A todo dicen que era peor antes. Cuando hablan de sus logros dicen “vamos a llegar a como era en 2019”. (¿No era tan horrible?). Nosotros extrañamos mucho el Uruguay en el que nos formamos: el de la tolerancia y el respeto.
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Generalmente, cuando se dice que se extraña otro tiempo, se refiere a la economía, la seguridad, la distribución de la riqueza, las pensiones y la edad de retiro… Pero, hoy, queremos añorar otra cosa. Ojalá se logré que lo extrañemos todos: cómo nos tratábamos unos a otros. ¿No estaremos a tiempo de añorar las mismas cosas?
Quedaban un par de logros del gobierno del Frente, que le trascendía y las actuales autoridades reconocían que era una conquista para todos. Por ejemplo, el Sistema Nacional de Salud y las “ceibalitas” en la enseñanza. Salud y educación. Dos temas de todos para todos. Dos temas que si el gobierno de turno acierta festejamos todos, y si le erra perdemos todos.
Últimamente, el consenso con que se fue Tabaré de este mundo parece haberse roto. No faltaron las críticas a ambas medidas. Si no hubiera FONASA yo extrañaría y, sobre todo, lo harían los más necesitados. Si los gurises dejaran de andar con la ceibalita en la mochila, sentiría que se les desteñiría la moña azul… que tanto extrañamos ver en las calles del exilio.
Sin embargo, hay algo que extraño más… ¡Cómo nos respetábamos! Una cosa era ser adversarios y otra distinta, muy distinta, enemigos.
Yo siempre recuerdo y cuento que de pequeño mi viejo compartía una peña de amigos junto a Paco Espínola, Soares Netto y Luis Pedro Bonavita. Para darle color, siempre la llamo “una rueda de truco”. Pero era muy niño, capaz que no salía el mazo de barajas a la cancha.
Con el tiempo, todos, menos mi viejo, terminaron militando en fuerzas de izquierda. Paco, en el Partido Comunista. La primera vez que se encuentran después de su decisión, mi viejo lo increpa en broma y Paco, que para mí era lo más, autor de “Saltoncito”, mi libro de cabecera, lo tranquiliza. “No, Wilson, mire que hacerse del Partido no es pa’ cualquiera ¿eh?”
Luego ironizó sobre el examen que le toman. “Arismendi me preguntó por la plusvalía. Yo: Rodney, mi vida leyendo Marx para semejante obviedad”. Ya dominaba el silencio de todos. “Entonces el Ñato (Rodriguez) me interroga por la dictadura del proletariado” y tras una pausa, su respuesta: “Ñato, me pelé las pestañas leyendo a Lenin y mire lo que me va a preguntar… Me pusieron sobresaliente”. Remató. “Julia Arévalo, tras un silencio, dice ‘¡Vivan los blancos!’. Yo me paré: ‘¡Vivan los blancos, carajo!’… y me puso Regular Deficiente”.
A la carcajada siguió un abrazo de los cuatro. Eran amigos. Tomaban nota de sus discrepancias. ¿Alguien se imagina esa escena en el Uruguay de hoy? Eso es lo que yo extraño.
Eso es lo que hace que Uruguay sea Uruguay. Lo que alguna vez mi viejo definió como la Comunidad Espiritual. La que generó ese sistema político que más allá de cláusulas constitucionales, los ministros que percibían que dificultaban los consensos se iban sin que fuera menester votarle una censura. El Uruguay…
Ese modelo de convivencia en el que si un ministro no tiene respuestas, lo asume, pero no le miente al Parlamento… Donde si el presidente se entera que un ministro mintió, le pide él la renuncia. En fin, el Uruguay que extrañamos.
De muy pequeño solía ver “Conozca su Derecho”, un periodístico producido por el periodista Reisch Sintas. A lo mejor no entendía la mitad de lo que decían. Pero desde entonces empecé a aprender cómo se construye el respeto por la discrepancia. Iban el Dr. Manuel Liberoff (hoy desaparecido), el pastor Castro, los sacerdotes López García S.J. y Spadaccino… ¡¡¡Qué debates!!! Pero nunca una falta de respeto.
Hoy, los programas de debates son pocos y muchos transmiten eso: discrepancia va de la mano de agravio y grosería. Los de jóvenes no. Hay una luz al final del túnel…