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Seguridad, ocio y tiempo libre

Por Rafael Bayce.

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Usted se preguntará qué tienen que ver la seguridad con el ocio y el tiempo libre. Y yo le digo, lector, que tienen muchísimo que ver. Porque la inseguridad real o temida nos afecta durante nuestro tiempo libre, y porque los espacios públicos forman crecientemente parte de la teoría y práctica de la seguridad.

 

El concepto católico

Como sabemos, nuestro territorio fue colonizado por la España medieval, católica recalcitrante, en pleno proceso de una afirmación de unidad contra judíos y musulmanes. Mal que le pese a nuestra cultivada y querida autoimagen laica, nuestra moralidad es de muy fuerte raíz católica, introducida por conquistadores y evangelizadores, principalmente desde la educación formal urbana y las ‘misiones’ rurales.

Desde principios del siglo XVI hasta mediados del XIX, cuando se formalizó la independencia de España, y luego de Brasil, la moralidad era puramente católica. La Constitución de 1830 afirma, a texto expreso, que “la religión del Estado es la católica romana”; la libertad de cultos, tan querida por Artigas, sólo es aceptada por la Constitución de 1934. Durante los siglos XVIII y XIX, hasta los anticlericales aprecian tanto la moralidad católica que ayudan a fundar el Arzobispado de Montevideo para “enfrentar la barbarie del campo y la juventud levantisca de la ciudad”.

El ocio y el tiempo libre eran sospechosos para la moralidad católica, porque serían causa o consecuencia de la pereza, “madre de todos los vicios”. Eran pecaminosos, viciosos en sí mismos, o conducentes a ello. Los códigos occidentales del siglo XIX incluyen como figuras penales a la mendicidad y a la vagancia, idea que sobrevivirá resignificada por el capitalismo hasta hoy, con matices de distancia entre quienes las incluyen como faltas o como delitos penales.

Los tiempos válidos, virtuosos y conducentes a la salvación individual en el cielo eran el trabajo, la familia y la religión; más tarde, el estudio. Todo lo restante, o sea, diversión, entretenimiento y ocio eran al menos sospechables, sino directamente inmorales y sancionables, potencialmente prefiguras del infierno. El orden público debía perseguirlos; aun hoy, las anotaciones de menores intervenidos por la Policía incluyen un rubro, muy abundante porcentualmente, de ‘malentretenidos’, entre ellos seguramente mendigos, vagos y ociosos, que no trabajan ni estudian, ni mucho menos están con la familia o en tareas religiosas.

 

Resignificación capitalista del ocio

Las luchas sindicales, la mediación creciente de Estados y gobiernos, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la evolución de la composición orgánica del capital, y los cambios en la moralidad pos-Revolución francesa, entre otros factores, eliminan la plusvalía absoluta y pueden hasta reducir la relativa, aunque aparecerán ‘ejércitos industriales de reserva’ y, más cerca en el tiempo, radicalmente aumentados hacia los ‘desafiliados estructurales’ de hoy.

El capitalismo debe tolerar remuneraciones cada vez más alejadas del nivel de subsistencia, con una liquidez que rápidamente se procura explotar mediante la mercantilización de la cultura, parte de la mercantilización del ocio y del tiempo libre. Ahora, el ocio y el tiempo libre ya no son malos por sí mismos, directa o indirectamente; los ociosos redimen su maldad si gastan en la industria del ocio.

En el siglo XX todo esto se exaspera con la entrada en la sociedad de la abundancia, en la de consumo, narcisista y hedonista, en la del espectáculo; ocio productivo de ganancia y acumulación eventual, ocio valorado. Pasamos del ocio católico, sospechoso, descalificador, riesgoso, al ocio valorable, al punto que la cantidad y calidad del ocio que se consuma se convierte, resignificado, en índice y marca de estatus: el ocio es hasta buscado para expresar capacidad de consumo en cantidad y calidad (conspicuo).

Ya no se persigue más a todos los ociosos; sólo a los que no gastan durante eso. Los ociosos que gastan su abundancia en consumo ahora también producen ganancia capitalista y reproducen simbólicamente el sistema de significados del capitalismo, expresando ingreso, poder y estatus mediante significantes de las sociedades de consumo, espectáculo y culto a las tecnologías.

Los antiguos ‘vicios’ católicos se encarnan, transfigurados, en el ‘disciplinamiento’ descrito por Foucault y aplicado desde Barrán a nuestra historia: el disciplinamiento es la síntesis superestructural de los insumos católico y capitalista; la moralidad católica de vicio/virtud se funde con la moralidad productiva eficientista capitalista en la condena del ocio improductivo y que no consume o ahorra la abundancia.

Existen las excepciones del ocio creativo artístico o del bohemio, peligrosa y progresivamente emparentados con el tiempo libre lumpen; todos ellos serán los rivales cotidianos del despreciado y perseguido tiempo libre católico y/o capitalista, ancla moral de la persecución actual en los lugares públicos que concentran tiempo libre en nuestras urbes contemporáneas. Digamos, desde ya, que la concepción católico capitalista del ocio colide con insumos morales constituyentes de nuestra moralidad actual: la lumpen urbana del tango y la lumpen rural del gaucho, que en parte confunden sus trazos con la bohemia artística e intelectual urbana.

La ‘cultura del trabajo’ católica precapitalista, del artesano comunal, se funde con la ética capitalista de la eficiencia en la condena del ocio y tiempo libre improductivos para el capital, coexistiendo ambos en el disciplinamiento, y en él enfrentando a los demonios resistentes del ocio y tiempo libre feudales, del ocio y tiempo libre lumpen urbano. Todos condenados en la codificación penal y en las prácticas policiales y militares sucesivas.

 

Nueva resignificación conservadora

Durante los gobiernos de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Reino Unido, aparecen una serie de teorías criminológicas de bajo nivel conceptual y gruesos insumos empíricos, en parte financiados por corporaciones conservadoras (por ejemplo, Rand), que se convierten en el sustento teórico de prácticas policiales universales. Esto se traduce en el marco teórico de investigaciones epistémicamente guiadas por el grosero dictum de que hacer ciencia implica testar empíricamente, no importa tanto qué calidad de teoría se operacionalice ni por medio de qué modus operandi se implemente el test.

Esta epidemia se vuelve pandemia, y una serie de pseudoteorías de bajo nivel conceptual explicativo e interpretativo se identifican metonímicamente con ‘ciencia’ y comandan la justificación de prácticas policiales y legislativas represoras del ocio, del tiempo libre y del uso de espacios urbanos abiertos en concordancia con esa mezcla de ética católica del trabajo antiocio y de ética eficientista capitalista que confluyen en el disciplinamiento de la modernidad tardía y se refuerzan con las criminologías neoconservadoras de los años 70-80 en el siglo XX.

En la justificación de legislaciones represivas y de procesos represivos policiales aparecen las peores criminologías de la historia, puntualmente adoptadas por las izquierdas gobernantes: el realismo de izquierdas reactivo en extremo a excesos de las criminologías críticas; el actuarialismo penal; una lectura conservadora del ‘rational choice’, en especial las cuasiteorías de los estilos de vida y de las actividades rutinarias; las teorías de la tolerancia cero y de las ventanas rotas, pandémicas desde su aplicación por Giuliani y Bratton en Nueva York y su exposición por Cohen-Kelling-Wilson (asesores con ese insumo asesoraron a la Policía uruguaya); la doctrina penal del enemigo de Jakobs; y las incalificables empirias teóricas de Di Iulio, James Q. Wilson, Van der Haag, Wolfgang-Sellin, Murray. Todas ellas explican la inesperada legislación represiva de las izquierdas llegadas al gobierno, como predijera Offe y registraran apesadumbradamente Bourdieu-Wacquant.

Nuestra aproximación al uso de los espacios públicos, la reaparición de las faltas y contravenciones penales, las prácticas policiales en parques y plazas (represivo panópticas) son el producto final actual de ese recorrido histórico tan sinuoso e interesante como maligno en su tendencia y productos actuales. Nuestros legisladores y represores utilizan la ética católica del trabajo y el eficientismo capitalista, ya juntos desde el disciplinamiento, para enfrentar los sempiternos demonios del ocio pecaminoso vicioso, del improductivo y que no gasta, de la bohemia y lumpen urbanos (artes, letras, tango y posteriores, como el punk o el hip-hop) y del lumpen rural (gaucho precapitalista). De ahí nuestra legislación reciente y las prácticas policiales inspiradas en esas criminologías conservadoras, enraizadas en esa historia ideológica esbozada, colonizadora del cotidiano.

 

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