La independencia que se celebra éste 25 de agosto es fruto de un largo y complejo proceso histórico. La escritora y columnista habitual de Caras y Caretas, Marcia Collazo, trae este aporte a la reflexión.
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En 1816, ante el avance de la Liga Federal de los Pueblos Libres, crece la conjura del gobierno de Buenos Aires contra Artigas. Ese mismo año las fuerzas portuguesas, imparables, avanzan sobre la castigada y disputada Provincia Oriental. En 1820 Artigas ya está en Paraguay.
Los invasores, devenidos en brasileños, han creado la Provincia Cisplatina. Pero las ansias de libertad no pueden aplastarse. En 1823 surge, de la mano de los Caballeros Orientales, un primer intento de rebelión.
Los ingleses observan la situación y se dicen que los orientales son, no hay caso, cimarrones de solemnidad.
La única forma de dar estabilidad a esa tierra es, para ellos, la creación de un estado tapón, y por eso en 1825 no se oponen a la nueva intentona armada, denominada Cruzada Libertadora. En todo caso, esa revolución allanará el camino para que Brasil se resigne a retirarse.
Como en tantos otros momentos de nuestra historia, antes y después, el levantamiento se organizó desde la vecina orilla. El objetivo era dominar la campaña –incendiarla, según la vieja metáfora libertaria- para luego avanzar sobre Montevideo. Su peripecia duró unos 18 días. En la isla de Brazo Largo muchos de ellos casi mueren de hambre. Algunos cronistas, como Juan Spikerman y Atanasio Sierra, nos han legado su testimonio, que sirvió de inspiración incluso para un pintor. Juan Manuel Blanes imaginó una Agraciada llena de luz, siguiendo punto por punto el relato de Sierra.
La historia de la Cruzada está repleta de símbolos, en apariencia contradictorios. Una bandera con los colores artiguistas. Una invocación a los uruguayos argentinos. Una ley de independencia a la que sigue una ley de unión, con las Provincias Unidas y no con la vieja y ya herida de muerte Liga Federal. Poco importa la discusión sobre las fechas, en relación a nuestra libertad oficial e inaugural.
El 25 de agosto y el 18 de Julio, que son las que destacan, se inscriben en dos momentos, dos circunstancias y dos narraciones diferentes. Ambas trazaron el surco de ese anhelo libertario que sólo puede tejerse en base a las complejas urdimbres de las necesidades, los recursos y los sueños puntuales.
En algo no se equivocaron los ingleses: teníamos vocación de destino propio. Nos costará muchos años, por lo menos hasta 1865, sacudirnos la brutal injerencia de Brasil y de Argentina.
Aún hoy, el final de esta historia no se ha escrito. Acaso los uruguayos no nos queremos demasiado, en términos de escudo, bandera, nación y de patriotismo. O acaso esa es nuestra callada pero decidida índole.
Mostrar un perfil bajo, por debajo del cual corre el más férreo sentimiento de autonomía y de identidad. Y si esta identidad se nutre de memoria, de luchas y de miserias compartidas, de insólitas contradicciones que se van resolviendo, a la manera hegeliana, en favor del viejo espíritu de la libertad, algunos jirones de tal identidad pueden contemplarse en el cuadro de Juan Manuel Blanes, pintado en 1878, o sea en plena dictadura militar.