Mientras empezaba a escribir sobre esto, invaden las pantallas de los ‘informativos’ internacionales, y casi unánimemente bajo el título de ‘¿fake o hechos?’, imágenes de: uno, el presidente de Ucrania, Zelenski, trabajando en el computador de su oficina, y en su mesa un montoncito de un polvo blanco un poco desparramado con una tarjeta plástica de las que utilizan los usuarios de cocaína para tomarla; dos, otra imagen, igual a la anterior, pero con la significativa diferencia de que no están ni el montoncito de polvo blanco ni la tarjeta plástica. Dicen, consternados o indignados, los informativistas, más o menos esto: “¡qué injusticia lo que se hace con un héroe de este calibre!”.
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Entonces, por un lado, está la opinión de la casi unanimidad de los informativistas (desde 1947 llamados por David Riesman de ‘nuevos contadores de cuentos’), alarmados por la posibilidad de que se construyan digitalmente fake news, aunque posteriormente pudieran ser distinguibles de los ‘hechos reales’; muchos comentarios agregan ‘¡adónde vamos a parar!’ con esta posibilidad de simular y de disimular (como decía Baudrillard ya en 1978); aunque no tienen por qué temer, porque venden con cualquiera de las dos, y más aún con ambas. Por otro lado, están los menos que, sobre la base de informaciones que circulan sobre aficiones de Zelenski desde su pasado reciente en el jet-set artístico ucraniano, y conociendo sus antecedentes como pieza fundamental para implementar la provocación norteamericana creciente a Putin, dicen exactamente lo contrario: que la primera imagen es la real (hechos reales), que Zelenski es un conocido cocainómano, que esa afición explica buena parte de su servilismo comprado por los yanquis, y que en la segunda imagen se borran la cocaína y la tarjeta plástica para tomarla, reales ( fake news). En la primera versión se incluirían imágenes simuladas en una base icónica previa, esta sí real; según la segunda versión, se disimularán imágenes reales disimulando que Zelenski no sería un consumidor de cocaína.
Técnicamente, saber cuál es la versión verdadera es casi imposible para el 99% de los telespectadores globales; llevaría una enorme especialización, aparatos y técnicas muy exclusivas, y acceso a las imágenes primigenias para analizarlas. Es, entonces, imposible, al día de hoy, que podamos distinguir entre hechos reales naturales, hechos agregados simulados y hechos borrados disimulados; y esta incertidumbre aumentará. En la medida en que cada vez es más fácil simular agregando y disimular borrando, siendo muy difícil saberlo, cada vez sabremos menos cuánto hay de realidad en una imagen y cuánto de verdad en lo que vemos, oímos y leemos sobre el mundo.
Como es psíquicamente devastador decidir que no podemos creer en ningún informativo ni basarnos en ellos para hacer ni decir nada, ya que marcan crecientemente nuestra agenda interactiva cotidiana, de algún modo tenemos que decidir en qué creemos y en qué no, y en qué medida. Entonces, o bien, uno: suspendemos nuestra duda cartesiana en lo que nos ‘informan’, decidiendo a priori de qué fuentes aceptamos ‘información’ y de cuáles no (des-información), o bien, dos: entramos en un proceso enloquecedor de verificación técnica de cada imagen que recibimos, de cada descripción que nos llega de cada imagen, y de cada evaluación e interpretación de las descripciones.
Por eso, casi todo el mundo opta por la primera solución: elige a priori a qué fuentes ‘informativas’ les va a creer y a cuáles no; esta opción dependerá del lado político-ideológico en el que se esté, de las fuentes a las que tiene acceso, y de los otros receptores que formen parte de sus grupos de pertenencia y de referencia cotidianos (casi nadie quiere ‘pelearse’ con su ambiente cotidiano ni permitirse dudar de lo que este ambiente sostiene).
Como bien sabían ya los inquisidores del Renacimiento y tantos otros poderosos de la historia, hay que prohibir gente y escritos, restringir su circulación (los de los ‘otros’), y publicitar y propagandear los propios. Elemental, ¿no? Pero la imposición posterior de los derechos humanos y de la libertad de expresión provocó un choque fuerte con la inquisición como método tradicional de resolución de disensos, conflictos y dilemas.
¿Cómo impongo lo propio y secundarizo lo ajeno, si ambos se oponen, respetando, o fingiendo que respeto, derechos humanos como el de la libertad de expresión? A este respecto es que vienen a cuento, entre otras noticias recientes, de fines de abril 2022, la conferencia de Barack Obama en Stanford University, y el anuncio de la compra de Twitter por Elon Musk, primera fortuna mundial, por algo así como 44 billones de dólares, casi la mitad salidos de su ‘chanchita’.
La dictablanda disfrazada de Obama
Barack Obama, con su gran carisma, su elegante estilo oratorio y la impecable articulación de su discurso, y luego de elogiar el progreso humano, y los logros del mundo virtual-digital-informático, se permite sugerir algunos retoques en la normativa que enmarca a este mundo y en el énfasis en algunos valores que permitirían una vida mejor y más democrática dentro de este ‘globo técnico’, podríamos decir.
Los peores problemas que Obama identifica serían: las fake news, la difusión de errores masivamente inconducentes, y la publicidad por el sistema de enemigos suyos. De algún modo, ok, Barack, pero, uno, cuáles son las fake news y cuáles las real news, si como vimos, no podemos hacer la crítica técnica de cada imagen posible hoy, y si no podemos acceder a todas las interpretaciones de las imágenes y dichos. Porque vamos a no creernos, Obama, que ni en Estados Unidos ni en su período de gobierno no se fabricaron fake news ni se justificaron o promovieron muchos hechos militares, económicos o políticos que podrían ser propuestos como eliminables para el bien común global. Dos, como ejemplo de texto científicamente serio y benefactor para la humanidad se utilizan textos de Anthony Fauci sobre covid-19; y como textos equivocados y malhechores algunos críticos de Fauci. Perdón, Obama, pero hay calificadísimos intelectuales de todo el mundo que dirían lo contrario: que Fauci está equivocado, que invoca fake news, que tiene cola de paja por haber hecho dudosas inversiones en Wuhan, y que tiene fuertes lazos con el big pharma para proponer vacunas. También pone como ejemplo de maldad a ser borrada o prohibida toda la información y propaganda provenientes de Putin; puede ser, pero, como se sabe, en todos lados se cuecen habas; por ejemplo, sobre los crueles objetivos civiles rusos, es sabido desde siempre que todos los menos poderosos atacados por más poderosos dejan sus puestos de combate detectados ya, y se refugian en lugares civiles para huir de sus descubiertos puestos, y argumentar que sus atacantes son crueles asesinos de civiles; en ese sentido, quienes no dejan huir a los civiles de Mariúpol no son los rusos, que facilitan callejones de evacuación para ellos, sino el Batallón Azov, que los quiere como escudo humano y para denunciar a los rusos como atacantes de civiles.
¿Cuál propaganda e información prohibir? ¿La rusa, la ucraniana-anglo-americana? ¿Ambas? ¿Ninguna? ¿Cuánto de cuáles? ¿Con base en qué? Por eso la libertad de expresión y de acceso a la información para chequearla han sido elevadas a la jerarquía de derecho humano esencial. Porque propuestas como la de Obama atacan la libertad de expresión y de acceso a la información, e imponen una dictadura de imágenes y textos con la excusa de estar defendiendo la expresión y el acceso a la información en toda su pluralidad; se protege el dogma para evitar el error. Obama está re-medievalizando el mundo con la apariencia de modernizarlo y aggiornarlo; está instalando una neo-inquisición ‘por tu bien y el bien de todos’, como Torquemada en el siglo XVI. Quiere responsabilizar desde una normativa pública a plataformas y medios de comunicación; decidir a priori dónde está lo real y lo fake, dónde la verdad y el error. Y dice que lo hace para defender la realidad y la verdad, la libertad de expresión y de búsquedas de la realidad y la verdad. Es absolutamente inconsistente y solo puede ser apoyado por aquellos dogmáticos inquisidores que creen tener definidas realidad y verdad, sin variedad de expresión ni acceso a variedades. Es una dictablanda basada en potencial comunicacional y bélico para dictaduras, típica de imperios menguantes que odian a quienes se encaminan a superarlos; como si los únicos imperiales nostálgicos fueran los rusos o los chinos. ¿Y los americanos que están perdiendo sus liderazgos económicos y los tecnólogicos? ¿Y los ingleses que usan y comparten trampas similares, ya nostálgicos ellos del centenario 1780-1880?
El intento de rebelión de Elon Musk
Pero Obama solo quiere organizar mejor la dictablanda que ya han ido instalando los medios y plataformas comunicacionales progresivamente, con ápices en la neo-inquisición a propósito de los disidentes del dogma cuasi-religioso (porque científicamente fue paupérrimo) de la covid-19 y, ahora, sesgando grotescamente la información, la expresión y el acceso a la información respecto de la novela melodramática Ucrania.
El magnate número 1 del mundo hoy, el extravagante y visionario Elon Musk, que ya había denunciado la dictablanda impuesta por el lobby de la covid-19, seguramente queriendo frenar o amortiguar esta dictablanda de los magnates de la comunicación global, parece haber dado con el precio justo como para comprar Twitter, de la que rechazó ser socio minoritario. Y ya adelantó que preservará en él la libertad de expresión más de lo que es preservada en otros medios y plataformas comunicacionales contemporáneos. Pánico en el gallinero. Alguien quiere seriamente proteger la libertad de expresión, y no ya invocarla para liquidarla. Peligro. ¿Cómo se lo impedimos, si la primera enmienda y la norma 230 libera de responsabilidad a los emisores comunicacionales por los dichos de sus contribuyentes en contenidos? Aquí aparece la lógica inquisitorial del libertario Obama: si no es seguro que los privados vayan a limitar la libertad de expresión para salvarla, salvémosla desde lo público, regulando en general los límites a la libertad de expresión y al acceso a la información desde una normativa que ‘modernice’, ‘actualice’, ‘aggiorne’ las libertades casi eliminándolas; pero dice que en lo mínimo y para conservarlas mejor, como el lobo feroz; que no las disfruten ni usen otros que nosotros, los auténticos libertarios; porque ya hemos visto cuáles son las libertades de expresión y de acceso a la información que han campeado a propósito de la pandemia de covid-19; los estados de excepción siempre se imponen argumentando que son conservadores de un statu quo de jure mediante un statu exceptionis de facto, aunque tantas veces impuesto como de jure, como la propuesta de Obama.
Pocas cosas tan reveladoras como analizar en conjunto la compra intencionadamente liberal de Twitter por Musk; el discurso de Obama en Stanford, corazón del Silicon Valley; y las libertades de expresión y de acceso a la información que se han implementado durante la pandemia político-comunicacional de frágil coartada sanitaria, y durante la novela histórica melodramática de Ucrania. Ya verán que el liberalismo es para los que están y son como nosotros, no para los otros. Me parece que peligra la inversión de Musk: un liberal real es una luz roja; los que sirven son los que hacen gárgaras liberales, pero escupen dogmatismo inquisitorial. No lo van a dejar defender las libertades, ni siquiera las liberales.