La estafa de Conexión Ganadera y otros mecanismos similares han dominado los medios y la atención de la opinión pública desde hace ya casi un año. Como pasó antes con el Banco de Montevideo y su colateral el banco TCB, la realidad era un secreto a voces para los “insiders” de la Ciudad Vieja que sabían de las tasas exorbitantes que pagaba el banco radicado en las Islas Caimán.
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También se sabía que el grupo Peirano estaba en una carrera con sus socios holandeses, que por medio de capitalizaciones amenazaban con licuar su participación en una importante cadena de supermercados en Argentina. No resultó sorprendente entonces que el dinero de los ahorristas del Banco de Montevideo hubiera ido a parar a financiar una aventura privada de sus accionistas, los hermanos Peirano, su padre y su familia.


Como este grupo nunca había tenido problemas con banco alguno en Uruguay —lo del Mercantil era sólo una ilusión óptica— y demostraba diariamente su piedad arrodillado en los altares del Opus Dei, el Banco Central del Uruguay miró para el costado. Aquí jugó sin dudas la desidia de un supervisor que parecería que por doctrina sólo interviene ante los hechos consumados. Pero también seguramente jugaron las presiones desde el Gobierno del Dr. Jorge Batlle, que no sólo dio rienda suelta a las actividades de sus grandes amigos, sino que los premió regalándoles los depósitos del Banco la Caja Obrera.
¿Por qué decidimos refrescar la historia de la estafa del Banco de Montevideo? La respuesta es que son muchos los elementos en común con Conexión Ganadera.
Luego de la crisis del 2002 el BCU construyó una enorme línea Maginot para proteger a los depositantes, pero en los hechos terminó siendo una barrera de entrada a la industria bancaria, que con gran efectividad ha logrado multiplicar las ganancias del reducido número de competidores que quedaron dentro del perímetro de regulación. Una mezcla de “innovación” por parte de los agentes y desidia por parte de los reguladores terminó habilitando que estos últimos se dedicaran a ver pasar los aviones por encima de las barreras construidas y las trincheras protegidas con pistolas de plástico.
El resultado fue una estafa de dimensiones que supera a la anterior del Banco de Montevideo, y sin ningún regulador que se sienta mínimamente responsable. Pero los reguladores no son los únicos complacientes en la trama actual de Conexión Ganadera. Ahora resulta que todo el mundo y su abuela con algún conocimiento de ganadería sabían que los números de Conexión Ganadera “no cerraban”. Ni siquiera el director de la OPP y exministro de Economía, Isaac Alfie, que, curiosamente, también cayó en la trampa cazabobos.
¿A nadie en la industria, a ningún insider se le ocurrió alertar al selecto grupo de comunicadores que promovían las inversiones en lo que resultó ser un esquema Ponzi?
Si sumamos todos los fondos ganaderos a la estafa con las criptomonedas del “Lechuga” Campomar y la caída de la calesita de la constructora Balsa & Asociados, nos acercamos a los mil millones de dólares en inversiones afectadas. Para tener una idea de la magnitud del agujero que afecta a la economía uruguaya, esta cifra es poco menos de un tercio de la base monetaria del BCU o del total del endeudamiento agropecuario con el sistema bancario.
En el origen de estos esquemas se encuentra la necesidad del ser humano de poder vivir mejor optimizando los recursos disponibles. También la ambición, el egoísmo, el consumismo y la haraganería de alcanzar el “éxito” con poco esfuerzo. Para aquellos que dependen mayormente de sus ahorros, esto se traduce en la búsqueda permanente de una mayor rentabilidad.
Los expertos saben que, a mayor rentabilidad, mayor riesgo. Pero en la práctica, la renta es más tangible que el riesgo. Los intereses se reciben periódicamente, mientras que el riesgo se materializa solo cada tanto. Mientras tanto, la gente tiende a creer en que esta vez es diferente y que podrá alcanzar rentabilidades que solucionarán su presente y, tal vez, su futuro. Ante un futuro difuso, muchos se lanzan dentro de ese presente promisorio.
Para entender este mecanismo, veamos lo que está ocurriendo en tiempo real con los derechos de televisación del fútbol uruguayo. Salvo contadas excepciones, las finanzas de los clubes uruguayos de Primera y Segunda División están muy comprometidas. Hay clubes importantes de Primera que todos los años deben recurrir a préstamos para poder empezar el campeonato. Las deudas se acumulan, la AUF hace un manejo discrecional de los fondos que entran por concepto de selecciones y los clubes se van fundiendo. La única salida es convertirse en SAD, que, en su esencia, gozan de privilegios similares que las viejas SAFIs, que con la excusa de invertir en fútbol desarrollan todo tipo de actividades fuera del perímetro de supervisión de las autoridades que controlan el lavado de dinero. En efecto, no sorprendió a nadie del ambiente cuando, dentro de la trama de Conexión Ganadera, aparece una que otra SAD entreverada en el esquema.
La ilusión sobre los derechos de la TV
Ante la necesidad de imaginar un futuro viable, muchos actores que responden al eufemístico nombre de “grupos de interés” y algunos clubes que galguean entre ilusiones se tragan la píldora de que los derechos de televisión uruguaya valen mucho más de lo que propone la empresa Tenfield. Para abonar esa teoría, las autoridades actuales de la AUF encargaron un informe oficioso a la prestigiosa firma Ernst & Young que, según se nos dice, sostiene que los derechos del fútbol local podrían valer entre 60 y 80 millones de dólares anuales, cifra que más que triplica lo que aparentemente estaría ofreciendo Tenfield para renovar el contrato actual.
¿Qué dirigente de fútbol no querría recibir una cifra de tal magnitud? Algo muy promisorio y seductor si fuera real. Quizás menos atractivo pero igual de engañoso para los futbolistas que apenas si ganarían cinco o seis mil pesos, tal vez ocho más. Es por ello que los clubes del fútbol profesional, los principales interesados, los dueños efectivos de los derechos, vienen intentando hacerse del informe que fue presentado en versión powerpoint para que se mire y no se toque. Pero piden el informe y no se los dan, ya que estalló como una moda la costumbre de tapar todo lo oscuro o irregular declarándolo amparado en una supuesta cláusula de confidencialidad, como si se tratara de la fórmula de la Coca-Cola.
Como no resulta posible analizar los supuestos del estudio de la firma estadounidense, nos arriesgamos a tirar unos números. De la información de la URSEC surge que en nuestro país existen 400.000 abonados de TV cable, número que viene en caída consistente. En países con tradición futbolística como la Argentina, en promedio un 25 % de los abonados paga el plus para ver fútbol. Sabemos que en Uruguay esa cifra es algo superior, por lo que arriesgamos un optimista 35 %. También sabemos que Tenfield cobra hoy una tarifa mensual de algo menos de 7 dólares, algo que podemos verificar en la factura de cable. Con estos supuestos, los abonados de TV cable pagarían anualmente 12 millones de dólares anuales. Asumamos que por otros conceptos se pudiera facturar 2 veces más que esta cifra, llegando a 36 millones de dólares anuales. A esto luego hay que restarle los costos operativos de mantener un canal de TV que produzca todos los partidos y los transmita en vivo y en directo. Háganse los números como se hagan, resulta difícil pensar que alguien esté dispuesto a pagar más de 30 millones por el negocio que más o menos parece ser la cifra que propuso Tenfield.
Habría que amar mucho al fútbol y nuestro país para arriesgarse a pagar la cifra del estudio de Ernst & Young y comprometerse a hacerlo por cuatro años y además garantizar con un banco triple A 250.000.000 de dólares. Pero seguramente en algo nos estamos equivocando, y por ello todo el país está ansioso por conocer qué descubrieron los sesudos consultores que nadie más —salvo Alonso y su baracutanga— ha visto.
La encrucijada de la AUF
Pero como un gato que trepa el árbol y no sabe cómo bajar, la AUF de Alonso se generó un grave problema. Las expectativas que ha generado son tan altas que solo le quedan dos opciones. O renovar con Tenfield —lo único real y tangible que hay hasta ahora— y aceptar que el número de Ernst & Young es una broma para Tinelli, o ir a una licitación. Pero para que tenga sentido todo este desgaste de ir hacia una licitación debería aparecer una oferta competitiva y que más o menos se acerque al número promovido por el “entorno AUF”.
Nos dicen que algunos jugadores decepcionados por sus negocios con el portland turco o con sus inversiones ganaderas en el chaco paraguayo podrían ser una opción atractiva porque cuentan con el apoyo del caballo del comisario. Quizás se pueda conformar algún grupo de desencantados de invertir en vaquitas virtuales, las criptomonedas del “Lechuga” o las casas de Balsa. Es más, de repente algún ejecutivo estrella con MBA y “know-how” organizacional en calesitas que haya quedado desempleado se muestre dispuesto a capitalizar su conocimiento adquirido en el cuento del tío y permita que Alonso se pueda bajar del árbol al que se subió.
¿Pero qué pasa si Paco se calienta y se muere la gallina de los huevos de oro? ¿Quién va a pagar el pato de la boda y llenar la chanchita?
Alonso estará en condiciones de ponerla, o el Turco Ache sacando palomas de la galera, o Lugano o el Gallego de la televisión, o el mismísimo Gabito, que inventó la pelota cuadrada.
Me parece que estamos en un festival de ilusiones y lo que se viene para nuestro fútbol tendrá la dimensión de una explosión nuclear.
Me temo que los que van a tener dificultades para parar la olla no van a ser los dueños de las SAD ni los dirigentes de la Mesa Ejecutiva, ni Alonso ni Alejandro Domínguez, ni Lugano, Suárez o Godín, que no saben qué hacer con la plata. Esta vez la cruda realidad le va a pegar a los jugadores y al fútbol todo, y el que salve es “crack”.
Ojalá me equivoque.