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Cultura y espectáculos

EL AÑO QUE VIVIMOS EN PANDEMIA

Tres apuntes para un (des)balance musical

Los balances siempre son injustos, caprichosos, vanidosos, y están plagados de omisiones. Por eso, casi al terminar un año en el que padecimos los estragos de la pandemia, las líneas que siguen son apenas tres apuntes sobre la canción popular, algo de lo que nos dejó la creación musical a través de su forma poético-sonora más movilizante.

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Un virus descontrolado, que sigue generando variantes cada vez más potentes, y las políticas pandémicas del miedo cambiaron comportamientos, las formas de ser y estar en el mundo y de producir sentido. ¿Estamos realmente en una “nueva normalidad”? ¿Este nuevo estado de cosas entrañan nuevas formas de control? ¿La creación artística sigue siendo una forma de fisurar ese estado de cosas para movilizar nuevos significados? Las preguntas siguen abiertas.

Las artes sufrieron dramáticamente este fenómeno. Los creadores e intérpretes padecieron el encierro y los intentos de silenciar las voces disidentes. Surgieron, sí, alternativas en los escenarios virtuales, lo que movilizó cambios en las prácticas de creación, mediación y recepción. Las pantallas sustituyeron los contactos materiales a través de otras formas de exponer, de poner en escena y en valor la creación. Y con ellas los modos de mirar y escuchar también cambiaron. La red de redes se inundó de proyectos de galerías y museos que llevaron la plástica a este escenario, generando otras prácticas de contemplación e interacción con la pintura, la fotografía, la escultura, las instalaciones. Los colectivos teatrales llevaron adelante sus puestas en escena frente a las cámaras, o se desafiaron a probar con otros medios como la creación de podcasts, investigando en las posibilidades expresivas de la voz despojada de la imagen. Los músicos hicieron otro tanto: también trocaron los escenarios por espacios más chicos y por la mediación de las cámaras. Las plataformas de contenidos audiovisuales on demand o por streaming vivieron una etapa de explosión, lo que se convirtió en un paso más en la consolidación de una nueva economía de la producción y recepción en la “nueva televisión”.

En este escenario, el año que ahora termina también estuvo signado por la crisis de este sector. A nivel local, las políticas del gobierno demostraron que ni eran políticas ni eran culturales, y las limosnas que recibieron actores, músicos, plásticos, bailarines, productores, técnicos, no lograron paliar la falta de trabajo ni los estragos en las economías personales. El sector fue olvidado y solo ha podido iniciar un proceso de recuperación cuando “aflojaron” los signos más graves de la pandemia y se fueron abriendo progresivamente los espacios para exposiciones, proyecciones y espectáculos. La virtualidad puede paliar solo parcialmente una crisis de estas proporciones. Los contactos interpersonales siguen siendo necesarios, fundamentales.

Así las cosas, ¿qué debería anotarse en un balance anual? ¿Tiene sentido un balance como los que suelen hacer los medios masivos de información, en los que se rankean las “propuestas exitosas” (las 10 películas del año; los 10 discos fundamentales; los 10 nuevos artistas de 2021) con pretensión de sancionar un canon?

Lo que sigue no pretende ser un estricto balance, sino apenas tres apuntes para no olvidar algunas de las experiencias artísticas del año en que vivimos en pandemia, tres apuntes que giran en torno a la canción popular como vehículo para construir sentidos poéticos, viajes sonoros, estados expresivos, tres apuntes quizás injustos porque omiten a muchos creadores.

 

***

 

Mediosiglo

Estaba cantado: uno de los espectáculos que bien podría calificarse como “el show del año”, fue el de Jaime Roos en el estadio Centenario. Pasaron 16 meses desde que se anunció el retorno de Roos a los escenarios, hubo dos cambios de lugar y seis reprogramaciones. Y finalmente ocurrió. Ante 16.000 personas que llenaron la tribuna Olímpica del histórico estadio, Roos la cantó clarito: “Ustedes nos hicieron el aguante más largo del mundo. Si llega a haber alguno más extenso, no lo conozco. Cualquier agradecimiento se queda corto, así que gracias infinitas, gracias totales”. Lo que ocurrió después, con la performance de Roos, la banda de 22 músicos que lo acompañó y el repertorio elegido, confirman que algo misterioso ocurre con esta música. Rock, candombe, murga, baladas, tiraron las líneas que urden un estilo que conecta inmediatamente con la experiencia significante de lo local, de lo propio, tanto en lo poético, como en lo intelectual y en lo corporal.

 

Simple

A comienzos del mes de agosto, cuando comenzaba a abrirse la agenda musical en vivo, con aforos extremos, Fernando Cabrera volvió también al escenario con el repertorio de su último disco, Simple, lanzado hacia fines del año pasado. Un concierto despojado en lo escénico y en lo sonoro-musical, fiel a la estética del disco, pobló de magia la sala principal del Auditorio Nacional del Sodre. Cabrera acompañado por el multiinstrumentista Diego Cotelo repasó las notables canciones de este trabajo y varios títulos de discos anteriores.

Dijo Fernando Cabrera: “Estoy presentando un disco, se llama Simple. Lo estuve grabando en un lapso de un año y medio, más o menos. Grabar un disco sigue siendo el punto más pasional y de mayor entrega, y el momento más jugado de mi vida”. Los estilos, coinciden algunos especialistas, no dependen de los nombres ni se doblegan ante las clasificaciones con vocación taxonómica. Alcanza una breve idea sonora, el cambio en la métrica de un verso, para inquietar los hábitos y esquemas que moviliza la escucha, para disparar conexiones significantes distintas a las esperadas. Y así los nombres -las etiquetas- tiemblan, se vuelven endebles, precarias. La pregunta, sin embargo, vuelve una y otra vez: ¿qué es? La industria, la academia, hablan, en algunos de estos casos, de extrañamiento, de experimentación; hay signos de desajuste, de quiebre con la norma, y es urgente disciplinarlos. Pero lo que se olvida en el marco de la norma es que la creación siempre es un experimento, una búsqueda. Las ideas fluyen, subvierten lo establecido, y, ante la incomodidad, se desesperan los comisarios de lo correcto.

Cabrera sabe que esto es así. Asume que tiene que desarmar para volver a armar, que al concebir y plasmar su obra en un disco todo se revuelve. Y sabe que lo que vendrá no se parecerá a lo anterior. En cada nueva canción que se hará pública estarán las huellas de su búsqueda en las inflexiones del habla, en la carga simbólica de cada palabra, en el despojamiento de las texturas y timbres, en el desafío de descartar un acorde cargado de notas para quedarse sólo con un sonido que pulsará en la guitarra, en el leve ruido que atravesará la entonación de un giro melódico.

Su último disco, Simple, lanzado a través del sello Ayuí/Tacuabé hacia fines del año pasado, lleva las trazas de esas búsquedas orientadas hacia una idea clave: simplificar, simplificarse.

 

Canción rochense

La cantante y compositora rochense Florencia Núñez fue una de las figuras de la última edición de los Premios Graffiti gracias a su último proyecto Porque todas las quiero cantar: un homenaje a la canción rochense, que recibió varias nominaciones y premios, y fue, sin duda, uno de los discos que más interés movilizaron este año.

Con sus composiciones y su lenguaje interpretativo, tanto en lo vocal como en lo guitarrístico, Florencia Núñez ha construido un perfil muy personal en la canción popular local, en el que tamiza la inquietud por lo poético, la sencillez en el tratamiento de los arreglos, un trabajo vocal diáfano. El año pasado, y tras un proceso largo de trabajo, lanzó Porque todas las quiero cantar: un homenaje a la canción rochense, que incluye un disco, una película documental, y la difusión de videos en distintas plataformas internáuticas.

Tanto el disco como la película documental -su primera realización en este rubro- revisitan un cuerpo de canciones de compositores y autores rochenses, que muchas de ellas se convirtieron en piezas icónicas del cancionero popular. Pero su idea germinal no apuntaba a la recuperación documental o al registro musicológico, sino a contar su historia personal con un entorno geográfico y simbólico, con un repertorio y con nombres que fueron clave en la construcción de una prolífica escena musical: ‘En tu imagen’, de Lucio Muniz; ‘Contigo en el palmar’, de Gabriel Núñez Rótulo, ‘Poema a las tres’, de Enrique Silva y Julio Víctor González; ‘Mar atlántica’, de Enrique Cabrera; ‘Un lugar de medio locos’, de Julio Víctor González; y ‘Canción del camaronero’, de Humberto Ochoa y Nelson Pindingo Pereyra. En la edición discográfica, a este repertorio se integraron, como en una suerte de lado B, como lo cuenta la artista, las seis piezas que componen la música incidental, que fueron creadas con el polifacético artista rochense Nicolás Molina.

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