cada proyecto. Y así, como una casa que vuelve a encender las luces después de años, el Palacio Taranco recupera su vocación original, ser un espacio donde la historia, la estética y la vida cotidiana conviven en armonía.