La pandemia de covid-19 avanza, aumentan los casos, las medidas sanitarias se incrementan y los efectos de las políticas instrumentadas para gestionar la emergencia se hacen sentir. Teletrabajo, educación a distancia, telemedicina, reuniones por Zoom, recitales live streaming, aislamiento, besos y abrazos virtuales, seguro de paro y desempleo, forman parte de una «nueva normalidad» que cuesta normalizar.
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En este contexto, profesionales e investigadores de todo el mundo están explorando los efectos psicológicos, neurológicos y sociales que dejará la crisis sanitaria de la covid-19 en los seres humanos. En Uruguay, un grupo de investigadores de la Facultad de Psicología integrado por por los docentes Hugo Selma, Gabriela Fernández, Vicente Chirullo, Valentina Paz, Federico Montero y Paul Ruiz realizaron un estudio para determinar los efectos de la pandemia en la salud mental de las personas.
Caras y Caretas dialogó con uno de los integrantes del equipo y docente de la Facultad de Psicología, Hugo Selma, quien contó la dinámica de la investigación y sus principales resultados. «La intención del estudio fue analizar qué costo tienen las medidas que se han tomado en relación a la pandemia y también los efectos secundarios de esas medidas, como el desempleo, el acceso a ingresos o las dificultades para realizar actividades sociales», explicó.
El profesional contó que el proyecto se hizo mediante un formulario online que completó un grupo de 1.059 voluntarios, en diferentes etapas de la pandemia, entre el 1º de junio y el 21 octubre. A los integrantes del grupo que participó en la primera instancia se le enviaron formularios de seguimiento cada 15 días con el objetivo de evaluar si existía una evolución de los síntomas y cómo variaban en función de las medidas que se iban tomando. «Algunas personas llegaron a completar hasta 7 aplicaciones y otras no continuaron el proceso. Para la segunda etapa eran 480 y fue disminuyendo hasta 114 en la sexta y última aplicación».
Los formularios contenían preguntas generales como sexo, edad, empleo, condiciones en las que estaban haciendo el aislamiento (total o parcial, cantidad de horas, etc.). También se evaluaron otras variables como las condiciones básicas de la vivienda (metros cuadrados, acceso a lugar con luz natural), ingreso socioeconómico, actividad física realizada, características de la personalidad y algunas cuestiones relacionadas a la salud mental, como el consumo de sustancias.
Principales resultados
Uno de los principales resultados que mostró la investigación fue la existencia de un aumento significativo en trastornos de depresión y ansiedad que, explicó Selma, son los problemas de salud mental más frecuentes a nivel mundial. Con respecto a la depresión, los porcentajes obtenidos indicaron que un 37, 5 por ciento de personas manifestaron síntomas depresivos significativos, es decir, que implicarían un problema clínico. «Sabemos que síntomas depresivos tenemos todos, a veces podemos estar un poco tristes, con falta de energía o nos puede costar dormir, pero hay un cierto acumulado que se ubica por encima de lo cual podría pertenecer a la categoría, hablando en criollo, problemas tenemos todos. Que un 37,5 por ciento traspase ese umbral es una cifra muy alta», opinó el docente.
El otro tipo de síntoma que se observó con preocupación fue la ansiedad fóbica, presente en un 25 por ciento de los encuestados. «En este caso el cuestionario no era tan específico como para determinar qué tipo de fobia presentaba el paciente, pero, en su mayoría, estaban relacionadas al miedo a estar en lugares abiertos o con mucha gente, lo cual tiene que ver con el propio contexto de la pandemia y el temor al contagio. Este tipo de síntomas, con cierta predisposición personal, se puede exacerbar».
Selma destacó como otros de los elementos más interesantes que surgieron de la investigación que, en la primera aplicación del formulario, un 25% declaró haber aumentado el consumo de drogas más frecuentes, como el alcohol, tabaco, marihuana y psicofármacos.
Sobre las variables que explican estos síntomas, el docente señaló que uno de los predictores más potentes de estos síntomas depresivos, de ansiedad o el aumento de consumo son los factores de personalidad. «Existen ciertos rasgos que hacen a las personas más vulnerables desde el punto de vista de la salud mental, como, por ejemplo, el neuroticismo. Este rasgo tiene que ver con una predisposición mayor a sentir emociones negativas más fuertes y con más facilidad, genera reiterados estados de preocupación, tensión, temor, culpa. Otro ejemplo es la sociabilidad, las personas con una vida social más rica, en general, son más saludables desde el punto de vista mental», explicó.
Los factores ambientales, remarcó el doctor, también juegan un papel importante en el desenlace de los síntomas. «En todo lo que es salud mental hay una confluencia de factores personales y ambientales que explican por qué se producen trastornos. Entre esos factores ambientales, el aislamiento fue el elemento más potente en cuanto a la capacidad de predecir esos síntomas. Es decir, observamos una relación fuerte entre el aislamiento y todos los tipos de síntomas: a mayor aislamiento, más severos son los síntomas. Las personas que declararon que casi no salían del domicilio eran las que presentaban los síntomas más altos, mientras que aquellas que realizaban un aislamiento parcial o no lo hacían manifestaban síntomas de menor intensidad».
Otro dato que de alguna manera refuerza la observación anterior es que el grupo que presenta síntomas más altos de depresión y ansiedad son los más jóvenes, que, por lo general, son quienes tienen una vida social más rica y a quienes les pegó más fuerte el cambio de rutina.
Por otro lado, se confirmó que los síntomas se reducían en aquellas personas que declararon realizar actividad física.
Al proceder al análisis de los resultados, el investigador aclaró que es importante «tener precauciones», ya que el estudio no se realizó con base en una muestra representativa, sino sobre un grupo que se presentó de forma voluntaria y que, debido a la modalidad online, no se logró llegar a muchas personas adultas mayores. No obstante, subrayó que hay hipótesis fuertes de que los adultos mayores, junto a adolescentes y jóvenes, son de las poblaciones que sintieron un mayor impacto de la pandemia en relación a la salud mental.
Entre los factores ambientales que incidieron en las sintomatologías, también se observó el tema del empleo. De acuerdo a los resultados del estudio, aquellas personas que perdieron el trabajo o pasaron a una modalidad zafral manifestaron síntomas más altos.
También se observó una relación muy consistente entre el nivel socioeconómico y la afectación en la salud mental. Esto es, a mayor nivel socioeconómico, los síntomas son menores. «En lo que son síntomas de depresión, el porcentaje es del 33 por ciento en el nivel más bajo y de 13 por ciento en el más alto. Para el caso de síntomas paranoides, miedo a que alguien te quiera perjudicar o lastimar, en el rango socioeconómico más bajo se registró un 25 por ciento y en el más alto un 4,8 por ciento». De acuerdo al docente, esto se explica porque las personas de contextos más vulnerables estas más expuestas a estresores. Es decir, es más estresante desarrollar la cotidianeidad, luchar para saldar una cuenta, conseguir alimentos o dificultades para acceder a recursos positivos como pagar un gimnasio o un tratamiento.
Un aspecto a destacar, según Selma, es que a medida que avanzó el seguimiento, durante las diferentes etapas de la pandemia, se confirmó una tendencia consistente de disminución progresiva de los síntomas. «En el último formulario, el porcentaje de depresión se redujo al 29 por ciento, que sigue siendo un número alto, pero evidenció que el peor momento fue entre marzo y abril, con el cambio brusco de la rutina. Cuando las medidas sanitarias fueron cediendo, los síntomas también».
Consultado por la persistencia que estos síntomas puedan llegar a tener en el futuro, el docente dijo que al observar antecedentes en otros países con este tipo de epidemias, se podría sospechar que las secuelas de la pandemia se extenderán en el tiempo. «Existen investigaciones sobre el SARS o el H1N1 que han reportado que ciertos síntomas de estrés postraumático persistieron hasta 3 años. En este caso es difícil hacer pronósticos porque es una situación inédita en nuestro país. Es difícil cuantificar cómo impactará, por ejemplo, en escolares y adolescentes para quienes el tránsito por las instituciones educativas es un período de socialización muy importante. Hay etapas que las están viviendo de una forma totalmente diferente a como las vivimos la mayoría de nosotros. Si bien pueden existir algunos aspectos considerados positivos, como la educación a distancia o el teletrabajo, sabemos que el impacto de estas medidas será mayoritariamente negativo porque somos animales sociales. Si bien contamos con tecnología y dispositivos de videollamadas que siglos atrás no existían, estamos acostumbrados y biológicamente desarrollados para socializar».
Si a la no presencialidad, continúa explicando Selma, se le suman otras problemáticas, como la crisis económica, el desempleo o la incertidumbre respecto al futuro, el panorama se torna complicado.
Otra alarma: la desesperanza
La investigación también evaluó los síntomas de desesperanza, variable predictora del riesgo del suicidio. Según los resultados, un 10 por ciento de personas manifestaron estos síntomas. «Sabemos que en Uruguay el tema del suicidio es uno de los más graves de la salud mental y es un tema a tener en cuenta cuando hablamos sobre el costo de la pandemia».
«Entendemos que desde el gobierno se tomaron medidas necesarias para frenar los contagios y no saturar los centros de tratamientos intensivos (CTI), pero el costo de esas medidas, a nivel psicológico, es y será muy alto».
«El año pasado se registraron más de 700 suicidios y este año el número de llamados a las líneas de apoyo psicológico se multiplicó por tres. Todo indica que por el contexto de pandemia las tasas puedan incrementarse», agregó.
Sobre esta problemática, el profesional opinó que sería fundamental implementar alguna intervención respecto a los problemas de salud mental y entender que es algo serio, sobre todo en el caso del suicidio. «Se nos van 600 o 700 vidas al año por suicidio y pasa desapercibido. Hay que investigar y formar equipos que trabajen en territorio de forma efectiva para poder atacar las causas. En relación al suicidio, hay factores claves por donde abordarlo: alrededor del 90% de las personas que cometen suicidio tiene algún trastorno mental de base, uno de los más frecuentes es la depresión, pero no el único. También existe una relación muy fuerte con el abuso de sustancias como el alcohol, tabaco o cocaína.
Los antecedentes de la persona, señaló el docente, suelen ser otro predictor: la mayoría de personas que se suicidan ya lo intentaron alguna vez y, en muchos casos, existe un aviso previo que debe ser «tomado en serio».
También explicó que la población de mayor riesgo de suicidio suelen ser los hombres, lo cual no significa que no se les deba prestar atención a las mujeres, quienes cometen más intentos, pero los consumados son más frecuentes en hombres. «Por cada suicidio de mujer hay entre dos y tres suicidios de hombre», aseguró. «Hay muchas teorías que explican por qué los hombres cometen más suicidios, algunas hacen referencia a temas culturales, a los hombres les cuesta más pedir ayuda, mostrarse vulnerables o contarle a alguien lo que le está pasando. El hombre tiene la necesidad de sostener el paradigma del éxito, por lo cual el experimentar algún fracaso personal lo puede llevar a ese tipo de decisiones».
Poner los tapabocas en remojo
Para el docente, asistimos a una etapa de la pandemia en la cual es necesario tomar conciencia, detectar los factores de riesgo de las enfermedades mentales y consultar a profesionales. Existen cientos de trastornos mentales, por lo cual no sería preciso hablar de tips para detectarlos, sin embargo, Selma mencionó algunos factores comunes que pueden servir de alerta. «Casi todas las patologías mentales tienen en común la afectación en el funcionamiento diario, esto significa que a la persona le cuesta funcionar, llevar adelante el día a día, desempeñarse adecuadamente en ámbito laboral, relacionarse con sus pares, familiares o pareja. Según si se trata de trastornos depresivos o de ansiedad, aparecen síntomas como sentimientos de tristeza, angustia recurrente, falta de energía, falta de motivación, dificultad para sentir placer, satisfacción o para tener emociones positivas». También se presentan síntomas físicos, explicó, como dificultades para conciliar el sueño, pérdida de peso, pérdida de apetito, molestias físicas, musculares o dolores de cabeza.
Según el experto, también existen síntomas cognitivos, que tienen que ver con la forma de pensar de la persona. «Cuando hay trastornos, los pensamientos se caracterizan por estar teñidos de negatividad. La persona se ve a sí misma de manera desvalorizada, suele tener una perspectiva negativa del entorno y piensa que nada positivo puede obtener de la relación con los demás. Luego aparece el sentimiento de desesperanza, la persona piensa que no hay nada que pueda hacer para sentirse mejor».
Frente a todos estos síntomas, dijo Selma, es necesario destacar que si bien la persona piensa que no es capaz de salir adelante, la mayoría de los casos son tratables y las personas responden muy bien al tratamiento, tanto de fármacos como de psicoterapia, logrando generar un cambio significativo en la calidad de vida. «Es un momento para estar atentos a ese tipo de señales y tratar de tener todas las conductas prosaludables posibles. Es verdad que estamos muy limitados, no podemos ir al cine, al teatro, al carnaval, pero hay formas de mitigar los efectos del aislamiento, como hacer actividad física, deporte, dialogar, mantener una rutina de sueño estable, una buena alimentación, acceder a espacios con luz natural, entre otras cosas».
Al finalizar, el profesional valoró que la pandemia puso de relieve la importancia de la ciencia en Uruguay y enfatizó en la necesidad de invertir en investigaciones sobre salud mental para poder aportar datos objetivos y generar políticas públicas. «Entendemos que es un año difícil en materia presupuestal, pero hay procesos que no se pueden cortar. Es como una planta, si la dejas de regar una semana, se muere», concluyó.