Hacete socio para acceder a este contenido

Para continuar, hacete socio de Caras y Caretas. Si ya formas parte de la comunidad, inicia sesión.

ASOCIARME
Arte y cultura | teatro | poesía | actriz

La naturaleza y lo que se quiebra

Alejandra Gregorio, entre la poesía y el teatro: "Hay un trabajo en vestirse de inocencia"

La poeta, actriz y directora de teatro reflexiona sobre sus procesos creativos y la responsabilidad política de los artistas jóvenes en relación con el medio.

Suscribite

Caras y Caretas Diario

En tu email todos los días

“La poesía no tiene porqué venir a saber algo, no tiene porqué enseñar nada. La poesía no viene a dar explicaciones. Es una manera de habitar la nada que no te pide nada a cambio”, dice Alejandra Gregorio. Desde esa oscilación habita la poesía y el teatro, escribe, actúa, dirige obras híbridas y habita la ciudad.

Desde esa oscilación también contagia lucidez y sensibilidad, con un equilibrio potente y alegre. Su sonrisa es un gesto político, como su trabajo en el arte. Su mirada es clara, no se empaña con imposturas. Su voz poética se camufla con las fuerzas de la naturaleza, se demora en lo que se quiebra y está a punto de romperse, habla de amor como excusa para hablar de la fragilidad que también nos compone.

Dice que la dramaturgia le interesa como un lenguaje en sí mismo. Que las obras de teatro no existen sólo en escena, que también defiende el ejercicio de leer y escribir teatro como una práctica autónoma. Y a su vez, conoce bien la materia de la que está hecha lo escénico. Egresó como actriz de la IAM, trabajó en muchas obras desde ese rol, también egresó de la Tecnicatura en Dramaturgia, y desde hace unos años experimentan entre la música, la poesía, la actuación y la plástica, con su colectivo ‘Accidente geográfico’.

Esta semana reestrenan en la sala Zavala Muñiz del Teatro Solís Todo lo que explota permanece haciendo ruido, una obra helada y ventosa, con música en vivo y dos actrices que hacen poesía a los gritos, y van derritiendo lo glacial del paisaje a la luz de un cuento de mujeres que aman a otras mujeres. Los personajes de la obra son fuertes y vulnerables a la vez, como cualquiera que se arroja al centro del amor mientras afuera la fuerza de la naturaleza amenaza con llevarte puesto.

Cuando habla de su trabajo se refiere a lo híbrido, a habitar fronteras que se difuminan. También dice que lo queer de su poética tiene que ver con su historia de vida, con lo que le gusta, pero que no le interesa instalar su obra en un discurso de reivindicación de la visibilidad, porque considera que ese trabajo es muy valioso pero que fue hecho por generaciones anteriores. Que si bien hay un montón de derechos por los que seguir luchando, considera que a su generación políticamente le toca otra cosa. Propone narrativas alternativas en las que hay gustos y formas de ser disidentes o no hegemónicas, pero no se detienen en confrontar dialógicamente de una manera directa con lo heteronormativo. Simplemente despliegan su existencia, su complejidad y su belleza. Ese modo de vincularse con la realidad que encuentra su poética, hace que se exalte aún más su potencia disruptiva.

Alejandra Gregorio está en un buen momento. Acaba de publicar su primer libro de poesía, Paisajes que insisten, editado por Pez en el hielo. Dice que hace rato que no se quiebra, y que también es un desafío mantener la estabilidad. Está estudiando escritura creativa en un diplomado de la Universidad Nacional Autónoma de México, el año pasado estuvo en una residencia en España junto a otros dramaturgos argentinos y uruguayos, disfruta de estar más cerca del ambiente literario, agradece los Premios Onetti que ganó durante dos años consecutivos con su dramaturgia, y celebra lo bien que la pasa haciendo teatro con el grupo que dirige. Desde la literatura está en contacto con otras escritoras que admira y dice que eso está buenísimo, aunque reconoce que a veces el ambiente le resulta demasiado serio. Dice que el ambiente teatral tiene otra desfachatez, otra proximidad con el erotismo, pierde la seriedad muy rápido y por eso está tan bueno también estar ahí. Dice que lo más importante es poder trabajar sin convertirte en tu propio fan. Que si logras hacer eso, no te mareas.

Todo lo que explota permanece haciendo ruido es tu segunda obra como dramaturga y directora junto a ‘Accidente geográfico’. ¿Por qué se llama así el colectivo?, ¿qué tiene de transdisciplinar y de experimentación?, ¿cómo fue el proceso creativo desde el que surge esta obra que reestrenan en el teatro Solís?

Se llama así porque surgió un poco por accidente. No nos consolidamos enseguida como colectivo ni le pusimos un nombre, fue una cosa que se dio. Surge a partir de un llamado de Ahunchain cuando era director del INAE, en el que convocó a cuatro dramaturgas para trabajar junto a cuatro actrices en monólogos de 20 minutos. Yo venía pensando un poco “tengo tres obras publicadas pero no hago ninguna”, me preguntaba si iba a hacer alguna. Sabía que quería dirigir, sentí el impulso, ya me daba cuenta también que como actriz que empezaba a tener la cabeza más puesta en la dirección. Ese monólogo de 20 minutos terminó siendo el gran germen de algo que pasó después. Porque ahí le pedí permiso al INAE para incorporar música en vivo además de trabajar con la actriz. Y convoqué a dos amigos que no tenían experiencia en teatro. Eso estuvo bueno también porque fue como meter un mundo más inocente a eso que estábamos haciendo, creo que fue clave. Lo que pasó con ese monólogo fue muy lindo, las devoluciones fueron muy buenas y enseguida llegó la propuesta del Solís de convertirlo en obra. Un poco teníamos el plan de hacerlo y eso nos terminó de dar un marco. Teníamos esa sensación de que estaba pasando algo que estaba bueno, éramos amigos pero también estábamos encontrando una forma de trabajar. Y así surgió El mundo ya se acabó un montón de veces, que fue la primera. Nos fue bien también, y como la propuesta del Solís había llegado en el marco del ‘Enciende’ que es una plataforma para acompañar creaciones y colectivos -no solamente apoyarlos para un estreno-, después de estrenar eso me preguntaron si tenía otro proyecto que proponer. Yo al principio pensaba que no, pero después dije “bueno, nos hagamos cargo de esto que pasó, sigamos probando, sigamos experimentando”. Ahí fue como tirarse al agua porque no tenía ningún texto previo, pero le confirmamos al Solís, y lo primero que apareció fue el título.

Veníamos hablando de los territorios, de los paisajes. Yo ya venía con el tema de los paisajes, no solo como terreno sino como el paisaje de una vida, los paisajes que nos habitan. Y en un momento nos dimos cuenta que nosotros también éramos un accidente geográfico como grupo, que Uruguay es un accidente geográfico, un país chiquito, al sur, al que le comieron todo el territorio, que alguna gente piensa que es parte de Argentina pero también es re brasilero, y al mismo tiempo es tranquilo, más o menos estable, le dicen ‘la Suiza de América’.

Todo lo que se dio fue como un accidente. No lo buscamos. Sentimos que el nombre englobaba todo. Tal vez apareció ese nombre y se lo pusimos para consolidar algo. Cuando nombrás algo es como que se consolida. Cuando firmás como colectivo también se diluyen un poco las identidades individuales y eso está bueno. Si bien ponemos que el texto y la dirección es de Alejandra Gregorio, la idea es siempre es que se instale más que es el colectivo el que está creando.

Y por eso para mí es un colectivo transdisciplinar, porque no es que la actuación y el texto está en el centro, los otros lenguajes no están solamente para ‘vestir la obra’. No es algo que inventamos, no inventamos nada. Me parece que hay mucha gente trabajando ahora desde la horizontalidad y la fusión de los lenguajes, pensando que lo plástico, lo poético y lo dramático son partes igual de importantes en la experiencia.

¿Cuál es el vínculo que encontrás entre la dramaturgia y la poesía?, ¿cuáles son las diferencias o sus puntos irreconciliables?

Encuentro muchas similitudes. Me parece que entré a la TUD porque sabía reproducir bien en mi escritura cosas del teatro que había aprendido como actriz, escenas de conflicto, de personajes que discuten, saber qué cosas tenían que pasar, que tenía que haber sorpresas, puntos de giro, siento que tenía muy claro de eso y escribía siempre de esa forma y me divertía mucho. Me divertía, pero igual había algo que me hacía sentir que estaba como reproduciendo formas que sabían que funcionaba. Y además escribía poesía, pero como más por separado.

Esa poesía al principio era completamente catártica, siempre de amor, más infantil, como ese lugar adolescente de la poesía, pero que igual me hacía muy feliz. Hay poemas que hoy en día no podría leer públicamente, que me digo “qué desesperada escribiendo esas cosas”. Pero recuerdo la sensación de la primera vez que escribí un poema y sentir “qué lindo que es escribir un poema”. No precisa nada más. Lo escribís. No soy muy obsesiva de las palabras ahí, no soy de esa cosa de la poesía bien cuidada, de estar días corrigiendo un poema. Para mí es algo que surge, lo escribís y te hace sentir bien.

Y en un momento en la carrera, en la TUD, empecé a encontrar una voz en la dramaturgia que podía ser dramática pero también dejaba entrar a la poesía y a la fragmentación. Fui encontrando una voz en la que no todo tuviera que ser diálogo, y se me empezó a hacer más difícil escribir diálogos dramáticos puros.

Me gusta encontrar una voz que cuenta algo, y cuando una voz cuenta, ya sea que le está hablando al público o pensando en voz alta, siento que permite encontrar la poesía en la locura de lo que cuenta. Me parece que lo empecé a encontrar en “Aquellos lugares donde”, ahí rompí un poco la estructura, era una abuela y una nieta que tenía mucho diálogo y saltos en el tiempo, pero no dejaba de tener una estructura dramática. Y en “Acostarse a la orilla de una tajadura” encontré la voz de un niño. La encontré casi sin querer. Y el niño nunca habla con nadie, podríamos pensar que es al público. Es como un poema en el que el niño va contando algo, y encontré un disfrute en ese lugar de lo híbrido.

Las similitudes entre la poesía y la dramaturgia para mí tienen que ver con eso. Con lo híbrido. Lo que me interesa tiene que ver con que los géneros empiezan a correrse un poco de lugar. Como en la vida. Es lo que pienso un poco de los géneros en general.

Podemos corrernos de ciertos lugares, porque lo híbrido tiene más fuerza. Y cuando nos encasillamos nos aturdimos, cuando me encasillo me empiezo a aturdir a mí misma. En cambio cuando encuentro un lugar híbrido, entre la poesía y el teatro, imagino mejor, lo disfruto más.

Desde mi perspectiva, lo más interesante de tu dramaturgia es que si bien se encuadra en un paradigma más posdramático, trafica muchos elementos del esquema dramático para generar trama, hacer avanzar la acción y acumular tensión. ¿Cómo pensás este vínculo entre lo contemporáneo y la tradición en tu escritura dramática?

Sí, yo siento que se necesitan los dos esquemas, el dramático y el posdramático. A veces me conflictúan pero creo que encontré una estética de lo que quiero hacer teniendo en cuenta ambos. Encontré una estética muy contemporánea, muy cercana a la performance. En “Todo lo que explota…” las actrices no dejan de ser actrices que están contando algo, está ese borde entre ser y no ser el personaje, jugamos ese juego. No puedo pensarlo desde otro lugar, y eso tiene que ver con cierta contemporaneidad en la manera de pensar los hechos artísticos, de pensar en los sucesos como una acción real. Si hay que romper un hielo, se rompe en serio, no se representa que se rompe, y jugamos con el sonido real del hielo rompiéndose por eso.

Mi búsqueda a la hora de montar va desde ahí. Ahora estoy escribiendo una obra solo por el placer de volver a escribir teatro y no es tan fácil encontrar esos acontecimientos, porque esas cosas las encontrás en el proceso de ensayos. Pero por eso la tradición es inevitable, la necesitamos también. Estoy escribiendo una obra y no puedo no preguntarme “¿qué pasa, qué dicen los personajes, cuáles son las tensiones entre ellos, qué conflictos tienen?”. A veces me entran en conflicto los dos modelos pero creo que en ese ir y venir entre lo más clásico y lo más contemporáneo fue apareciendo algo de lo que me interesa, de lo que me gusta.

Tiene que ver también creo con que me gustan las dos cosas. Me encanta estar ensayando, investigando, pero también me gusta la escritura. Sigo valorando el lugar de la escritura yo sola, con mi compu, escribiendo. Puedo entender la cabeza de otros creadores, como Roberto Suárez por ejemplo, que dicen que el dramaturgo de escritorio no existe, que para hacer teatro hay que estar con la gente ensayando y buscando cosas, lo puedo entender pero también me gusta escribir sola. Por eso trato de encontrar un equilibrio.

Es raro lo que está pasando con la dramaturgia porque por un lado se le está dando mucho lugar, pero por el otro nadie la lee, pareciera que nadie la quiere leer, que nadie te la publica si no es porque ganaste un premio o algo así. Ahora hay muchas editoriales abiertas a eso, pero sigue estando esa cosa, que en otros países no pasa.

En otros países tiene tremendo peso el texto dramático, hay una tradición, premios econonómicos impresionantes, con gran prestigio, está valorada en sí misma, como la literatura. Siento que acá, con el correr del tiempo, en algunos lugares pasó a tomarse como un manual para que los actores representen y nadie lo quiere leer. Me parece que es un trabajo que tenemos que hacer igual desde la dramaturgia, desde el ambiente teatral.

Me interesa darle valor a la dramaturgia más allá de su representación. La obra no existe solamente si la montamos. Podríamos valorar el lenguaje de la dramaturgia como texto, como una experiencia de escritura y lectura en sí misma. Podríamos juntarnos a leerla.

A mí la palabra dramática me parece interesante aunque la obra no se vaya a montar nunca. Y hay dramaturgia que escribo por el placer de escribirla, sin pensar en si se va a representar o no.

Alejandra Gregorio 3.jpg

La fragilidad es una de las formas de la belleza

El vínculo con la naturaleza y también con lo que se quiebra, lo que se rompe, es algo muy recurrente en tu poética. ¿Cómo es tu relación con la naturaleza como autora?, ¿cómo es tu relación con lo que se rompe?

Creo que en un momento me obsesionó mucho la naturaleza como disparadora de imágenes. Cuando buscaba un inicio o un punto de partida, necesitaba una imagen que vaya por ahí, la de un territorio o la de la sensación que produce un territorio.

En “Todo lo que explota…” pasó eso, no había ni una palabra, ni una historia, ni personajes, sino que lo que había era un deseo de trabajar con el frío. El concepto era el de una obra helada. Me encantaba pensar en una obra en la que la sala estuviera helada, congelada, como cuando entrás a un lugar donde la niebla está baja y fría, soñaba con darle mantitas a los espectadores, que dijeran “andá a ver esta obra que está buenísima, pero te cagás de frío”. Obviamente no me dejaron congelar la sala, pero trabajamos a partir de ese deseo. Ivana Domínguez es la diseñadora de escenografía y luces, y con ella tenemos un ida y vuelta de mucha amistad. Le pregunté qué quería hacer ella, qué tenía ganas de crear, y ella me dijo que quería trabajar con el viento, que tenía unas turbinas vistas con las que quería experimentar, y le dije “perfecto, porque yo quería trabajar con el frío”. Frío y viento. Y ese fue el punto de partida.

Me parece que el vínculo que tengo con la naturaleza tiene que ver con la infancia, con las cosas que me maravillaron cuando era chica. Mi tía tiene una casa en el monte, ahora se está llenando de casas, pero cuando iba de chica era re impactante, un monte limpio en el que cada tanto había una casa. Me vivían rezongando porque salía sola, “no podés andar sola por el monte”, me decían, y a mí me encantaba porque era una sensación impresionante que se movieran los árboles, que la laguna quedara toda agitada. Si bien soy una persona muy de ciudad, me encanta los lugares mentales y emocionales a los que te lleva conectar con la naturaleza.

Creo que empecé a hacer un recorrido por paisajes en “Aquellos lugares donde”, por paisajes de mi vida, como la calle de pedregullo, el monte, la laguna, y encontré ahí un estímulo de ir a la naturaleza. Lo vengo pensando y digo “hace pila que vengo trabajando con el árbol que se cae, la tierra que se rompe”. Creo que eso tiene que ver un poco con la intensidad que a mí me maravilla de la vida, ¿no?

Siempre hay un lugar que me resulta muy atractivo que es cuando nos rompemos, cuando en la vida nos duele mucho algo. Después nos volvemos a arreglar y seguimos viviendo. Pero el momento vital donde algo duele mucho y sentís cada parte del cuerpo, es interesante. A mí me resulta atractivo cuando me quiebro. Atractivo y bello.

Ahora hace mucho tiempo que no me quiebro y también hay que habitar esa estabilidad, esa adultez, esa vida que capaz que deja de ser un poco tan intensa, pero entonces, ¿dónde está mi quiebre? ¿Dónde está el quiebre de las personas que tengo cerca? Y a veces, dentro de toda esa estabilidad, encuentro mucho placer en poder encontrar una voz de alguien que se esté desesperando por algo.

Hay un personaje en “Todo lo que explota…” que dice, “al final nunca me desesperé por nada y entonces vi la oportunidad y me desesperé por esta mujer”. Es como si algo tuviera sentido en la vida cuando nos desesperamos por algo.

¿Sentís que la inocencia se pierde una sola vez o que la perdemos varias veces a medida que vamos creciendo?, ¿qué es crecer para vos?

Yo creo que se pierde muchas veces la inocencia. Pero me parece que hay un terreno de la infancia que es tan noble e impoluto que es diferente. Nunca volvemos a la infancia. Nunca, nunca, nunca. Eso predetermina todo lo que hacemos.

A mí me gusta mucho la frase de Louise Glück, que de hecho es epígrafe de mi libro de poesía, que dice “Miramos el mundo una sola vez en la infancia, el resto es memoria”. Hay algo de esa inocencia, de cómo miramos el mundo en la infancia, que nos condiciona todo lo demás. Aunque después rompamos todas las cosas, los parámetros, es la base que tenemos.

Me gustaría pensar que vamos reconstruyendo una nueva inocencia todo el tiempo. Que cuando se rompe una, aparece otra. Y me parece que es un trabajo que hacemos. Hay un trabajo en vestirse de inocencia y seguirse maravillando por cosas nuevas.

Creo que es necesario para trabajar en teatro también. A veces quienes hacemos esto hace mucho tiempo, vamos al teatro y tenemos menos inocencia, nada nos sorprende tanto. Más si dirigimos, escribimos, perdimos la inocencia de ir al teatro y sorprendernos y ya. Está bueno pensar en qué le pasa al espectador que no hace teatro. Hay algo muy lindo en la familia, los amigos, la gente que no tiene nada que ver.

En la obra que estamos haciendo nos pasó que nos preguntaran “¿el hielo que está colgando es de verdad?”, había gente que decía que era de mentira, que no podíamos haber colgado un hielo real que se va derritiendo. Me imagino que debe pasar hasta en la medicina, en todos los trabajos, que te vas acostumbrando. Los que hacemos esto a veces vamos a ver teatro desde un lugar de “a ver qué hacen” en vez de “a ver cómo me maravilla este mundo que crearon”. Entonces cuando me di cuenta de que estaba en esa, empecé a intentar ir más limpia a ver el trabajo de los demás. Ir con una mirada inocente. Lo tengo que forzar, pero creo que tenemos que hacer ese esfuerzo todos. Ese esfuerzo de preguntarnos, ¿cómo me visto otra vez con la inocencia? Para disfrutar de las experiencias, sin estar mirando a ver qué pasó y en qué fallaron.

En las dos obras hay una poética queer, se cuentan historias de mujeres que gustan de mujeres, y lo hermoso es que el amor y el erotismo se da por hecho, nunca hay un gesto panfletario o específicamente reivindicativo de eso. ¿Cómo vivís esta dimensión de tus creaciones y cual es el gesto político que encontrás?

En El mundo ya se acabó un montón de veces lo buscamos más desde la estética que desde la poética, pero es cierto que está. Buscamos que las mujeres no sean “re mujeres”, que el músico no sea “re varón”, incluso con él intentamos que pueda salir del lugar común de varón roquero, y empezó a pintarse las uñas de azul, que no tenía que ver con nada pero nos permitía buscar una estética diferente, plantear la pregunta de ¿dónde encontrás un lugar que salga de la masculinidad arquetípica? Y lo mismo con ellas, intentamos corrernos de la feminidad arquetípica. Cecilia Placeres, la actriz, hace un personaje que es muy diferente a ella en la vida, se rapó el pelo, intentamos corrernos del binarismo.

Pero en “Todo lo que explota…” sí hubo ya otra atención a cómo se construía la narrativa desde lo no binario. Aunque también es cierto que fue algo que se fue dando. Yo tenía ganas de hablar de amor, tenía ganas de que contaran una historia de amor, eso siempre lo tuve claro. Y no quería que sea de amor entre ellas sino que hablaran de una tercera persona, un personaje evocado.

Escribí sobre el amor como una excusa para hablar de la fragilidad, de la fragilidad del territorio y también de ellas, y cómo los vínculos son frágiles, también es frágil el vínculo desde el amor y también es frágil la tierra que venimos explotando y explotando y explotando y se nos rompe.

La excusa que encontré para hablar de esa fragilidad fue una historia de amor, que por momentos también es una comedia, y también te emociona. Algo tan banal y tan profundo como el amor hace eso. Y ahí no tuve dudas porque a mí hace mucho tiempo que me gustan las mujeres. Me dije “No voy a contar un drama LGTB donde el conflicto sea eso”. No tuve dudas, el personaje que las impacta a ellas es una mujer, o por lo menos así se la nombra, no tenemos ni idea después cuál será su identidad de género, pero se la nombra como Rita, y tenemos otros dos personajes que tampoco entran en conflicto respecto a ese amor hacia ella. O sea, las conflictúa amarla pero no amarla como mujer siendo mujeres.

Lo que sentí cuando escribí tiene que ver con cómo yo siento y como vivo si voy a contar una historia, que no quita que otro día pueda contar una historia de amor entre un hombre y una mujer heterocis. Es mucho más binario pero también puede ser interesante. Pero en este momento tenía ganas de contar esto. No hubo un cuestionamiento, tuvo que ver con las ganas de crear el personaje de Rita.

Tenía ganas de crear un personaje evocado que fuera imponente, y me dio ganas de que ese personaje era una mujer y que se hablara de ese personaje de la forma en que se habla, y creo que lo que cuenta la obra justamente va más allá del género, porque lo que traté de escribir desde Rita es que tiene también la fuerza de la naturaleza, le pasa por arriba al territorio.

El personaje de la mujer de pelo rojo dice que se enamora por primera vez de una mujer, pero no entra en un cuestionamiento de porqué le gusta una mujer. Le pasa. Es tan imponente la fuerza de Rita, que para mí es un simbolismo de esa fuerza un poco sobrenatural que puede tener el amor también, eso que hace que no puedas seguir por la vida de una manera ordinaria, es como que es demasiado extraordinaria para esta vida. Tenía ganas de que ese personaje fuera mujer porque le hacía más justicia a lo que siento, pero no quería entrar en el drama.

En un momento hubo mucho contenido que tenía que ver con el despertar de la diversidad, con la reivindicación de la visibilidad de eso. Creo que el gesto político de lo que hago está en reconocer que hay un trabajo que ya se hizo y que estuvo bien que se hiciera, pero también preguntarse desde la ética, ¿qué le toca a nuestra generación ahora?

Tenemos que seguir haciéndonos cargo de esa narrativa pero también poder ser sinceros con lo que nos pasa. Hay un montón de películas muy impactantes desde ese lugar, en la que un hombre se enamora de un hombre o una mujer de una mujer y está prohibido, y el conflicto tiene que ver con eso. Yo siento que no es sincero de mi parte si ahora lo que empiezo a abonar y a querer contar también tiene que ver con ese lugar de lo prohibido. Es un lugar muy intenso, esta cosa de salir del closet, se puede construir mucho drama desde ahí, pero creo que ese es un trabajo que ya venimos consumiendo. Me pregunto, ¿cómo le damos el lugar que ya tiene, por lo menos que tuvo en mi vida? Tuve un montón de novios y de repente me enamoré de una mujer y capaz que no hay tal drama.

Entonces, ¿cómo sigo abonando historias queer donde el foco no sea siempre el mismo de la historia queer de por sí? Me parece que ese es el gesto político que podemos hacer, y que no quita que igual hay un montón de trabajo por hacer y que si siguen apareciendo esas narrativas también está bien porque siempre todo el tiempo estamos formando nuevas generaciones que también están viviendo eso. Sigue pasando esta cosa de “me van a rechazar o mis padres no me van a comprender”, no quiero decir que no se pueda hacer cosas que tengan que ver con esa narrativa, pero desde mi lugar me parecía que la forma más sincera de aportar era hacer ficción desde otro lugar, poner el drama en otro lugar. El drama para mí está en lo vincular, ya sea queer o heterocis o con la tierra o con mi padre, el drama para mí está en la fragilidad que tiene todo esto.

Alejandra Gregorio.jpg

Ganaste dos premios Onetti y un tercer premio nacional de literatura tu dramaturgia. ¿Cómo te hace sentir ese reconocimiento público? ¿Qué me dirías de la frase “Las obras no hacen a los premios y los premios no hacen a las obras”?

Siempre pienso de los premios que son circunstanciales y subjetivos. Dependen de qué circunstancias, qué obras se hayan presentado, y a qué jurados les haya tocado estar esa vez, con qué sentimientos les haya tocado estar esa vez. Eso es lo que determina que una obra gane, pero de ninguna manera determina ni dice nada al respecto de si esa obra fue realmente la mejor.

Hay que saber verlos así. Me presenté a muchos otros concursos y no gané ni siquiera una mención y me parece que también está bien. Me parece que hay que saber pensar que los premios son oportunidades. Yo los uso así. Concurso, y si vienen premios, buenísimo, y si no, no vienen pero no me determinan. Jamás escribí para un premio y para un fondo. Me parece que eso es algo que no hay que hacer, no hay que escribir pensando en eso, hay que escribir pensando en lo que te pasa, siendo honesta con lo que te pasa, y después si cuadra presentarlos en algún lado según el momento en el que estás, buenísimo, pero me parece que hay que tener cuidado con orientar hacia eso lo que uno produce.

Es cierto que abren puertas. A mí me ayudaron económicamente y me generaron oportunidades. A veces estás viviendo de esto, y capaz que ese año no tuviste mucho trabajo, entonces te dedicaste a escribir, y si te reconocen económicamente es una forma de seguir viviendo de esto por un tiempo.

Es cierto que si no hubiera ganado estos Onettis quizá no hubiera tenido la oportunidad de ser becaria de la Comedia Nacional, de que se me empezara a reconocer como dramaturga, por supuesto que hubo algo que me sirvió, se me avaló, me permitió posicionarme. Me parece que hay que tomarlos como un impulso para seguir creando y punto.

Yo gané dos Onettis seguidos un poco por casualidad, por esta cosa circunstancial. Gané un año, y al año siguiente tenía otra obra, la presenté, y me tocó de vuelta. Y ahí dije “bueno, ta’, no quiero presentarme un tercer ni un cuarto año”, en su momento me dije que no me iba a presentar más. Ahora que ya pasaron unos años quizá me presente si lo necesito, pero me agarró una cosa de no querer acaparar tanto también.

No puedo hablar más que por mí de esto, y de todo lo que estamos hablando, cada uno lo vive como puede, pero yo necesito un impulso creador para hacer lo que hago, no el estímulo de la idea de ganar un premio. Me parece que el germen tiene que ser el deseo siempre.

Es complejo estar siempre desde ahí porque nuestro trabajo a veces es en condiciones precarias y no hay muchos apoyos, entonces a veces se genera un poco de dependencia de los premios y los fondos. En Europa, me parece, que si ya te instalaste y estás haciendo un buen trabajo, a veces va a ver instituciones interesadas en sustentar tu investigación artística. Vas aplicando a distintos programas y entonces tenés el tiempo para investigar lo que querés investigar y hacerlo y no tenés que hacer una obra en tres meses con una plata que te otorgan solo para eso para poder estar en movimiento. Me parece que eso lleva a que muchos creadores no tengan otra que hacer cada tres meses hacer una obra donde ganan un poquito de plata, porque es una manera de sustentarse, y se entiende porque es complejo. Pero es cierto que ese sistema no es lo mejor para lo artístico.

No quiero idealizar a Europa tampoco, hablo de las diferencias en las condiciones.

Siento que en Latinoamérica hay un teatro con una fuerza impresionante, y cuando me pregunto porqué tenemos esa fuerza, creo que tiene que ver con que lo hacemos con una pasión enorme. Hay una sangre en Latinoamérica que no he visto en otros lados y tiene que ver con la independencia artística.

No idealizo el no tener recursos tampoco, sería bueno que podamos tener mejores condiciones para el trabajo y la investigación artística, pero creo que hay algo de nuestra forma de producir que también hace la diferencia. Porque a veces en otros países están dadas todas las condiciones económicas pero eso genera una prolijidad extrema que no le hace bien al arte, me parece, y también pereza espiritual.

Tu última publicación es un libro de poesía, Paisajes que insisten. ¿Qué es la poesía para vos?, ¿cómo trabajas con el lenguaje y con el vacío desde el lenguaje poético?, ¿encontrás alguna especificidad en la poesía como literatura que la escritura dramática no soporte?

Yo creo que en la poesía encuentro un vacío que no me pide nada. En cualquier momento del día puedo escribir un poema y que no me está pidiendo nada, no me está pidiendo ni que lo siga, ni que lo súper corrija, ni que haya estructura, ni que signifique algo. Y capaz que ese poema no lo lee nadie, pero me hace bien escribirlo, significó algo en el momento de hacerlo. No importa si la poesía es buena o mala, sino que me permite en cualquier momento que me aparezca una palabra, un sentimiento y saber que eso no tiene solo que ver conmigo.

Creo que hay diferencias entre la dramaturgia y la poesía, pero siento que en la poesía también hago ficción, no todo es tan literal o directo en relación a mí. La poesía es una sensación. Una sensación que se ve desde mi mirada. Una mirada mía sobre el mundo, sobre cosas que pasan, algunas que me pasan a mí pero también sobre cosas que veo que pasan.

La diferencia para mí es que en la dramaturgia escapo de mi mirada. Más allá de que yo quiera decir algo del mundo, escapo con otra facilidad, porque aparecen otras voces que tienden a parecer otras cosas. Incluso me digo cuando escribo, “mirá cómo este personaje está diciendo esto que yo no pienso”, o se está desesperando, o le está doliendo o está riéndose de algo que me es ajeno, porque yo no tengo ni ese dolor ni ese humor.

Con la dramaturgia puedo escapar de mi mirada y en la poesía siento que no escapo de eso. Pero igual desde la poesía no tengo que llegar a nada, no tengo que pensar en una estructura, no tengo que pensar en que algo tiene que pasar a nivel dramático. A veces el poema aparece y son seis versos que aparecieron así.

La poesía tiene que ver con la observación, con observar una parte del mundo, y las palabras surgen de esa observación, de esa escucha, no tanto de la voluntad de decir. Como si la poesía surgiera de pequeñas contemplaciones.

¿Qué te da miedo del estado actual del mundo?, ¿qué te da ganas o te parece un buen augurio?, ¿cómo te parece que opera el arte en relación con el miedo y el deseo?

Me da miedo la facilidad con la que nos impactamos y salimos del impacto. Lo veo en mí también. En un segundo puedo estar leyendo una noticia horrible, viendo un montón de niños palestinos quemados y me digo “qué horrible, no puedo creer que esto esté pasando, qué realidad horrible”, y cerrar el Instagram, dejar el celular y salir muy pronto a seguir con la vida. También pasan con cosas que pasan más cerca, que te parecen horribles, compartís una publicación y seguís. Eso me da miedo.

Pasan tantas cosas y hay tanta información ahora. Nos llega tanta noticia que el impacto dura muy poco. Nos conmovemos y se conmueve todo el mundo pero salimos del impacto demasiado pronto y seguimos con la vida y publicando cualquier cosa al lado de esas cosas que supuestamente nos preocupan.

Me parece que igual si no existiera eso no podríamos vivir, pero me da miedo, me sorprende con la facilidad que estamos acostumbrados a consumir cosas horribles y acostumbrarnos a que esas cosas están pasando. Creo que capaz que antes como no te llegaba tanto, si llegabas a ver una imagen así, era como una conmoción que duraba mucho y te permitía pensar de otra manera, y ahora es una información más entre tantas, eso me da miedo. Porque creo que tiene que ver con que sigan pasando y no hagamos nada. Al final cada uno sigue con su vida y somos simples mortales y el poder está en manos de cien personas que no van a hacer nada porque a esas cosas les conviene que sigan pasando. Entonces cada uno se limita a vivir su vida. Es complejo.

No sé si puedo pensar en algo tan general que esté pasando que esté bueno, o que me parezca un buen augurio, pero lo que encuentro en todo esto, por lo menos, es que nos podríamos paralizar y no lo hacemos. Porque al final la vida y el mundo es horrible pero creo que cada uno va encontrando en sus pequeños lugares y en compartir con los otros una manera de vivir que no sea tan triste.

Creo que lo bueno es eso, que no es nuevo, estuvo siempre, también es viejo, juntarte con un grupo de gente y estar tratando de hacer, de estar todos como con un mismo objetivo, de repente estar. Lo colectivo. Seguir apostando a lo colectivo está bueno.

Por lo menos lo vivo así. Me encanta escribir sola pero la soledad a veces me devuelve a partes oscuras de mí, me aburro todo el día sola en mi escritorio, y cuando trabajo en colectivo es divertido estar juntos, haciendo que el trabajo sea otra cosa. Desde lo más simple, como ir a pegar juntas unos afiches o ver quién tiene lugar en la heladera para un hielo, no sé, me parece que en compartir esas cosas ya se está generando otra cosa.

Encontrarnos con otros hace que la cosa sea más llevadera. Tener objetivos en común le da sentido a las cosas. Es con el otro que la vida empieza a tener sentido.

Cuando nos quedamos solos todo pareciera no tener sentido, o por lo menos cuando me enrosco sola mi cabeza me atomiza, es ahí cuando digo que no tiene sentido lo que estoy haciendo con mi vida como artista, que no estoy yendo todos los días a trabajar por los demás ni estoy salvando ninguna vida. Pero cuando me encuentro con otros, aunque no salvemos vidas, hay algo que está pasando. Cuando encontramos lugares colectivos que nos hacen bien es como si esos pensamientos intrusivos pudieran calmarse.

Dejá tu comentario

Forma parte de los que luchamos por la libertad de información.

Hacete socio de Caras y Caretas y ayudanos a seguir mostrando lo que nadie te muestra.

HACETE SOCIO