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Sociedad

Se buscan amigos de la educación popular

Recordar a Varela significa recoger su legado, defenderlo, actualizarlo y continuar luchando, con valentía y sin pelos en la lengua, por una sociedad más justa, más democrática, más libre y más igualitaria.

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Caras y Caretas Diario

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Varela es entre nosotros el mito, lo sagrado, la alta figura que planea como suprema insignia de la educación uruguaya. Pero poco sabemos sobre su figura y su tiempo, sobre los males que azotaban a ese tiempo, y sobre sus anhelos y desvelos en pro de una profunda transformación social. Su importancia es enorme como educador, no solamente en nuestro país sino también en el contexto latinoamericano.

El 19 de marzo se cumplieron 176 años de su nacimiento (1845) en un país muy joven, pero ya desgarrado por una primera guerra civil –la Guerra Grande- y luego por sucesivos e interminables enfrentamientos entre blancos y colorados, que sólo traían la ruina y el desamparo a la nación, en todos los órdenes. Él mismo se refirió a esto como “cincuenta años de vida enfermiza”. Durante toda su breve existencia no conoció más que alzamientos, luchas de divisas, revoluciones y alzamientos de un bando contra el otro.

Pero no solamente violencia existía en su tiempo. Varela asistió al despliegue de la revolución industrial, a la llegada de la modernización al Uruguay, con el telégrafo, el ferrocarril y el alambramiento de los campos, y comprendió que esa imparable y pujante modernización debía ser reconducida en nuestro país, y aprovechada plenamente en nuestro propio beneficio, en materia política, económica y social. Esto lo llevó, junto a otros jóvenes intelectuales uruguayos inspirados por similares anhelos de mejora, a pretender una verdadera transformación de la sociedad, basada en una gran idea rectora. Educación, educación, educación.

Más no se trataba de cualquier educación, sino de una sistemática y profunda, universal y dotada de recursos, fundada en claros objetivos racionales. Una educación liberadora, que no existía como tal en Uruguay. Varela fue en tal sentido no solamente un precursor y un visionario, sino ante todo un hacedor.

Una educación laica, gratuita y obligatoria, en la que el estado, concebido como la libre y voluntaria asociación democrática de los habitantes, debía ser uno de los sostenes principales. Una educación basada en la libertad, igualdad y fraternidad, que promoviera y estimulara esos valores. A este proyecto dedicó su vida entera. Estudió, reflexionó, discutió apasionadamente, viajó y observó lo que acontecía en otros lugares del mundo. Supo aplicar a su vasto proyecto educativo las mejores ideas pedagógicas de su tiempo, como las de Herbert Spencer y Emile Durkheim. Varela fue un luchador social y un constructor en el más amplio sentido de la palabra. No se limitó a la teoría, sino que se lanzó a su acción reformadora, con un ímpetu verdaderamente excepcional, poseído por el “vasto ensueño de la patria”, en palabras del argentino Leopoldo Lugones.

“No necesitamos poblaciones excesivas, lo que necesitamos, es poblaciones ilustradas… Es por medio de la educación del pueblo que hemos de llegar a la paz y al progreso”, expresó, a través de conceptos que hoy brillan por su ausencia en el panorama educativo nacional.

Vuelto de Estados Unidos, se unió a la Asociación de Amigos de la Educación Popular, presidida por el Dr. Elbio Fernández e integrada por Carlos María Ramirez y otros intelectuales de la época. Entre los objetivos de esta sociedad se distinguían la difusión de la enseñanza primaria y la modificación sustancial de los objetivos y métodos pedagógicos, basándolos en el raciocinio y no en la memoria, en la adaptación a la psicología infantil y al acervo individual de experiencias del educando, para a partir de allí, desplegar el más amplio esquema de potencialidades formativas y creadoras.

En agosto de 1869, en medio de un panorama regional desolador, signado por la violencia y la guerra, Varela pudo formalizar la primera escuela de estas características, sostenida por la Asociación, que se llamó Elbio Fernández en memoria de su primer presidente, muerto de manera prematura.

“Propender la educación del pueblo por el pueblo a fin de llevar la luz de la educación a las masas sumidas en la ignorancia. La Sociedad de Amigos de la Educación Popular aspira a educarlos no como católicos, protestantes, racionalistas o ateos sino como seres educados que seguirán a su conciencia”.

Este será el pensamiento de Varela que llevará a cabo con obras como “La educación del pueblo” de 1874, “La Legislación Escolar” de 1875 y el decreto ley de 1877. Ya hemos hablado del carácter público de la educación; de ahí su sostenimiento por el Estado. Para ser eficaz debía ser obligatoria, y por serlo, debía ser además gratuita. Dicha obligatoriedad revoluciona el papel meramente pasivo y no interventor del Estado, que venía sobreviviendo casi por milagro en medio de los avatares de las contiendas blanquicoloradas. Ahora, la educación iba a constituir uno de sus fines primarios, porque debía cumplir un papel igualador.

Como destaca Varela. “Los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una escuela en la que eran iguales, a la que concurrían usando un mismo derecho, se acostumbran a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno, y así la escuela gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática”.

Con respecto a la laicidad, que le costó no pocos esfuerzos y le granjeó poderosos enemigos, especialmente entre la Iglesia Católica, Varela defendió que las escuelas públicas no debían ningún dogma religioso como contenido de aula, lo cual no impedía ni podía impedir el acceso al conocimiento en su sentido más integral y abarcador. Es decir que la laicidad no es un concepto restrictivo o de negación al conocimiento, sino integral y de acceso al mismo, sin pretender la adhesión del educando a determinada idea o dogma.

En “La Legislación Escolar”, Varela plantea la laicidad como principio y la enseñanza religiosa como excepción.

La instrucción era (y sigue siendo) el único camino para que el pueblo sea capaz de construir democracia y ciudadanía. Es el instrumento esencial del cambio para acabar con “cincuenta años de vida enfermiza en la que se han producido hechos que lejos de robustecerlo, han servido para rebajar el sentimiento patrio”. La situación por la que pasaba el país con motines y guerras civiles incesantes fue su realidad y su contexto; los nuestros, los de este 2021, son otros odios y otros enfrentamientos, así como otras situaciones de desinformación y desestímulo a la educación y a la cultura. Pero en ambos casos los objetivos de construir ciudadanía democrática, preparada para conducir a su nación, para votar, para fundamentar su voto, para ejercer vigilancia política más allá de su voto, son los mismos.

Es cierto que Varela logró implementar su vasto proyecto educativo durante una dictadura militar, pero este mismo hecho debe movernos a reflexionar sobre los titánicos esfuerzos que hoy y aquí debemos realizar mujeres y hombres, con independencia de las circunstancias históricas, para acometer más temprano que tarde los altos ideales de la transformación social. “No terminaré con esta dictadura”, pero si con las del porvenir.

“El Gobierno Democrático Republicano, sin duda es el más perfecto de todos los que los hombres han optado hasta ahora, garantiza a todos los miembros de la comunidad la libertad en todas sus manifestaciones, despierta la acción y el pensamiento del individuo en un grado desconocido, para todos los pueblos que viven otra forma de gobierno”, expresaba Varela. Palabras éstas que también deberíamos valorar en su justa medida, porque las democracias, o se sostienen con verdadera solidez de cimientos, o perecen al compás de la marcha de las botas.

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