La furibunda andanada de denuestos e insultos proferidos por referentes del Partido Nacional contra el intendente de Canelones y precandidato presidencial frenteamplista, Yamandú Orsi, a quien todas las encuestas visualizan como potencial aspirante a transformarse en presidente de la República, desnuda el inocultable nerviosismo de la derecha.
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El enojoso episodio, típico de un desubicado, comenzó cuando el presidente Luis Lacalle Pou reprochó en público al jefe comunal canario y lo intimó a “cuidar modales” y “respetar”, durante una actividad empresarial. Orsi, visiblemente sorprendido, se limitó a pedir disculpas ante el auditorio y luego, en una breve rueda de prensa, calificó la actitud de hostilidad del mandatario como desubicada y totalmente fuera de contexto.
Naturalmente, el político frenteamplista actuó con la ponderación que le faltó a Luis Lacalle Pou, y respondió en un tono sobrio y exento de toda violencia verbal, tal cual es habitual en él.
Sin embargo, esa moderada postura provocó la ira de los referentes del nacionalismo, que se dedicaron a descalificarlo, en el marco de un evento de alta visibilidad mediática.
En efecto, durante la convención del Partido Nacional, Orsi fue atacado con una bajeza impropia del tono que debería imperar en el debate político, por los ministros de Desarrollo Social, Martín Lema, y de Defensa Nacional, Javier García, y por el inefable senador Sebastián Da Silva, quien, al igual que su colega Graciela Bianchi, han exhibido reiterados desmadres verbales.
En ese marco, los adjetivos –todos ellos de grueso calibre– oscilaron entre “cobarde”, “mezquino” e incluso “sarasa”, intentando vanamente horadar la imagen del precandidato del Frente Amplio que, mal que les pese, hace veinticuatro años ostenta el mayor caudal electoral.
Según estos esperpentos blancos, Orsi actúa con mezquindad porque no respondió con la misma frontalidad que Luis Lacalle Pou, cuya agresividad –propia de un patovica– fue ácidamente criticada por el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, y por la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, así como por otros políticos de la coalición de izquierda. Sin embargo, en esa suerte de roces típicos de campaña, por razones obvias, los representantes del bloque opositor salieron bastante mejor parados que sus adversarios oficialistas.
Al respecto, el inefable senador blanco Sebastián Da Silva calificó a Orsi de “candidato sarasa”, lo cual no deja de sorprender en una persona de bajísimo nivel cultural y lenguaje de mero barrabrava, quien, al referirse a su cargo en el Senado de la República, escribió senador con la letra C y no con S, como es naturalmente correcto.
Para conocimiento de Da Silva, quien fue aleccionado y es un mero suplente y un político mediocre y casi analfabeto, el vocablo senador se origina en la voz latina senator, cuyos componentes léxicos son senex, que significa viejo, y el sufijo tor, cuyo significado es agente.
Esta expresión, que designa a un cuerpo deliberativo, tiene su origen, más lejos en el tiempo, en las asambleas de patricios que integraban el Consejo Supremo de la antigua Roma. En ese contexto, el patriciado era la clase social privilegiada que ostentaba el poder absoluto en un imperio que dominó la antigüedad, colonizando territorios y sometiendo a naciones extranjeras.
Por supuesto, sarasa, un vocablo poco frecuente y de génesis hispánico, designa a un “hombre afeminado”, lo cual, desde la perspectiva del ordinario Da Silva, sería casi un estigma.
Por supuesto, Orsi no es afeminado. En cambio, es sí una persona educada que ostenta el don de la ubicuidad, en contraste con Luis Lacalle Pou, quien es un total desubicado.
Evidentemente, la política no es una mera riña de gallos, sino una confrontación dialéctica, que debería transcurrir en un ambiente de tolerancia y sin actitudes destempladas, como las que habitualmente asumen este lumpen con dinero, que es Sebastián Da Silva, y la psiquiátrica senadora Graciela Bianchi, quien, pese a ser abogada y docente, en su lenguaje habitual incurre en expresiones de zócalo.
No en vano el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, convocó a Lacalle Pou a observar las actitudes que parten desde sus propias filas, antes de increpar en público a Orsi por expresar lo que muchos pensamos sobre el caso Marset.
En efecto, el presidente de la República se ofendió porque Orsi afirmó que las explicaciones del narco Sebastián Marset con respecto al ilegal otorgamiento del pasaporte coincidían casi en un 100 % con las excusas formuladas por Luis Lacalle Pou el sábado 4 de noviembre, cuando –al anunciar las renuncias del ministro del Interior, Luis Alberto Heber, el subsecretario, Guillermo Maciel, y el asesor presidencial Robert Lafluf– volvió a justificar el otorgamiento del documento al delincuente, afirmando que fue legal.
Si se repasan nuevamente las declaraciones de Marset, en el marco de la circense puesta en escena del programa televisivo Santo y Seña que conduce el alcahuete Ignacio Álvarez, se advierte, sin demasiado esfuerzo, que existe una total coincidencia entre lo que afirma el hampón y los indigeribles descargos del presidente de la República.
¿Por qué se sienten ofendidos por algo que rompe los ojos? El hecho concreto e incontrastable, que originó dos causas penales que están en curso, es que el Gobierno le otorgó, en noviembre de 2021, un pasaporte al narcotraficante Sebastián Marset, mediante el cual éste se fugó, luego de permanecer recluido en una cárcel emiratí por pretender ingresar a Emiratos Árabes Unidos con un pasaporte paraguayo falso, pese a que la Policía uruguaya conocía las fechorías del mafioso desde fines de abril de ese año. Por supuesto, el documento fue tramitado fuera del marco legal, violando groseramente el decreto 129/2014.
Este es un hecho objetivo y comprobado y nadie tiene derecho a molestarse por la verdad. En efecto, sólo le molesta la verdad a los inmorales, como el exministro del Interior, Luis Alberto Heber, y el excanciller de la República, Francisco Bustillo, quienes no dudaron en mentirle al Parlamento sin ruborizarse, intentando encubrir sus respectivas responsabilidades.
Hasta ahora, nadie calificó a ningún referente del oficialismo o del Gobierno de “delincuente”, pese a que en el cuarto piso de la Torre Ejecutiva funcionaba una asociación para delinquir liderada por el excustodio presidencial, Alejandro Astesiano, se le otorgó un pasaporte ilegal a un narco y se armó una trama delictiva en el seno del propio Ministerio del Interior para encubrir los delitos del repugnante pedófilo y exsenador blanco, Gustavo Penadés, y estafar a la Fiscalía.
Estas tres causas están en la órbita de la Justicia, que deberá dictaminar eventuales responsabilidades que, en el caso del pasaporte otorgado al narco Sebastián Marset y la eventual destrucción de documentación oficial, pueden comprometer penalmente hasta al propio presidente de la República, quien, en la hipótesis de comprobarse que conocía estas maniobras perpetradas por el hoy exasesor presidencial Roberto Lafluf, podría ser imputado del delito de “omisión”.
Aquí, más que eventuales suspicacias, hay sobrados hechos concretos por lo menos de apariencia delictiva que salpican, directa o indirectamente, al propio Luis Lacalle Pou, quien se agravia cuando alguien dice la verdad. Esa verdad molesta, por supuesto, sólo a los que tienen algo que ocultar.
En ese marco, acorde a una expresión coloquial habitual en el deporte, la cual afirma que “no hay mejor defensa que un buen ataque”, el presidente de la República y su séquito de correligionarios descienden hasta el nivel del barro y el agravio. Esta es la lógica dialéctica de quienes no tienen la conciencia tranquila y en sus fueros íntimos saben que están bajo sospecha.