Por Pablo Silva Galván
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“Cuando hablamos del trabajo del futuro nos referimos a una revolución científico-técnica que modifica las condiciones de organización laboral”, explicó a Caras y Caretas Daniel Olesker, integrante del Instituto Cuesta Duarte. Hacía referencia a los cambios, ya inexorables, que para el mundo del trabajo y su organización imponen la introducción de tecnologías basadas en la inteligencia artificial y los robots. “Se la identifica como una cuarta revolución. Tenemos la primera revolución industrial, que introdujo la maquina de vapor; la segunda revolución, vinculada a la electricidad y a los cambios energéticos. Sobre todo fue la que creó el sistema de trabajo que conocemos con el nombre de taylorismo -sistema de organización del trabajo basado en los principios enunciados por el ingeniero Frederik Taylor-. Ese que Charles Chaplin ejemplifica muy bien en la película Tiempos modernos: el sistema de trabajo del cronómetro, de la evaluación por tiempos, rutinario, donde todos los trabajadores realizaban la misma jornada y donde la productividad básicamente se medía por el número de piezas que se producían. Luego vino una tercera revolución que es la introducción de la informática, la flexibilización de los procesos productivos, la introducción de maquinaria que comienza a tener más capacidad de desarrollar tareas diferentes, la polivalencia, o sea, la idea de que el trabajo no es estándar sino que el trabajador puede realizar diferentes tareas al mismo tiempo. El viejo multioficio ahora transformado en polivalencia. Y esta cuarta que es de alguna manera una continuidad de esa tercera, porque tiene en su base la polivalencia, la multitarea. Se basa en la automatización de los procesos productivos, la transformación de procesos que realiza el trabajo humano por la máquina. En ese sentido las revoluciones productivas anteriores también sustituyeron trabajo humano por maquinaria. De lo que hablamos cuando hablamos del trabajo del futuro es de la automatización de los procesos productivos y la creación de nuevas formas de trabajo que empiezan a sustituir a las viejos métodos de organización, desde los cajeros en los supermercados, las ventas web en las tiendas de ropa o directamente los procesos de automatización de la producción industrial en el tabaco, en los lácteos, entre otros.
Se ha dicho que esta revolución va a destruir muchos puestos de trabajo pero va a crear otros. ¿En dónde pueden surgir esos nuevos empleos?
Esto pasó en las tres revoluciones anteriores. Es decir, las nuevas formas de organización productiva eliminaron ciertas tareas que se hacían rutinariamente pero el efecto global fue mayor. Además de otras medidas que se tomaron, como los cambios en la jornada de trabajo, la reducción del tiempo. Antes se trabajaba de 12 a 14 horas, el taylorismo llevó la jornada a 10 y luego a ocho, y muchos países europeos llevaron la jornada a 35 horas semanales en los últimos 20 años.
Esto es importante porque no es casual que el empuje ideológico del trabajo del futuro se haya hecho el año pasado en medio de los Consejos de Salarios y se haya utilizado este mecanismo como una alerta, para decir: como se van a perder muchos empleos, no pidan mejores salarios, si no, en todo caso pidan conservar el empleo. Siempre pasó eso.
Creo que es importante tener en cuenta que los procesos de revolución tecnológica y la automatización tienden a aumentar la calificación del trabajo. En general tienden a mejorar la productividad. Eso incrementa la brecha entre los calificados y los no calificados. Y genera una tendencia que hace que haya más trabajo para los calificados y empieza a perderse el trabajo no calificado. Rodrigo Arim decía en una nota publicada antes de ser electo rector (de la Universidad de la República) que esta discusión es ineludible, pero no podemos dejar de pensar en algunos problemas actuales que no derivan de los cambios y que la automatización va a agravar, como la brecha entre calificados y no calificados y por lo tanto decía que el futuro empieza hoy. Tenemos que dar respuesta a algunos temas actuales, como por ejemplo la precarización de algunos sectores, la baja calificación de algunos segmentos importantes de la mano de obra cuyo treinta y pico por ciento no culminó el Ciclo Básico de Secundaria. O problemas vinculados a los niveles salariales que no tienen mucho que ver con la evolución de la productividad registrada en estos últimos 15 años.
Creo que la política laboral debe orientarse a preparar en términos de calificación a los trabajadores del futuro.
¿Dónde es que se van a crear empleos? Es evidente que eso depende del modelo productivo que se adopte. Uruguay en estos 15 años de gobiernos del Frente Amplio ha tenido unas cuantas virtudes en términos de modelo económico y social, pero no ha logrado quebrar el modelo primario exportador que caracteriza nuestro desarrollo. En un documento presentado en noviembre de 2016 demostrábamos que las exportaciones hoy son más primarias que las de 2007. Esto no quiere decir que algunos de esos productos primarios lograron diferenciarse, como el chip de la carne, pero en líneas generales, no. Porque el peso de la celulosa y la soja ha desplazado incluso a otros rubros. Uruguay ya no es exportador de carne, lana y cuero, ahora es de celulosa, la lana está muy abajo y el cuero aún más. Entonces la tríada ya es otra.
Un modelo de desarrollo productivo sustentado en recursos naturales pero que tenga mayor valor agregado. Pienso que en lugar de exportar rolos o celulosa se puedan exportar productos elaborados con madera, de papel, cajas de cartón; eso hace que ese aumento de valor tenga un efecto positivo sobre el empleo porque, al haber cambios tecnológicos y automatización en esos procesos, que hoy no se hacen, se incorpora valor agregado.
Por otro lado, la gran fuente de trabajo del país, que da empleo al 75% de los uruguayos, es el comercio y los servicios. En agro e industria trabaja el 22%. Esto no es un problema del país de servicios que se frenó en los 90, esto ya era desde comienzos del siglo XX. Eso depende de que haya un mercado interno dinámico. Y van a surgir nuevas actividades en los servicios, como cuidados en el hogar, ya no tradicionales como salud y educación. Son sectores que en la medida que se lleven adelante políticas inclusivas van a generar mayor empleo.
Yo creo que habrá una capacitación fuerte de los trabajadores y pienso que es el momento de discutir la reducción de la jornada laboral.
¿Hay indicios de esos cambios en el Uruguay?
Esta automatización los bancarios la hicieron en los 90 con los cajeros, y de hecho tomamos ese ejemplo para pensar medidas alternativas. Y ese es un buen ejemplo: el sector bancario cayó en términos de empleo pero el sector financiero, que va más allá de los bancos e incluye a financieras y cooperativas, creció porque crecieron las organizaciones de crédito, las financieras, y así empezó a darse una nueva modalidad.
En el sector comercio ya se está viendo, en algunos sectores de la industria, sobre todo exportadores muy dinámicos, se ha visto. La propia UPM lo demuestra. No obstante, es marginal porque los volúmenes son todavía menores en relación al total.
Olesker: ¿Cuáles son las propuestas del Cuesta Duarte y del movimiento sindical para hacer frente a estos desafíos?
Nosotros nos centramos en cuatro planos y tratamos de hacer una propuesta integral sobre el mundo del trabajo y no exclusivamente sobre su futuro. La primera es que la base salarial tiene que crecer. Hay una propuesta que ubica el salario mínimo en media línea de pobreza, bajo el entendido de que si en un hogar dos personas ganan el salario mínimo, ese hogar no sea pobre. Y la única manera de que no sea pobre es que los dos ganen por lo menos media línea de pobreza. Esa media línea hoy anda en 18.000 pesos y el salario mínimo esta en 15.000. Hay una distancia todavía importante.
Lo segundo tiene que ver con las políticas activas de empleo. En este rubro hay políticas pasivas que tienen como objetivo proteger a las personas ante riesgos del empleo: seguro de paro, seguros por enfermedad. Todo lo que protege al individuo en momentos en que por alguna razón hay problemas en el empleo o no puede trabajar. Y están las políticas activas que tienden a aumentar el número de empleos a partir de medidas desde la política pública. Esas se dividen en dos: las que tienden a actuar sobre la oferta de trabajo, que son las que capacitan y mejoran profesionalmente a los trabajadores; y están las que actúan sobre la demanda y son las que tienden a subsidiar el empleo para que la empresa en función de su rentabilidad -aunque no tome más trabajadores- lo mejore a través de dicho subsidio. Un ejemplo es la Ley de Empleo Juvenil de 2014. Ahora está en marcha una política de subsidios generales que prioriza a los mayores de 45 años y que le da entre el 20% y el 25% del salario a la empresa en caso de incrementar su nómina.
Otra medida más fuerte es la reducción de la jornada. La mejor manera de matar esta idea es decir que mañana se reducirá la jornada a todos los trabajadores en la misma proporción, porque obviamente la reducción de la jornada resulta de un incremento de la productividad que genera la automatización. Y eso no es lo mismo en la metalurgia que en la industria textil, en el plástico, la banca o la salud. Hay que pensar que los sectores de mayor avanzada en los procesos de automatización tienen que incorporar parte de la negociación con reducción de la jornada.
Y la cuarta medida es de tipo fiscal. En algunos países de Europa se ha hablado -incluso Bernie Sanders en la campaña electoral de Estados Unidos había planteado el impuesto al robot- que si se incorpora una máquina que reduce el número de puestos de trabajo, una parte de ese plus generado debe ser tributado. Eso me parece bueno hacerlo, hay que pensar cómo se instrumenta.
Creo que en este sentido también hay que pensar en la Renta Básica Universal. O sea, que le garanticemos, ante esta incertidumbre de empleo, un ingreso mínimo independientemente de su condición laboral. Hay mucho discutido y escrito pero poco ejecutado. También la mejor manera de matarlo es decir que hay que darles a los tres millones y medio de uruguayos tres salarios mínimos, entonces da un número que es infinanciable. Hay que pensar a quiénes, por dónde empezar, con qué montos.
También hay que tener en cuenta con qué criterios se aplican los cambios tecnológicos…
Estamos desarrollando un trabajo con Inefop y Fuecys sobre este tema y realizando talleres con algunos sectores. Y lo que vemos es que muchas veces los empresarios utilizan este proceso de automatización en mayor medida para reorganizar el trabajo que para incorporar tecnología. Entonces cambian los horarios y no se preocupan mucho en la calificación. Hay que mirar cómo se va a reorganizar el trabajo.
Hay una idea de que nuestros hijos y nietos van a trabajar en cosas que hoy no existen. Eso es un bolazo. No sé cuál es el fundamento de eso. Puede significar que trabajen de manera distinta. No me cabe la menor duda. Me parece que hay que empezar a romper esos mitos de que hay 800.000 puestos de trabajo en juego y empezar a ver qué pasa concretamente en cada lugar y mirar los procesos que implica.
Hace un año propusimos en el Consejo Superior de Salarios crear un grupo sobre trabajo. Las empresas no estuvieron muy afines y después no se creó. Pienso que en el próximo período este será un problema central porque el gobierno va a recibir una situación económica más o menos buena pero, a diferencia de los 10 primeros años, los últimos cinco no crearon empleo. Y esa falta de creación de empleo tiene que ver con esto que estamos hablando. Tiene que ver con otras cosas, pero en gran parte con esto.