En esos años también participó en el proyecto “De la guerra a las ganas: una conferencia sobre la contención”, un espectáculo de danza contemporánea dirigido por Nicole Wysokikamien, que quería preguntarse sobre el tema de la contención de manera artística y académica a la vez, y lo hacían bailando y actuando, y también siendo, dejándose ver. Con esa obra hicieron funciones en el Teatro Solís y en la Sala Lazaroff.
En 2025, además de ser parte del equipo que gestiona Ensayo Abierto, Mateo está dando clases y actuando. Actúa en “Zombi Manifiesto” de Santiago Sanguinetti (con funciones en la Sala Verdi los viernes 9, 16, 23 y 30 de mayo a las 20.30 horas -las entradas pueden adquirirse aquí- ) y en “Mala persona”, escrita por Ezequiel Núñez y dirigida por Luis Pazos, con funciones en El espacio vacío, los sábados a las 20 y los domingos a las 18 hs -Las entradas se adquieren por whatsapp al 091277066-.
Además está dirigiendo una versión propia de “En familia” de Florencio Sánchez. Dice que dirigir a Sánchez era su sueño, y que cuando invitó a los actores se los dijo así, “los invito a cumplir un sueño que tengo”.
Caras y Caretas conversó con Mateo Altez una noche a finales abril en Ensayo Abierto, en unos sillones que hay en el living, un hall donde también se hacen encuentros y eventos. Da a la cocina, donde venden cerveza y comida después de las funciones de los espectáculos que se hacen en la sala.
Dice que la desfachatez lo ayuda a vincularse con cualquier material de igual a igual, y que también desarrolla marcos teóricos para justificar lo que hace. Dice que lo que más le importa es la belleza y la libertad, y lo que más le duele es la coerción de las libertades. Dice que algunas coerciones propias son necesarias para no hacer daño pero que las coerciones externas no le gustan. Y también dice que lo que más lo inspira es ver cómo sus amigos hacen lo que hacen, más allá del resultado, que hay algo en la manera en que se vinculan entre ellos y con el medio que le dan ganas de ser parte, le dan ganas de hacer.
Escribís, dirigís, actuás. Cantás, componés y trabaste como intérprete en obras de danza. Algo de lo híbrido tiene mucho que ver con tu forma de hacer arte. ¿Cuánto hay de voluntad y cuánto hay de necesidad en esa búsqueda interdisciplinaria?
Cuánto hay de voluntad y cuánto de necesidad me parece una gran pregunta humana.
Lo que yo siento es que todo es por necesidad, en general hago las cosas por necesidad, no podría no hacerlas, sería reprimirme en algo. Necesidad del alma, del mundo interior de expresarse o de salir de alguna manera.
No me pasa tanto que me diga “voy a explorar”, no hago canciones porque un día me dije que las iba a hacer. Desde que agarré por primera vez una guitarra, lo primero que hice fue componer, y componiendo fue que aprendí a tocar la guitarra. Como compongo canciones, a veces las muestro. Pero las muestro cuando tengo algo escénico que mostrar también, para mí es teatro, los pienso como algo escénico, es una obra en la que canto canciones. Como que tengo una ansiedad escénica, de decir “mirá, puedo construir esto, ¿querés mirarlo?”, me dan ganas de compartirlo.
Con la danza en realidad mi única experiencia fue “De la guerra a las ganas: una conferencia sobre la contención”, con Nicky (Nicole Wysokikamien). Fue mi única experiencia de montar y mostrar una obra de esas características. Y ahí la necesidad tuvo que ver con trabajar con ese equipo, que me parecía magnífico. La propuesta de esta conferencia es algo que yo siempre pensé incluso desde el teatro. Se parece mucho a mi manera de crear en el sentido más teórico y también más práctico de cómo son mis procesos creativos. La conferencia era una experiencia en donde se reunían actores y bailarines a poner el cuerpo y trabajar alrededor de un concepto. Era, al mismo tiempo, un desmontaje de ese concepto, “la contención”. Tenía una solidez conceptual en torno a algo, y a partir de ahí empezamos a desmenuzar sus interpretaciones poéticas, a trabajar alrededor de eso. Eso fue lo que me dijo Nicky cuando me invitó y por eso me entusiasmó: “Tengo un tema. Quiero trabajar con ustedes. Vamos a ver cómo lo abarcamos”. Esa manera de trabajar a mí también me es muy necesaria, por eso disfruté y aprendí tanto con ese proceso, con esa dirección y esos compañeros. Porque la danza, lo teatral y el análisis teórico eran maneras distintas que se iban potenciando entre sí en el trabajo sobre ese tema.
¿En tus procesos creativos individuales también hacés tráficos de una disciplina a la otra?
Tengo la sospecha de que siempre me va mejor cuando no estoy pensando en la cosa en sí. Sospecho que se trabaja mejor si mientras trabajás en algo en realidad estás pensando en otra cosa.
O sea, no dirigir pensando en que estoy dirigiendo, no cantar pensando en que estoy cantando, no actuar pensando en que estoy actuando. Eso lo que termino trasladando y me nutro siempre de lo otro que conozco. Además, en general copio. Copio a los demás y me copio mucho a mí mismo, en ese sentido, en decir, “acá hubo un procedimiento”, que después, analizando, yo pude traficar y reconstruir para dirigir esta obra. Por ejemplo, pienso, “¿cómo hago si copio ese procedimiento pero para construir un personaje?”, o “¿cómo hago si hago eso que otro hace actuando para cantar esta canción? ¿Cómo sería esa traducción?”.
Copiar y traducir es básicamente lo que hago todo el tiempo con todo. Copiar y traducir es mi gran asunto de la creación. Siento que ahí se resumen mis grandes características técnicas.
A veces me sale mejor y a veces me sale peor, pero lo que estoy haciendo literalmente es copiar procedimientos y sacarlos de contexto, e intentar de traducirlos en ese nuevo contexto que le doy. Y buscar ahí cómo lo vivo, lo orgánico, cómo le corre la sangre, lo que me da pasión.
Hay algo interesante en cómo lograste auto-habilitarte, dejando de lado cualquier pudor o síndrome del impostor. Desde esa actitud con la que encarás la creación, podés presentarte como músico, como actor, como director, sin pedir permiso y sin esperar que la legitimidad a lo que hacés venga de afuera.
Creo que eso también es porque me sale bien esto de copiar. A esto que te digo ahora lo formulo como bastión teórico de lo que hago.
Estoy dando un taller de dramaturgia en La Veci, otro espacio central de estos con los que estamos vinculados (Ensayo Abierto, La Madriguera, El espacio vacío, La Vecindad). En el taller, básicamente voy a decirles “miren, el procedimiento que yo hago es copiar”. Y creo que lo que me pasó de chico es que era un sinvergüenza. Lo era, y me permití cantar una canción que no era mía y decir que era mía. No exactamente, pero un poco sí. Me aprendí tres acordes de otra canción, le imité más o menos la melodía, le cambié la letra, y dije que era mía. Que, por otra parte, es el procedimiento que hace la murga. Siento que así fue cómo generé la habilitación de lo que yo hago como algo mío, como algo propio.
Nunca sentí “esto es copiado, no es totalmente original”, no creo en la idea de lo original. Nunca le di valor a la idea de ‘lo original’, yo creo que eso me hizo bien, creo que es lo que más me habilita. Eso te permite vincularte de igual a igual con cualquier material.
Y además está el rock. A mí el rock me gusta de chico. El rock ayuda.
En el rock está muy inserta esa idea de que cualquiera puede hacerlo, de que si vos agarrás la guitarra y te juntás con tus amigos podés tener una banda que más o menos suene, ir creciendo.
Yo digo que soy actor, o que quería ser actor desde que tengo memoria, desde que tengo cuatro años o antes, no tengo recuerdos de mí no queriendo ser actor. Pero con la música claramente empecé después, empecé a tocar la guitarra a los 13 años. Descubrí la guitarra y ya la llevaba al liceo, no fue que primero aprendí y después me mostré tocando. Llevaba la guitarra y era mi juego en el patio tocarla. Y cantaba mis canciones, me salía hacer eso.
Debe haber muchas cosas que me habilitaron, pero yo no tengo ningún problema con saber que copiar es lo que más me ayudó.
¿Cómo oscilás entre el ego y la humildad para poder enfrentarte de igual a igual con cualquier material?
Con desfachatez. Creo que hoy me daría vergüenza hacer eso, eso lo hacía cuando era más chico. Pero sí, creo que lo que me ayudó fue la desfachatez. Lo que pasa es que creo que no lo pensé. No me acuerdo exactamente cómo lo hacía, lo estoy reconstruyendo ahora para contártelo.
Hoy, más que con desfachatez, invento marcos teóricos que justifiquen lo que hago. Construyo un marco conceptual en el que eso que estoy produciendo esté justificado. Y me paro desde ahí. Creo que tiene que ver con lo que me preguntabas antes, de cuánto hay de necesidad y cuánto de voluntad. Te diría que voy un poco más lejos y lo pongo casi en el lugar de la fe.
Es una necesidad de crear, de hacer cosas, pero una necesidad de esas verdaderas, que a mí me hace conectar con un lugar de creencia y fe. A veces pienso que mi destino es cantar canciones, y pensar eso me ayuda a cantarlas entonces no me importa si es así o no.
Nunca aprendí música, no sé de música, veo a mis amigos que son músicos que estudiaron y los recontra admiro, pero yo hago canciones también, ¿qué voy a hacer?, ¿no cantarlas?
Además, me crié escuchando rock. El rock significó algo para mí cuando lo empecé a escuchar, y tiene eso que te decía, de “hacélo vos mismo”, esa es la base del punk rock y del rock. Lo más importante es trasladar esa idea de que si yo lo hago, seguro que vos también lo podés hacer.
En tu proceso creativo, ¿los materiales ya surgen con una forma o lenguaje? ¿Sabés que algo es música o algo es teatral, o son impulsos más deformes que acomodás luego en una canción o una obra?
Ya vienen con la forma. Casi no tengo ideas. Casi siempre son procesos de traducción. Alguna que otra vez juego a decir “¿y qué pasa si esta obra de teatro fuera una canción?”, y juego a traducir eso, pero en general a través de ese procedimiento me salen puras bobadas, cosas formales.
Los impulsos ya vienen con forma cuando tengo impulsos. Soy muy materialista en ese sentido. Trabajo sobre los materiales. Las canciones me aparecen si estoy tocando la guitarra. O porque escuché una melodía sin querer, porque pasó un auto y justo dobló y alguien gritó y escuché esa melodía, pero eso es materialidad. Ahí me grabo esa melodía que escuché y la desarrollo, pero empezó como una materia que ya me llegó con forma.
No es que tuve una idea del tipo “la flor amarilla en el surco de tu alma”. Ese nivel de poesía en general no me surge, porque mi poesía es mucho más llana. Si me surge algo parecido a eso casi siempre es en chiste.
Hay algo de tu música que es muy rockero pero al mismo tiempo dialoga con la música popular uruguaya, en los temas que toca, en la manera en que toca los temas que toca, en la libertad del verso. Tiene esa cierta tendencia al delirio muy característica de los autores de acá, pero el modo de cantar es más contemporánea, tiene un grito más del hoy.
Sí, estoy bastante de acuerdo. La verdad es que una de las razones de eso es una imposibilidad material. Me encantaría tener una banda de rock, pero es muy difícil juntar a cuatro personas que quieran ensayar una vez por semana, dos horas, y meterle. Por lo menos con el espíritu con el que yo me dedico a eso, y con mis condiciones que son casi nulas. Me sé seis acordes en la guitarra. Tengo cerca a músicos que admiro, he convivido con algunos tremendos, me encanta, los amo, son mis amigos, han colaborado en cosas que hice mil veces, pero no les puedo decir que tengan una banda conmigo, me da una vergüenza enorme. Ellos son músicos, ¿qué voy a hacer ahí? No tengo nada para hacer. Un poco es eso. Me da pudor tener una banda, pero creo que mi sueño es tener una banda. Ojalá algún día lo cumpla. Entonces lo que me queda es la guitarra y la voz, que es básicamente la tradición de la música popular uruguaya, por lo menos la de esta ciudad
¿Con qué referentes sentís que dialogás como músico? ¿Qué desafío nuevo te gustaría encarar desde ahí?
Mi inspiración básica es Spinetta, para mí él está en el centro de todo lo que yo hago. Siento que sabe tocar los centros de las cosas. Como una cuestión de adecuación, moral y filosófica, con mi manera de ver el mundo. Encontré en él una correspondencia total, creo que me ayudó a ser mejor persona, y siendo esa mejor persona he tenido los amigos que he tenido. Y por eso mi mayor inspiración terminan siendo mis amigos, Pascual Márquez, Patuco López, Renata Denevi, Sofía Alvez, el Juancito Geronés, y las bandas, Mansalva, Animales de Poder.
A mí lo que más me inspira de mis amigos es cómo hacen lo que hacen. Son personas que digo “cómo están haciendo lo que hacen es radical”, están muy centrados, muy embocándole en el punto de cómo lo hacen.
Después los resultados son diversos, te pueden gustar o no, a mí la mayoría de las cosas me gustan, pero lo que quiero decir es que va más allá del resultado, es la manera en la que están trabajando. Yo creo que lo que hacen es ponerle pasión y pelar el alma, y es muy difícil que no me guste que un amigo pele el alma.
Despojo, intensidad y conflicto
Como director trabajaste tanto con textos propios como ajenos, y en otra entrevista dijiste que a nivel de procedimiento para vos es lo mismo. Me interesaba preguntarte qué es dirigir para vos a nivel de puesta en escena. Hay un sello reconocible que tiene que ver con cierta estética del despojo, a la par de una gran intensidad actoral. ¿Por qué dirías que se ven así y huelen así tus obras?
Tengo dos influencias claras que son Margarita Musto y Gabriel Calderón, que fueron mis profes en la escuela y que con ellos, con las lecturas que ellos me pasaron, aprendí un poco lo que es dirigir. Creo que en los dos está esta misma idea, tanto del despojo como lo de la intensidad actoral. Cada uno con su estética, pero tienen algo de eso. Yo no me siento ligado a los estilos de ellos pero sí conectado con esta cuestión de la intensidad actoral y el despojo, son dos ideas que tomo en cuenta.
Después, en términos más de composición, en general parto de un par de hipótesis.
Para mí una puesta en escena es una metáfora o un juego de la propia obra, en general parto de ahí. Siempre intento encontrar esa metáfora y enseguida la transformo en juego de la obra que estoy dirigiendo.
Tuve el privilegio de dirigir obras que yo no escribí, que para mí además han sido mis mejores direcciones, porque eran mucho mejores, pero también porque creo que puedo advertir mejor cuál es la metáfora. Con mis obras me cuesta más, y ahí como que ya hay algo de ese encuentro, de ser un director ajeno, que me hace ponerme más juguetón, y encuentro mejor esta idea de metáfora.
Por ejemplo, en “Tal vez mañana mi olvido tenga forma de familia”, ahí hicimos toda la primera parte de los ensayos un juego que yo llamaba ‘el juego de la silla’. Había montado seis sillas como si fueran seis elementos escénicos y ellos tenían que estar siempre anclados a una de esas sillas, y hablarse desde ahí y pelearse desde ahí.
Y estuvimos mucho tiempo con eso, y el proceso no era tan largo. Me acuerdo de que los actores estaban re nerviosos, porque seguíamos jugando al juego de la silla y todavía no estábamos haciendo la obra. Y cuando soltamos el juego y nos pusimos a hacer la obra, como que enseguida se dieron cuenta de que lo que tenían que hacer era jugar a eso con la nueva escenografía.
Entonces esa idea de que hay una metáfora y que esa metáfora se parece a un juego, un juego literal, o sea con reglas, que se gana o se pierde, me ayuda mucho. Con ese mecanismo descubro también la obra que estoy haciendo.
También lo pienso con respecto a qué quiero decir el autor, cómo ese juego nos ayuda a poner la palabra del autor delante, incluso para profanarla, para traducirla. Pensarlo como un juego que yo tengo que desentrañar y se desentraña mejor a través de ese juego, la traducción metafórica de lo que está diciendo el autor.
Lo otro que complementa esta idea de metáfora es la idea del conflicto. Para mí el conflicto es el centro de lo que hacemos, de lo que yo siento que es el teatro, y creo que es conflictuar en todos los niveles. El primer lugar de conflicto es con el medio. Y ahí vuelve la idea de despojo. Por lo menos a mí en relación con el teatro que veo. Veo cosas muy caras que no suman nada y no me dan ganas de hacerlo.
¿Por qué te interesa el conflicto con el medio?
Me interesa el conflicto porque para mí es la base del teatro. Y la relación con el medio me parece que es central, porque creo que el teatro siempre está hablando sobre sí mismo.
En el teatro se ven los bordes. Siempre que vas al teatro ves el teatro. Y lo ves en relación con el teatro que ves en la ciudad. Es muy difícil que un espectador hoy por hoy vaya al teatro y vea completamente la historia. La manera de involucrarse pasa por otro canal, es más emocional. Para mí es muy difícil creer en la hipótesis del teatro realista, como decir “te voy a contar esta historia y te creés que Julieta está muerta”. Nadie se cree que Julieta murió ni que la actriz murió. Todos partimos de una base de convención.
A ese lugar yo le llamo ‘zona cero de ficción”, que es, estamos todos acá y venimos a este lugar a ver ficción. Me gusta cuando el teatro logra traspasar esas capas y hacerte dudar de si esto que llamamos realidad no es ficción también, si esto que llamamos realidad no es algo construido. Que sería para mí la misión del teatro, ahora que pienso. Porque sí, es una construcción lo que llamamos realidad, que bien podríamos modificarla y vivir mejor. Siento que eso es el espíritu de hacer una obra de teatro.
Y la idea de que hable sobre sí mismo es no estar de espaldas a que hay un medio teatral al que uno se involucra. Esto también surge del rock. Cuando Cerati dice “A la gran fiesta del rock, salud” en la gira del “Me verás volver”, yo lo siento así, como que él se está poniendo en el medio de la gran fiesta del rock, está diciendo “esto es parte de toda esta historia, de todo este contexto”. Y yo siento eso cuando hago una obra de teatro, que no soy ajeno a la historia del teatro de este país, no soy ajeno a la historia del teatro español, italiano, judío que vino hasta acá, como tampoco al teatro que se está haciendo por hoy. Y en ese lugar, yo lo que elijo como estética es el conflicto. Siempre tomo ese lugar de despojo como un lugar de conflictuar con los miles y miles de pesos que se gastan en otras producciones, rellenando cosas que no se ven. Siempre tiendo a la desprolijidad, mucho más que a la prolijidad, también en ese sentido de conflicto. Es una decisión estética la desprolijidad, la austeridad.
Y la otra gran decisión estética o procedimiento tiene que ver con que buscando lo útil difícilmente lleguemos a un sentimiento más o menos noble. Sería también buscar lo inútil, lo que al parecer no sirve para nada. Saber que ahí puede aparecer algo noble, algo genuino, algo hondo, más que buscando la utilidad de las cosas.
¿Qué te duele del mundo? ¿Qué te gusta? ¿Cómo te posicionás éticamente frente a eso que te pasa con el mundo?
Me duele cuando hay coerción. Que parte de lo que hablábamos antes, cuando se ignora que la realidad que vivimos es arbitraria, creer que las cosas son así, son dadas, que no podemos hacer nada al respecto, y que el ser, el individuo, no tiene algo ahí para ser independientemente de cómo le fue dado. La manera en la que eso se manifiesta es a través de la coerción, se coartan las libertades. Eso es lo que más me duele.
Hablar así pueden ser palabras de un libertario. Yo me considero un liberal en muchos sentidos, menos en el sentido económico. En el sentido económico más bien me considero un comunista. Pero lo que más me duele del mundo es la coerción.
Creo que preocuparnos por lo que hace aquél o por lo que hace cuál tiene que ver con eso. Eso lo vivo muy a menudo. Si te ponés a pensar en la estructura es evidente. Lo veo acá, en la cuadra, con los vecinos, con mis amigos, de decir, ¿qué te molesta lo que hace el otro?, ¿qué te importa?, ¿por qué te duele tanto?. Y si te pones a hablar con tus amigos, que por lo menos los míos están abiertos a charlar sobre estos temas y tratar de mejorarnos entre nosotros, porque a mí a veces también me pasa, y siempre llegamos a la conclusión de que tiene que ver con tu propia coerción, con tu propia libertad no desarrollada, tu propio ser no desarrollado.
Capaz que es una idea muy esencialista de mi parte, y eso tiene como un contrapeso con el materialismo que me gustaría aplicar para otras cuestiones. Quedaría mejor hablando de economía. Me duele la desigualdad también, pero no sé, siento eso, aunque suene muy liberal lo que estoy diciendo y puede sonar a que no me importa la desigualdad, yo lo vivo así, y lo siento así. Eso es lo que me duele del mundo.
Y lo que me gusta es la belleza. Lo que me gusta del mundo es la belleza, lo caótico, lo no descifrable, los misterios, eso es lo que más me gusta del mundo. Y la libertad, la libertad a mí me parece el mayor de los valores, el mayor de los valores colectivos.
Es horrible como se ha dado vuelta el discurso con respecto a las palabras. Digo libertad y pienso en Milei pero no puedo permitir que me haga un callo en el cerebro eso. Yo siento que la libertad es un valor inquebrantable.
Y que ahí está todo también, porque es el centro del existencialismo, de decir, estoy haciéndome cargo de mí mismo. Y ahí es donde encuentro también belleza, cuando veo esa gente o ese grupo de gente que de repente está cultivando algo porque quiere, porque se le cantó.
Eso para mí es de una belleza ejemplar y es, como te decía, donde más encuentro inspiración. En esos colectivos, en esos grupos, en esas cosas que están por fuera del sistema y que les cuesta. No quiero romantizar eso, me encantaría que estén llenos de guita y que les vaya bárbaro, pero cuando veo que lo hacen igual, aunque les den de palo, aunque no puedan, o aunque les cueste, entonces es ahí que se demuestra que de verdad lo querían. Es raro pensar que alguien es senador por vocación, si cobra 450.000 pesos por mes. No llego a ver tu vocación, a mí no me llega.
¿Y cómo sentís que opera el arte en relación con la libertad?
En mí el arte es el único vínculo posible con esa idea de libertad. Porque incluso lo que me parece bien coartarme, que serían mis sombras y mi mundo más oscuro, lo que guardo para mejorar la convivencia de todos, se puede poner en juego ahí. Soy un hombre blanco heterosexual que pesa 100 kilos y que a veces me enojo y siento celos y me comporto como el orto. Todo eso, incluso todo eso que intento coartarme todos los días, en el arte lo puedo sacar para afuera en forma de ficción y con un disfrute magnífico. Es el lugar donde me siento libre porque sé que es ficción, porque los cuidados que tengo que tener son técnicos, pero no emocionales justamente. Sé que llegue a donde llegue, a los lugares más lejos que pueda llegar, igual no voy a herir a nadie si lo cuido técnicamente. Entonces lo cuido técnicamente, pero después puedo ser el más sorete hijo de puta que soy, que en otro sentido de mi vida lo soy. Ahí es un espacio de expresión donde también me siento libre y que me encantaría que todos los humanos tengan.
Creo que lo que más da el arte es libertad. Ahora que lo pienso, dije que estaba hablando de mí, pero también me pasa cuando hablo con los vecinos, que les decimos que tenemos un teatro, y te cuentan “yo hice teatro de guacho” y te empiezan a contar lo que hacían, y te das cuenta de que es eso, que estaban expresando cosas que en otro contexto no las expresan, no las dicen. Hacer canciones es lo mismo, como que siempre mi manera de vincularme con los demás tiene que ver con eso. Poder decir algo que en otros momentos no podés decir por coerción externa, o por coerción propia.
No está bueno ser un hijo de puta, un celoso de mierda. Sin embargo, en el arte a nadie le molesta.