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Columna destacada | Suárez | Brasil | jugador

El elegido

Luisito Suárez reina en Brasil

Vale la pena seguir viendo a Luis Suárez, más aun disfrutando de su singular historia personal

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Caras y Caretas Diario

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Estuve una semana en Brasil, más exactamente en Rio Grande do Sul, en las tierras gaúchas, cerca de Porto Alegre, su capital; en Sao Leopoldo, a 30 km y con 220.000 habitantes en pleno desarrollo; con una gran universidad, Unisinos, donde dicté un curso de cinco días.

Dos partidos jugados y dos ganados por Gremio, uno de los grandes gaúchos y del fútbol brasileño, con Suárez como figura central, votado ‘crack del partido’ por hinchas y comentaristas. Desde que llegó, e incluso antes, Suárez concitó gran atención, palpable expectativa, y luego unanimidad de reconocimiento a su fútbol y a su vocación futbolera y competitiva. Entre goles y asistencias suma más que sus partidos jugados.

Pero hagamos un poquito de historia para calibrar mejor este nuevo reinado popular en el exterior del mayor goleador uruguayo de la historia y personaje singular por algunas infrecuentes virtudes que lo adornan.

Cómo llegó a Brasil y cómo actúa Luisito

El periplo de Luis Alberto Suárez como jugador profesional de primera línea tiene este recorrido: Nacional de Montevideo, Groningen, Ajax, Liverpool inglés, Barcelona catalán/español, Atlético de Madrid, breve Nacional de nuevo, y ahora Gremio de Porto Alegre. Y durante todo ese tiempo, selección uruguaya y mayor goleador de todos los tiempos con la celeste.

Suárez les temía a esos contratos, ya como jugador veterano, quizás en decadencia, pero del que se esperaban hazañas quizás improbables a esa altura de su carrera; especialmente temible era la diferencia de remuneración con sus compañeros, posible origen de envidias, resentimientos y depósito de responsabilidades en ese superpago. Recordaba espacialmente las desilusiones que Diego Forlán sufrió y provocó en el Internacional de Porto Alegre (el gran rival de Gremio) y más que nada en Peñarol de Montevideo, club idolatrado por su padre, Pablo, otrora también ídolo del São Paulo brasileño junto al supercrack uruguayo Pedro Rocha.

Su llegada a Gremio fue precedida de tan explicable como necesario operativo de propaganda, protegiendo, comprensiblemente, una enorme inversión económica, pero que era también deportiva, y hasta emocional y sentimental en el club.

La larga y variada fama internacional de Suárez, alimentada por ese operativo de marketing, obtiene de inmediato y al primer intento, un fulgurante y promisorio éxito de efectos muy probablemente duraderos: debutó en un partido importante del campeonato estadual gaúcho y anotó un hat trick, 3 goles de variada factura, acompañados de sus festivas conmemoraciones, propias de un gran vocacional del fútbol competitivo.

Siguen impactantes actuaciones en partidos difíciles, de los que filtran quiénes sirven y quiénes rinden especialmente bien en las complicadas y necesarias, de las que surgen enhiestos los que ‘salvan’ los puntos y los prestigios.

Es que Suárez es un futbolista vocacional, con hambre inextinguible de jugar al fútbol y de ganar en el juego. No se guarda nafta en el tanque y va a todas, queriendo ganar y golear siempre, y notoriamente. Las tomas en primer plano de Suárez han sido y continúan siendo inequívocas: siempre queriendo la pelota, siempre quejándose de los rivales y de los jueces, siempre indicándoles a sus compañeros, a veces hasta con modales fuertes. Porque, multimillonario y cerca del fin de carrera, Suárez sigue siendo el jugador de ‘campito’, de ‘pelada’ informal pero a muerte; lucha física y psíquicamente con sus rivales y con los árbitros, desde el primer al último minuto, como luchó y venció en su vida privada, que ya es monumento público internacional; su desesperación por ganar y por no perder explica los exagerados usos de sus dientes en el campeonato inglés y en un Mundial con Uruguay: tan espectaculares como poco importantes ‘locuras’, sin embargo tanto menos peligrosas que las carreras enteras de jugadores como el portugués Pepe, el español Sergio Ramos, los holandeses Davis, Van Bommel y De Jong, el uruguayo Paolo Montero, y tantos otros que usted puede rememorar en cualquier rueda futbolera.

En su último partido anterior a esta columna, empatando 1-1 con São Paulo, como visitante, Suárez se desmarca a la derecha en profundidad, recibe y centra a la carrera; un defensor de São Paulo se interpone y resulta un córner para Gremio; la hinchada de Gremio aplaude el esfuerzo bien orientado de Suárez (y ese no es premio frecuente para los jugadores). Pero más que nada lo que la ‘torcida’ quizás más aplaude es que Suárez no espera que el chico juntapelotas de São Paulo le devuelva la pelota para la ejecución del bien ganado córner a favor; el mismo Suárez va a buscar la pelota, muy probablemente sospechando que, como locales, los juntapelotas van a demorar la devolución de la pelota para la ejecución por el equipo visitante; como en el ‘campito’ (‘pelada’) Suárez olvida sus blasones y su edad, y va a tomar la pelota para ejecutar lo antes posible y no ser demorado por ninguna ‘localidad’ posible que pudiera afectar su chance de ganar. Es su intacta hambre de fútbol y de triunfos: una de las claves del cariño que los hinchas holandeses, ingleses, catalanes, uruguayos y ahora gaúchos le han profesado y le profesan.

Una personalidad tozuda, persistente y focalizada

Es que Luisito Suárez construyó su vida creyendo mucho en sus virtudes, y persiguiendo con tozudez, decisión inquebrantable y focalización definida sus trazados objetivos.

La persecución de su amada novia adolescente de la Ciudad de la Costa vecina a Montevideo desde su distante Salto natal, cómo la siguió hasta España, cómo le prometió a ella y a sus padres que conseguiría una remuneración que aseguraría su bienestar igual o mejor para ella que en su casa paterna. Y lo logró en pocos años, como debutó en Nacional de Montevideo en medio de una abundante generación juvenil competitiva, como llegó a Holanda y triunfó velozmente allí, como se volvió ídolo y goleador del Liverpool inglés, como formó parte de un trío ofensivo en Barcelona, con Messi y Neymar, que será recordado como uno de los mejores de todos los tiempos, como llegó a la selección uruguaya y se transformó en el goleador celeste de toda la historia.

La vida de Suárez es novelesca y merece algo escrito y filmado que la recuerde, melodrama exitoso ejemplar, y natural, que no precisa de mucha ficción construida para redondearse, y que cuenta con abundante material audiovisual y escrito para apoyarse.

Estamos viviendo un inesperado capítulo más de ese largo y exitoso melodrama; no es una perla suelta: es parte de un lujoso collar ancestral.

Quizás su mayor hazaña fue la de su lesión provocada cuando en Liverpool se despedía para jugar el Mundial de 2014, y un jugador rival entra como recambio al final, justamente para atacar físicamente a Suárez, que se retira lesionado en medio de la casi seguridad uruguaya de que no podría jugar en esa copa que se venía. Suárez, callado, persigue una vez más un imposible en su vida y en su carrera: volver a tiempo como para jugar competitivamente el máximo torneo futbolístico, que rivaliza con los Juegos Olímpicos el título de mayor espectáculo deportivo del mundo.

Hace todo lo indicado y más, asesorado diariamente por un integrante del cuerpo técnico celeste, creo recordar que el masajista Walter Ferreira; su asombrosa mejoría obliga a incluirlo en el plantel mundialista porque, increíblemente, una vez más derrota a su destino manifiesto y acaricia el sueño de poder jugar en el Mundial. No llega como para jugar en la serie, pero al acercarse un partido decisivo contra Inglaterra, parece que puede jugar, y el maestro Tabárez lo incluye como titular. Uruguay gana 2-1 con 2 goles de Suárez, el último en un electrizante pique con furibundo voleo a pase de Cavani, cuando ya no daba más y se preparaba su cambio. De novela, de filme, como quiera llamarlo. Volvió antes que lo esperable, mejor que lo previsible, y eliminó con sus goles a la nación que había intentado unos meses antes radiarlo del torneo, con una entrada criminal de un jugador antideportivo que se había prestado a la maniobra. ¿No querías sopa, Suárez? Pues dos platos para vos.

Así es Suárez, así sigue siendo y así parece ungido como Luisito I gaúcho. Vale la pena seguir viéndolo, más aun disfrutando de su singular historia personal.

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