En sus diez años y 176 días, el papa Francisco ha realizado 43 viajes fuera de Italia, visitado 60 países, y siempre sus misiones apostólicas o pastorales han despertado el interés de los casi 1.500 millones de católicos del mundo, como también de las iglesias y teólogos de todas las religiones.
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La visita que realizara la semana pasada a Mongolia el vicario de Cristo fue mucho más allá de predicar la fe de Jesuscristo o las virtudes cristianas a los herederos de Gengis Khan y adquirió una dimensión geopolítica que repercutió en todas las cancillerías del mundo.
Mongolia, un país con mayoría budista y una de las comunidades católicas más pequeñas del mundo (menos de 1.500 personas), entre Rusia y China, fue el lugar elegido por el sucesor de San Pedro para lanzar su llamamiento urbi et orbi por la paz mundial y también para enviar una invitación al diálogo a China, con quien el Vaticano no mantiene relaciones diplomáticas hace más de 70 años.
En el libro “Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor”, el santo padre argumentaba: “Hay que ir a la periferia si se quiere ver el mundo tal cual es”. En este caso fue Mongolia, en las periferias del continente asiático, el país elegido por el papa para relanzar desde Oriente un renovado mensaje de paz a Occidente.
“Que el cielo quiera que en la tierra, devastada por demasiados conflictos, las condiciones de lo que una vez fue la Pax Mongolica, es decir, la ausencia de conflictos, se recreen también hoy, respetando el derecho internacional”, invocó desde el Palacio de Estado de Mongolia, el que alguna vez fue el imperio más grande de la historia.
“Como dice uno de tus proverbios (mongoles), las nubes pasan y el cielo permanece: que las oscuras nubes de la guerra pasen, que sean barridas por la voluntad firme de una fraternidad universal en la que las tensiones se resuelven sobre la base del encuentro y del diálogo, y derechos fundamentales garantizados”, agregó el papa argentino, que desde el inicio del conflicto bélico entre Ucrania y Rusia se ha prodigado por encontrar una salida política y diplomática y cuyos discursos y pronunciamientos han sido publicados en un libro titulado "Una encíclica sobre la paz en Ucrania”.
"El objetivo es construir la paz y la fraternidad (…) hay mucha necesidad de esperanza” había anunciado el secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin, un día antes del viaje papal.
En todas sus gestiones, Francisco ha hecho esfuerzos por mantener un equilibrio y neutralidad entre ambos bandos, e incluso ha dicho que en el conflicto están en juego intereses “no solo del imperio ruso sino también de imperios de otras partes”. Sin embargo, muchos de sus pronunciamientos han sido motivo de polémica, especialmente de parte ucraniana y el bloque de países occidentales que la apoyan.
El último tuvo lugar en la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa, a principios de agosto, donde, además de condenar la agresión rusa, subrayó la corresponsabilidad de Europa y de Estados Unidos en la invasión de Ucrania. “¿Hacia dónde navegas, Europa, si no ofreces procesos de paz, caminos creativos para poner fin a la guerra en Ucrania?”, afirmó Francisco a los más de un millón y medio de jóvenes provenientes de los 5 continentes. Anteriormente también había opinado que la invasión rusa “había sido quizás provocada (por la OTAN) o no evitada”.
Una de las más significativas iniciativas del Vaticano para “aliviar las tensiones en el conflicto en Ucrania, con la esperanza, nunca resignada por el santo padre, de que esto pueda iniciar caminos de paz”, fue la misión encomendada al cardenal Matteo Zuppi, arzobispo de Bologna y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, que ya lo llevó, en ese orden, a Kiev, Moscú y Washington y que tendrá como última etapa Beijing, donde las autoridades -a diferencia de Ucrania, que consideró inútil la intermediación de la Santa Sede- ya han manifestado su total disponibilidad para recibirlo.
Si bien el papa Francisco ha hablado con frecuencia sobre la guerra en Ucrania y ha expresado su solidaridad con su pueblo, su gobierno ha dicho que esperaban que él condenara inequívocamente las acciones de Rusia y los crímenes del ejército ruso en Ucrania, y desde que comenzó la guerra han expresado frustración con el enfoque del papa hacia el conflicto en la región.
Al contrario, el gobierno y el Partido Comunista de China (PCCh) desde un principio han visto con buenos ojos la voluntad del papa de mediar e involucrar a China en las negociaciones de paz, como también apreciado el interés del Vaticano en conversar sobre el plan de paz chino de 12 puntos por una “resolución pacífica del conflicto”, un llamamiento a la desescalada y eventual alto el fuego en Ucrania, y propone “el respeto a la integridad territorial de los países”, “las legítimas preocupaciones de seguridad de todas las partes”, abandonar “la mentalidad de la Guerra Fría” y el cese de “ataques a instalaciones civiles”.
Occidente ha cuestionado el plan chino, calificándolo de ambiguo. Mientras que la OTAN y la Unión Europea (UE) ven con recelo las intenciones chinas, pues, según ellos, Beijing nunca ha condenado la invasión y mantiene una “amistad sin límites” con Moscú.
Precisamente la UE fue objeto de duras críticas por su inacción en la búsqueda de la paz en la guerra en Ucrania, por parte del cardenal Zuppi en la misa celebrada en Rímini el domingo 20 de agosto, en la inauguración del 44° Encuentro de Comunión y Liberación para la amistad entre los pueblos.
“La UE hace demasiado poco por la paz, debería hacer mucho más. Debe intentar por todos los medios ayudar a las iniciativas de paz, siguiendo la invitación del papa a una paz creativa”. Los vaticanistas interpretaron las palabras del prelado como una exhortación “discreta” a atenuar la creciente ayuda financiera y militar de la UE y Estados Unidos a Ucrania y a detener la expansión de la OTAN en el Báltico; acciones que solo prolongan la guerra.
Entre los telegramas papales con bendiciones y oraciones por la paz, la fraternidad y la unidad que llegaron a los once países que el papa Francisco sobrevoló para llegar a Ulán Bator, también hubo uno a China, antes de entrar en Mongolia. “A su excelencia, Xi Jinping, presidente de la República Popular China, le envío mis mejores deseos a usted y al pueblo de China mientras paso por el espacio aéreo de su país rumbo a Mongolia. Os aseguro mis oraciones por el bienestar de la nación, invoco sobre todos vosotros las divinas bendiciones de la unidad y de la paz”.
No fue la primera vez. El papa Francisco ya había enviado el primer telegrama a Xi Jinping en 2014, sobrevolando China de camino a Seúl y expresando “amabilidad” tanto hacia el Jefe de Estado como hacia su pueblo (en octubre de 1989, en un viaje similar a Corea, China negó a Juan Pablo II el permiso para entrar en su espacio aéreo).
Así como al primer telegrama de Francisco le siguió el silencio, esta vez la respuesta fue inmediata: China quiere “reforzar la confianza mutua” con el Vaticano y agradece al papa el “mensaje de saludo y deseo” al presidente Xi Jinping y al pueblo chino, durante su paso por el espacio aéreo chino.
“Todo el mundo conoce la atención que el papa Francisco presta a China -declaró el cardenal Parolin en una entrevista concedida a la vigilia de la misión apostólica a Mongolia-, y puedo decir que en el corazón del santo padre hay un gran deseo de viajar a ese noble país, tanto para visitar a la comunidad católica e impulsarla en el camino de la fe y de la unidad, como para responder a las políticas de las autoridades y, a pesar de las dificultades y obstáculos del camino, encontrar un camino de diálogo y de encuentro”.
Las “dificultades” y “obstáculos” a que hizo referencia el jefe de la diplomacia de la Iglesia católica -y que aún hoy se mantienen- son básicamente Taiwán y las relaciones entre el Estado chino y la Santa Sede.
Ciudad del Vaticano es el único Estado europeo que todavía reconoce a Taiwán como una nación independiente, y China -fiel a su principio innegociable e inamovible de “una sola China”, según el cual Taiwán es parte inseparable de la República Popular- exige a todos los países romper sus relaciones diplomáticas con la isla para poder mantenerlas con China.
Desde 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos, la Iglesia católica mantiene una “doble vida” a pesar de la libertad religiosa consagrada en la Constitución china. Por un lado, la Iglesia oficial, que sigue las directivas de la Asociación Patriótica de Católicos Chinos, una asociación bajo control estatal destinada a organizar a los católicos chinos y no reconocida por el Vaticano. Y, por otro, la Iglesia “clandestina”, que cumple su misión evangelizadora según los criterios e indicaciones de Roma.
Con la elección del papa Francisco al trono papal y el nombramiento de Xi Jinping como secretario general del Partido Comunista y jefe de Estado, las negociaciones bilaterales tomaron otro ritmo y llevaron a la firma de un histórico acuerdo en setiembre de 2018 (renovado en 2020 y 2022) que “crea las condiciones para una más amplia colaboración a nivel bilateral” y según el cual el Vaticano y China deberán consensuar el nombramiento de obispos y unificarán la Iglesia.
Hasta la firma del acuerdo -que después de 5 años aún se mantiene en secreto-, China consideró una injerencia que los nombramientos de obispos se hicieran en Roma y no reconocía la autoridad del papa como jefe de la Iglesia católica. La Santa Sede, por su parte, no aceptaba que estos viniesen impuestos por el régimen chino, algo que no sucede en ningún país del mundo, y había excomulgado a siete prelados designados por la Asociación Patriótica.
Al final de la histórica misa -la primera celebrada por un papa en suelo mongol-, Francisco sorprendió llamando al cardenal John Tong Hon y al arzobispo Stephen Chow (ambos de Hong Kong) y dedicó sus últimas palabras a China: “Quisiera aprovechar vuestra presencia para enviar un cordial saludo al noble pueblo chino. Le deseo lo mejor, que siga adelante, que progrese siempre. Y a los católicos chinos les pido que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos”. Para Bergoglio, “buenos cristianos” significa fidelidad a la Cátedra de San Pedro, mientras “buenos ciudadanos” es el respeto que merecen las autoridades civiles.
“Beijing promoverá el proceso de mejora de las relaciones entre los dos países”, fue la respuesta del ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi. “China está dispuesta a seguir trabajando con el Vaticano para entablar un diálogo constructivo, mejorar el entendimiento y la confianza mutua”, agregó el diplomático.
La completa normalización de las relaciones entre la Iglesia y la República Popular sería uno de los acontecimientos políticos, culturales y religiosos más relevantes del siglo XXI.
Las divinas bendiciones de “la unidad y de la paz” enviadas en su telegrama a Xi Jinping, llegaron a buen destino y empiezan a tener una expresión terrenal para ambas partes.
Mateo, en su Evangelio, llama: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Que sea también bienaventurado Francisco, primer sumo pontífice latinoamericano y también el primer jesuita de los 266 que lo precedieron.
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