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Política Aparicio | Partido Nacional | caudillo

Lejos de sus ideales

Pobre Aparicio: mezquindad arriba y miseria abajo

Realmente, la imagen y el legado de Aparicio Saravia han sido burdamente prostituidos por una colectividad que no duda en aplicar políticas hambreadoras

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El desaparecido poeta y compositor tacuaremboense, Washington Benavides, un reconocido referente cultural de la izquierda que derramó arte, talento e inspiración en el pentagrama y en las páginas de numerosos libros de su autoría, homenajeó al emblemático caudillo blanco Aparicio Saravia, en su pieza poética “Como un jazmín del país”, y su sobrino Carlos hizo lo propio en el disco colectivo “La gesta de Aparicio”.

¿Fue casualidad que dos artistas de ideas progresistas rindieran tributo a un ícono nacionalista que pasó a la historia por haber luchado denodadamente por el democrático derecho de los uruguayos a elegir a sus gobernantes mediante el voto universal, consagrado en la reforma constitucional de 1916? Obviamente, no.

Aparicio Saravia, como José Batlle y Ordóñez, Líber Seregni y el propio Tabaré Vázquez, por su obra reformista de segunda generación que rescató lo mejor del denominado Estado de Bienestar del primer y segundo batllismo y la adaptó al siglo XXI, es una personalidad que ya pertenece a toda la sociedad uruguaya, más allá de divisas y banderías políticas. ¿Por qué? Porque sus ideas condensaron una matriz profundamente popular en un tiempo histórico de odios viscerales, enconos y sangrientas luchas fratricidas entre blancos y colorados.

Sin embargo, su legado, que nos pertenece a todos, fue recogido parcialmente por nuestra izquierda, que, en sus tres lustros de gobierno, exhumó lo más avanzado de nuestras tradicionales políticas, a lo cual adosó una impronta socialdemócrata a la uruguaya, enriquecida por el marxismo y otras ideologías transformadoras.

No en vano, el Frente Amplio, desde su creación, hace ya 52 años, acogió en sus filas a partidos de izquierda como el Comunista y el Socialista e integró el fermental aporte de algunos pequeños núcleos anarquistas, pero también aglutinó a la Democracia Cristiana y a corrientes referentes de blancos independientes del Partido Nacional y a sectores batllistas del Partido Colorado, escindidos de sus lemas originales, en tiempos del criminal gobierno de Jorge Pacheco Areco, cuando la ideología derechista ya comenzaba a converger en un bloque y se estaba afianzando la sempiterna polarización entre oligarquía y pueblo que se proyecta hasta el presente.

El Partido Nacional, contemporáneamente vaciado de saravismo y también de wilsonismo, insiste en apropiarse de la figura de Saravia y el pasado 10 de setiembre, a casi 120 años de su muerte en el fragor de su revolución inconclusa, le rindió pleitesía en Masoller, departamento de Rivera, donde, en 1904, el caudillo cayó acribillado por las balas del ejército gubernista encabezado por José Batlle y Ordóñez.

Empero, ¿qué relación existe entre las ideas emancipadoras del “cabo viejo” y el Partido Nacional del presente, el cual encabeza un gobierno pro-oligárquico de derecha, que integra incluso al partido militar Cabildo Abierto, que justifica la dictadura?

¿Puede haber algo más antagónico y dicotómico que la ideología libertaria de Aparicio Saravia y un conglomerado político que reivindica a un régimen criminal que asoló a nuestro país durante casi doce años de espanto? Obviamente, no.

“Dignidad arriba y regocijo abajo”, proclamó otrora el caudillo, en una suerte de legado que insta a sus seguidores a ejercer el poder, cuando sea menester, con dignidad y honestidad. En contrapartida, alude a “los de abajo”, a los del llano –seguramente su mensaje se dirigía a los pobres o al ciudadano común– que, según su sensibilidad, deberían disfrutar de una vida digna y sin privaciones.

No en vano, este líder era identificado por los gauchos como un “montonero más” y uno de los suyos, más allá de su rango de general. Incluso, no dudó en llamar “compañeros” a sus seguidores. ¿Le resulta familiar al lector este vocablo que sugiere cercanía y fraternidad y minimiza las distancias sociales?

Compañero, esa palabra tan entrañable para quienes somos y nos sentimientos de izquierda desde siempre, simboliza el espíritu de confraternidad de quienes abrazamos una misma causa y militamos, con indomeñable amor por la concreción de las radicales cambios estructurales que requirió en el pasado y requiere en el presente, nuestro Uruguay.

Aparicio Saravia no sólo luchó hasta la muerte por la consecución del sufragio universal que hoy está naturalizado. También bregó denodadamente por la libertad, la justicia social y por los derechos de todos los ciudadanos, parafraseando el “naides es más que naides”, una de las máximas de nuestro padre José Artigas, cuyo sustrato ideológico está presente, naturalmente, en el Reglamento de Tierras de 1815, la única reforma agraria de nuestra historia, para que “los más infelices sean los más privilegiados”.

En 2023, con este gobierno de coalición encabezado por el Partido Nacional, una minoría detenta el poder económico, en un país en el cual 17.000 personas poseen patrimonios netos de más de un millón de dólares, un 14 % de la riqueza está en manos de 2.500 uruguayos (0,1 % de la población) y unos 120 compatriotas ostentan dinero y propiedades por un valor de más de 30 millones de dólares.

Mientras tanto, en este mismo pequeño territorio de 176.215 kilómetros cuadrados bautizado Uruguay, hay 350.000 personas que viven bajo la línea de pobreza, 42.000 más que en 2019, y más de 6.000 compatriotas duermen a la intemperie.

Es decir, el legado de Aparicio ha sido sepultado por su propio partido, que se alió al Partido Colorado, el enemigo de otrora, con el propósito de desalojar al Frente Amplio del poder e implantar un gobierno funcional a la rancia élite de la sociedad uruguaya y a los propietarios de los medios de producción.

En cambio, Aparicio Saravia –que era estanciero– para financiar las revoluciones de 1897 y de 1904, entregó todos sus bienes materiales, cuando ofreció a su colectividad los títulos de las tierras de su propiedad. En ese contexto, afirmó que “prefería dejar a sus hijos pobres pero con patria en vez de ricos y sin ella”.

¿El lector capta las radicales diferencias con los referentes –que no tienen nada de caudillos– del Partido Nacional del presente?

Por eso, el discurso del presidente del directorio blanco, Pablo Iturralde, y la ulterior proclama leída durante un acto poblado de caballería gaucha, pero también de suntuosos vehículos oficiales y lujosas camionetas 4X4 de gran porte que cuestan miles de dólares y constituyen un símbolo del status social de la clase dominante, suena claramente a hipocresía.

Por supuesto, el mensaje a la militancia, además de abogar por trabajar para la consecución de un segundo período de gobierno de la hoy agonizante coalición “republicana”, incluyó, naturalmente, duras críticas contra el Frente Amplio, al que siguen responsabilizando, casi cuatro años después, para justificarse de las aberraciones perpetradas por este gobierno.

Empero, la dignidad, a la cual aludía Aparicio Saravia hace más de un siglo, es también sinónimo de ética. ¿Puede hablar con propiedad de ética un partido político que le otorgó un pasaporte a un narco peligroso que estaba requerido internacionalmente y preso por ingresar a un país extranjero con un documento falso? ¿Puede hablar con propiedad de ética un partido que amparó en su seno a un delincuente que operaba desde la propia sede gubernamental?

Realmente, la imagen y el legado de Aparicio Saravia han sido burdamente prostituidos por una colectividad que no duda en aplicar políticas hambreadoras, bajar los salarios y las jubilaciones, recortar el presupuesto estatal, financiar a las élites económicas y privilegiar a sus amigos y socios de clase con prebendas y favores.

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