Se marchó contra el hambre, la precarización del empleo, la pobreza, la marginación y las reformas de impronta dramáticamente regresiva.
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Con esta proclama, estas empoderadas mujeres asumieron la representación de toda la sociedad, sin distinciones de género ni actitudes sexistas, más allá de que defendieron, por supuesto, su derecho a la igualdad de oportunidades. También cuestionaron tajantemente la reforma jubilatoria, que las perjudicará más a ellas, por la brecha salarial existente con el sexo masculino.
La proclama, leída por la Intersocial Feminista, nos representó a todas y todos por su contenido eminentemente ideológico y su crítica frontal a un gobierno que ha hecho de la desigualdad social una suerte de dogma prooligárquico y clasista. No en vano, el lema del documento leído ante una enfervorizada muchedumbre fue “Lucha feminista: contra el hambre y la opresión”. Realmente contundente, para que no queden dudas de la férrea postura y de estas corajudas mujeres, que siguen rebelándose, como siempre, contra un paradigma inicuo, patriarcal y de violencia de género ya esclerosado.
“Un nuevo 8M nos encuentra a las mujeres juntas en las calle, luchando contra la opresión patriarcal y denunciando la violencia y el abandono del Estado. Estamos en 2023, el primer año fuera de la pandemia, y a pesar de los anuncios del gobierno, que indican una mejora en las condiciones económicas, el hambre no ha cesado”.
Tal vez este sea el capítulo más significativo y contundente del pronunciamiento feminista, que denuncia, sin ambages, que pese a los números macroeconómicos que dibuja el gobierno, aún hay 380.000 uruguayos que sobreviven bajo la línea de pobreza, de los cuales 78.000 cayeron en esta condición en los últimos tres años, que coinciden con este paupérrimo gobierno elitista, que integra en la coalición derechista incluso a un partido abiertamente misógino y enemigo de la igualdad de género, como Cabildo Abierto.
Por supuesto, los otros socios de la cúpula gobernante, que son más cautos y demagógicos, demuestran con sus actitudes el desprecio a la mujer y a los derechos adquiridos durante los gobiernos del Frente Amplio, aunque la primera persona en la línea de sucesión presidencial sea Beatriz Argimón. Obviamente, para esta política mediocre y de talante ambiguo, que fue integrada a la fórmula electa como mero furgón de cola de Luis Lacalle Pou, los movimientos feministas deberían abstenerse de pronunciarse políticamente, como si no tuvieran las mismas prerrogativas que los hombres.
Con esta actitud, dilapidó un pasado de militancia por la causa de la mujer, demostrando que para ella la adhesión a su partido es más fuerte que los derechos de su género.
Una actitud similar asumió en esta oportunidad la subsecretaria del Ministerio de Educación y Cultura, Ana Ribeiro, una figura meramente decorativa en el gobierno encabezado por su colectividad, pese a que se trata de una respetable intelectual, que, con su trabajo de investigación histórica, ha sabido cosechar el aprecio y la valoración de la sociedad.
Las mujeres también centraron sus denuncias sobre el virtual desmantelamiento de las políticas sociales del Ministerio de Desarrollo Social, lo cual implicó que muchas de ellas asumieran tareas de atención a sus pares de género o a niños y niñas y se hicieran cargo de garantizar el alimento a cientos de familias hambrientas que comen en las ollas populares. En tal sentido, no faltaron ácidas críticas al retiro de la ayuda del Estado y al radical ataque a las organizaciones solidarias, impregnado de odio de clase.
Empero, las organizaciones feministas no soslayaron un tema escabroso que desde el año pasado han situado al gobierno en el ojo de la tormenta, como el escándalo de corrupción del excustodio presidencial Alejandro Astesiano, que sepultó en el lodo al contubernio derechista que rige los destinos de nuestro país.
Aunque no fue mencionada explícitamente en la proclama, no creo que ninguna mujer se haya solidarizado con la fiscal Gabriela Fossati, quien con sus omisiones y actitudes dubitativas susceptibles a las presiones políticas, terminó blindando al gobierno de toda responsabilidad y particularmente al presidente de la República, Luis Lacalle Pou, quien mintió cuando aseguró ignorar que en el 4º piso de la Torre Ejecutiva operaba una asociación para delinquir.
En ese contexto, fue contundente el rechazo a prácticas deleznables que creíamos ya desterradas, como el comprobado espionaje a dirigentes políticos opositores, referentes de sindicatos y organizaciones sociales y hasta a docentes y estudiantes adolescentes.
Ningún tema relevante de la agenda pública faltó en el contundente pronunciamiento público de esta auténtica pueblada femenina, que volvió a colmar la avenida 18 de Julio.
“Las mujeres ya no lloran, la mujeres luchan”, fue de las más potentes expresiones de estas féminas valientes, en alusión a la canción de la cantautora colombiana Shakira. La reflexión, aunque sea prestada, representa el espíritu de un colectivo que está de pie y brega por sus derechos -con impronta combativa- partiendo de la premisa que nuestra Constitución, por lo menos en lo teórico, no admite otra diferencia entre los ciudadanos que sus talentos y sus virtudes y garantiza la igualdad de oportunidades.
En efecto, pese a los avances registrados en los últimos años, aún resulta inadmisible que las mujeres cobren salarios inferiores a los de los hombres. Al respecto, las críticas a la inicua reforma jubilatoria promovida por la derecha apuntan a que perjudica claramente al sexo femenino, ya que este percibe actualmente 78,2% de lo que reciben los hombres. Por ende, sus ingresos, al momento del retiro, serán inferiores.
Obviamente, también es notoria la disparidad entre géneros en la política porque la cuotificación que se aplica para los cargos electivos, que incluye a una mujer cada tres candidatos de una lista, es meramente cosmética y está lejos de contemplar razonables criterios de equidad.
La única excepción es el Frente Amplio, que presentó en las últimas elecciones listas paritarias, que asignan la misma cantidad de lugares a las mujeres y a los hombres.
El 8M volvió a ser una expresión de indomeñable compromiso y valiente militancia ética, que puede sintetizarse en el vientre anónimo de una mujer embarazada que lucía la siguiente inscripción: “Mi mamá me enseñó a luchar”.
En ese contundente mensaje subyace la genética del espíritu libertario de una generación de mujeres y hombres que enfrentó -desde la trinchera de la clandestinidad- a la criminal dictadura fascista, cuya patología liberticida se ensañó particularmente con las heroicas compañeras presas políticas.