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Mundo

Las jornadas siguen principalmente en París

Un año de chalecos amarillos

Los niveles de descontento crecen a nivel global de manera exponencial, los países que han sido el paradigma del buen vivir en medio del sistema actual enfrentan profundas crisis sociales que han generado protestas con una persistencia poco vista salvo en coyunturas icónicas de cambios sociales. La tercera década del siglo XXI proyecta una gran profundización en la lucha antisistema.

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Por Germán Ávila

Francia ha sido uno de los referentes de lo que hace ya casi medio siglo se conoce como «primer mundo»: un país con altos estándares de vida, buen nivel de ingresos, un entorno cultural riquísimo y una sociedad deliberante que tiene, en las elecciones locales y en las que vienen articuladas al resto de la Unión Europea, la expresión máxima de una organización sociopolítica efectiva.

Pero tras el sueño parisino, la realidad también golpea a los más humildes. Los antecedentes venían presentándose desde marzo con el primer incremento del combustible del 2018. En esta ocasión el descontento se manifestó solo por redes sociales; solicitudes de firmas para pedir la derogación de las medidas, como la de Priscillia Ludosky, considerada una de las pioneras del movimiento; así como videos de gente descontenta reflexionando sobre el golpe que esto significaba para una clase media que ve en los automóviles una herramienta más que un lujo, como el del conductor Ghislain Coutard, quien es uno de los primeros en poner el chaleco amarillo como elemento de identidad.

Finalmente el 17 de noviembre de 2018 ante los ojos del mundo algo cambió, decenas de miles de franceses se volcaron a las calles para protestar contra el alza en los combustibles producto del impuesto sobre el carbono, que, aunque en el fondo guarda un noble propósito al generar una carga impositiva a los combustibles de origen fósil para desestimular su uso, al no tener un curso dirigido de sustitución, sino depender de las dinámicas mismas del mercado, genera un sensible incremento en la enorme base de productos que aún se deben al uso del petróleo o el carbón para su producción o transporte, lo que fue entendido por la población como una excusa mal dada para un burdo incremento fiscal.

Rápidamente los motivos de la protesta se extiendieron a reivindicaciones más políticas, como el aumento del poder adquisitivo e incluso la renuncia de Emmanuel Macron. Las protestas se realizaron principalmente por medio de bloqueos en las rotondas del centro de París y luego se fueron extendiendo a otras ciudades como Nantes o Dijon, y posteriormente a otros países como Bélgica, Holanda y España. Sin embargo, es Francia el lugar donde se ha mantenido con mayor fuerza la iniciativa de los chalecos amarillos, que se presentan como un movimiento sin una dirección vertical o una estructura definida, aunque como es natural tiene algunas cabezas visibles como Ingrid Levavasseur, Priscillia Ludowsky y Maxime Nicolle.

 

Combustible

El nivel de aumento del precio de los combustibles en Francia ha sido un elemento generador de un profundo descontento desde 2017, cuando, debido al impuesto al carbono, los precios aumentaron para la población, pero al mismo tiempo se generaron exenciones tributarias por el mismo concepto para las grandes empresas, lo que profundizó el descontento general. La fórmula de privilegiar el empresariado sobre la población es un elemento estructural del capitalismo que no distingue lugar.

En términos de la relación simbólica, el chaleco amarillo es una prenda que, por ley, deben usar los conductores que se vean obligados a descender de los autos en las carreteras debido a algún accidente o desperfecto mecánico, es por lo tanto una herramienta de primer orden para los residentes en la periferia de las grandes ciudades, principalmente de la capital francesa, siendo este sector poblacional el que se consideró más afectado por la reiterada alza del precio del combustible, que en un año vio cómo su precio aumentó en un 24%.

A partir de ahí, se fueron sumando obreros, estudiantes y una importante cantidad de personas de las capas medias que vieron afectados sus ingresos a partir de las medidas tributarias tomadas durante la última etapa, hasta llegar a contar más de 300.000 manifestantes en una sola jornada.

Una de las características más llamativas de esta movilización ha sido su duración, pues se ha logrado mantener con movilizaciones callejeras durante cuatro o cinco meses convocando cada sábado, y más de un año después continúan con un gran poder de convocatoria, aunque las instancias de diálogo abiertas por Macron a inicios de 2019 generaron un escenario que en un momento parecía ir disolviendo la amorfa organicidad de los gilets jaunes.

Sin embargo, una estructura tan flexible puede reciclar su poder de convocatoria gracias al anonimato de las redes sociales, que fue de donde salieron las primeras convocatorias y han sido el canal ideal para retomarlas en las últimas semanas, pues, justo para su primer aniversario, de nuevo 30.000 personas salieron a la calle en París con el fin de protestar por lo poco que se ha sentido el alivio de la presión económica en la población.

 

Cuestión de imagen

Las imágenes de la prensa internacional se han concentrado en los disturbios causados por grupos de manifestantes, llamando la atención de los grandes medios que pretenden convertir el movimiento en la suma mecánica de acciones vandálicas sin un fondo político. Sin embargo, es importante anotar que las manifestaciones no solo lograron echar para atrás las medidas impositivas de Macron, sino que este ha tenido que hacer ajustes salariales y revisar las medidas de regulación jubilatoria que hacía poco tiempo venía aplicando.

La imagen del presidente de Francia ha pasado por sus peores momentos a partir de las primeras convocatorias de los chalecos amarillos, no solo por su desaforada búsqueda para imponer una agenda neoliberal, sino porque la respuesta a las movilizaciones ha sido con el uso de la fuerza: se cuentan casi 12.000 heridos, 12.000 arrestados, 2.000 condenados, de los cuales 800 quedaron con penas que incluyen prisión, y se registran 11 personas muertas en diferentes circunstancias asociadas a las protestas.

 

Hito moderno

El movimiento de los chalecos amarillos se ha convertido en uno de los principales hitos sociales modernos, hito que está en el marco de las protestas que al otro lado del Atlántico se han llevado a cabo también, pues los movimientos posteriores de Ecuador, Chile, Honduras, Haití o Colombia tienen características similares, parten de la respuesta popular y, en principio, espontánea de la población a medidas muy específicas, pero que en el fondo surgen del desgaste de la población ante las medidas de ajuste que el sistema exige con el fin de favorecer un modelo empresarial.

Una suba en los combustibles, un incremento en el valor del boleto, una nueva medida de ajuste fiscal, el anuncio de la reforma en la prestación del sistema de salud a favor de intermediarios, entre otras medidas gubernamentales, han sido los detonantes de profundas crisis sociales en diferentes lugares del mundo, crisis que han costado la vida de muchas personas, principalmente debido a que pese a lo numerosas que puedan llegar a ser, generalmente los gobiernos no ceden con facilidad y la violencia se termina incrementando.

En el caso de Francia, y como característica casi homogénea en los movimientos sociales de este tiempo, han buscado desmarcarse de manera enérgica de cualquier escenario de tipo partidario; tampoco son, al menos con tanta fuerza como en décadas pasadas, los sindicatos quienes tienen la mayor parte de la convocatoria y la conducción política de las negociaciones que surgen de los movimientos en la calle.

En esa misma medida son movimientos que abarcan un amplio abanico de posibilidades, que van desde las reivindicaciones puntuales que buscan la derogación de una medida específica hasta el planteamiento de escenarios más políticos de discusión sobre el modelo pensional o la renuncia del presidente, como en el caso de Francia.

Macron inicialmente no mostró mayor disposición a abordar un diálogo con los manifestantes, pero al ver que el nivel y la intensidad de las protestas continuaba aumentando, decidió establecer un escenario de diálogo, que llamó El Gran Debate Nacional, que tuvo lugar hasta inicios de marzo, siendo esta la instancia donde se lograron los principales acuerdos que hoy benefician a la población en general, como el aumento de 100 euros en el salario mínimo o la derogatoria de las medidas de regulación a las jubilaciones.

53 jornadas de protesta después de la primera, los manifestantes en las calles afirman que los logros han sido pocos y por eso se mantiene el movimiento, y es que a pocos días de iniciado, dejó de ser solamente contra el alza de los combustibles, medida que se derogó algunas semanas después, es cada vez más claro que la intención de fondo, aunque aún no se plantee de esa forma, es un cambio de modelo y no solo un cambio de decisiones en la administración del mismo. De forma aparentemente instintiva, los movimientos han ido entendiendo que tras la derogación de una medida viene la formulación de otra con los mismos o peores efectos, los ajustes producto de acuerdos con los organismos multilaterales tocan instancias más sensibles que otras en algunas ocasiones, pero en el fondo lo que hay es lo mismo: la consolidación de un esquema estatal que genere un entorno favorable a la acumulación del capital, donde la distribución de la riqueza es un aspecto terciario.

Es importante recordar que la carga tributaria en Francia para el trabajador promedio es del 57,4% de su salario, pues el ingreso tributario en ese país es del 18% del PIB después del paso de François Hollande, cuando era solo un 9%. Pero el incremento de la recaudación ha sido asumido mayoritariamente por la clase media, pues una de las primeras medidas de Macron al llegar a la presidencia fue decretar el impuesto a las grandes fortunas.

Inicialmente se planteó que detrás de las protestas estuviera la ultraderecha en cabeza de Marine Le Pen, debido a que el descontento general en principio ha sido instrumentalizado desde el discurso de la antiinmigración, que responsabiliza a la política de acogida con el altísimo flujo de personas que busca refugio, principalmente desde África y el Medio Oriente, planteando que las dificultades de la clase media se deben a la carga tributaria que sostiene la política de acogida en Francia.

Rápidamente el mismo movimiento se desmarcó de esa intención y se declaró por fuera de cualquier vinculación partidaria por un lado y, por otro, el debate ha terminado apuntando a que la población ha comprendido que en el fondo el problema no está en que los impuestos sean destinados al desarrollo de la política social, sino que sean las clases media y baja las que tengan sobre sus hombros las medidas fiscales que la sustentan mientras el gran capital sigue siendo beneficiado con exenciones y estímulos que van a parar a los bolsillos de unos pocos.

Por lo pronto, y ya cumplido un año del inicio de este movimiento, aunque decidan mantenerse por fuera del crisol partidario, su perspectiva política va llegando más al fondo de las causas estructurales de las desigualdades sociales en el modelo capitalista, entendiendo que la contradicción esencial no permite que puedan cohabitar la gran acumulación del capital y el bienestar social de las grandes capas de la población. El movimiento de los chalecos amarillos tiene cada vez más claro que la riqueza generada es solo una, y el hecho de que sea acaparada por un pequeño sector poblacional va necesariamente en detrimento de las grandes mayorías. En conclusión, les gilets jaunes hacen parte de la respuesta de este tiempo a un sistema en crisis, que se sostiene con muchas dificultades a partir de las decisiones de los estados y una enorme batería ideológica alentada desde los grandes medios.

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