Esta columna analizará datos actuales de enfermedades psíquicas en Uruguay, con datos comparados precovid y poscovid, en dolencias psíquicas fundamentales, reveladas a fines de marzo de 2021 por la Facultad de Psicología de la Universidad de la República.
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Cualquier novedad abrupta o estado de conmoción social prolongado tiene consecuencias más allá de sus efectos específicos, cosa que, aunque leída en frío parezca obvia, no lo es tanto cuando analizamos hasta qué punto se tienen en cuenta todos esos efectos y consecuencias no específicas, pero sí generadas por el asunto principal; y, más aún, cuánto se valoran para tomar decisiones de políticas públicas, el asunto principal y sus externalidades, consecuencias y daños. Por ejemplo, la actual pandemia que sufrimos tuvo un origen biológico, con consecuencias inmediatas principales biosanitarias, que necesariamente concentraron la atención mediática, pública y político decisoria, y resultaron en decisiones políticas y técnicas básicamente sanitarias. Pero su contenido implicaba, entre otras muchas cosas: a) un cambio de prioridades en la atención médica de la covid y de otras dolencias anteriores, simultáneas y posteriores a la pandemia declarada y enfrentada de determinado modo; b) daños inmensos en el producto bruto interno; c) cierre de empresas; d) aumento del desempleo; e) disminución de la actividad económica y comercial; f) perjuicio grande por disminución del rendimiento educacional en todas las edades; g) aumento de la conflictividad intrafamiliar por incremento de convivencia forzada y grandes tensiones intergeneracionales respecto a la covid; h) grave perjuicio a la actividad física, de ocio, esparcimiento, paseos y actividades al aire libre y estivales-vacacionales; i) colapso turístico, más importante en países más dependientes de su gasto; j) previsión de crecimiento de los niveles de necesidad clínica por perturbaciones psíquicas varias, lo que desarrollaremos algo más en la segunda parte de la columna. Lo más importante de esto quizás sería que todas esas dimensiones, derivadas de lo biosanitario inicial, van adquiriendo más importancia que eso con el paso del tiempo; y exigen científicos diversos de los biomédicos inicialmente involucrados en diagnósticos y consejos terápicos. Ahora, la ‘ciencia’, en esta nueva etapa, debería estar a cargo de los científicos sociales que saben de todo eso, y no seguir a cargo de los anteriores, que son analfabetos en todo ello.
La enormidad de esos efectos secundarios, inespecíficos, externalidades o daños colaterales de la pandemia en lo biosanitario, llevó a Suecia a ser más prudente en la adopción de las draconianas medidas globalmente adoptadas de enfrenamiento de la novel pandemia desatada por un más o menos novel virus también. El razonamiento de los suecos era muy simple: con las medidas adoptadas, con seguridad tendremos un multicolapso al menos en las 11 áreas descritas antes; y, a cambio, tenemos un beneficio sanitario que no es seguro, porque es un virus nuevo frente al cual no hay experiencia ni seguridad de respuestas; por lo tanto, no adoptemos con demasiado rigor las medidas porque no tenemos seguridad de su resultado mientras tenemos toda la seguridad de los multidesastres que provocarán en todas las otras áreas conocidas de la sociedad, incluso en la misma salud pública; y no solo en lo biológico, sino, ante todo, en lo psíquico. Tanta prudencia fue enfrentada por una furiosa inquisición casi global, aunque yo tiendo a creer que el ‘modelo sueco’ mostrará, en los indicadores inmediatos y en el largo plazo, que, aunque no maximizó el combate al virus, lo optimizó junto a otros objetivos político sociales, sin sacrificar todo el bienestar y desarrollo social acumulado por todos los países del mundo, tributo excesivo a la contagiosidad, gravedad sintomática y letalidad del virus.
Pero, del modo como fue comunicada por la dupla políticos-prensa, la humanidad reaccionó desde su primer y más arcaico cerebro, el encéfalo, paleo-cerebro, que matriza los impulsos, instintos y emociones más primitivas, la personalidad primera; esa personalidad primera es sobrepujada por un neoencéfalo o corteza cerebral, heredada desde los mamíferos por evolución desde los reptiles, órgano de la percepción consciente y de la acción voluntaria, que, obsérvese bien, más que nada implementa lo sentido por el encéfalo primitivo. Quienes planifican la publicidad mediática hace mucho que saben todo eso, como las neurociencias, de modo que el impacto inicial es en el antiguo encéfalo primitivo, primer cerebro humano, preconsciente y prevoluntario, solo capaz de impulsos instintivos, emocionales. Pero los humanos avanzamos luego hacia un tercer cerebro, la neocorteza, relacionada o locus de las más elevadas actividades mentales del hombre, especialmente las simbólicas, las de mayor especificidad sistémica para definir lo humano. Toda la manipuladora publicidad contemporánea de nivel, la usada por los grandes actores sociales, industriales, comerciales, extractivos, multinacionales, políticos de gravitación geopolítica, nos manipula como paleohumanos, de encéfalo primitivo, con impulsos primitivos, que luego son implementados por nuestros cerebros superiores supervinientes. Los más avanzados seres, cerebrados al nivel de neocorteza, usan su desarrollado tercer cerebro para manipularnos como paleohumanos, a lo más como mamíferos reptilianos, que después ejecutaremos esas primitividades inducidas con el equipamiento de los segundo y tercer cerebros; nos hacen percibir de modo primitivo, por obsesión hipnótica y reiteración, no nos dejan pensar más allá de la catarata de impresiones introyectada, nos reconvierten en paleohumanos para manipularnos como tales, más fácil; la publicidad y propaganda actuales, los más científicos y manipuladores, ni siquiera dejan funcionar a nuestro segundo cerebro, el de la conciencia reflexiva y la acción voluntaria, peligrosa subversiva; pero después nos llevan a ejecutar evolucionadamente ese primitivismo impuesto, ahora sí, con los cerebros de la corteza y neocorteza. ¡Brillante!, pero nos llevan al bombo, como ratas de laboratorio.
El deterioro psíquico de la pandemia, peor que físico
Los deterioros psíquicos esperables no son tan fáciles de cuantificar y usar de modo terrorista por los medios, que tan bien usan falsos y verdaderos totales de hisopados, positivos PCR, en CTI, fallecidos, tasas teóricas de contagio, etc. Pero los daños psíquicos, en particular a nivel de patología clínica, ni son fáciles de obtener, ni mucho menos de calibrar en su gravedad por quienes pudieran acceder a ellos. Veamos qué nos dicen los más recientes, comparativos de los niveles de patología clínica precovid y poscovid de Psicología de Udelar.
- El porcentaje de patologías clínicas detectadas en muestras con seguimiento de su evolución durante la pandemia, aumenta en todas las afecciones estudiadas, en un comparativo 2015-2020, y en comparativos precovid-poscovid.
- En dolencias como la depresión moderada, el síndrome de desesperanza, ansiedades y fobias, en todas aumentó, casi duplicándose en niveles de patología clínica. En las depresiones desarrolladas hasta nivel clínico, los aumentos fueron (en %): de 20 a 37,5 en depresiones moderadas, de 2,3 a 7,2 en depresiones graves, de 6,3 a 1,4 en desesperanza media, de 1,1 a 2,5 en desesperanza alta, y tomando de 2015 a 2020, de 10 a 20,3 en depresiones y de 10 a 24 en fobias. Y también las tasas de hostilidad y de propensión al suicidio.
- Especialmente aterrorizante fue saber que, en estratos socioeconómicos bajos, la paranoia aumentó 5 veces.
- Particularmente asustador fue saber que todos estos porcentajes de patologías clínicas crecen más para los de menor edad, son máximos entre los niños y mínimos -pero dentro de su creciente patologización- entre los ancianos. Quizás una explicación plausible también está en la investigación: todos los niveles de patología clínica aumentan a mayor rigidez del encierro pandémico, a mayor tiempo de encierro y a mayor continuidad del encierro. Y a medida que bajamos en la escala social, también crece. Estamos patologizando a nuestros niños y adolescentes a galope tendido. Que no se quejen los padres a futuro de las ansiedades, depresiones, bullying, adicciones, fobias, hostilidades, paranoias, suicidios, rapiñas, criminalidad violenta, que tendrán que bancarse como consecuencia de medidas que, para prevenir (poco y mal) una pandemia magnificada y dramatizada, liquidarán psíquicamente a la población joven. Cuánto preferiría yo que los niños y adolescentes tuvieran covid pero no todas estas morbilidades psíquicas que ya están registradas como en explosivo desarrollo, mucho mayor y más veloz que la morbilidad viral. Pero mientras que la lógica médica, la paranoia hipocondríaca y los intereses de la big pharma y los magnates de la comunicación se sigan imponiendo, estamos fritos; no creo que sea posible un lobby similar en poder a cargo de los psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, neurocientíficos y científicos sociales, que es lo que se precisa ante tanta demencia construida a futuro inmediato.
A nivel agregado, es otro espectacular éxito predictivo del Émile Durkheim de fines del siglo XIX. Pero ya lo hemos visto en otras columnas. Siempre vuelve, como un bendito corcho salvador por sobre un hundimiento teórico mayoritario.