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Primero de mayo

Por Marcia Collazo.

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Pocas fechas son tan señaladas, por la significación que encierran para la humanidad, como la del Día Internacional de los Trabajadores. La antropología, la economía, la sociología, las ciencias políticas, la historia, la cultura y la propia filosofía se reúnen en torno a este día para aportar su grano de símbolos, su mirada y su meditación sobre eso que llamamos trabajo y sobre la idea misma de trabajador o trabajadora.

No se trata de un simple ejercicio contemplativo, sino más que nada de sopesar el asunto del trabajo, de evaluar el espinoso camino que ha recorrido a lo largo de la historia, en los laberintos del tiempo y del espacio. Se trata también de preguntarse por qué hay tanta miseria alrededor de la idea del trabajo (material y moral), tantas contradicciones que van desde el culto al “laburo” hasta su condena, tantas luchas y padecimientos, tanta tragedia, en fin, desde los albores de la especie hasta el presente, en torno al tema. Y de considerar no solamente el pasado y el presente del trabajo, del trabajador y de la trabajadora, sino también el futuro, porque así lo exige la más elemental responsabilidad en términos de políticas sociales.

Ser un trabajador o una trabajadora supone, en efecto, prestar un servicio a cambio de un salario. Así nos lo enseñaron en las aulas de las diversas disciplinas. Pero en una acepción más amplia equivale, ni más ni menos, que a transformar la realidad, a realizar una obra, a brindar las manos, la cabeza, los ojos, los oídos, el corazón, los pulmones, la intuición, la razón, la esperanza, la creatividad, la dedicación, el empeño y tantas otras cosas encaminadas a la producción de algo.

Trabajar equivale entonces al hacer, al actuar, es decir, a la praxis de la que hablaban los griegos, relacionada con la producción o poiesis. Y debería suponer también, ya que de praxis y de servicio se trata, la dimensión de la dignidad, el decoro, el respeto y la consideración debida a quien realiza alguna cosa para otros. En esto reside el meollo del asunto. Por desgracia, las ideas que desde antiguo se vincularon al trabajo no lo enaltecieron mucho que digamos. Será considerado una labor por demás ingrata y, como tal, inferior y bestial. Comenzó por entonces ese imaginario penoso que se arrastra, al modo de una pesada cadena, tras las huellas de los trabajadores.

Aristóteles ya distinguía entre actividad contemplativa (a la que llamó racional) y actividad manual. La primera era obviamente superior a la segunda. No hay que ser un genio para concluir que Aristóteles era, en esto, un hijo de su tiempo. En Grecia todas las actividades manuales las realizaban los esclavos, y se trataba de actividades generalmente menospreciadas.

Estas ideas pasan a la Edad Media y son abonadas por el catolicismo mediante el concepto del pecado original, que comporta sufrimiento. La frase “ganarás el pan con el sudor de tu frente” indica que el trabajo es un castigo, propio en esa época de esclavos, siervos adscriptos al feudo o campesinos libres. Sólo muy de a poco, a través de la conformación de gremios medievales y con el perfeccionamiento de ciertos oficios, pudo empezar a realzarse la dimensión ética del trabajo. Con la reforma protestante aparecen ciertos dogmas que añaden complejidad al asunto. Para Calvino, sólo el trabajo que depara riqueza es digno, ya que es signo de que uno ha sido elegido por Dios para salvarse, en tanto que la pobreza -por mucho que se trabaje- es signo de condena. El pobre, por tanto, no solamente tendrá que seguir ganando el pan con el sudor de su frente y sobreviviendo como pueda, sino que además será un ser despreciable y castigado en vida y más allá de la muerte, a los ojos del mismo Dios.

El capitalismo y la industrialización tuvieron, en los países en los que se extendió esta fe protestante, gran impulso, y huelga explicar la razón. Menos mal que llegó Karl Marx para sostener, en una reflexión filosófica muy impregnada de las ideas de su maestro Hegel, que el trabajo está directamente vinculado con los conceptos de libertad y justicia. No es una condena, un sufrimiento o un castigo. No es tampoco una actividad penosa y agotadora, sino un fin en sí mismo dotado de significación creadora. El ser humano está dotado del “principio de movimiento”, a través del cual se manifiesta el impulso de creación, y este impulso lo lleva a desarrollar ciertas actividades a las que llamamos trabajo, pero no como un mero servicio remunerado, prestado para otros, sino como un fin en sí mismo. El problema aparece, dice Marx, cuando se desarrollan las denominadas sociedades de explotación, en las que el trabajo se transforma en un medio y en una actividad realizada a cambio de un salario, y por tanto se desvirtúa y se degrada, pierde su carácter de libertad creadora y se convierte en instrumento de enajenación y de alienación.

Sea como fuere, la historia del trabajo es lo que nosotros, los seres humanos, hemos pensado sobre el trabajo. De ahí que resulte interesante analizar, incluso, la letra de algunas canciones famosas vinculadas a este concepto, ya que los cancioneros suelen evidenciar ideas más o menos implícitas en las mentalidades colectivas. Este artículo no pretende, como es obvio, acometer dicho análisis, pero sí enumerar algunas de esas canciones.

Empecemos por la más conocida y emblemática. ‘L’Internationale’, escrita en 1871 por el poeta Eugéne Pottier, musicalizada en apenas tres días, con ayuda de un armonio, en 1888, por Pierre Degeyter, y oficializada en 1896; verdadero himno del movimiento obrero, adoptado por organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas del mundo entero. Ha tenido distintas versiones en español, pero básicamente llama a los pueblos (parias o malditos de la tierra) a ponerse en pie y liberarse de sus cadenas de opresión. Otras canciones -aclaro que hay cientos de ellas, en todos los géneros y estilos musicales- que vale la pena mencionar por sus muchas virtudes artísticas son: ‘Cuando voy al trabajo’, de Víctor Jara; ‘El arriero’, de Atahualpa Yupanqui; ‘Working Class Hero’, de John Lennon; ‘Vai trabalhar, vagabundo’, de Chico Buarque; ‘El carretero’, de Guillermo Portabales; ‘She Works Hard for the Money’, de Donna Summer; ‘Factory’, de Bruce Springsteen; ‘Working Man Blues’, de Bob Dylan; ‘9 to 5 World’, de Ramones; ‘Work for the Working Man’, de Bon Jovi, y muchas otras que los propios lectores podrían sugerir.

¿Qué sensación nos dejan estos temas musicales? En conjunto podría decirse que las visiones y los sentimientos sobre el trabajo que reflejan no son amables, gratos o dignos de celebración. Todo lo contrario. Muchas de las canciones aludidas hacen referencia al dolor, al agotamiento, al vaciamiento de la vida y a la desesperanza, en un amplio abanico de interpretaciones y de actitudes que van desde la congoja a la ironía (me parece que la única excepción es ‘El carretero’, del cubano Portabales, que introduce varias veces las palabras alegría y dicha).

Es fácil advertir que, inmersos como estamos en el mundo donde nos tocó vivir, el trabajo sigue reuniendo dos características relevantes: por un lado es y ha sido un asunto dramático, signado por múltiples problemas que van desde la esclavitud en todas sus versiones, el desempleo y la discusión actual sobre las tecnologías, hasta los reclamos incesantes por mejores condiciones laborales y mejores salarios. Por el otro, se trata de un tema apasionante como pocos, que nos lleva a indagar en las zonas oscuras de nuestra naturaleza y en nuestros orígenes históricos y antropológicos.

¿Será por eso que la filosofía y el arte se han ocupado tanto del trabajo, en especial desde fines del siglo XIX, momento en que surgieron en Occidente los primeros Estados constitucionales y emergieron así, por vez primera, ciertas reivindicaciones sociales, políticas y económicas de los pueblos? Duro, sufrido, y en alerta siempre, el tema del trabajo continúa rozando los secretos, las infamias y las llagas abiertas de la condición humana.

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