Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. (Maquiavelo, El Príncipe, Cap. XVIII; 1513). Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar. (Maquiavelo, El Príncipe, Cap. XVIII; 1513).
1. El clasismo disimulado
Patología por antonomasia si la hay, esto es, asumir un discurso “popular”, al servicio de la Nación, de los ciudadanos, transmitiendo la idea de que la derecha piensa primero en los intereses de la mayoría, cuando en realidad esconde o intenta disimular lo que la historia y la evidencia empírica han demostrado de manera irrefutable. La derecha, ergo, los partidos políticos que se identifican como tal aunque lo nieguen, lo reconozcan o no, han servido casi siempre a sus intereses clasistas. Y así como Maquiavelo recomendaba al príncipe disfrazarse, fingir y disimular, esta derecha ha sabido precisamente ocultar lo que detrás o subyacente a su ideología se esconde; la defensa de los privilegios, de la propiedad privada de los más ricos, de las prerrogativas de sus políticos profesionales, la naturalización de la desigualdad social y un conjunto de valores y sensibilidades que la distinguen históricamente. La derecha (más bien, sus portavoces y dirigentes, sus élites) difícilmente se reconoce o identifica como tal, exhibiendo cierto pudor en asumir lo que es y esencialmente representa, esto es, los intereses de los que, en un patrón de acumulación capitalista (aun cuando se reconozca sus variedades), pertenecen a las clases sociales más ricas. La anécdota más clara de esa pertenencia ideológica la dio el presidente Lacalle al hablar de que había que privilegiar a los “malla oro”.
Los envoltorios traducidos en agrupaciones o corrientes internas dentro del espectro de la derecha exhiben los matices en el modo de concebir la política. Así, se podrá identificar sectores más proclives a fortalecer el rol del Estado a contrapelo de una perspectiva propia del neoliberalismo económico, incluso en el seno de un partido que promueve la privatización de servicios públicos y la tendencia a su mercantilización.
Obsérvese este antecedente histórico: H.A. Gamberoni, fabricantes de bebidas dijo, en 1911: “Con relación a los empleados de comercio, consideramos ridículo el proyecto de 8 horas, no sólo por ser imposible su realización, sino porque sus autores parecen desconocer completamente el mecanismo de las casas de comercio”. Ese mismo argumento fue utilizado por Lacalle Pou en el año 2008 para oponerse a las 8 horas para el trabajador rural.
2. Clientelismo y nepotismo secular
Las prácticas clientelares han sido usuales y cuasinormalizadas durante décadas, deviniendo en mecanismos perversos de ascenso a cargos de gobierno en todos sus niveles —do ut des—, devolución de favores y compensaciones por defecto. Para ser más claros, la inserción de dirigentes y militantes de la derecha en las estructuras estatales y paraestatales, superando los mecanismos previstos para el ingreso a la función pública, ha sido largamente denunciada y estudiada por analistas, periodistas e investigadores. (¿Les suena el ingreso obsceno a las intendencias de casi todo el país? ¿O lo ocurrido con Salto?). Es interesante este punto porque la derecha combina un discurso anti Estado con la apropiación del Estado en su beneficio.
También se intenta capturar el voto de los ciudadanos que se encuentran en situación de vulnerabilidad socioeconómica, y ello configura la nota distintiva del clientelismo más abyecto. En tiempos de crisis y necesidades básicas no satisfechas, se apela al clientelismo del reparto. Se ofrecen y distribuyen bienes de todo tipo, alimenticios (canastas), materiales de obra (chapas, madera, herramientas), cupones o vales para canjear, todas modalidades de compra de las adhesiones ciudadanas. Un ejemplo: la exalcaldesa de Los Cerrillos, Rosa María Imoda, electa titular de la Alcaldía en dos oportunidades y que fue beneficiada con ingreso a Salto Grande, arreglaba los caminos vecinales según la simpatía política de los vecinos. Otro ejemplo del feudalismo: en Artigas la Justicia encontró como responsables de las maniobras al intendente Pablo Caram, a la diputada Valentina Dos Santos y a Rodolfo Caram.
3. La pulsión represora
Los reflejos autoritarios y represivos de la derecha que, por cierto, resultan un rasgo común con las derechas globales, se articulan eficazmente con la pretensión e imposición hegemónica de las políticas que favorecen a determinados intereses sectoriales o corporativos. En rigor, se trata de una patología autogenerada y funcional a una práctica que contraviene los principios democráticos más elementales. La disensión y la posibilidad de expresar la protesta social constituyen algunas de las condiciones que todo régimen democrático debe garantizar a la ciudadanía y al conjunto de sus organizaciones. En el pasado no muy lejano, la represión violenta fue una característica que, en su máxima expresión, se evidenció descarnada y dramáticamente en la dictadura cívico-militar.
Es interesante observar que los reclamos de “orden” frente a los “vagos” y el “malandraje” ocupan los periódicos de finales del siglo XIX, cuando portavoces de la oligarquía se quejaban de los robos en sus campos. Más de 100 años después, el mismo reclamo surgió de las entidades ganaderas, elevando la voz contra el “abigeato”, mostrando una marcada continuidad en la narrativa conservadora. O cuando se habla de los “pichis” para referirse a las poblaciones marginales. (También la palabra “pichi” fue utilizada en dictadura por la represión al hablar de los presos políticos).
La Asociación Rural fue fundada en 1871, pocos años antes del inicio del período militarista, que la tuvo como principal sostén de los gobiernos militares que se sucedieron hasta 1890. Y fue claro desde esos años que había que perseguir al paisanaje que reaccionó frente a los alambrados de la nueva distribución de la tierra. Así nació el delito de “abigeato”.
4. La voracidad por el botín
El reparto del botín se explica muy sencillamente de acuerdo a la fórmula o relación matemática; a mayor caudal de votos obtenido, mayor será la porción de la torta correspondiente. Y, después de quince años de gestión gubernamental por parte de la izquierda, la voracidad por el botín se pudo apreciar en las constantes, sistemáticas y recurrentes denuncias a los actos de corrupción, apelando al cuidado de los recursos públicos como una preocupación que escondió el apetito no satisfecho durante mucho tiempo. Una vez obtenido el triunfo electoral en noviembre de 2019, la coalición multicolor de derecha (conformada por los partidos tradicionales, un nuevo partido de ultraderecha y un pequeño partido marginal) emprendió rápidamente la faena distributiva del botín. El primer nivel obviamente refiere al reparto de las carteras ministeriales y de ahí “hacia abajo” funcionó la asignación de cargos (existentes y nuevos) según las cuotas más o menos asociadas al caudal electoral aportado por cada uno de los partidos que constituyen la actual coalición de derecha. La evidencia de devolución de favores y de reparto del botín se manifestó en el reclamo por veces disimulado y en ocasiones, de modo alevoso de parte de los diferentes socios de la coalición gobernante. El hambre de poder y las necesidades de satisfacer las demandas de los asociados condujeron en varios casos a la suba de las retribuciones salariales justificada por la necesidad de contar con los mejores y más competentes profesionales para la aceptación de las responsabilidades que la gestión pública requería. Claro ejemplo ha sido el del incremento anhelado de los salarios de los directores de las empresas públicas, los de asesores en el Ministerio de Economía y Finanzas, así como el incremento de los salarios en el Ministerio de Desarrollo Social, absolutamente desproporcionados en un contexto de contracción del gasto público y cuando estaba en curso la pandemia. En el caso del Mides, tomado por asalto por el neoherrerismo encabezado por Lacalle Pou, los anteriores directores, que tenían un salario nominal de 114.263 pesos, pasaron a ganar sueldos de 166.067 pesos.
No importan las formas, como quedó evidenciado en el libro “Astesiano” del periodista Lucas Silva, en donde se desnuda una trama delictiva en el subterráneo del Estado en la que quedan involucrados funcionarios de los ministerios del Interior e Industria, Aduanas, DGI y otros organismos. Un ejemplo: el periódico La Diaria informó en mayo de 2024 que “reparten en escuela de Artigas entradas gratis para parque de diversiones en el que se celebró acto del intendente Pablo Caram y diputada Valentina dos Santos”.
5. Despotismo ilustrado e iletrado
Es interesante explorar los recursos intelectuales con los que cuenta la derecha. Bajo un manto de “opinión independiente” —que busca legitimarse en los medios de comunicación en la construcción de narrativas— surgen técnicos que parecen analizar la situación económica y social de un país con tapabocas y guantes de cirujano. No obstante, esos protagonistas del discurso público del conservadurismo tienen un par de ejes sobre los cuales gira todo el discurso.
Hay una fuerte reivindicación del libre mercado y la libre competencia. Sintonizan así con el discurso de la familia liberal. El ministro de Ganadería Fernando Mattos, expresidente de la Asociación Rural, estando en oposición al Frente Amplio, se mostró fuertemente partidario de un dólar libre, de la libre importación de combustibles y de la libre competencia. Él y otros integrantes del Gobierno presentan hoy un atraso cambiario con pocos antecedentes en la historia económica del país, no habilitaron la libre importación de combustibles y detuvieron la fusión en el sector frigorífico porque, se argumentó, se registraba posición dominante.
El otro rasgo tecnócrata conservador tiene relación con el Estado. En las usinas de generación de ideas —poco innovadoras porque ellas provienen del siglo XIX—, alientan un Estado con baja intervención en favor de un “eficiente” sector privado.
La batalla entre la derecha y la izquierda es en todos los frentes. Cuando la derecha tuvo que apelar al militarismo —“para poner orden”, favorecer a los sectores concentrados en diferentes sectores de la economía—, lo hizo sin titubear. Cuando llegó la hora de las democracias, el foco de las derechas fue la conquista de la opinión pública a los efectos de ser legitimada en las urnas. Para eso había que permear a la sociedad —penetrar en ella— para conquistar su mayor porción.
No es un fenómeno nuevo. Lo que es novedoso en los últimos 30 años es la generación de centros de estudios apoyados por fundaciones del exterior ligadas a la ortodoxia liberal o a las derechas más extremas.
Lo que se expresaba en esfuerzos aislados de influyentes intelectuales de la derecha —como Alejandro Végh Villegas, Ignacio de Posadas o Ramón Díaz— se tradujo luego en unidades de producción ideológica articuladas con los medios de comunicación concentrados.
En los últimos 20 años, en el mundo adquirió relevancia el término “think tank”. Un think tank se puede traducir en español como “laboratorio o usina de ideas”. Se presentan como organizaciones sin ánimo de lucro —lo cual no quiere decir que no tengan sus propios intereses—, con una naturaleza investigadora, que pretenden crear reflexiones y debates sobre determinados ámbitos. La idea es construir un poderoso stock de ideas liberales y de derecha para influir en la sociedad. Se podría pensar que un think tank es parecido a un lobby que busca influir en la acción de los gobiernos y la opinión pública.
Es interesante observar que los think tanks conservadores o de derecha son financiados por universidades liberales de Estados Unidos o millonarios vinculados con el universo conservador.
En ese mundo de “mesías inocentes” aparece el empresario David Koch, quien, junto con su hermano, ha tenido un rol importante en el financiamiento internacional de la Red Atlas. Se trata de una red internacional de libertarios de derecha que apoya diversos think tanks en varias partes del mundo. Según un artículo que apareció en la revista Lento, basado en un informe de The Intercept, el Centro de Economía, Sociedad y Empresa (CESE), el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (CERES), el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) y el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL) recibieron apoyos de dicha red en Uruguay.
Las actividades de difusión se multiplican con el objetivo de lograr penetrar en la conversación sobre temas económicos, generando portavoces que los medios convoquen para realizar notas y así promocionar una mirada liberal de la economía. Un ejemplo de ello fue lo que ocurrió en el año electoral de 2019. En enero de ese año, con el apoyo de la Universidad de Pensilvania, los centros de pensamiento, reflexión e investigación, o “think tanks”, fueron protagonistas de un evento organizado en conjunto por la Academia de Economía y el BID. De esta manera, el CED, Ceres, Cinve, Claeh, EDUY21, ICD y Pharos contaron una experiencia de éxito y destacaron el rol de estos actores en Uruguay. (La Academia Nacional de Economía es un invento de la élite conservadora para competir con la Udelar. Entrega premios y reconocimientos y sus integrantes son referentes de los medios de comunicación).
6. La libertad y la soberbia ciega
La derecha cree ser portadora de la verdad que incluye los principios esenciales de la democracia y de la libertad. Desde esta postura, la arrogancia y la soberbia ciega arrastran a los partidos tradicionales y concomitantemente a sus portavoces a autoproclamarse como superiores por mérito propio. Acorde a esta pretensión, el uso de cualquier medio para sustentar sus posturas, justificar sus conductas e imponer la imagen de mejores defensores de la democracia y la patria no encuentra límite alguno. La libertad individual es todo, pero ¿qué libertad?
Durante la pandemia, la “libertad responsable” fue el lema elegido por el presidente de la República toda vez que debió fundamentar las diversas medidas gubernamentales ante la situación generada por la pandemia. Se trata del supuesto de un atributo adjudicado, connatural y reconocido a los y las ciudadanas de una conducta desprendida de toda atadura exterior o por la heteronomía impuesta desde el Estado. En otras palabras, cada quien debía asumir su responsabilidad por sus actos u omisiones, en tanto no pusiera en riesgo la salud o integridad de sus congéneres. Los principios morales y políticos de la derecha parecen preceptos incuestionables y toda pretensión de interpelarlos, cuestionarlos o contradecirlos constituye una suerte de debilidad o desvío de lo esperado por la ciudadanía. La soberbia ciega, en efecto, enceguece y obtura la mirada y el reconocimiento de otras perspectivas e interpretaciones de lo social y lo político. Incluso, de reconocerlas, son endilgadas y refutadas por falaces. Precisamente, predicar la “concordia y buena fe” por un lado y asumir una conducta opuesta es la que caracteriza a las derechas, siempre que asegure el control del poder. La derecha se coloca desde el olimpo de la ética republicana, asumiéndose como única y auténtica portadora de la antorcha de la luz, única y exclusiva defensora de la democracia y sus valores esenciales. Los “demás” se encuentran a medio camino o claramente son opuestos a su proclama de libertad, deduciendo, en consecuencia, que los “demás” —o sea, la izquierda, los movimientos sociales contestatarios, dirigentes o líderes que no concuerdan con su visión— serían los que “levantan las banderas antidemocráticas”, aquellos que soliviantan a la población y engañan a sus militantes con teorías de clase, o son subversivos o cuasidelincuentes.
La verdad es propiedad de la derecha y la mentira, fuente de la malicia y tergiversación fanática y mal intencionada de la realidad, es adjudicada a sus adversarios. Así, la lucha de clases sería un subterfugio utilizado por la izquierda; la desigualdad sería una exageración de lo que naturalmente debería aceptarse, mientras que el capitalismo y los valores occidentales constituyen —para la derecha— la verdad incuestionable que la izquierda pretende descalificar. Un comportamiento permeado por la soberbia ciega se traduce en una acción política que corroe los propios mecanismos del régimen democrático, toda vez que se acusa a “los demás” de ser antipatriotas, populistas o totalitarios, obturando o cancelando el debate de ideas.
Nuevamente, el supuesto de ser los únicos defensores de la libertad y la democracia, los guardianes de la democracia y la república, los garantes de la propiedad privada y el libre juego del mercado coloca a los “otros” en una posición invalidada por ilegítima. La concordia y la buena fe son lesionadas gravemente cada vez que la derecha sienta en riesgo su estatus y privilegios. Lo que la derecha declara en su narrativa se contrapone cuando apela a cualquier medio oportuno en defensa de su fama y tierras —en palabras de Maquiavelo—, esto es, propiedad y poder.
La buena fe como supuesto implícito o explícito en la práctica política se contradice toda vez que la derecha apela a unos argumentos por veces reduccionistas o recurrentemente instigadoras del miedo. Se dirá que los representantes de los partidos tradicionales asumen con honestidad sus funciones, moralmente respetables y respetuosos de las diferencias lógicas en un régimen democrático republicano. Dicho discurso es, no obstante, puesto en cuestión cuando las voces de algunos conspicuos dirigentes o legisladores entronizan el odio, la descalificación sistemática y las acusaciones ilimitadas a sus adversarios, amparado en el silencio cómplice de sus correligionarios. La concordia asume el ropaje de un ritual formalmente instituido en ciertas ocasiones especiales, en eventos predeterminados, en conmemoraciones singulares en las que todos los políticos de la derecha apelan a las narrativas clásicas de la defensa de los valores superiores de la patria y la democracia. Sin embargo, en el fragor de las batallas cotidianas el adversario se vuelve por momentos un enemigo acérrimo de aquellos valores y, en consecuencia, blanco de los ataques y desprecios sistemáticos. Así, la concordia y buena fe son reemplazadas por comportamientos antitéticos, de odio y descalificación.
7. La mentira sistemática
La mentira sistemática e institucionalizada forma parte indisoluble de la estrategia de la derecha, hoy reconvertida en base a algo denominado como la posverdad, que no es otra cosa que la mentira descarada envuelta en pseudoverdades. Aquella buena fe a la que aludía Maquiavelo no resultó nunca la característica de la derecha, mientras que, apelando a todas las herramientas disponibles y arropados en juegos democráticos, sostuvo sus “verdades” para destruir las pretensiones de la izquierda de alcanzar el ejercicio del poder político y una vez alcanzado por esta, implantar la narrativa del fracaso y la incapacidad de aquella en el gobierno. La evidencia contemporánea es harto ilustrativa al respecto. Durante la campaña electoral de 2019 la derecha denunció la ineficacia y amplificó las denuncias sobre irregularidades, construyendo el relato de la corrupción en el gobierno de la izquierda.
A poco de haber obtenido la victoria en noviembre de 2019 —para cumplir con las expectativas creadas—, se concentró en magnificar sus defectos, déficits, insuficiencias y, en grado superlativo, el fracaso de la izquierda. Utilicemos un ejemplo práctico: si se nos presentara una foto en primer plano del faro delantero roto y abolladuras pequeñas de un automóvil de lujo, la imagen que proyectaría sería muy negativa. Si, a su vez, ampliáramos dicha foto para captar todo el vehículo, observando el excelente estado del resto, apenas con aquellos detalles amplificados, la imagen que quedaría sería positiva. Bien, esto mismo es lo que la derecha aplica de manera recurrente; en otras palabras: transmitir unos datos parciales que —recortados intencionalmente— pretenden ocultar u opacar lo que, con otra perspectiva, resultaría apreciado por la ciudadanía. Esto es, una media verdad o la información manipulada produce como resultado una posverdad maquillada.
La estrategia comunicacional del presidente Lacalle Pou —técnicamente efectiva, con herramientas del storytelling y del storydoing— contempla por ejemplo la utilización de las palabras “histórico”, “jamás visto” y “récord”, cuando esas expresiones no van acompañadas de datos que expliquen el logro alcanzado. Por tanto, lo que se difunde queda como “récord”. Otro elemento interesante surgió a mediados de julio de 2024, cuando Lacalle Pou inauguró por segunda vez un Centro de Atención a la Infancia (CAIF). Lo interesante es en qué contexto se registró este tipo de visitas del presidente: el impacto que tuvo el caso Caram en la opinión pública. Lacalle no quiso hacer declaraciones sobre el punto y “huyó” hacia adelante, con visitas al CAIF, a un evento cinematográfico en el balneario José Ignacio o asistiendo a un partido de rugby. Con su presencia relata hechos, construye narrativa.
Por otra parte, la mentira pura y simple también es finamente utilizada toda vez que, reiterada por varios actores y replicada por los medios de comunicación afines una y otra vez, alcanza la categoría de verdad indiscutible. Luego, desmontar las falsedades del mensaje resulta más fatigoso y menos eficiente. Las derechas operan coordinadamente sin coordinar.
Las palabras “récord” e “histórico” son utilizadas con frecuencia por el Gobierno actual para darle una entidad relevante a un conjunto de obras. El periodismo ha demostrado que no ha habido “récord” ni “histórico”. (En el debate entre Yamandú Orsi y Álvaro Delgado el pasado domingo 17, el candidato oficialista dijo que habían bajado 3 % los homicidios. El periódico La Diaria informó esa misma noche que era “falso” el dato).
Héctor Umpiérrez, payador uruguayo, ha dicho: “Yo canto mentiras creíbles”.
Referencias
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- Batalla, J. G. (2021) La cultura de la cancelación. Ed. Indicios. Buenos Aires.
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- Bourdieu, P. (1999) La miseria del mundo. Fondo de Cultura Económica. Argentina. Buenos Aires.
- Broquetas, M.; Caetano, G. (coords.) (2022) Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay. De la contrarrevolución a la Segunda Guerra Mundial. Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo.
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- Caetano, G. (2021). El primer herrerismo. Liberalismo conservador, realismo internacional y ruralismo (1873-1925). Ed. Prismas.