El femicidio de Valentina Cancela (17) perpetrado por su exnovio, Santino Gandini (17), tuvo a la sociedad uruguaya en vilo y generó reacciones inmediatas movidas por el enojo, el miedo y la frustración.
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Gandini tenía tres denuncias por violencia de género en su contra y una orden de alejamiento, pero no sirvieron para proteger a Valentina. El jefe de policía de Maldonado, Erode Ruiz, dijo a la prensa mientras la búsqueda estaba activa que esos antecedentes eran "cosas entre menores". También aseguró que a la fuerza policial le corresponde evitar los femicidios, pero se preguntó: "¿Cómo habríamos evitado esto? Era casi imposible".
De acuerdo con el proyecto Feminicidio Uruguay, en lo que va de 2023 se cometieron 17 femicidios, es decir, asesinatos de mujeres por su género. Los datos son preocupantes y no tienen variaciones a la baja año a año. La ley de violencia basada en género sigue sin presupuesto y, como ilustran los dichos de Ruiz, el Estado falla.
Cuando se supo que Gandini había asesinado a Cancela, las redes sociales se llenaron de fotos de él y sus datos personales. Varias organizaciones vinculadas con los derechos humanos, la educación sexual, la infancia y la adolescencia argumentaron en contra de esta acción por individualizar un problema colectivo y no sumar de manera alguna a la búsqueda de justicia.
Con el paso de los días la furia mermó y nos dejó las mismas preguntas de siempre. Sabrina Martínez, educadora sexual y comunicadora, dijo a Caras y Caretas que ante un suceso como este cabe cuestionarnos "qué emociones nos mueve y por qué, con qué sensaciones conecta de nuestra historia y de las relaciones humanas que construimos; por qué tomamos el camino de colocar este hecho como algo excepcional, ‘animal’, extinguible, algo que sucede ahí afuera lejos de nosotres; qué entendemos por justicia, por reparación, por prevención y por una vida libre de violencias; cómo llevamos esto a nuestra vida cotidiana; qué emociones evoca un hecho tan brutal y tan cruel, por qué nos despierta un sentido tan visceral de entender que ante estos acontecimientos el mejor camino es extinguir lo ‘malo’, lo distinto, lo ‘enfermo’ de nuestra sociedad".
Para Martínez este hecho muestra "que falta un camino mucho más largo del que creíamos, que las condiciones para que varones se entrenen en la posibilidad de matar están más vivas que nunca. Que las mujeres están absolutamente desprotegidas ante el Estado y que, incluso en un caso como este que involucra adolescentes, no hay ningún abordaje consolidado para la prevención y la detección temprana".
También "pone en evidencia que ciertos consensos que parecen muy vigentes sobre los derechos humanos de todas las personas (incluso cuando cometen delitos) caen ante un discurso muy extendido de la condena social entendida como el escrache en primera instancia y la aceptación de la ‘justicia por mano propia’ en su versión más extrema".
Por su parte, Jhonny Reyes Peñalva, sociólogo clínico y magíster en Psicología Social que trabajó con varones que quieren dejar de ejercer violencia de género, cuestionó que se haya depositado la responsabilidad únicamente en el adolescente: "Se pide su cabeza como si no existiera una estructura social que habilitó esa violencia. Y no se trata de desconocer las responsabilidades individuales, pero pareciera ser que, si encontramos chivos expiatorios sobre quienes depositar la violencia y aplicarle un correctivo, punitivo o no punitivo, la sociedad se salva del problema. Mientras tanto, el caldo de cultivo para la violencia se sigue cocinando".
Sobre el enfoque punitivista Reyes prosiguió: "Está demostrado que aumentar las penas para este tipo de delitos no resuelve el problema. El tema es que desde el enfoque punitivista se piensa que por esa vía se va a desalentar el delito cuando lo que hay que lograr es dejar de generar varones que entienden que la violencia, el dominio y el control son las formas de resolver los conflictos. Desde ese punitivismo también hay una reproducción del mandato masculino que resuelve los problemas mediante la violencia".
Crear el mundo que queremos
Con la frustración viene la desesperanza: ¿Hay acciones a nuestro alcance para construir una sociedad libre de violencia de género? El Estado es responsable y debe hacerse cargo de prevenir, educar y, cuando es necesario, impartir justicia. Pero eso no alcanza, porque el machismo es cultural y estructural.
Martínez señaló que para educar en derechos y desde el feminismo "es fundamental sincerarnos con las violencias propias que ejercemos cotidianamente, asumir que este sistema es sostenido entre todes por participación activa, negligencia u omisión". Luego "podremos incorporar prácticas sociales más honestas y efectivamente transformadoras" porque "no alcanza con hacer mil cursos, leer libros y compartir posteos en redes si no hay una profunda revisión de actitudes y un cambio genuino en los modos de habitar este mundo cada vez más violento".
Reyes elaboró sobre este aspecto cultural varias preguntas: "¿Qué hacemos las personas adultas con respecto a la violencia que ejercen los varones, sobre todo las referencias adultas masculinas con quienes los varones tendemos a identificarnos? ¿Qué es lo que sucede alrededor de alguien que actúa con violencia? ¿Qué referencias tiene? ¿A qué sutiles, constantes e invisibles justificaciones, también llamadas micromachismos, está expuesto como para sentirse habilitado a ejercer violencia? ¿Por qué entiende que tiene que resolver un conflicto mediante el asesinato?".
Y añadió: “Las personas adultas tenemos que reflexionar sobre estas cuestiones e intentar generar cambios y educar a los varones para que no sean violentos. Pero, para ello, también tenemos que revisar y desaprender ciertas conductas machistas que continúan arraigadas y pensar qué valores les estamos transmitiendo a los varones que están creciendo en nuestros hogares. Y después de que se los transmitimos, ¿cómo nos vamos a comportar? Ese es otro aspecto a tener en cuenta, ya que va a tener mucho más efecto el lenguaje corporal y la forma en que nos vean resolver los conflictos. Si les decimos que no tienen que ser machistas o agresivos, pero nos ven agarrar todo a patadas cuando se nos rompe un calefón no estamos contribuyendo”.
Erradicar la violencia basada en género implicaría que deje de producirse, es decir, generar transformaciones profundas en la socialización de los varones. Como explicó Martínez: "Los varones necesitan educación y desaprendizaje de lo conocido. No alcanza solamente con reconocer e identificar las consecuencias directas de socializarse como varones en el patriarcado, hasta que no estén disponibles a aceptar las violencias que ejercen o son cómplices no hay cambio posible. Es un doble recorrido: aceptar la incomodidad que implican las acciones propias y la de sus congéneres y actuar sin titubeo y con convencimiento de causa; abrazarse a la idea de que adscribir al exilio del clan masculino puede doler, pero es lo que corresponde y lo necesario".
Reyes puntualizó que para alcanzar una sociedad sin violencia de género es necesario activar una serie de políticas públicas, educativas, sanitarias, de prevención, así como un cambio cultural porque "no se trata solo de activar una respuesta policial judicial desde el Ministerio del Interior, o de enseñar a las mujeres a detectar la violencia, sino que hay que enseñarles a los varones a no violentar. Pero para lograr esto se deben involucrar otras instituciones como el Ministerio de Salud, el Ministerio de Desarrollo Social, el Ministerio de Educación y Cultura".
El ámbito de la salud también juega un papel importante que se podría reforzar, aseguró Reyes: "Durante mis años de trabajo en el servicio a hombres que deciden dejar de ejercer violencia de Montevideo, la mayoría de los casos que recibíamos eran derivaciones de policlínicas municipales, por lo cual creo que desde ahí se puede reforzar la acción. Pero para eso es necesario contar con más servicios de atención a varones que deciden dejar de ejercer violencia, y que estos servicios tengan una perspectiva no solo de masculinidades, sino de género y derechos humanos, con personas formadas en esas áreas. A la vez, para que un varón decida acudir a estos servicios tiene que tener cierta sensibilización sobre el tema. Son muchos elementos que deben combinarse".
El especialista destacó la importancia de la Educación Sexual Integral (ESI), aunque consideró que "en Uruguay no se está aplicando como se debería", y de campañas de sensibilización como la de noviazgos libre de violencia, que lleva adelante Inmujeres, y que "deberían hacerse de forma más transversal en las diferentes asignaturas y con un enfoque permanente, continuo".
Martínez explicó que la ESI existe en Uruguay "porque hay muches docentes, educadores y profesionales de la salud encaprichades en hacerla en un contexto que no nos respalda, no dignifica las condiciones de trabajo, no valida su importancia". En esas circunstancias "es poca, insuficiente y por momentos desordenada y se merece su justo reconocimiento y desembarco en todos los niveles educativos públicos y privados".