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Sociedad

Un año del crimen de Felipe Cabral

Un inocente tag pintado en la grieta

El artista Felipe Cabral fue asesinado en febrero del año pasado; flotaba en el aire la irritación a flor de piel en algunos sectores de la sociedad, envalentonados por el creciente apoyo en firmas a la campaña “Vivir sin Miedo”. Plef llegó a un rincón particular de Montevideo, donde la cultura de la defensa acérrima de privilegiadas y antiquísimas propiedades privadas está dispuesta a cobrarse la vida por mano propia.

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Por Ricardo Pose

Felipe Cabral salió de su casa aquel viernes 15 de febrero de 2019, montando en su bicicleta con su arte en el morral; iba a estampar en aquel muro de una casa abandonada, frente a la coqueta rambla de Punta Gorda, su tag (firma utilizada por los grafiteros) tan reconocido a nivel de los artistas callejeros.

Felipe, además, había hallado en la adhesión a la candidatura de Óscar Andrade, canalizar sus inquietudes y expresar claramente su visión del mundo, tan frontal contra la injusticia y el régimen social, el capitalismo, que las provoca.

“Por culpa de los bancos, existen los pobres”, grafiteaba por algún muro.

Ese viernes contó a sus amistades de su nueva obra y de su necesidad de ir a sacarle unas fotografías, ya que el viernes no había podido.

Al otro día, el sábado 16 de febrero, a las 14 horas, salió de su hogar rumbo al muro ubicado en Rambla República de México y Belastiqui; llegó aproximadamente cuarenta minutos más tarde, fotografió su nueva obra con ansiedad de artista y se sentó en un murito a descansar del viaje en bicicleta.

Un minuto más tarde, caía fulminado herido de muerte, de un certero disparo en la cabeza, por la espalda.

 

Punta Gorda

Barrio residencial de Montevideo, entre Malvín y Carrasco, donde el afincamiento de familias acaudaladas en su expansión hasta el este le dio ese entorno de exclusividad.

Si uno pudiera delimitar una frontera invisible, la ubicación de la grieta que partió al Uruguay social, entre los privilegiados de siempre y los pobres, Punta Gorda, con su Plaza de la Armada como ícono barrial y el histórico Molino de Pérez, forma parte del mapa de la opulencia.

El alto valor de sus propiedades, el fuerte sentido de pertenencia a una clase peculiar, ante la desvergonzada intromisión del pobrerío que se pasea y afinca en alguna de sus ruinas, siembra el barrio de medidas de seguridad que ofrecen para ellos mayores garantías que las que sienten, les brinda el Estado; guardias privados, alambrados de púas o electrificados, cámaras de vigilancia, organización vecinal de “Vecinos en alerta” y una sexagenaria población, altiva y pendenciera.

 

Vecinos histéricamente en alerta

El muro pintado por Plef pertenece a una casa de dos pisos abandonada, ubicada en rambla República de México 5681, que durante los prolongados trámites sucesorios había sido ocupada por algunos delincuentes, lo que obligó a uno de sus sucesores a tapiar puertas y ventanas para impedir nuevas intromisiones.

Consigna el barrio que pertenecía a Luis Traverso, en su momento de esplendor, un acaudalado vecino multimillonario que, a su vejez, síndrome de Diógenes mediante, muere en la absoluta indigencia y en plena calle.

Su leyenda, de hombre rico a marginal, y la defensa de su propiedad, palo mediante ante posibles intrusos, lo habían convertido en un personaje singular de la zona.

En la finca lindera, sita en el 5679, en febrero del año pasado, vivían AJPA y su hijo AP con su novia (las pericias de Policía Científica concluyen que desde ese predio procedió el disparo) y según rezan los comentarios en el barrio, AJPA ostentaba ser portador de armas fuego con fines de caza; alguna vez se lo vio escopeta en mano y solía disparar con un rifle de aire comprimido a las palomas. Persona de relación conflictiva con algunos de sus vecinos, era viudo y vivía solo con su hijo menor, teniendo otro hijo mayor que reviste en la Armada Nacional.

AJPA fue procesado por tráfico interno de armas, ya que no se pudo comprobar que fuera el autor material del homicidio de PLEF, y su fallecimiento en mayo del año pasado, más el no hallazgo del arma calibre 22 utilizada, dejaron varias interrogantes sin responder.

 

Lucha de caranchos

De un lado, el apetito justificable por administrar los beneficios de herencia y sucesorios consaguíneos de ML, según cuentan las “olas de la rambla”, sobrino del “ multimillonario linyera”; del otro, LS, un hurgador de herencias yacentes, suerte de Indiana Jones criollo, buscando en ancianos y fallecidos propiedades de las cuales hacerse para volver a vender, recorriendo deudos y mostradores municipales; un exintegrante de la Armada que se jacta públicamente de estar dispuesto a hacer justicia por mano propia, la que aplicó según comentó en varios círculos como integrante de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), organización paramilitar de los setenta.

Su presencia en las redes fue bastante difundida en función de sus comentarios incitando a la violencia, lo que motivó que algunos lo señalaran  como el posible autor material del homicidio de Plef; una lluvia de denuncias por difamación presentó LS contra todos quienes se animaron a difundir su foto, incluyendo a la candidata en la campaña interna del Frente amplio por la presidencia, Carolina Cosse.

Algunos comentarios confirman, además, una suerte de obsesión de LS contra las pintadas de grupos de izquierda, que en un arrebato lo llevó a presentarse en los despachos del propio Parlamento a recriminar y exigir que se blanquearan con cal unas paredes de viviendas de su propiedad, que fueron utilizadas para propaganda electoral. Esa obsesión por arreglar los “enchastres”, como le gusta calificar a esta peculiar forma de propaganda, fue la que lo llevó también a tapar el grafiti de Plef en el muro de Punta Gorda luego de su muerte.

 

Tensa vecindad

La relación entre el ahora fallecido AJPA, quien también tenía su casa a la venta, y el administrador de la sucesión, ML, según las voces del barrio, no eran buenas, o al menos eran distantes. La ocupación de la vivienda por parte de intrusos, algunos dedicados a la delincuencia, probablemente fuera la fuente de un malestar que generó una situación de vulnerabilidad en la seguridad del barrio.

Mientras, en su mejor voluntad, M.L tapiaba el ingreso a la vivienda y tomaba otras medidas para impedir que se volviera a ocupar la casa, LS se había empezado a hacer cargo del pago de contribución inmobiliaria, que le permitían disputar la titularidad del inmueble, que luce la inscripción “María Mercedes”.

Al centro de esa tormentosa lucha de intereses, inocentemente, llegó Plef con su bicicleta.

 

Lo que rompe los ojos

Plef pintó el muro en cuestión el viernes 15 de febrero, es decir un día antes de su asesinato;

en un barrio que se organizó en “Vecinos en alerta”, que cuenta con cámaras de seguridad, una casa abandonada, pero constantemente vigilada por ambos interesados en su posesión,   un viernes de verano en una rambla de tráfico fluido y gente que asiste a la playa a pie, es difícil imaginar que el grafiti pasara inadvertido.

Felipe Cabral llegó al otro día, sábado 15, a media tarde, y fue ultimado casi inmediatamente; es difícil no manejar la hipótesis de que lo estaban esperando.

Como un ave que se mete en un trampero, Plef, inocente y ajeno a los sórdidos intereses en juego, fue la víctima de una lógica que actúa primero disparando y luego preguntando; el certero tiro no solo permite sostener la hipótesis de alguien apostado, elemento que maneja la Policía, sino que ademas esperó, como quien caza una presa, el momento oportuno para disparar, es decir, el momento en que Felipe Cabral toma asiento y se convierte en un blanco inmóvil.

El cadáver de Plef estuvo en promedio casi cuatro horas tirado en el lugar, tiempo que transcurrió entre que un vecino lo vio de lejos por primera vez, a minutos de ser asesinado, pensando que quizás dormía, y cuando al volver a verlo sobre las 20 horas, constata la herida en la cabeza.

¿A ningún vecino tan celoso y vigilante de la seguridad de su barrio le llamó la atención una persona tirada en el piso? ¿Nadie percibió una extraña detonación por más chico que fuera el calibre del arma en casas linderas ocupadas por  tímpanos educados en la escucha del sonido de armas de fuego? ¿Durante cuatro horas a plena luz del día todos se convirtieron en ciegos que no pudieron ver un cuerpo, una bicicleta, una mochila?

En todo caso, cuatro horas son más que suficientes para hacer desaparecer un arma de fuego, limpiar rastros, urdir argumentos, hacer las llamadas telefónicas necesarias para comentar lo sucedido, pedir colaboración para evitar las consecuencias de una fatalidad o de un acto irracional.

La compleja personalidad de varios de los involucrados genera un puzle tan complejo como ellos, pero que no deja lugar a dudas sobre la presencia de autores y coautores.

Alguien disparó, alguien o varios saben y guardan  silencio, alguien hizo desaparecer el arma.

En declaraciones a la prensa, el abogado defensor de AJPA realiza una bochornosa defensa, alegando que su cliente no se encontraba en su casa entre las 9 de la mañana y las 13 o 14 horas, cuando el asesinato ocurre pasadas las 14.30; demasiada liviandad para un hecho tan grave.

 

A Plef lo mató la impunidad

Si la muerte ocasionada a un transeúnte desconocido y considerado ajeno es una maldad más que un acto de insania, el asesinato de Felipe Cabral es una mezcla cruel de los sentimientos más reaccionarios y de desprecio por la condición humana.

Plef es más victima de una emboscada que de una circunstancia fortuita; bastaba una voz de alerta, un cartel indicando la prohibición de ingresar al terreno del muro, una llamada al 911, en la más primitiva y salvaje de las decisiones, un tiro de advertencia que nunca es al cuerpo; por encima del hecho policial que deberán aclarar las autoridades, lo que está emboscándonos es una concepción que se nutre del miedo, un miedo irracional, y de clase además, un miedo que apunta a los pobres y dentro de ellos a los pobres jóvenes, que justifica en la legitima defensa las formas más aberrantes de agresión contra la condición humana; y que en este febrero de 2020, cuenta además con sus propios voceros institucionales, como en el caso del futuro ministro de Ganadería, Carlos María Uriarte, en sus declaraciones sobre la muerte del joven electrocutado en un alambrado, o el futuro subsecretario de Defensa, Rivera Elgue, sobre la actuación represiva de la dictadura, o en los cientos de posteos en las redes que hacen apología de la violencia.

En las condiciones en que fue asesinado Plef, solo puede existir, pero auguramos que la Justicia no lo permitirá, silencio e impunidad.

Sería un buen síntoma de salud, para el cuerpo de la sociedad, que quienes saben, digan.

Nosotros sabemos que saben.

Ya pasó un año.

Ya está.

 

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